En medio del caos, Luna Enver y Zoran dejan de luchar y desaparecen con Gil. En ese instante, un sonido bajo y grueso emerge de las profundidades de la tierra. Todos se llevan las manos a la cabeza, gritando de dolor. Son los Desuellamentes, que están controlando sus mentes. Emergen de un agujero en el suelo, en compañía del Drider, y comienzan a devorar el cerebro de todos los que encuentran. Incluso el dios Anuxis y los otros Arcontes se retuercen de dolor.Con un grito unísono, todos se llevan las manos a la cabeza, sus caras retorcidas en muecas de dolor insoportable. Son los Desuellamentes, criaturas abominables que tienen el poder de invadir y controlar las mentes de sus víctimas. Emergen de un agujero en el suelo, una abertura oscura y amenazante que parece ser la puerta misma al inframundo.El Drider, una entidad igualmente aterradora, les acompaña. Su apariencia es una mezcla grotesca de araña y humanoide, con un cuerpo cubierto de pelos oscuros y patas largas y afiladas que
En ese instante, una nueva camada de demonios emerge del agujero en la tierra. Son criaturas horrendas, sus cuerpos retorcidos y deformes son un testimonio de su naturaleza maligna. Sin embargo, antes de que puedan unirse a la lucha, un poderoso aullido resuena en la lejanía.Es Aren, que se ha transformado en Oto, respondiendo al llamado. Su aullido es un grito de desafío, un anuncio de su llegada. La batalla está lejos de terminar, pero con la llegada de Aren, hay una nueva esperanza en el horizonte.Simultáneamente, todos los hombres lobo se transforman en sus formas lupinas, sus cuerpos se retuercen y cambian, adoptando la forma de bestias poderosas y temibles. Responden al aullido de Lúa, la Luna de la manada, los Arcanos Mayores. Su llamado es un eco en el viento, una convocatoria a la batalla que no puede ser ignorada.Junto a ella aparece una pareja de lobos, Aoron y Eta. Se conectan con los hombres lobo, buscando una pareja compatible en medio de la manada. Juntos, lanzan un
Oto mira a el Arconte Mayor, luego se acerca convertido en su humano Aren y le da un fuerte abrazo. Al separarse le dice.—Lo siento Arconte Mayor, quiero vivir mi vida. Puedo aceptar que de vez en cuando entres en mí, pero no es justo para nosotros depender de tu voluntad. Espero que me comprendas, siempre serás mi Arconte, pero deja que viva mi vida con la mujer lobo Gil, y tú con la Arconte. Así no tendremos que estar disputándonos su amor. Las palabras de Oto golpean al Arconte Mayor como un golpe físico. Su lobo, su compañero, su otra mitad, estaba pidiendo espacio, buscando su propia identidad. El Arconte Mayor siente un nudo en la garaganta, una mezcla de sorpresa, tristeza y, paradójicamente, un toque de orgullo.La sorpresa viene de lo inesperado del pedido. Aunque sabía que este día podría llegar, no estaba preparado para enfrentarlo. La tristeza surge de la perspectiva de perder la intimidad que compartían, esa conexión profunda y constante que los había unido durante tan
La tristeza de los Arcontes es un gran enemigo de ellos. Cuando un arconte entristece, pierde la voluntad de vivir, su luminosidad de a poco se pierde y si nos son rescatados a tiempo desaparecen como un suspiroEn el vasto universo de la fantasía, existen entidades de luz y sabiduría conocidas como Arcontes. Son seres etéreos, cuya existencia se basa en la armonía, la alegría y la luz. Su presencia ilumina los rincones más oscuros del cosmos, y su sabiduría guía a las criaturas más jóvenes y menos desarrolladas en su camino hacia la evolución. Pero existe un enemigo que amenaza su existencia, un enemigo contra el cual no pueden luchar con armas ni magia: la tristeza.La tristeza de los Arcontes es una fuerza oscura y siniestra, una entidad que se alimenta de su luz y alegría. Cuando un Arconte cae en la tristeza, su luminosidad comienza a desvanecerse. Su brillo, que una vez fue tan brillante como las estrellas más luminosas, comienza a atenuarse hasta convertirse en un pálido respla
Todos se miran entre ellos ante la pregunta del alfa Aoron, que los observa con orgullo y al mismo tiempo con tristeza al escuchar a sus dos hijos desear quedarse en la tierra y no subir al mundo celestial con ellos. —Sí, papá, estamos seguros. Yo tampoco quiero dejar de ser lobo —dice Enril y se introduce en el hombre lobo Gael que lo recibe feliz al igual que la mujer loba de Leía a ella— nos quedaremos como hasta ahora, en la manada. —¿Están seguros que eso es lo que quieren? — pregunta de nuevo el Arconte Mayor, su padre Aoron.—Sí — contestan los cuatro al mismo tiempo.—Muy bien, pero recuerden que ahora ya no están castigados, pueden salir de sus lobos y convertirse en humanos. Nosotros debemos volver para resolver todo. Pero regresaremos a vivir con ustedes, lo prometemos.—Papá, mamá —los llama Gil al ver la cara de tristeza de el Alfa Zoran y la Luna Enver— no estén tristes, cuando aprenda a ser bien una Arconte, prometo ir a visitarlos con Aren y quedarme un tiempo con u
La Diosa Luna, irradia una furia deslumbrante. Su hermoso rostro, usualmente sereno y tranquilo, ahora está arrugado por la ira. Sus ojos, dos esferas de luz plateada, brillan con una intensidad que hace que todo el palacio se ilumine con una luz fría y dura.—No madre, la mujer lobo Gil, tenía su propio Arconte —dice ella sin dejar de unirse a Jan.—¡Imposible! —exclama alterada la Diosa Luna. —No permití que se reprodujeran los Arcontes dentro de mis hijos en la tierra, tienes que estar equivocada.—Ella ya estaba dentro de la Arconte Enver cuando fue castigada —explica la Arconte Ailit—, y cuando permitiste que la mujer lobo saliera embarazada de tu hija, ella desarrolló su embarazo. Enver tuvo a su hija Arconte Mayor igual que el afa Zorán.El palacio celestial, normalmente un lugar de paz y serenidad, ahora se siente tenso y cargado de energía. Los demás presentes se apartan, temerosos de la ira de la Diosa Luna. El aire se llena con el sonido de su furia, un rugido sordo que hac
Aren, el hombre lobo, observaba a su pareja, Gil, la mujer loba, sin comprender del todo lo que ella intentaba comunicarle.—¿Por qué lo preguntas? —le preguntó directamente, prefiriendo no hacer conjeturas sobre sus intenciones. —¿Acaso no deseas seguir con los arcontes?—No es eso, aprecio a la Arconte Gil, nos parecemos en ciertos aspectos, pero… Pero…Gil, la mujer loba, respondió con vacilación. Ruborizada y con la cabeza gacha ante Aren, no se atrevía a expresar plenamente sus sentimientos.—¿Qué ocurre, mi Luna? —preguntó Aren, aún confundido.—¡No quiero que te enamores de ella! Es indiscutiblemente más hermosa que yo —logró finalmente confesar.Gil, la mujer loba, estaba llena de emociones encontradas. Su corazón latía con fuerza en su pecho, como un tambor que retumbaba en su cabeza, marcando el ritmo de sus pensamientos agitados. Sus palabras se habían quedado atascadas en su garganta, como si estuvieran atrapadas en una red de miedo e inseguridad.El rubor en sus mejillas
La quinta hija de la luna miró a Jan y sonrió condescendiente al darse cuenta que en verdad él no tenía ni idea de cómo eran los dioses. —Creo que el Arconte Mayor en estos momentos está muy ocupado con Gil. Hazme caso y pídele a tu papá que nos teletransporte. Si lo hacemos nosotros mismos, mi madre podría atraparnos —explicó Luana con urgencia.Antes de que pudieran hacer algo, una voz poderosa resonó en el aire.—¡¿Así que aquí están?! —rugió la voz.—¡Papá…! —exclamó Jan, y en un instante, una nube los envolvió, desvaneciéndose junto con ellos.—¡Maldición! —gritó la Diosa Luna, su voz llena de furia y frustración al ver que se le habían escapado de nuevo— ¡No permitiré que se burlen de mí! ¿Me escuchan? ¡No lo permitiré! ¡Haré que el Arconte Mayor te atrape, ya lo verás! —amenazó, su voz resonando en el vacío que habían dejado Jan y Luana. Con estas palabras, la Diosa Luna se materializó frente a los hombres lobos Aren y Gil, quienes estaban compartiendo un momento de felicida