MIKEL.
La vi, por supuesto que la vi tocarse sola hasta llegar al orgasmo y eso me impulsó a mi a terminar de una vez por todas con aquella mujer de la cual no recuerdo su nombre. — Vístete. — Dije separándome de ella. — Dijiste que íbamos a dormir juntos. — Ella se levanta de mi escritorio y comienza a acariciar mi pecho. — Cambie de opinión. — quito su mano de mi pecho de un manotón y con cara de asco. En mi subconsciente solamente estaba Mia con las mejillas sonrojadas, con su respiración entrecortada. Quería probarla, saborear cada centímetro de su piel pálida, dejar mis manos marcadas sobre un culo. Sobre todo por ese berrinche que me hizo en la entrada de la casa, quería castigarla, dejarla atada en mi cama mientras que disfruto de su coño. Salí de mis pensamientos cuando la puerta de mi oficina se cerró en un portazo. Suelto un bufido y comienzo a subirme los pantalones dispuesto a salir y buscar a Mia para que resolviera el problema dentro de mis pantalones. Y justo cuando iba en camino hacia la habitación del personal de limpieza la vi recostada sobre el mesón de la cocina viendo hacia el suelo. — Tu. — hablo y Mia levanta su mirada. Pude notar que estaba notablemente nerviosa. — Mi…kel. — Mi nombre sale entrecortado. — ¿Te gustó lo que viste? — La acorraló contra el mesón. — Yo… lo siento no fue mi intención invadir tu espacio personal. — Sus mejillas se sonrojaron de inmediato. — ¿Enserio lo sientes? — Me inclino hacia sus labios. — Porque ví como tu mano. — Tomó la misma mano con la que se tocó. — se dirigía hacia tu coño. — La colocó sobre su coño. — Y comenzaste a mover tus dedos. — Como un movimiento suave comienzo a estimularla. Mia suelta un suspiro largo, cierra sus ojos y siento como su cuerpo se relaja, pero no se iba a dejar vencer tan rápido. — No. — niega con su cabeza y lleva su otra mano a la mía para evitar que siguiera mi movimiento. — Hace un momento ví como tuviste un orgasmo, mientras que me cogía a otra. — Mi voz sonó más ronca de lo normal. — No fue mi intención. — Suelta un pequeño gemido. — Pero te quedaste, tú te tocaste mientras me veías. — Le recuerdo. — ¿También quieres que te coja? — rápidamente la giro y pego su pecho al mesón y dejando su culo pegado a mi entrepierna. — Así me tienes desde que te vi está mañana, por ti tuve que buscar a otra mujer para que me satisfaciera, y tu lo arruinaste, pero me diste un gran espectáculo. — Por favor suéltame. — la escucho hablar con dificultad. — Es mejor divertirnos ¿No crees? — Muevo sus caderas sobre mi miembro para que sintiera lo duro que estaba. — Puedes tener cada centímetro de mí, solo si me dices que sí. Mía soltó un gemido. — No. — gimoteo su respuesta. — No puedo. — Agrega tratando de soltarse de mi agarre. — No hay nada que te lo impida. — Si hay algo. — ¿Qué te lo impide? — Yo… yo… yo Un leve carraspeó se escucha dentro de la cocina. Lentamente levanto mi mirada y ahí está Gloria viéndonos con su típica cara de enojada. — ¿Qué creen que van a hacer dentro de mi cocina? — Ella se cruza de brazos. — Alivianate Gloria, Mia y yo solo nos estamos divirtiendo, prometo que limpiaremos cuando terminemos. — No, se que no lo harás, ahora vayan a una habitación y hagan sus porquerías en otro lugar. — Como órdenes Jefa. — Hago un saludo militar. Y Gloria se da la vuelta y sale de la cocina dejándome nuevamente solo con Mia. Me hago a un lado y Mía rápidamente se gira y pude verla muy sonrojada y su respiración estaba entrecortada, pero su expresión me decía algo completamente diferentes al placer. — Eres un idiota. — Se acerca de forma amenazadora. — Te dije que no me voy a acostar contigo. — Tus gemidos decían otra cosa. — La tomó de la cintura y la vuelvo a pegar a mi cuerpo. — ¡Suéltame! — Mía se suelta de mi agarre. — Jamás en tu vida vuelvas a tocarme, nunca voy a dejar que me cojas, no eres mi tipo, tu me privaste de mi libertad y te odio por eso. Sentí cómo mi sangre comenzaba a bullir, un calor intenso que subía desde mis entrañas hasta mis mejillas. Nunca nadie antes me había hablado de aquella forma, con tal desdén y desafío en la voz. Yo soy el jefe, el que toma las decisiones, el que impone el orden. En mi mundo, todos prefieren postrarse a mis pies antes que cometer una injuria en mi contra. Mi autoridad nunca ha sido cuestionada, mi poder nunca ha sido desafiado. Pero justo enfrente de mí, estaba ella, una mujer de 1.70 metros, mirándome a los ojos con una firmeza inquebrantable, hablándome como si yo fuera una simple persona, alguien a quien se le puede reprochar. Su postura, su tono, todo en ella irradiaba una seguridad y un desprecio que jamás había experimentado antes. Me hablaba sin temor, sin vacilación, como si mi estatus y mi poder no significaran nada. Pero yo no podía aceptar eso. Yo no podía permitir que alguien, cualquiera, se dirigiera a mí de esa manera. La rabia comenzaba a nublar mi juicio, pero en el fondo, había una chispa de admiración hacia su valentía, una valentía que pocos, o nadie, habían tenido ante mí. ¿Quién era esta mujer para desafiarme de tal forma? — Ve a tu habitación. — Digo alejándome de aquel cuerpo que tanto me ha atraído. Mía se aleja de mí y se va lentamente sin dejar de verme hasta desaparecer. Suelto un bufido, aquella mujer llevaba menos de 24 horas en mi casa y ya estaba causando estragos en mi. Definitivamente debo alejarme de ella lo más pronto posible, Mía solo será una simple sirvienta hasta que su padre me pague todo lo que me debe.MIASolo caí rendida cuando mi cabeza tocó la almohada, y justo cuando abrí mis ojos lo único que pude pensar fue en lo que sucedió anoche en la cocina. Aún podía sentir cómo Mikel se restregaba en mi trasero para que sintiera todo su poder. La tentación de aceptar su oferta me consumía; el placer era tan vívido y tan carnal que sentía que si le daba una oportunidad más, caería rendida sin remedio. Sin embargo, había algo que me lo impedía, una barrera invisible pero insuperable.Mis pensamientos volvieron a la escena una y otra vez. La cocina iluminada tenuemente por la luz de la cocina, sus manos firmes en mi cintura, su respiración agitada en mi oído. Cada detalle estaba grabado en mi mente con una claridad que me perturbaba. ¿Qué era lo que realmente me detenía? Tal vez era el miedo a lo desconocido, a lo que podría significar entregarme completamente a ese deseo. O quizá, había algo más profundo, algo que no estaba lista para enfrentar.Me levanté lentamente, tratando de sacudirm
MIKEL.— Hagamos una apuesta. — Hablo alejándome un poco de ella. El simple hecho de tenerla cerca, provocaba que mi pene se endureciera dentro de mis pantalones, y es que al verla con ese uniforme, y con esa falda corta… lo único que único que quería hacer era empotrarla y follármela hasta que me rouegue que pare.— No puedo hacer una apuesta contigo. — Dice Mia, ella se acomoda un mechón de cabello que caía a un lado de su rostro. — Dame una buena razón. — Tu… eres como el diablo. — Mia comienza a caminar a mi alrededor. — Eres maravillosamente hermoso, puedes seducir a cualquier persona de este mundo sin importar su sexualidad. Y gracias a eso harás que acepten tu propuesta. — Acarició el cuello de mi camisa. — Estoy segura de que habrá una letra menuda de la cual no mencionaras, y si acepto lo más probable es que me este condenando a ti. “Está chica definitivamente es una caja de sorpresas” — Cariño, conmigo no hay letras menudas.— Eso es lo que tú haces creer, pero te colo
MIA— ¿¡Porque hiciste eso!? — Exclamé completamente consternada por lo que acabo de escuchar. — No tuve otra opción. — Respondió mi padre sin verme al rostro. — Vendrá por ti dentro de una hora, necesito que tengas tus maletas preparadas. — ¡Papá, no puedes hacerme esto! — Las lágrimas bajan por mis mejillas como cascada. — ¡Mamá! La miro. Ella estaba hecha todo un mar de lágrimas, tanto que ni siquiera podía hablar, las palabras quedaban atoradas en su garganta y simplemente negaba con su cabeza. Mi padre tuvo la brillante idea de pedirle prestado a uno de los mafiosos más peligrosos de todo el país entero, y todo porque la ferretería, una pequeña empresa familiar se iba a la quiebra por su mala administración. Y no le bastó con asegurar que podía devolver el dinero en un mes, si no que me dio como una garantía. Ahora ha pasado un mes y aquel hombre está por entrar a la casa por mi. — No pienso irme con ese hombre. — Respondo con temple. — tengo 23 años y yo soy dueña de mis pr
MIKELDesde que Tony Johnson prometió pagarme todo el dinero que le preste en un solo mes, supe que de inmediato que me iba a causar problemas, así que investigue a toda su familia, y desde el momento en el que vi a su única hija, supe que podría usarla como carnada y el no dudo en aceptarlo. He de decir que es una chica hermosa, con su cabello azabache que cubre toda su espalda, sus ojos marrones que te miran con inocencia, y sobre todo su cuerpo esbelto y curvilíneo. Tengo que admitir que puedo tenerla como mi juguete personal. — Llévala al auto. — Le ordenó. — ¡No, suéltame, maldito orangután! — Exclamaba mientras que la sacaban de la casa de sus padres a rastras.Me giré para verlos y pude notar que estaban consternados, pero en cuestiones de negocios soy cruel y despiadado.— Puedes recuperar a tu hija, cuando me pagues todo el dinero que me debes. — Le hablo a Tony. — Si no me pagas ella sufrirá las consecuencias, yo no bromeo, yo cumplo con mis promesas. Y sin más nada que
MIA— Gloria, ella es Mía Johnson, es una invitada del señor Scopola. Una mujer de mediana edad se encontraba sentada detrás de un escritorio tecleando en su computador. Y al escuchar al hombre a mi lado levanta su mirada y me escanea de arriba a abajo. — ¿Cuál es tu talla? — pregunta ella levantándose de su asiento para acercarse a mí. — Tu cintura es pequeña, pero tienes caderas y muslos grandes, no creo que nuestro uniforme te quede acorde, si te agachas o te estiras mucho se te verá el trasero. — ¿De qué habla? — Pregunto confundida. — Si el señor Scopola te envió conmigo es porque vas a ser parte del personal de limpieza. — Responde ella, mientras rebusca en un estante y saca lo que estaba buscando. — Ten, pruebate esté uniforme. — No, no, no, no, yo no voy a ser parte del personal de limpieza. La mujer mira al grandullón a mi lado. — Escúchame bien niña, no eres la primera ni la última, toma esto. — la mujer coloca las cosas sobre mi pecho. — póntelo y comienza a trabajar