CAPITULO 4 SU CUERPO ME LLAMA

MIKEL.

La vi, por supuesto que la vi tocarse sola hasta llegar al orgasmo y eso me impulsó a mi a terminar de una vez por todas con aquella mujer de la cual no recuerdo su nombre.

— Vístete. — Dije separándome de ella.

— Dijiste que íbamos a dormir juntos. — Ella se levanta de mi escritorio y comienza a acariciar mi pecho.

— Cambie de opinión. — quito su mano de mi pecho de un manotón y con cara de asco. En mi subconsciente solamente estaba Mia con las mejillas sonrojadas, con su respiración entrecortada.

Quería probarla, saborear cada centímetro de su piel pálida, dejar mis manos marcadas sobre un culo. Sobre todo por ese berrinche que me hizo en la entrada de la casa, quería castigarla, dejarla atada en mi cama mientras que disfruto de su coño.

Salí de mis pensamientos cuando la puerta de mi oficina se cerró en un portazo. Suelto un bufido y comienzo a subirme los pantalones dispuesto a salir y buscar a Mia para que resolviera el problema dentro de mis pantalones. Y justo cuando iba en camino hacia la habitación del personal de limpieza la vi recostada sobre el mesón de la cocina viendo hacia el suelo.

— Tu. — hablo y Mia levanta su mirada. Pude notar que estaba notablemente nerviosa.

— Mi…kel. — Mi nombre sale entrecortado.

— ¿Te gustó lo que viste? — La acorraló contra el mesón.

— Yo… lo siento no fue mi intención invadir tu espacio personal. — Sus mejillas se sonrojaron de inmediato.

— ¿Enserio lo sientes? — Me inclino hacia sus labios. — Porque ví como tu mano. — Tomó la misma mano con la que se tocó. — se dirigía hacia tu coño. — La colocó sobre su coño. — Y comenzaste a mover tus dedos. — Como un movimiento suave comienzo a estimularla.

Mia suelta un suspiro largo, cierra sus ojos y siento como su cuerpo se relaja, pero no se iba a dejar vencer tan rápido.

— No. — niega con su cabeza y lleva su otra mano a la mía para evitar que siguiera mi movimiento.

— Hace un momento ví como tuviste un orgasmo, mientras que me cogía a otra. — Mi voz sonó más ronca de lo normal.

— No fue mi intención. — Suelta un pequeño gemido.

— Pero te quedaste, tú te tocaste mientras me veías. — Le recuerdo. — ¿También quieres que te coja? — rápidamente la giro y pego su pecho al mesón y dejando su culo pegado a mi entrepierna. — Así me tienes desde que te vi está mañana, por ti tuve que buscar a otra mujer para que me satisfaciera, y tu lo arruinaste, pero me diste un gran espectáculo.

— Por favor suéltame. — la escucho hablar con dificultad.

— Es mejor divertirnos ¿No crees? — Muevo sus caderas sobre mi miembro para que sintiera lo duro que estaba. — Puedes tener cada centímetro de mí, solo si me dices que sí.

Mía soltó un gemido.

— No. — gimoteo su respuesta. — No puedo. — Agrega tratando de soltarse de mi agarre.

— No hay nada que te lo impida.

— Si hay algo.

— ¿Qué te lo impide?

— Yo… yo… yo

Un leve carraspeó se escucha dentro de la cocina. Lentamente levanto mi mirada y ahí está Gloria viéndonos con su típica cara de enojada.

— ¿Qué creen que van a hacer dentro de mi cocina? — Ella se cruza de brazos.

— Alivianate Gloria, Mia y yo solo nos estamos divirtiendo, prometo que limpiaremos cuando terminemos.

— No, se que no lo harás, ahora vayan a una habitación y hagan sus porquerías en otro lugar.

— Como órdenes Jefa. — Hago un saludo militar. Y Gloria se da la vuelta y sale de la cocina dejándome nuevamente solo con Mia.

Me hago a un lado y Mía rápidamente se gira y pude verla muy sonrojada y su respiración estaba entrecortada, pero su expresión me decía algo completamente diferentes al placer.

— Eres un idiota. — Se acerca de forma amenazadora. — Te dije que no me voy a acostar contigo.

— Tus gemidos decían otra cosa. — La tomó de la cintura y la vuelvo a pegar a mi cuerpo.

— ¡Suéltame! — Mía se suelta de mi agarre. — Jamás en tu vida vuelvas a tocarme, nunca voy a dejar que me cojas, no eres mi tipo, tu me privaste de mi libertad y te odio por eso.

Sentí cómo mi sangre comenzaba a bullir, un calor intenso que subía desde mis entrañas hasta mis mejillas. Nunca nadie antes me había hablado de aquella forma, con tal desdén y desafío en la voz. Yo soy el jefe, el que toma las decisiones, el que impone el orden. En mi mundo, todos prefieren postrarse a mis pies antes que cometer una injuria en mi contra. Mi autoridad nunca ha sido cuestionada, mi poder nunca ha sido desafiado.

Pero justo enfrente de mí, estaba ella, una mujer de 1.70 metros, mirándome a los ojos con una firmeza inquebrantable, hablándome como si yo fuera una simple persona, alguien a quien se le puede reprochar. Su postura, su tono, todo en ella irradiaba una seguridad y un desprecio que jamás había experimentado antes. Me hablaba sin temor, sin vacilación, como si mi estatus y mi poder no significaran nada.

Pero yo no podía aceptar eso. Yo no podía permitir que alguien, cualquiera, se dirigiera a mí de esa manera. La rabia comenzaba a nublar mi juicio, pero en el fondo, había una chispa de admiración hacia su valentía, una valentía que pocos, o nadie, habían tenido ante mí. ¿Quién era esta mujer para desafiarme de tal forma?

— Ve a tu habitación. — Digo alejándome de aquel cuerpo que tanto me ha atraído.

Mía se aleja de mí y se va lentamente sin dejar de verme hasta desaparecer.

Suelto un bufido, aquella mujer llevaba menos de 24 horas en mi casa y ya estaba causando estragos en mi. Definitivamente debo alejarme de ella lo más pronto posible, Mía solo será una simple sirvienta hasta que su padre me pague todo lo que me debe.

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