Tras caminar una distancia grande, Lupercus llega al territorio de los gigantes. Una gruta montañosa con forma de acantilado donde estos enormes seres se asentaron. Por entre pedregosos peñascos situados como un murallón artificial que enmarcaban una llanura de laja, observó al clan.
Todos eran similares en aspecto a los humanos, aunque de diez metros de altura. Los hombres eran toscos, gordos, bruscos y con largas barbas y greñas. Las mujeres eran menos toscas y de cuerpos voluptuosos, pero igual de brutales. Incluso había niños de entre tres y cinco metros retozando y jugando.
Lupercus no entendía una palabra de lo que los gigantes expresaban en su gutural lenguaje pero si comprendía sus relaciones sociales tan similares a las de los humanos. Se calentaban ante una fogata que hubiera consumido una casa humana completa y se alimentaban de unos tres mamuts que habían cazado y cocinado.
Lupercus había vivido ya tres años entre los elfos, y había concebido un bebé mestizo con Gawen. Aunque extrañaba en lo hondo de su corazón guerrero las batallas y las gestas heroicas, renunció a su antigua vida de bárbaro por una existencia hogareña y civilizada pues sus añoranzas no eran mayores que el profundo amor que sentía por Gawen.El Destino tenía planeado para Lupercus una vida muy distinta a la que él había escogido. Ergo el trágico resultado.Aconteció que los ejércitos faunos no habían olvidado la participación de Lupercus a favor de los gigantes durante su pasado ataque. Todavía albergaban deseo de venganza en sus corazones.Los faunos, que alguna vez fueran una raza pródiga y numerosa que gobernaba las Tierras Nevadas y los bosques vírgenes, habían sido gradualmente arrin
Mi mente se ve asolada por nuevas visiones. Alucinantes imágenes de un mundo pretérito denominado en aquella época como Midgard, cuando los continentes de la Tierra eran muy diferentes y las civilizaciones que nuestros científicos modernas consideran las más antiguas aún no existían. Era una sociedad salvaje y cruel, pero siempre había héroes que luchaban por la justicia y la bondad, entre los cuales se contaba mi encarnación de aquella recóndita era, la guerrera Medreth, quien se encontraba librando una gesta militar contra el temible y sangriento Imperio de Hsian.Medreth había cruzado las nevadas montañas de la Gran Cordillera que separaban las exóticas tierras de Mohenjo Daro de los reinos amarillos en el Oriente y llegó hasta las amuralladas tierras de Shang, una avanzada civilización de soberbias ciudades enchapadas en terracota constantemente asediada p
Para cuando los primeros rayos del alba aclararon el día, Medreth era perseguida por una horda de 500 jinetes hsianitas que le disparaban una lluvia intermitente de flechas. Por fortuna para ella la distancia evitaba que le atinaran aunque algunas pasaron preocupantemente cerca. Azuzó al caballo pero no parecía posible que aquél animal pudiera cabalgar más rápido.A los lejos los centinelas shangios divisaron a la heroína aproximándose siendo seguida por una inmensa marabunta de endemoniados enemigos y abrieron las enormes puertas de la amurallada ciudad. La visión esperanzadora de la verdosa capital alentó a Medreth quien, sin embargo, todavía estaba a media legua de distancia y los enardecidos hsianitas le pisaban los talones y ya casi podía sentir las flechas alcanzándola. Uno solo de los proyectiles que hiriera al caballo y sería su fin…Medreth logr
Tras un poco más de un mes de travesía llegaron a Etruria en cuyas bulliciosas callejuelas repletas de pregoneros comerciantes, clientes regateadores, soldados malencarados, pastores con sus ruidosos animales y niños correteando no llamaron demasiado la atención y se adentraron a una taberna repleta de ebrios y toscos sujetos atendidos por bellas posaderas.—¿Qué van a tomar? —preguntó una de las camareras, una joven rubia de sonrisa displicente y abundante busto. Los gnomos hablaron la lengua común con acento distintivo.—Tres cervezas, por favor —pidió Borkhus observándola con el mismo asco que sentía por todos los humanos en general. Mikar, en cambio, la contempló boquiabierto y con deseo.—¡No me digas que te gustan las humanas, Príncipe! —comentó Ghark con tono burlón.—&iques
Para Medreth no fue difícil encontrar a los enanos ya que, en el lapso de dos semanas que estuvieron en Etruria, se sumieron en tal cantidad de problemas y peleas que terminaron recluidos en la Prisión Central.El edificio que fungía como mazmorra era un lugar espantoso de un ambiente oprobioso. Sus pasillos serpenteaban lóbregamente iluminados pobremente por antorchas y su atmósfera era pestilente, calurosa y claustrofóbica. En una apestosa oficina se sentaba el celador, un repulsivo jorobado de cabeza calva y tuerto del ojo derecho, cuya boca tenía sólo unos cuantos vestigios de antiguas piezas dentales amarillentas.—Quiero ver a los enanos que arrestaron hace algunos días —declaró Medreth.—¡Bah! —clamó el jorobado y dejó de lado su botella de vino rancio levantándose y llevando a la guerrera hacia el pabellón cuyo
LA REINA DE LOS PIRATASHubo una ocasión en que Lupercus, el Guerrero Lobo, viajó hasta la ciudad-estado de Gharidia, uno de los asentamientos localizados en el sur del Gran Lago. El asentamiento era una ciudad costera totalmente dedicada al comercio que producían sus muelles, por lo que hervía en bares y burdeles donde centenas de marineros sedientos y lujuriosos ansiaban saciar sus necesidades reprimidas por los prolongados periodos en alta mar.En estas épocas, Lupercus era bastante joven y todavía caminaba acompañado de su fiel lobo Colmillo.—¡Señor! ¡Mi señor! —dijo una voz femenina cuando el día languidecía y comenzaban a dibujarse los dorados celajes en el firmamento, y las gaviotas empezaban a reducir su constante bullicio.Ante Lupercus llegó una joven ataviada con los ropajes de una prostituta
Lupercus y Shandra Khar fueron llevados hasta una larga fila de prisioneros que eran asesinados con cuchillos por los turanios en un despeñadero muy empinado y luego lanzados al precipicio en muchos casos aún vivos.—Antes de morir me llevaré conmigo a algunos de éstos cerdos —anunció Lupercus.—¿Que vas a hacer? —preguntó el general medo.La jugada de Lupercus era tremendamente riesgosa, pero no tenía nada que perder. Contempló al arquero turanio cercano, así que en una movida sorpresiva se lanzó contra los dos soldados enemigos que tenía cerca usando el madero como arma para golpearlos. No les dio tiempo de sacar su espada, sino que los noqueó rápidamente. El arquero disparó sus flechas de inmediato, pero Lupercus con gran velocidad movió el madero para que una de las flechas cayera sobre las cuerdas. Otra le
—Miren nada más —dijo una voz femenina adentrándose al camarote del capitán donde estaba Lupercus encadenado con los brazos atados al techo. Después de la tremenda derrota sufrida, sólo él y un puñado de hombres sobrevivieron. Aunque mostraba las heridas y el cansancio de una fiera contienda, ignoraba el dolor. —¡El legendario Guerrero Lobo! ¡Ahora derrotado! Pero si es sólo un bastardo, hijo de una esclava.La mujer que hablaba era de unos treinta años, de piel negra, aunque sus rasgos denotaban sangre blanca en sus antepasados recientes. Utilizaba los gruesos rizos de su cabello cayendo sobre sus hombros y espalda, así como un pañuelo rojo que le cubría la parte superior de la cabeza y bajaba hasta la nuca. Utilizaba gruesas argollas en las orejas, muchos collares multicolores, pulseras y anillos. Vestía una blusa blanca, sin mangas, un pantal