Good Boys: Damian
Good Boys: Damian
Por: Soteria's Vibes
Prologo

Elena giró la llave con un suspiro. El sonido del cerrojo cediendo resonó en el silencio del pasillo del edificio. Su nuevo hogar. O al menos, eso intentaba repetirse.

El departamento le pertenecía desde hace meses, un regalo póstumo de sus padres. Antes de su muerte, ella no vivía con ellos. Tenía su propia vida en un pequeño cuarto que compartía con su mejor amiga, mientras trabajaba en su tienda de flores. Pero ahora, con ellos ausentes, la casa quedó en sus manos.

Por un tiempo, pensó en venderla. Le parecía demasiado grande para ella sola y, sobre todo, estaba llena de recuerdos que no sabía si podía enfrentar. Así que la dejó cerrada casi un año, sin atreverse a entrar. Solo enviaba a alguien a limpiarla de vez en cuando, asegurándose de que el polvo y el tiempo no la reclamaran por completo.

Pero, al final, la idea de desprenderse de lo último que le quedaba de sus padres le resultó insoportable. Así que se obligó a mudarse.

No era fácil. Perder a sus padres le había dolido como nada en el mundo, pero con el tiempo, había aprendido a sobrellevarlo. Ya no era un dolor punzante e insoportable, sino un peso silencioso en su pecho, uno que probablemente la acompañaría siempre.

Suspiró, tratando de enfocarse en lo que tenía enfrente. Ajustó la caja entre sus brazos y se preparó para entrar cuando una voz masculina la sorprendió.

—¿Necesitas ayuda con eso?

Elena dio un respingo, girándose bruscamente.

Un voz gruesa la había sorprendido.

Su vecino.

Damián, el cual se quedó inmóvil por unos segundos.

Frente a él estaba una mujer increíblemente hermosa. Su cabello castaño ondeado enmarcaba un rostro de facciones suaves y delicadas. Sus ojos marrones tenían un brillo profundo, atrapante, y su nariz pequeña, casi de botón, le daba un aire inocente que contrastaba con sus labios tentadoramente besables.

Pero no solo era su rostro lo que llamaba la atención. Su cuerpo era delgado, con suaves y ligeras curvas que le daban una elegancia sutil. Pequeña y delicada, pero con una presencia que de inmediato lo atrapaba.

No la había visto antes, y si lo hubiera hecho, lo recordaría.

Sintió el impulso inmediato de invitarla a salir, aunque supo de inmediato que no era el momento. No después de lo que acababa de notar en su mirada.

Elena bajó la mirada, sintiéndose incómoda con la repentina atención.

—Oh… no, gracias —murmuró, aferrándose a la caja.

—¿Seguro? —insistió él con un tono suave—. No me cuesta nada ayudarte.

Elena titubeó. No era de confiar fácilmente en desconocidos, y menos en hombres que parecían sacados de una revista de modelos. Pero la caja pesaba más de lo que esperaba y sus brazos ya comenzaban a doler.

Damián notó su indecisión y levantó las manos en un gesto tranquilo.

—Prometo que no es un truco para invadir tu casa ni nada raro —bromeó con una sonrisa amigable—. Solo quiero ayudar.

Elena dudó un momento más antes de asentir levemente.

—Está bien… gracias.

Damián tomó la caja con facilidad, como si no pesara nada, y la llevó adentro sin esfuerzo. La dejó junto a las demás y se giró hacia ella con una expresión relajada.

—Damián. Vivo al lado.

—Elena —respondió ella en voz baja.

—Bienvenida al vecindario, Elena.

—Gracias —dijo ella, sin saber muy bien qué más agregar.

Damián la observó por un instante antes de sonreír levemente.

—Conocía a los antiguos propietarios.

Elena sintió un leve nudo en la garganta, pero esta vez decidió aclararlo de inmediato.

—Eran mis padres.

Damián asintió con seriedad, notando la emoción en su voz.

—Eran muy amables. Siempre me saludaban cuando coincidíamos en el pasillo. A veces hablaban conmigo sobre la universidad. Eran buenas personas.

Elena bajó la mirada, sintiendo una punzada en el pecho.

—Lo eran —murmuró con voz más baja de lo que pretendía.

Damián sostuvo su mirada por un instante, como si quisiera decir algo más, pero al final solo asintió.

—Lamento lo que pasó.

Elena le dedicó una pequeña sonrisa de cortesía, sin saber qué más decir.

—Bueno, si necesitas algo, solo toca mi puerta —agregó él antes de girarse hacia la salida.

Fue en ese momento cuando Elena notó su aroma.

Era varonil, amaderado que se impregnó sutilmente en el ambiente. Un aroma que no era invasivo, pero que de alguna manera le resultó atractivo.

Damián le dedicó una última sonrisa antes de desaparecer por la puerta.

Tal vez no era el momento de invitarla a salir, aunque ganas no le faltaban.

Tal vez no era el momento de invitarla a salir, aunque ganas no le faltaban.

Esa mujer hermosa lo había atrapado, y lo peor era que ni siquiera había hecho nada. Solo estaba ahí, con su mirada tímida y su voz suave, con su aroma floral y su presencia que llenaba el espacio sin esfuerzo.

Él estaba acostumbrado a coquetear, a jugar con las palabras y la seducción como si fueran parte de su naturaleza. Pero con ella… con Elena, algo era diferente.

No era solo su belleza. Era el misterio en sus ojos, la manera en que parecía fuerte y frágil al mismo tiempo.

Damián pasó la lengua por su labio inferior, sintiendo un ligero cosquilleo de frustración.

Definitivamente, tendría que tomarse su tiempo con ella.

Pero una cosa tenía clara.

Quería que sea suya.

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