Alejandro se puso de pie, sintiendo el peso de la promesa que acababa de hacer. Miró a Anaís, quien ahora lo observaba con una mezcla de esperanza y desconfianza en sus ojos. Sabía que no podía retractarse, pero tampoco podía permitir que Amelia entrara en sus vidas y lo arruinara todo.Con un suspiro, sacó su teléfono del bolsillo. Sus dedos se detuvieron sobre el teclado mientras dudaba. ¿Realmente iba a hacer esto? ¿Iba a invitar a esa mujer a su casa, a la vida de su hija? Pero al mirar a Anaís, supo que no tenía opción, esa niña era más terca y determinada que los empresarios con los que se había enfrentado a lo largo de toda su vida.—Voy a llamarla desde mi despacho —le dijo moviendo los dedos con precisión y ella negó con la cabeza.—Aquí y ahora —demandó haciendo un gesto con el dedo índice hacia abajo y mirándolo fijamente con carácter.Él alzó la ceja, se veía como una pequeña tirana exigiendo que se cumplieran sus órdenes, si no es porque era él quien estaba contra las cue
Alejandro se acercó a la pequeña con una mezcla de ternura y determinación, sus pasos eran lentos, casi cautelosos, como si temiera romper algo frágil. Cada movimiento era calculado, evitando cualquier gesto brusco que pudiera asustarla. Se arrodilló frente a ella, el peso de su decisión reflejándose en sus ojos oscuros, y le ofreció una sonrisa que intentaba ser reconfortante, aunque por dentro sentía un nudo en el estómago.—Hola, pequeña. Me llamo Alejandro. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó con suavidad, esforzándose por transmitirle seguridad.La niña lo miró con una desconfianza que solo puede nacer en alguien que ha conocido el abandono desde su primer suspiro. Sus ojos grandes y grises lo observaban como si trataran de descifrar si Alejandro era una nueva amenaza o una promesa de algo mejor. Finalmente, y con timidez, comenzó a mover sus manos, formando señas en el aire.Alejandro ladeó la cabeza, tratando de comprender, pero no lograba entender los movimientos de la niña. Una p
Amelia se quedó arrodillada en el suelo, sosteniendo a Anaís con la misma delicadeza con la que una madre protege lo más valioso en su vida. Las lágrimas corrían libremente por su rostro, mezclándose con la confusión y el dolor en su corazón. La niña, con su inocencia intacta, levantó su carita y, con esos ojos grandes y grises, miró a Amelia con una curiosidad mezclada con amor puro. No necesitaban palabras para comunicarse; sus almas hablaban un lenguaje más antiguo y profundo.Anaís levantó sus manitas pequeñas y comenzó a hacer señas, algo que Amelia comprendió al instante. La niña le dijo que la amaba, y esas palabras sin voz resonaron en el corazón de Amelia como un eco que había esperado escuchar durante años.—Yo también te amo, mi pequeña —respondió Amelia con señas, sus manos temblorosas al principio, pero firmes en su convicción—. Te amo con todo mi corazón, y te he extrañado tanto. Tú has sido el motivo para seguir adelante.Anaís sonrió, pero su sonrisa se desvaneció ráp
Amelia se levantó al día siguiente con una determinación férrea, más fuerte que cualquier duda o temor que pudiera sentir. La ansiedad que había sentido, dejó paso a una fría resolución. Sabía que su tiempo con Anaís había sido demasiado breve, pero suficiente para reavivar la llama de su lucha. No se detendría ante nada ni ante nadie para recuperarla. Después de una rápida ducha, se colocó una bata, mientras tomaba su café, el sonido de su teléfono la hizo sobresaltarse. Un correo electrónico había llegado: la respuesta que había estado esperando. "Estimado/a postulante, estamos encantados de invitarle a una entrevista para el puesto de Especialista en Seguridad Cibernética en Valente Enterprises. La entrevista se llevará a cabo a las 9:00 AM en nuestras oficinas principales. Agradecemos su interés y esperamos conocerla." Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Amelia. Todo iba según lo planeado. Después de saborear su café, se vistió con un traje gris aunque senci
Esa noche, Amelia apenas pudo dormir. Su mente estaba en constante movimiento, trazando cada plan de todo lo que haría, ¿cómo se acercaría a cada uno? ¿Cómo se ganaría la confianza? ¿Qué descubriría de Alejandro? ¿Le serviría para recuperar a su hija? Las preguntas se arremolinaban en su cabeza, se sentía demasiado abrumada para poder descansar.Sabía que estaba entrando en terreno peligroso, no podía permitirse ningún error. Todo lo que había planeado finalmente estaba comenzando a tomar forma, y no iba a descansar hasta que pudiera tener a su hija con ella.—Mi princesa del alma… te prometo que vamos a estar juntas y nunca más nos vamos a deparar —dijo mientras tomaba el portarretrato con la fotografía de su hija que descansaba en la mesa de noche.A la mañana siguiente, apenas Amelia sintió los primeros rayos del sol, se levantó. Aunque no había dormido mucho, la determinación en su corazón le daba energía suficiente para enfrentar el día. Después de una ducha rápida, se vistió c
Amelia contuvo la respiración, intentando fundirse con la oscuridad bajo el escritorio mientras Alejandro se acercaba peligrosamente a su escondite. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio de la oficina, cada uno más cercano que el anterior. Amelia se agazapó aún más bajo la estación de trabajo, intentando controlar su respiración, que se había vuelto errática debido a la tensión. Alejandro se acercaba lentaente, y cada vez que se inclinaba para revisar una estación, el pánico de Amelia aumentaba. Sabía que si la descubría en esa situación comprometedora, sus días en Valente Enterprises estarían contados, y con ellos, su plan para recuperar a Anaís."Piensa, piensa", se dijo a sí misma, mientras sus ojos recorrían desesperadamente el espacio en busca de algo, cualquier cosa, que pudiera usar como excusa si la encontraba. De pronto, el teléfono celular de Alejandro comenzó a sonar estridentemente, sobresaltando a ambos. Alejandro se detuvo en seco, sus pies a escasos centímet
Alejandro observó a su madre con sorpresa, la intensidad de sus palabras le hizo recordar por qué Esmeralda Valente era una figura tan imponente en su vida. A pesar de los años, la fiereza con la que defendía a su familia seguía intacta, algo que, por momentos, lo maravillaba y lo aterraba en igual medida.—Mamá, no creo que sea necesario que te involucres de esa manera —trató de disuadirla Alejandro, aunque una parte de él sabía que resistirse a la voluntad de su madre era tan efectivo como intentar detener un huracán con una sombrilla.Esmeralda lo miró con una mezcla de cariño y determinación, esa mirada que lo hacía sentir como si todavía tuviera diez años y hubiera roto uno de sus jarrones favoritos.—Alejandro, no subestimes a esa mujer —respondió con una voz firme, mientras acariciaba el cabello de Anaís que descansaba en su regazo—. Si está decidida a recuperar a su hija, no se detendrá ante nada. Y si alguien va a enfrentarla, seré yo.Alejandro suspiró, ya resignado. Sabía q
Alejandro cerró suavemente la puerta del dormitorio de Anaís, dejando a la niña en los brazos protectores de su abuela. Con pasos pesados, se dirigió hacia su estudio, su mente dando vueltas con las promesas que acababa de hacer. ¿Cómo podría cumplirlas sin poner en riesgo todo lo que había construido?Se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en su sillón de cuero, mirando fijamente el retrato familiar que colgaba sobre la chimenea. Allí estaba él, con sus padres y su abuelo.Encendió la computadora y comenzó a hacer algunas tareas pendientes de la oficina, recordó que debía pedir el expediente del nuevo ingreso al día siguiente, para comprobar la identidad de la nueva empleada del Departamento de Tecnología de la Información, porque tenía una extraña sensación que no podía evitar.Por su parte, la Señora Esmeralda en la cama junto a su nieta, no podía evitar sentirse preocupada, ahora que la había conocido no quería perderla.Además, aunque sabía que su hijo la había adoptado, no p