Lupercus despertó al día siguiente, en la mañana, sobre las desiertas arenas costeras al sur del Gran Lago, que colindaban con la insondable Gran Jungla de Kush, unas tierras inescrutables habitadas por fieros nativos de piel negra, algunos de ellos caníbales, así como toda clase de bestias feroces.
Tras proporcionarse algo de alimento y agua mediante cocos y frutas y hacerse una choza, esperó…
Los días pasaron y después de semanas de ver el horizonte azul sin que pasara ningún barco, se percató de que no sería rescatado pronto en esa tan escasamente transitada ruta marítima. Decidió internarse en la selva donde, con suerte, podría encontrar una tribu amistosa o, al menos, una muerte más rápida.
Caminó y caminó durante mucho tiempo, recorriendo las extensas inmediaciones selváticas sin ver a otro ser humano
La amenaza de los ogros proseguía y Lupercus sentía curiosidad por la naturaleza del diabólico hechicero que habitaba la torre gris más allá del lago, que en las noches de luna llena producía fantasmagóricos resplandores desde lejos que aterraban a los supersticiosos kushitas.Gracias al comando de Lupercus y sus enseñanzas civilizadoras los kushitas habían ganado terreno frente a los ogros, lo que enfureció al malévolo hechicero.En una de las contiendas más sangrientas libradas en las costas del lago, donde muchos ogros y humanos perecieron, Lupercus contempló por primera vez al líder enemigo que por primera vez llegaba al campo de batalla, un individuo espantoso vestido con una túnica negra, con rasgos humanos pero con ojos y colmillos de demonio, orejas puntiagudas y cuernos de carnero.—Me llamo Kardos —declaró—
En Midgard existió un torneo legendario que se realizaba cada cien años en la ciudad de Hallstatt y se llamaba el Torneo de los Doce. Se convocaba a los doce guerreros más poderosos y temidos de todos los rincones de Midgard para una pelea a muerte, y el sobreviviente sería galardonado como el más feroz de todos, acreedor de un tesoro incalculable, así como de cien esclavos, cien concubinas y cien cabezas de ganado. Pero, aunque la fortuna material era en sí misma apreciable, el mayor valor de ganar la contienda era la reputación; quien ganara el Torneo de los Doce era considerado el hombre o la mujer más fuerte y poderoso de Midgard, sería temido en cada rincón del planeta y cualquier puesto que ambicionara; comandante general de cualquier ejército, ministro, rey, etc., sería fácil de conseguir. Sólo podía participarse del Torneo si se era invitado por el Concejo de Sabios de Hallstatt quienes ejercían como jueces de la competencia y sólo se invitaba a aquellos guerre
Medreth pronto supo como era que los hallstatios lograban solventar los gastos del encuentro, pues gente de todo lo largo y ancho de Midgard viajaban a presenciar la competencia. El costo de la entrada era oneroso y sólo los ricos eran capaces de costearlo, por lo que muchos de los espectadores eran reyes, altos ministros y militares de alto rango. En la entrada de la boletería había un letrero escrito en varias lenguas que advertía “No nos hacemos responsables por flechas o lanzas perdidas durante la contienda ni por ninguna herida que puedan sufrir los espectadores producto de las batallas acontecidas en el Coliseo de la Muerte”.Durante la noche se realizó un banquete en el palacio real con los doce guerreros. La fiesta era importante pues, era claro que muchos de ellos morirían al día siguiente y que probablemente sólo uno sobreviviría la totalidad del campeonato.En el sal&oacut
Una hora después aconteció el encuentro entre Grodh y Gilwen. Mientras que el cerdo turanio sólo tuvo el apoyo de sus diez seguidores y unos pocos turanios presentes en el Coliseo, la elfa recibió una calurosa ovación de aplausos.Gilwen saludó a Grodh con una leve reverencia propia de los elfos y Grodh simplemente escupió el suelo diciendo:—¡Vas a morir, perra!El combate se suscitó muy pronto, pero Grodh era obeso y pesado y su espada difícilmente podía siquiera aproximarse a Gilwen quien la esquivaba con una velocidad sobrehumana. La mujer se alejó un poco y extrajo algunas flechas de su funda y las colocó sobre su arco. Su puntería era más que excelente, especialmente por su visión de águila heredada de su sangre élfica, pero las flechas eran retenidas por el grueso escudo del turanio, quien aún as&iacut
Una hora después ocurrió el combate entre Medreth y el centauro Ekiros.La Hija del Dragón recibió un fuerte aplauso y una acalorada bienvenida del público. El centauro tuvo respaldo sólo de los otros centauros.La lucha empezó casi de inmediato ambos utilizando sus espadas, si bien el centauro tenía un arco con flechas reposando en sus espaldas. Para cualquiera era tarea difícil combatir a un centauro por su tamaño y peso, pero Medreth no era una rival ordinaria y fue capaz de contrarrestar adecuadamente los embates del híbrido.Éste optó por alejarse cabalgando de la wilusiana y cuando estuvo algo alejado preparó su arco y sus flechas y bombardeó a Medreth con ellas.Medreth se cubrió con su escudo pero las flechas de Ekiros no eran comunes; eran grandes y gruesas como lanzas, así que una de ellas hirió su
La noche llegó y cada combatiente afrontó de forma diferente el descanso de la dura faena del día. Aunque todos recibieron atención médica de los mejores expertos de Midgard traídos con ese propósito a Hallstatt, sus actividades nocturnas variaron mucho.Shing-Lao, la Tigresa de los Bosques de Bambú, meditaba apaciblemente en su habitación sentada en posición de loto y con abundante incienso frente a la imagen de sus dioses orientales. Aún cuando parecía concentrada en su meditación, la katana que yacía en la funda en su espalda estaba más que preparada para resurgir contra cualquier enemigo...Valkor el Búfalo ya tenía sus heridas vendadas y presentaba cierta dificultad para caminar, pero se emborrachaba alegremente con su familia y amigos, así como con muchos admiradores que llegaron a felicitarlo. Los enanos que acompañaban
Todo el día siguiente lo pasaron en medio de la cotidianeidad. Hasta los turanios parecían cansados del bullicio y el exceso. Se realizaron ritos fúnebres para todos los guerreros caídos el día anterior, cuyos cuerpos serían enviados a sus familias al final del Torneo —para así enviar los once cuerpos de los perdedores juntos.Lupercus despertó sólo, pues Ofidia había partido antes del amanecer y se dedicó a entrenar. Medreth y Shing-Lao continuaron cultivando su amistad, y Valkor compartió con su familia lo que quizás fueran sus últimos momentos.Al amanecer del siguiente día se dio nuevamente la rifa de combates con el siguiente resultado anunciado por el Rey:—Valkor y Grodh, Lupercus y Ofidia, Medreth y Shing-Lao...Esas fueron las irónicas condiciones de los nuevos enfrentamientos; Medreth debía li
La noche pasó sin fiestas ni bullicios. Medreth se recuperaba en su cama con las atenciones de los médicos hallstatios y los cuidados mágicos de Sadrach. Lupercus practicaba con su espada en los jardines y los turanios proseguían con sus prácticas licenciosas.Lupercus decidió descansar de la práctica y se fue a dormir, aunque algo lo interrumpiría camino a su habitación.Su olfato era prácticamente lobuno y cuando el hedor de un turanio le llegó a su nariz, algo le hizo sospechar...—Turanios... —se dijo— por aquí... Pero sus habitaciones están lejos. La única habitación cercana es... ¡Dioses! —Lupercus corrió hacia los aposentos de Medreth que estaban cerca.Se asomó por la ventana y observó tres figuras encapuchadas que se introducían furtivamente en la lóbrega