Tras un poco más de un mes de travesía llegaron a Etruria en cuyas bulliciosas callejuelas repletas de pregoneros comerciantes, clientes regateadores, soldados malencarados, pastores con sus ruidosos animales y niños correteando no llamaron demasiado la atención y se adentraron a una taberna repleta de ebrios y toscos sujetos atendidos por bellas posaderas.
—¿Qué van a tomar? —preguntó una de las camareras, una joven rubia de sonrisa displicente y abundante busto. Los gnomos hablaron la lengua común con acento distintivo.
—Tres cervezas, por favor —pidió Borkhus observándola con el mismo asco que sentía por todos los humanos en general. Mikar, en cambio, la contempló boquiabierto y con deseo.
—¡No me digas que te gustan las humanas, Príncipe! —comentó Ghark con tono burlón.
—&iques
Para Medreth no fue difícil encontrar a los enanos ya que, en el lapso de dos semanas que estuvieron en Etruria, se sumieron en tal cantidad de problemas y peleas que terminaron recluidos en la Prisión Central.El edificio que fungía como mazmorra era un lugar espantoso de un ambiente oprobioso. Sus pasillos serpenteaban lóbregamente iluminados pobremente por antorchas y su atmósfera era pestilente, calurosa y claustrofóbica. En una apestosa oficina se sentaba el celador, un repulsivo jorobado de cabeza calva y tuerto del ojo derecho, cuya boca tenía sólo unos cuantos vestigios de antiguas piezas dentales amarillentas.—Quiero ver a los enanos que arrestaron hace algunos días —declaró Medreth.—¡Bah! —clamó el jorobado y dejó de lado su botella de vino rancio levantándose y llevando a la guerrera hacia el pabellón cuyo
LA REINA DE LOS PIRATASHubo una ocasión en que Lupercus, el Guerrero Lobo, viajó hasta la ciudad-estado de Gharidia, uno de los asentamientos localizados en el sur del Gran Lago. El asentamiento era una ciudad costera totalmente dedicada al comercio que producían sus muelles, por lo que hervía en bares y burdeles donde centenas de marineros sedientos y lujuriosos ansiaban saciar sus necesidades reprimidas por los prolongados periodos en alta mar.En estas épocas, Lupercus era bastante joven y todavía caminaba acompañado de su fiel lobo Colmillo.—¡Señor! ¡Mi señor! —dijo una voz femenina cuando el día languidecía y comenzaban a dibujarse los dorados celajes en el firmamento, y las gaviotas empezaban a reducir su constante bullicio.Ante Lupercus llegó una joven ataviada con los ropajes de una prostituta
Lupercus y Shandra Khar fueron llevados hasta una larga fila de prisioneros que eran asesinados con cuchillos por los turanios en un despeñadero muy empinado y luego lanzados al precipicio en muchos casos aún vivos.—Antes de morir me llevaré conmigo a algunos de éstos cerdos —anunció Lupercus.—¿Que vas a hacer? —preguntó el general medo.La jugada de Lupercus era tremendamente riesgosa, pero no tenía nada que perder. Contempló al arquero turanio cercano, así que en una movida sorpresiva se lanzó contra los dos soldados enemigos que tenía cerca usando el madero como arma para golpearlos. No les dio tiempo de sacar su espada, sino que los noqueó rápidamente. El arquero disparó sus flechas de inmediato, pero Lupercus con gran velocidad movió el madero para que una de las flechas cayera sobre las cuerdas. Otra le
—Miren nada más —dijo una voz femenina adentrándose al camarote del capitán donde estaba Lupercus encadenado con los brazos atados al techo. Después de la tremenda derrota sufrida, sólo él y un puñado de hombres sobrevivieron. Aunque mostraba las heridas y el cansancio de una fiera contienda, ignoraba el dolor. —¡El legendario Guerrero Lobo! ¡Ahora derrotado! Pero si es sólo un bastardo, hijo de una esclava.La mujer que hablaba era de unos treinta años, de piel negra, aunque sus rasgos denotaban sangre blanca en sus antepasados recientes. Utilizaba los gruesos rizos de su cabello cayendo sobre sus hombros y espalda, así como un pañuelo rojo que le cubría la parte superior de la cabeza y bajaba hasta la nuca. Utilizaba gruesas argollas en las orejas, muchos collares multicolores, pulseras y anillos. Vestía una blusa blanca, sin mangas, un pantal
Lupercus, Kara y la decena de piratas restantes, continuaron su tránsito por la espesura de las junglas isleñas hasta llegar a empinadas montañas caminando por angostos senderos de piedra incrustados en los farallones montañosos y bordeando así un acantilado mortal.Justo entonces escucharon los chillidos espantosos de criaturas execrables que revolotearon sorpresivamente desde la cúspide de las montañas. Se trataba de horripilantes arpías con alas de murciélago y cuerpo antropoide de color verdoso. Su rostro antropoide tenía largos colmillos y orejas filosas, así como carecía de cabellos. Las monstruosas gárgolas eran unas cinco y se lanzaron contra los piratas matando a varios con sus afiladas garras y precipitándolos a una muerte segura al caer del acantilado.Nuevamente, Lupercus y Kara fueron los mejores en defenderse dada su experticia. Lupercus decapit&o
Un grupo de soldados cabalgaban a toda velocidad por las candentes arenas del desierto, provenientes de la ciudad de Kadash, uno de los más importantes reinos orientales. Se detuvieron frente a unas viejas catacumbas ruinosas abandonadas hacía siglos y bajaron de sus corceles.—Aquí están, Majestad —adujo un viejo soldado de barba gris. El Rey de Kadash, Nimrod, un sujeto robusto y barbudo de aspecto enérgico y prepotente, desenvainó su espada.Los soldados removieron los viejos y derruidos portones erosionados de las catacumbas y penetraron iluminados con antorchas en las lóbregas entrañas del mórbido lugar.En su interior, se le erizaron los cabellos de la nuca a Nimrod cuando percibió el frívolo y fétido aliento de una criatura execrable e infernal que los contempló de entre las sombras... una de varias.Las criaturas se lanzar
Pero Medreth fue rápidamente detenida por un tropel de piratas que la golpearon hasta dejarla inconsciente.—Tu legendaria fama es bien merecida, Medreth, como lo corroboré hoy —le dijo Kara.—¿Quién dice que soy Medreth?—¡Por favor! ¿Crees que esos ropajes atlánticos me engañan? Tus rasgos son claramente wilusianos, además registramos tu cuerpo y encontramos la marca que los turanios ponen a las mujeres esclavas. La coincidencia es demasiada.—De acuerdo. Tú debes ser la capitana Kara en todo caso. Una reconocida prostituta, bandida y cobarde...—Cuida tu lengua, escoria wilusiana —amenazó la pirata ofendida por sus insultos, y apretó el mentón de Medreth con su mano morena. —Puedes perderla, entre otras muchas cosas... puedo ser una prostituta y una bandida, pero no soy coba
—¡Arrodíllense! —ordenó uno de los vampiros verdosos de rasgos bestiales golpeando a las dos mercenarias esposadas para que cayeran sobre sus rodillas. —Se encuentran en presencia del Rey Khain y la Reina Lilith, el Señor y la Señora de los Vampiros.Ambas habían ingresado a la mística ciudad de Enosh, una urbanización tan arcana que parecía haber sido tallada cuando Midgard estaba recién formado. Se trataba de una estructura pedregosa, groseramente esculpida en la piedra, hoyando unos farallones escarpados en el corazón del desierto, pero que mostraba gran sagacidad e ingenio en sus ángulos y estructuras de primigenia arquitectura. En el centro de la ciudad se ubicaba un primitivo palacio franqueado por dos obeliscos, cada uno con una estatua labrada en roca caliza a sus pies; la estatua de Khain y Lilith.Dentro del palacio y en un extenso saló