Lupercus, Kara y la decena de piratas restantes, continuaron su tránsito por la espesura de las junglas isleñas hasta llegar a empinadas montañas caminando por angostos senderos de piedra incrustados en los farallones montañosos y bordeando así un acantilado mortal.
Justo entonces escucharon los chillidos espantosos de criaturas execrables que revolotearon sorpresivamente desde la cúspide de las montañas. Se trataba de horripilantes arpías con alas de murciélago y cuerpo antropoide de color verdoso. Su rostro antropoide tenía largos colmillos y orejas filosas, así como carecía de cabellos. Las monstruosas gárgolas eran unas cinco y se lanzaron contra los piratas matando a varios con sus afiladas garras y precipitándolos a una muerte segura al caer del acantilado.
Nuevamente, Lupercus y Kara fueron los mejores en defenderse dada su experticia. Lupercus decapit&o
Un grupo de soldados cabalgaban a toda velocidad por las candentes arenas del desierto, provenientes de la ciudad de Kadash, uno de los más importantes reinos orientales. Se detuvieron frente a unas viejas catacumbas ruinosas abandonadas hacía siglos y bajaron de sus corceles.—Aquí están, Majestad —adujo un viejo soldado de barba gris. El Rey de Kadash, Nimrod, un sujeto robusto y barbudo de aspecto enérgico y prepotente, desenvainó su espada.Los soldados removieron los viejos y derruidos portones erosionados de las catacumbas y penetraron iluminados con antorchas en las lóbregas entrañas del mórbido lugar.En su interior, se le erizaron los cabellos de la nuca a Nimrod cuando percibió el frívolo y fétido aliento de una criatura execrable e infernal que los contempló de entre las sombras... una de varias.Las criaturas se lanzar
Pero Medreth fue rápidamente detenida por un tropel de piratas que la golpearon hasta dejarla inconsciente.—Tu legendaria fama es bien merecida, Medreth, como lo corroboré hoy —le dijo Kara.—¿Quién dice que soy Medreth?—¡Por favor! ¿Crees que esos ropajes atlánticos me engañan? Tus rasgos son claramente wilusianos, además registramos tu cuerpo y encontramos la marca que los turanios ponen a las mujeres esclavas. La coincidencia es demasiada.—De acuerdo. Tú debes ser la capitana Kara en todo caso. Una reconocida prostituta, bandida y cobarde...—Cuida tu lengua, escoria wilusiana —amenazó la pirata ofendida por sus insultos, y apretó el mentón de Medreth con su mano morena. —Puedes perderla, entre otras muchas cosas... puedo ser una prostituta y una bandida, pero no soy coba
—¡Arrodíllense! —ordenó uno de los vampiros verdosos de rasgos bestiales golpeando a las dos mercenarias esposadas para que cayeran sobre sus rodillas. —Se encuentran en presencia del Rey Khain y la Reina Lilith, el Señor y la Señora de los Vampiros.Ambas habían ingresado a la mística ciudad de Enosh, una urbanización tan arcana que parecía haber sido tallada cuando Midgard estaba recién formado. Se trataba de una estructura pedregosa, groseramente esculpida en la piedra, hoyando unos farallones escarpados en el corazón del desierto, pero que mostraba gran sagacidad e ingenio en sus ángulos y estructuras de primigenia arquitectura. En el centro de la ciudad se ubicaba un primitivo palacio franqueado por dos obeliscos, cada uno con una estatua labrada en roca caliza a sus pies; la estatua de Khain y Lilith.Dentro del palacio y en un extenso saló
Hubo una época en que una gloriosa civilización rigió el mundo, en aquel entonces llamado Midgard, y que extendió sus fronteras por bastos continentes. Se le llamaba la Atlántida. La Atlántida era una enorme isla localizada en el Océano Occidental. Su capital se llamaba Poseidonia y había conformado el más grande imperio de la época extendiéndose por bastos territorios y con colonias en las tierras de Aztlán cuyos nativos tenían la piel roja y asegurando su dominio de una importante franja territorial al norte y este del Gran Lago hasta la gloriosa y enigmática tierra de Kemet. Las ciudades de la Atlántida (por mucho la más avanzada y desarrollada civilización de Midgard) eran gigantescas metrópolis de edificios ciclópeos y marmóreos, con bella arquitectura finamente diseñada. Sus templos, mausoleos y palacios podían quitar el aliento a cualquiera. Debido a la obsesión de los atlantes por las pirámides, los más majestuosos edificios estaban hechos en estructuras pirami
Lupercus despertó al día siguiente, en la mañana, sobre las desiertas arenas costeras al sur del Gran Lago, que colindaban con la insondable Gran Jungla de Kush, unas tierras inescrutables habitadas por fieros nativos de piel negra, algunos de ellos caníbales, así como toda clase de bestias feroces.Tras proporcionarse algo de alimento y agua mediante cocos y frutas y hacerse una choza, esperó…Los días pasaron y después de semanas de ver el horizonte azul sin que pasara ningún barco, se percató de que no sería rescatado pronto en esa tan escasamente transitada ruta marítima. Decidió internarse en la selva donde, con suerte, podría encontrar una tribu amistosa o, al menos, una muerte más rápida.Caminó y caminó durante mucho tiempo, recorriendo las extensas inmediaciones selváticas sin ver a otro ser humano
La amenaza de los ogros proseguía y Lupercus sentía curiosidad por la naturaleza del diabólico hechicero que habitaba la torre gris más allá del lago, que en las noches de luna llena producía fantasmagóricos resplandores desde lejos que aterraban a los supersticiosos kushitas.Gracias al comando de Lupercus y sus enseñanzas civilizadoras los kushitas habían ganado terreno frente a los ogros, lo que enfureció al malévolo hechicero.En una de las contiendas más sangrientas libradas en las costas del lago, donde muchos ogros y humanos perecieron, Lupercus contempló por primera vez al líder enemigo que por primera vez llegaba al campo de batalla, un individuo espantoso vestido con una túnica negra, con rasgos humanos pero con ojos y colmillos de demonio, orejas puntiagudas y cuernos de carnero.—Me llamo Kardos —declaró—
En Midgard existió un torneo legendario que se realizaba cada cien años en la ciudad de Hallstatt y se llamaba el Torneo de los Doce. Se convocaba a los doce guerreros más poderosos y temidos de todos los rincones de Midgard para una pelea a muerte, y el sobreviviente sería galardonado como el más feroz de todos, acreedor de un tesoro incalculable, así como de cien esclavos, cien concubinas y cien cabezas de ganado. Pero, aunque la fortuna material era en sí misma apreciable, el mayor valor de ganar la contienda era la reputación; quien ganara el Torneo de los Doce era considerado el hombre o la mujer más fuerte y poderoso de Midgard, sería temido en cada rincón del planeta y cualquier puesto que ambicionara; comandante general de cualquier ejército, ministro, rey, etc., sería fácil de conseguir. Sólo podía participarse del Torneo si se era invitado por el Concejo de Sabios de Hallstatt quienes ejercían como jueces de la competencia y sólo se invitaba a aquellos guerre
Medreth pronto supo como era que los hallstatios lograban solventar los gastos del encuentro, pues gente de todo lo largo y ancho de Midgard viajaban a presenciar la competencia. El costo de la entrada era oneroso y sólo los ricos eran capaces de costearlo, por lo que muchos de los espectadores eran reyes, altos ministros y militares de alto rango. En la entrada de la boletería había un letrero escrito en varias lenguas que advertía “No nos hacemos responsables por flechas o lanzas perdidas durante la contienda ni por ninguna herida que puedan sufrir los espectadores producto de las batallas acontecidas en el Coliseo de la Muerte”.Durante la noche se realizó un banquete en el palacio real con los doce guerreros. La fiesta era importante pues, era claro que muchos de ellos morirían al día siguiente y que probablemente sólo uno sobreviviría la totalidad del campeonato.En el sal&oacut