Sofía Belmont colgó el teléfono, todavía en shock por la reacción de su madre. En lugar de la respuesta autoritaria y demandante que esperaba, solo recibió una carcajada burlona que la dejó desconcertada.— ¿Realmente está enferma de la cabeza? — se preguntó Sofía, sintiendo un nudo en el estómago. Esa risa fría y carente de emoción la había perturbado profundamente.El teléfono volvió a sonar y con miedo volvió a contestar, como una masoquista.— No te daré nada — dijo directamente.Luego, los siseos llenos de advertencia y odio de su madre la hicieron estremecerse.— Deja de actuar así y dame la contraseña de la caja fuerte. ¿Desde cuándo te has vuelto una niña impertinente?Sofía quiso responder, pero las palabras se atoraron en su garganta. En su lugar, solo pudo sollozar, lo que solo provocó otra carcajada despectiva de su madre.— Eres una cobarde, Sofía. Una completa cobarde.Apretando los puños con fuerza, la joven le colgó la llamada, incapaz de soportar más esa interacción. L
La joven se abrazó a sí misma, tratando de encontrar algo de consuelo. Debía confiar en que Jazmín y su gente podrían manejar la situación. Sin embargo, una parte de ella seguía temiendo por el futuro.Jazmín tomó un profundo suspiro y los dejó a ellos para comunicar a su gente al respecto. Luego se preparó, y se despidió de su bebé y de Jessica, quien se había mudado con ella después del accidente, para irse al hospital a ver a Leandro.Sus tardes se habían vuelto muy rutinarias y muy paranoica. Últimamente no paraba de sentirse perseguida, pese a salir con muchos hombres detrás de ella cuidándole la espalda. No recuerda en que momento su ida se convirtió en esto. No entiende por qué la vida le ha dado una oportunidad para volver a vivir, si no puede hacerlo en paz.Las horas pasaban, y Jazmín se encontraba sentada al lado del cuerpo dormido de su esposo en esa habitación deprimente. Acariciaba su mano fría, deseando que siquiera le dé una señal de que volverá.— Vamos, Leandro, debe
Jessica sintió que su corazón se aceleraba mientras miraba fijamente a Santiago. Después de todo lo que habían pasado juntos, no podía creer que finalmente había tomado la decisión de darle una oportunidad. Sus mejillas se sonrojaron y se sentía como una niña enamorada. Solo él tenía el poder de ponerla así.— Santiago — susurró Jessica, su voz temblando ligeramente —. Yo... yo… me gustas.Santiago le sonrió cálidamente y tomó su mano.— Jessica, eres lo más importante para mí. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.Jessica se ruborizó aún más y asintió tímidamente. Lentamente, se acercó a Santiago y lo besó de nuevo, sintiendo una oleada de emociones recorrerla. Cuando finalmente se separaron, Jessica se sentía como si estuviera flotando.— Debo irme ahora — dijo Jessica con pesar —. Pero prometo que volveré a verte pronto y de otra manera.Santiago asintió y le dio un último beso en la mejilla.— Te estaré esperando.Jessica se dio la vuelta y se alejó, su corazón todavía acelerad
Decidida a averiguar más, Ana siguió a la mujer a una distancia prudente. La vio entrar en un lujoso automóvil y alejarse por las calles, después de todo lo acontecido en el edificio. Esa mujer le parecía lo bastante familiar, pero definitivamente, la vida se había encargado de darles unos buenos golpes en la cara para estar irreconocible… literalmente.Rápidamente, la madre de Roberto se subió a su propio vehículo y comenzó a seguirla. Tenía que saber más sobre esta nueva amenaza que se cernía sobre los Belmont y disfrutaba de las miserias de ellos.Después de varios giros y avenidas, el automóvil de la mujer se detuvo frente a un imponente edificio. La mujer bajó del vehículo y entró al lugar.La madre de Roberto se estacionó a una distancia segura y observó el edificio. ¿Sería este el cuartel general de esa mujer? ¿Qué estaría tramando?Armándose de valor, la madre de Roberto salió de su auto y se acercó al edificio. Permaneció oculta entre las sombras, buscando una forma de entrar
La noche era oscura y la mansión de Jazmín brillaba con luces tenues que parecían susurrar secretos en la brisa nocturna. Santiago, el escolta leal, llegó a la mansión acompañado por Daniel, el mejor amigo y abogado de Leandro. Los dos hombres intercambiaron miradas de preocupación mientras subían las escaleras de mármol hacia la gran entrada.Jazmín los esperaba en el salón principal, sus ojos reflejando una mezcla de ansiedad y determinación. En cuanto Santiago y Daniel cruzaron la puerta, ella se apresuró a contarles sus sospechas sobre la mujer misteriosa que había visto fuera del hospital, y también el día del accidente.— Santiago, Daniel, estoy segura de que algo no está bien — dijo Jazmín, su voz temblando ligeramente —. Vi a esa mujer fuera del hospital, observando, como si estuviera esperando algo. No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que está relacionada con lo que le pasó a Leandro. Además, creo que es la misma que me pareció ver el día del accidente. No puede se
Jazmín asintió, su mano todavía sosteniendo la de Leandro. Sentía una mezcla de alivio y temor. Alivio porque la amenaza había sido contenida por ahora, pero temor porque sabía que aún no estaban fuera de peligro.— No puedo creer que alguien quiera hacerle daño — susurró, sus ojos llenos de lágrimas —. ¿Por qué, Santiago? ¿Por qué alguien querría hacer esto?— Poder, odio y venganza. Esas son razones suficientes, señora — respondió.Daniel, que había estado observando en silencio, se acercó y puso una mano en el hombro de Jazmín.— Vamos a encontrar a esa persona — dijo con firmeza—. Y vamos a asegurarnos de que Leandro esté a salvo. Tienes mi palabra.La mujer misteriosa, mientras tanto, se desvaneció en la noche, su mente ya trabajando en un nuevo plan. No fallaría de nuevo. Esta vez, se aseguraría de que cada detalle estuviera perfectamente calculado. Y cuando llegara el momento, nadie podría detenerla.Mientras conducía a gran velocidad, su mente era un torbellino de pensamientos
Erick estaba muy desesperado. Los hombres de la mujer lo dejaron tirado en la entrada de la ciudad, donde él debía verse por sí solo para llegar a su casa. La fría brisa de la noche acariciaba su rostro, pero no lograba calmar el fuego que ardía en su pecho. Su corazón estaba roto por el dolor. Había amado tanto a esa mujer, y verla ahora convertida en un monstruo le destruía el alma. Cada paso que daba hacia el interior de la ciudad era un recordatorio de su fracaso, de cómo había permitido que el odio y el rencor la transformaran.No tenía idea de cómo iba a hacer para librarse de esa situación, pero debía salvar a Don Emiliano sea como sea. Se perdió en sus pensamientos mientras caminaba hacia su departamento. Recordaba los momentos felices que habían compartido, la risa, las promesas. Todo eso ahora parecía un sueño lejano. Ella estaba tan cegada por el odio que no sabía cómo lidiar con la situación en la que se había metido. Y ahora, Don Emiliano estaba en cautiverio, herido de b
La mansión estaba en silencio, el tipo de silencio que solo un lugar tan grande y majestuoso puede tener. Jessica estaba en la sala principal, esperando la llegada de su amiga Jazmín. Habían sido días complicados, llenos de incertidumbre y miedo, pero hoy, al menos por un momento, la esperanza parecía brillar un poco más.El sonido de la puerta abriéndose resonó por el amplio pasillo, y Jessica se levantó de su asiento, su corazón latiendo con una mezcla de emoción y preocupación. Al ver a Jazmín entrar, llevando en brazos a su pequeño bebé que ya comenzaba a gatear y pronto cumpliría un año, una sonrisa se dibujó en su rostro.— Jazmín, ¡qué alegría verte! — exclamó Jessica, acercándose para recibir a su amiga.Jazmín, con el rostro cansado pero lleno de amor, cargó a su hijo de los brazos de Jessica. Al tenerlo en sus brazos, la joven sintió una oleada de ternura y protección. El pequeño se movió inquieto, curioso por todo a su alrededor.— Mira cuánto has crecido — dijo Jazmín con