Así, Sadrach consumió un antiguo mejunje mágico que le hizo caer en un profundo sueño, de manera que su alma se separó de su cuerpo con rumbo al Inframundo. Viajó por lóbregos túneles repletos de tinieblas asfixiantes, hasta aparecer en medio de un extraño paisaje desolado. Extensas mesetas de desierto gris se observaban hasta donde la vista era capaz de alcanzar. Sobre el cielo de color rojo, un sol ardiente bañaba con llamaradas de fuego que azotaban la piel con crueldad terrible.
Sadrach caminó por estos desolados parajes, hasta que surgieron manos cadavéricas de entre las arenas del desierto que le aferraron las piernas e intentaron tragárselo dentro de las abismales entrañas arenosas. Usó toda su magia para liberarse y remontó el vuelo sobre el suelo, observando como de entre las arenas surgían esperpentos flacos y huesudos, de pieles callosas y ca
No todo oro reluce, ni toda la gente errante anda perdida.JRR TolkienCuentan las antiguas crónicas, que existió un esplendoroso reino de los elfos, que los minoicos llamaron Hiperbórea.Hiperbórea era un mundo de ensueños, cuya belleza y gloria es difícil de describir. Según las Crónicas Élficas, Hiperbórea siempre tenía un cielo cálido y azul, a pesar de estar situada muy en el norte, casi en el límite mismo de la Tierra. Tenía jardines exuberantes de enorme hermosura, con flores de perfumes deliciosos. Sus fuentes de aguas cristalinas enmarcaban las bellas ciudades de piedra blanca y resplandeciente, en las cuales se ubicaba el Palacio Dorado, el lugar más estupendo y sublime sobre Midgard. En Hiperbórea eran desconocidos la muerte, el dolor, la enfermedad y la maldad.Una tierra habitada p
Algún tiempo después, y seguramente gracias a los tiernos cuidados de Lupercus, despertó la mujer elfa de su agónica convalecencia que, al mirar a Lupercus profirió un gritó y se mostró sumamente asustada, derramando diatribas en élfico que Lupercus no entendió.El guerrero intentó calmarla y por medio de lenguaje corporal le hizo entender lo que pasó. Entonces la elfa habló en atlante, la lengua común en Midgard.—Mi nombre es Gawen, hija del Rey Melanor, de Apolonia, uno de los Reinos Élficos en las Tierras Nevadas.—Yo soy Lupercus, el Guerrero Lobo.Calentados por una cálida fogata, comiendo carne de unos conejos a los que Lupercus dio caza recientemente, contaron sus mutuas historias.Gawen relató que los elfos apolones son una de las más poderosas naciones élficas de las Tierra
Tras caminar una distancia grande, Lupercus llega al territorio de los gigantes. Una gruta montañosa con forma de acantilado donde estos enormes seres se asentaron. Por entre pedregosos peñascos situados como un murallón artificial que enmarcaban una llanura de laja, observó al clan.Todos eran similares en aspecto a los humanos, aunque de diez metros de altura. Los hombres eran toscos, gordos, bruscos y con largas barbas y greñas. Las mujeres eran menos toscas y de cuerpos voluptuosos, pero igual de brutales. Incluso había niños de entre tres y cinco metros retozando y jugando.Lupercus no entendía una palabra de lo que los gigantes expresaban en su gutural lenguaje pero si comprendía sus relaciones sociales tan similares a las de los humanos. Se calentaban ante una fogata que hubiera consumido una casa humana completa y se alimentaban de unos tres mamuts que habían cazado y cocinado.
Lupercus había vivido ya tres años entre los elfos, y había concebido un bebé mestizo con Gawen. Aunque extrañaba en lo hondo de su corazón guerrero las batallas y las gestas heroicas, renunció a su antigua vida de bárbaro por una existencia hogareña y civilizada pues sus añoranzas no eran mayores que el profundo amor que sentía por Gawen.El Destino tenía planeado para Lupercus una vida muy distinta a la que él había escogido. Ergo el trágico resultado.Aconteció que los ejércitos faunos no habían olvidado la participación de Lupercus a favor de los gigantes durante su pasado ataque. Todavía albergaban deseo de venganza en sus corazones.Los faunos, que alguna vez fueran una raza pródiga y numerosa que gobernaba las Tierras Nevadas y los bosques vírgenes, habían sido gradualmente arrin
Mi mente se ve asolada por nuevas visiones. Alucinantes imágenes de un mundo pretérito denominado en aquella época como Midgard, cuando los continentes de la Tierra eran muy diferentes y las civilizaciones que nuestros científicos modernas consideran las más antiguas aún no existían. Era una sociedad salvaje y cruel, pero siempre había héroes que luchaban por la justicia y la bondad, entre los cuales se contaba mi encarnación de aquella recóndita era, la guerrera Medreth, quien se encontraba librando una gesta militar contra el temible y sangriento Imperio de Hsian.Medreth había cruzado las nevadas montañas de la Gran Cordillera que separaban las exóticas tierras de Mohenjo Daro de los reinos amarillos en el Oriente y llegó hasta las amuralladas tierras de Shang, una avanzada civilización de soberbias ciudades enchapadas en terracota constantemente asediada p
Para cuando los primeros rayos del alba aclararon el día, Medreth era perseguida por una horda de 500 jinetes hsianitas que le disparaban una lluvia intermitente de flechas. Por fortuna para ella la distancia evitaba que le atinaran aunque algunas pasaron preocupantemente cerca. Azuzó al caballo pero no parecía posible que aquél animal pudiera cabalgar más rápido.A los lejos los centinelas shangios divisaron a la heroína aproximándose siendo seguida por una inmensa marabunta de endemoniados enemigos y abrieron las enormes puertas de la amurallada ciudad. La visión esperanzadora de la verdosa capital alentó a Medreth quien, sin embargo, todavía estaba a media legua de distancia y los enardecidos hsianitas le pisaban los talones y ya casi podía sentir las flechas alcanzándola. Uno solo de los proyectiles que hiriera al caballo y sería su fin…Medreth logr
Tras un poco más de un mes de travesía llegaron a Etruria en cuyas bulliciosas callejuelas repletas de pregoneros comerciantes, clientes regateadores, soldados malencarados, pastores con sus ruidosos animales y niños correteando no llamaron demasiado la atención y se adentraron a una taberna repleta de ebrios y toscos sujetos atendidos por bellas posaderas.—¿Qué van a tomar? —preguntó una de las camareras, una joven rubia de sonrisa displicente y abundante busto. Los gnomos hablaron la lengua común con acento distintivo.—Tres cervezas, por favor —pidió Borkhus observándola con el mismo asco que sentía por todos los humanos en general. Mikar, en cambio, la contempló boquiabierto y con deseo.—¡No me digas que te gustan las humanas, Príncipe! —comentó Ghark con tono burlón.—&iques
Para Medreth no fue difícil encontrar a los enanos ya que, en el lapso de dos semanas que estuvieron en Etruria, se sumieron en tal cantidad de problemas y peleas que terminaron recluidos en la Prisión Central.El edificio que fungía como mazmorra era un lugar espantoso de un ambiente oprobioso. Sus pasillos serpenteaban lóbregamente iluminados pobremente por antorchas y su atmósfera era pestilente, calurosa y claustrofóbica. En una apestosa oficina se sentaba el celador, un repulsivo jorobado de cabeza calva y tuerto del ojo derecho, cuya boca tenía sólo unos cuantos vestigios de antiguas piezas dentales amarillentas.—Quiero ver a los enanos que arrestaron hace algunos días —declaró Medreth.—¡Bah! —clamó el jorobado y dejó de lado su botella de vino rancio levantándose y llevando a la guerrera hacia el pabellón cuyo