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El omega insolente

NINA

(Dos noches atrás)

Nina se estira y bosteza con disimulo ya que la patrulla rutinaria de esa noche, no podía ser más aburrida.

Su única labor en esa ocasión era multar a un grupo de jovencitos de su manada que se habían saltado las normas, pues los menores de edad, no tenía permitido acudir de noche a otra localidad. Aún así, un total de quince lobeznos de Montigraus se había desplazado a espaldas de sus padres y de los cargos a Terios, el pueblo de al lado, pare celebrar una fiesta de cumpleaños clandestina.

Pobres ilusos, ¿de verdad creían que no iban a enterarse? ¡Cuando los pillara les iba a echar una bronca que los dejaría temblando!

Con lo bien y a gusto que estaría en casa en esos momentos…

—Ya queda poco… —murmura Noah en voz baja quien estaba con los brazos cruzados cómodamente sobre su pecho y miraba por la ventana con ojos vigilantes el desarrollo de la fiesta.

—Lo sé… —responde ella en un agotado suspiro.

La beta y el omega de Montigraus se encontraban dentro de su coche medio escondidos en un callejón y con las luces apagadas. No estaban haciendo nada especial, sólo asegurarse de que nadie escapara y de que todos los implicados recibieran su correspondiente sanción, pero aún así, todavía quedaba una hora entera antes de terminar. Nina se moría de ganas de llegar a casa para poder abrazar a su hermano Donovan que esa misma noche llegaba del juicio celebrado en Douen.

Después de saber el veredicto de los hermanos Dawson a favor de Megan y el alfa Daniels, su tensión había bajado al límite y se sentía muy pero que muy cansada. Tan siquiera se había dado cuenta del estrés que venía acumulando sobre sus hombros. Y todo eso, mezclado con sus deseos sexuales latentes que subían y bajaban sin que ella pudiera controlarlos, la tenían un poco agobiada.

«Calor… sentir mucho calor…», se queja su loba interior como siempre ocurría cuando la noche las alcanzaba.

«Lo sé, cuando lleguemos a casa lo solucionamos…», le responde Nina apretando sus muslos un segundo intentando calmar su sexo y la humedad que ya se acumulaba en su bajo vientre.

Era como un maldito reloj. Cada día, justo cuando llegaban las nueve de la noche, sus pasiones empezaban a inflamarse fuera de su dominio. Sólo esperaba que ese que tenía al lado no su hubiera dado cuenta de su estado… aunque solía esconderlo muy bien así que no tenía que ser un problema.

Nina suelta otro suspiro y mira hacia el cielo despejado. Suerte tenía del inestimable consuelo que le proporcionaban sus queridas novelas y su más que mejor amigo en esos días llamado consolador. Así es. Se moría de vergüenza al admitir que siempre lo llevaba encima, es más, en ese mismo momento, lo tenía escondido en su bolso por si lo necesitaba. Ya se sabe, loba precavida, vale por dos.

Entonces, interrumpiendo la tranquilidad de la noche y despertándoles de su aburrimiento, la beta y el omega de Montigraus oyen un pequeño gritito proveniente de unos de los pisos superiores.

«Genial, justo lo que me faltaba ahora…», murmura Nina haciendo rodar los ojos en blanco.

Una pareja estaban teniendo sexo y sus acalorados gemidos se filtraban a través de la ventana hasta sus oídos.

—Mhm… parece que alguien se lo está pasando bien… —susurra Noah mirando hacia arriba y en una pequeña sonrisa rompiendo el ligero silencio que se había creado por unos segundos.

—Sí, eso parece… —se limita a contestar Nina mientras se acomoda en su asiento pensando que no podían ser más inoportunos.

Aunque a decir verdad, ya le gustaría a ella tener a alguien para aplacar sus pasiones. Lástima que nadie le resultara lo suficientemente bueno. Ese era su mayor problema, y es que la respetada beta de Montigraus, era una maldita exigente en cuanto a las relaciones se refería.

«Con todos los lobos agradables que haber en la manada y ninguno ser de tu agrado…», se lamenta su otra mitad que era todo lo contrario a ella.

«No empecemos otra vez…», le advierte a la loba. Nina no quería volver a tener esa tediosa conversación con la criatura.

—A todo esto, ¿cómo lo llevas? —le pregunta el omega de repente clavando sus intensos ojos en ella como si la estuviera estudiando.

—¿Cómo llevo el qué, Rogers? —cuestiona Nina deseando que los susodichos tuvieran poco aguante y los gemidos terminaran pronto.

Sin duda, ese no era el mejor momento para ella ni tampoco para su cuerpo.

—El despertar del instinto… —responde Noah con su oscura y misteriosa voz resonando por el interior del vehículo junto con los jadeos de la pareja.

«¿Qué…?¿Cómo…?», profiere Nina en su interior con confusión.

La beta, sorprendida por esa extraña pregunta, gira la cabeza y lo encara. En dos largos meses que llevaban sin consumir el licor de Jade alterado, Rogers no había tan siquiera mencionada el tema, así pues, ¿qué le picaba ahora para interesarse por su estado?

—Estoy la mar de bien, tal y cómo puedes ver… —responde la beta secamente y en una forzada sonrisa.

Sin embargo, Noah, conociendo de sobras su fuerte carácter, se ríe por debajo de la nariz y zarandea la cabeza.

—Sé que no hablas mucho sobre ello, pero ‘eso’ indica otra cosa muy distinta, Nina… —añade él con misticismo y con una brillante media sonrisa viendo hacia atrás.

La loba, sin tener la menor idea de lo que hablaba, sigue la dirección de sus ojos y es entonces cuando se da cuenta de que su bolso estaba medio abierto y que su consolador se veía a la perfección.

«¡Oh, no!», exclama por dentro sintiendo sus mejillas ponerse muy rojas. «¡Maldición, maldición, maldición!», se lamenta con profundidad y muerta de vergüenza.

¡El omega la había pillado con las manos en la masa! A saber desde cuando se había dado cuenta y llevaba callado...

—¿Qué tamaño se supone que es tu juguete…? —pide saber Noah a continuación con mucha curiosidad y como si llevar un consolador encima fuera la cosa más normal del mundo.

—¿Por qué? —inquiere Nina disimulando su enorme bochorno—. ¿Acaso te interesa adquirir uno para uso personal? —prosigue sin dejarse acobardar.

«¡Qué mala suerte la mía! ¡Maldita sea!», se queja por dentro otra vez.

—No, más bien estoy comparando —aclara el omega con semblante sereno y pensativo—. Verás, no es por presumir ni mucho menos, pero juraría que yo soy mucho más grande que eso… —termina con una amable e inocente sonrisa.

«¡Ja! Pero bueno, ¡será posible que sea tan cretino!», exclama Nina ante su poca modestia.

¡Hasta casi consigue que se quede con la boca abierta de par en par! Además, Noah era el ser más reservado y discreto que conocía y apenas se creía que esas palabras hubieran salido de su boca.

«Bueno… esa no ser mentira... él de verdad parecer grande…», interviene su otra mitad coincidiendo con el comentario y quien no había podido evitar echar algún que otro vistazo a la evidente animada entrepierna del omega durante las últimas semanas.

«Estate calladita… ¿quieres?», le pide Nina con fastidio.

Aunque ella también se había dado cuenta de que los atributos de Noah no eran moco de pavo precisamente...

—Oh sí, claro. Pues mejor para ti… —sentencia la beta soltando un resignado suspiro y queriendo olvidar lo que acababa de decir—. Seguro que tus admiradores y admiradoras estarán muy contentos con ello —murmura Nina volviendo a fijar su mirada hacia el frente y dando la conversación por terminada.

No obstante, el omega parecía que no quería dejar el tema todavía.

—Vaya, veo que no me cree, beta Santiago. Eso me ofende… —prosigue él haciendo una pequeña mueca que por un segundo transforma su bello rostro.

Y es que Noah Rogers era famoso justamente por ser un tipo muy atractivo físicamente, a parte de un excelente repostero, claro está. Y un poco también porque su padre era el alfa de Geide, pero ese era otro tema del cual a él no le gustaba mucho hablar…

—No estoy muy segura de que digas la verdad… —le pica ella de todos modos.

Mejor eso que admitir que su erección era difícil de obviar para cualquiera que tuviera ojos.

—¿Tengo que demostrártelo entonces? —inquiere él en un bajo y sensual tono que nunca antes le había oído.

De verdad, ¿a qué narices venía eso?

¡Cualquiera diría que estaba intentado seducirla o algo!

No obstante, y curiosamente, el bello de su cogote se eriza incapaz de no reaccionar a su profunda voz y en cuestión de instantes, el ambiente en el coche cambia a uno mucho más íntimo, uno que la pone en alerta y bastante incómoda.

—¿Qué crees que estás haciendo, Noah? —le pregunta Nina con enfado y a quien no le gustaba ni un pelo que se rieran a su costa.

Ya podía llevar mil dildos en el bolso que eso no le daba ningún derecho a mofarse. Era un loba adulta y podía hacer lo que le viniese en gana sin necesitar el permiso ni agrado de nadie. No obstante, él alza la barbilla y pasea sus bonitos ojos por su cuerpo con evidente descaro.

—Sólo he tenido una idea gracias a ese amiguito tuyo…. —empieza a decir el omega sin dejar de mirarla y haciendo que el rubor acuda de nuevo a sus mejillas por el comentario y por esa exhaustiva inspección—. Por lo que parece, ninguno de los dos está pasando por un buen momento con el instinto ahora mismo y ambos estamos solteros, por eso… ¿qué te parece sin pasamos una noche juntos y nos desquitamos un poco? —cuestiona el omega de Montigraus en una traviesa y arrebatadora sonrisa que viaja directa a su vagina haciendo que se contraiga involuntariamente.

Perdona… ¡¿Cómo!?

Una rabia iracunda inunda su pecho y Nina no puede evitar estallar.

—Déjalo, Rogers, te advierto que te estás pasando de la raya —expresa alzando la voz—. Estas cosas te las guardas para Kate si quieres, seguro que ella está deseando desquitarse contigo por una noche —le escupe Nina negando con la cabeza.

Todos en la manada sabían que Kate Castro se moría por sus huesos y que no dejaba de perseguirle.

Entonces, para su sorpresa, Noah se mueve con rapidez y pone una mano en su cintura para acercarla a él quedado justo a centímetros de su hermoso rostro. Para no caer sobre suyo, Nina deposita a su vez una mano sobre su marcado pecho para frenarse. La beta podía sentir su atrayente calor corporal junto con ese delicioso aroma masculino que siempre se mezclaba con el dulce olor de todos los pasteles que preparaba. Su instinto se dispara y otra nueva oleada de calor acude a su ya mojado sexo.

«Mmmh… el suyo ser un delicioso aroma…», profiere la loba interior con gusto.

—Ni muerto me voy con Kate —masculla el prudente omega entre dientes con molestia y con sus ojos tornándose de un intenso y fascinante color violeta. Señal inequívoca que le marcaba como un miembro legítimo de la manada de Geide.

No sabía muy bien porque, pero la forma en que Noah la miraba en esos momentos, la tenía completamente paralizada y la beta no se podía mover.

Y justo en ese preciso y tenso instante, y para su más absoluto y desconcertante asombro, Noah lleva su mano libre hacia su bragueta y baja la cremallera haciendo con eso que su prominente y palpitante erección salte libre hacia adelante pues no llevaba ningún tipo de ropa interior. El magnético y sexual olor de su pre-semen llena todo el coche alterado aún más sus confusos sentidos.

«¡Por todos los dioses del cielo!», exclama Nina con estupefacción.

Noah de verdad estaba malditamente enorme y caliente y Nina no podía dejar de admirar su preciosa y sedosa longitud, simplemente no podía.

«Oh, sí. Omega ser un muy buen espécimen, seguro que saber de maravilla», murmura la excitada loba muy complacida con la imagen que él les estaba regalando de forma tan esporádica y gratuita.

Así pues, viendo que ella estaba en completo shock y que no reaccionaba, el lobo inclina su cabeza y pega esa pecaminosa boca de anís a su oreja.

—Ves, te he dicho que soy mucho más grande que tu juguetito… —susurra el atractivo lobo contra su oído desarmándola y haciendo que tiemble ligeramente.

A este Noah no lo conocí para nada y era uno de muy, muy peligroso y dañino.

—¿Y sabes qué? Te prometo que puedo hacerte pasar un muy buen rato, será lo mejor que has probado… mejor incluso que mis pasteles… y esta es bien real, caliente y viva... —prosigue Noah mientras despacio y sinuosamente se acaricia siendo esa una de las imágenes más eróticas que la beta jamás había presenciado—. Déjame demostrártelo… por favor... —susurra de nuevo el omega llevando ahora su boca hacia la suya—. Di que sí… sólo dime que sí, Nina… —pide acunando su rostro con suavidad.

Iba a besarla. Noah Rogers iba a besarla de verdad. Sin darse cuenta, Nina cierra los ojos esperando sus deliciosos labios, su mano aprieta su pecho arrugando ligeramente su camiseta, y justo cuando los siente rozándola haciendo que poco a poco pierda la cordura, alguien toca el cristal de la ventanilla varias veces para llamarles la atención.

La beta se sobresalta y se separa del apuesto y atrayente lobo quien deprisa vuelve a guardar su erección dentro de sus pantalones como si nada.

Nina estaba con el pulso acelerado a más no poder y respiraba con un poco de dificultad.

¿Qué acababa de pasar exactamente entre ellos…?

Sin poder entender nada de nada, mira quien era la persona que los había interrumpido y un frío escalofrío le pasa por la espalda. El lobo que les había llamado la atención era uno de los miembros de control de Terios.

«Estupendo...», suspira por dentro.

—Baje la ventanilla, señorita —le manda el hombre viéndose bastante enfadado.

Nina, no teniendo más remedio, acata la orden y baja la ventanilla del coche.

—Oficial… —saluda ella con apuro y queriendo desaparecer bajo tierra.

—Buenas noches, señores. Supongo que sabrán que mantener relaciones íntimas en la vía pública está estrictamente prohibido —suelta el hombre sin más.

—No, no —niega la beta efusivamente y con sofoco—. Se confunde, señor, nosotros no estábamos… —intenta justificarse la loba pero el hombre la interrumpe sin ninguna delicadeza.

—Sé perfectamente lo que he visto, señorita —contesta con ademán y entregándole un papel azulado—. Esto es una multa que deben entregarles a los responsables de su manada por conducta indecente. Espero que les sancionen como es debido, aquí hay mucho lobo joven, cualquiera podía haberles descubierto —comenta dedicándoles una muy mala mirada.

«No sabe quiénes somos…», musita Nina con profundo alivio. Y es que los máximos responsable de la manada, eran ellos mismos.

—Sí, señor… lo haremos… —le confirma viendo que podía escaparse de la situación.

Sí, podía decir que ellos eran en realidad la beta y el omega de Montigraus e inventarse algo, pero estaba convencida de que su hermano Donovan iba a cabrearse de lo lindo. Además, tampoco sabía cómo explicarle el porqué de la sanción.

No se imaginaba ir al alfa y decirle; «Hermano, todo ha sido culpa de Noah. Él se ha sacado el pene de repente y han pensando que lo estábamos haciendo. ¿Te lo puedes creer?»

¡Ja! Antes prefería que le cortaran la lengua…

—Dispérsense… —les manda el oficial tocando el capó del vehículo.

—De inmediato, señor… —responde Nina subiendo la ventanilla rápidamente mientras arranca el coche y pone las luces moviéndose a otra parte.

En compuesto silencio, la beta recorre un par de callejones sin alejarse demasiado de su objetivo y al fin decide hablar.

—Has visto que venía, ¿verdad? —exige saber Nina comprendiendo al fin la inusual acción del tercero al mando.

—Pues sí —confiesa el omega—. Era mucho más fácil explicar que íbamos a follar que no que estamos esperando a la fugitiva comitiva. Ya sabes que aún les hubieran reñido mucho más… en Terios no se andan con chiquitas… —comenta Noah acomodando su erecto pene con disimulo.

«Delicioso pene… ahora querer probarlo…», murmura su loba sacándola de quicio y quien todavía seguía con la imagen de su virilidad gravaba a fuego.

«¡Calladita!», le manda la beta furiosa.

Todo había sido un pequeño teatro para proteger a los lobos y ella había caído como una completa estúpida.

—Fantástico… —musita Nina apretando su agarre al volante.

—Lo siento, no sabía que reaccionarías así… ¿estás enfadada? —cuestiona volviendo a ser el prudente Noah de siempre y no aquella oscura criatura que intentaba seducirla con éxito hacia tan sólo unos minutos atrás.

—¿Por qué debería estarlo? —espeta ella.

—Puedo olerte, Nina… —murmura el omega viéndose un poco culpable.

—Y yo a ti, pero no te atribuyas todo el mérito, vengo así de serie… —comenta sin admitir que él le había hecho ponerse así.

—Puedo arreglarlo, si estás interesada la proposición sigue en pie… —comenta Noah con suavidad mientras observa sus labios.

No, si al final iba a tener que ponerse seria de verdad.

—Gracias Rogers, como sabrás, ya me arreglo sola. E insisto. Ve y dáselo a Kate… —contesta Nina aparcando el coche de nuevo.

—Y yo también insisto, Nina. Cualquiera menos Kate… —resopla viendo que ella estaba de verdad muy cabreada con su comportamiento.

—¿Se puede saber porque te has sacado el amiguito, eh? —pide saber sin comprender aún esa parte.

Con que hubiera simulado besarla ya hubiera sido más que suficiente.

—No lo sé… lo he hecho sin pensar. Ha sido una estupidez —responde él quien no se veía realmente ni arrepentido ni tampoco avergonzado.

—Pues sí, lo ha sido. Señor, debes estar de verdad muy desesperado para necesitar enseñármelo… —le espeta cruzándose de brazos.

—Nina yo no… —intenta decir el omega pero no le apetecía oir su lamentable excusa.

—Mira, hagamos ver que esto nunca ha pasado, ¿de acuerdo? —le pide.

—Está bien… —acuerda él quien no parecía muy de acuerdo en realidad.

¿Qué bicho le había picado a Noah esa noche? Estaba totalmente irreconocible.

La beta y el omega permanecen numerosos y tensos minutos en silencio y cada uno perdido en sus pensamientos hasta que ven las luces del local apagarse indicando así el fin de la fiesta clandestina.

—Vamos… es momento de actuar… —le suelta la beta saliendo del coche como un rayo.

Los lobeznos empezaban ya a salir de la calle amontonándose por todos los lados. Nina se encamina a paso rápido hacia la puerta y los quince que pertenecían a su manada se tornan pálidos a más no poder al reconocerla.

Mala suerte para ellos. Por culpa de Noah estaba caliente, frustrada y de muy mal humor.

—Vosotros —les llama la atención—. Ya podéis ir poniéndoos en fila. Uno por uno, no os vais a escapar de esta —les amenaza Nina sonando muy dura.

Maldición… ¿por qué estaba tan alterada por una simple broma del omega?

Sí, Noah era malditamente guapo pero… ¿acaso de verdad esperaba que estuviera interesado en ella?

«Poder pedir chuparle, él verse necesitado. Seguro que decir que sí», sugiere su loba a quien el tamaño del omega le había gustado un poco demasiado y se le antojaba probarle.

«¡Antes me voy a chupar ranas!», le suelta la beta.

Menuda tontería… Rogers nunca había mostrado ningún interés por ella… aparte de que era una imprudencia siendo ambos compañeros de trabajo. Además de que el alfa de la manada resultaba ser su hermano mayor.

Ella sabía todo eso de sobras. Entonces… ¿qué le pasaba? Y peor aún, ¿cómo iban a volver hasta Montigraus los dos solos con esa frustrante incomodidad en el coche?

Decidido, Nina iba a pedir un taxi. Se negaba a permanecer cerca de Noah por más tiempo. Por esa noche, ya había tenido más que suficiente de él.

«¿Estar segura de eso?», inquiere la loba.

«Pues claro, ¿qué insinúas?», le suelta la beta.

«Tú ya saber...¿verdad? », responde la otra haciéndose la misteriosa.

Pero Nina no lo sabía, en esos momentos estaba muy confundida y sólo sabía que no le apetecía tener al lobo cerca. Nada más.

Era eso lo que le ocurría... ¿no?

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