«La bolsa vuelve a tener enormes pérdidas en esta jornada de martes. ¡Qué gran noticia para empezar el día queridos oyentes!.
El partido de anoche fue una mejor noticia para todos los seguidores de los locales, que consiguieron un enorme triunfo sobre…».
Con un gesto casi mecánico y tan habitual en el joven que aparcaba su coche en la plaza habitual como cada día, apagó la radio y resopló para darse ánimos, como cada día. Así daba inicio a un nuevo día de trabajo.
Era un chico de costumbres, que no solía variar nunca; Levantarse exactamente a las seis de la mañana en punto, una ducha rápida mientras hacía el café y una tostada de mantequilla y mermelada una vez salía. Luego cepillarse los dientes mientras ojeaba las noticias más destacadas del día en la prensa online, coger el coche rápidamente y tras darle tres golpes al capó se dirigía al trabajo.
Usaba siempre la misma ruta, oía la misma emisora y aparcaba en el mismo aparcamiento una y otra vez.
El joven, de veinte años de edad, de tez morena y pelo negro peinado hacia atrás, había sido considerado un súper dotado en el mundo de la informática desde que, a los quince años de edad, consiguió hackear una página cuya seguridad hasta el momento apenas había podido ser destripada. No fue un delito, ni mucho menos. Dicha página retaba a sus usuarios a conseguir acceder a sus archivos y descubrir el mensaje secreto que entre cientos de gigas de información se escondía.
De ese modo fue como consiguió el premio oculto; trabajar para la empresa desarrolladora del cortafuegos, y aunque al aparecer por primera vez, y ver a un joven de tan solo quince años generaron dudas de la falsedad de aquello, pues pensaban que otra persona había sido el artífice de aquella maravillosa jugada informática.
Comprobaron al ponerle de nuevo la misma prueba que no solo podía acceder por segunda vez, sino que en el lapso de un mes desde el primer acceso, había mejorado sus habilidades y consiguió penetrar aún más en la privacidad de los clientes.
Ese detalle decidieron no contarlo a la prensa, que se encontraba atónita y emocionada a partes iguales. Todos querían la exclusiva de la entrevista a aquel joven desconocido que había optado a un puesto de trabajo de los que solo uno de cada millón consiguen.
Decidió dejar sus pensamientos en ese punto, mientras entraba en el enorme edificio de más de veinte plantas de altura, de las cuales las diez primeras eran enteramente de su empresa.
Con paso rápido y hábil, subió al ascensor que le llevaría a la planta octava, donde se encontraba su despacho. Mientras subía, se alisó la camisa, se colocó la corbata hasta que quedara perfecta, y se metió una pastilla mentolada en la boca.
En ocasiones ser tan perfeccionista le traía problemas. Él era un maníaco con la limpieza, y entre sus muchos defectos, odiaba el contacto con la gente. Se sentía más cómodo ante un ordenador trabajando, creando nuevas herramientas. Sin embargo dado que no puede subsistir solo del aire, no pudo hacer otra cosa que trabajar, asistir a reuniones y a salidas de empresa cuando le era imposible negarse.
—Buenos días señor Mendoza. —Saludó cordialmente una chica de unos treinta y cabellos cobrizos que subió al ascensor en el sexto piso. —¿Cómo pinta el día?.
—Buenos días Karen, todo bien, gracias
—Qué serio eres siempre. Deberías abrirte más a otras personas, no vamos a meterte un virus ni a formatear tu disco duro.
Dijo esa última frase mirando hacia sus partes masculinas. Era sabido que había chicas en la empresa interesadas por él, pero sin sentir el menor interés, optó desde un principio por simplemente ignorarlas para no ser descortés, pues aún así le habían enseñado a ser amable con las damas.
—Lo siento Karen, ya sabes que prefiero mi espacio y estar aislado del mundo siempre que pueda. Luis parece estar muy interesado en usted, podría pedirle salir.
—¿Luis?. —Soltó una sorona carcajada a la par que el ascensor llegaba a su destino. —Lo primero, no me hables de usted, ni que fuera una anciana. Segundo, Luis será muy simpático pero no es mi tipo.
Salió del ascensor unos pasos por delante del joven, andando como una modelo de pasarela, para dejarle al chico una buena panorámica de su trasero, cosa que ni se molestó en mirar, pues cuando las puertas del ascensor se cerraron ya se encontraba tecleando a gran velocidad en la habitación donde trabajaba.
En aquel lugar, las horas se convertían en segundos. Se sentía un dios con el poder de crear de la nada las más sofisticadas y poderosas herramientas para la seguridad de los millones de clientes alrededor del mundo. No necesitaba protocolos de educación, mantener conversaciones que para él serían aburridas, incluso tediosas. Sólo el y su ordenador era lo que aquella habitación necesitaba para sentirse en armonía con el mundo.
Sobre la mesa donde trabajaba, vio un pequeño sobre rojo, intrigado por el extraño color, dejó sus procesos y sus análisis de sistema y cogió aquel mensaje.
En tinta negra, con letra pulcra y perfecta, estaba el nombre del joven: «Gabriel Lucas Mendoza».
Extrajo rápidamente el contenido; una pequeña hoja de papel escrita a ordenador donde le citaba para el despacho del director. No podía imaginar que quería de él aquel hombre, siempre ocupado con clientes, jugando al golf, o mirando casas para su mujer. La señora Norris amaba gastar; cuanto más caro, más lo quería. Y vivir en la misma casa durante más de tres años le parecía de gente pobre y sin vida.
Decidido a terminar con su trabajo antes de presentarse ante El señor Norris, la guardó rápidamente en su bolsa y, hasta caída la noche, y ya preparando su ropa para el día siguiente, traje azul o negro y camisa blanca «como cada día», no reparó de nuevo en aquel sobre rojo.
«Mañana iré antes de empezar a trabajar y veré qué quiere». Pensó mientras miraba su reloj. Marcaban las diez en punto de la noche, la hora de dormir, como siempre.
A la mañana siguiente, Lucas continuó con su rutina diaria, hasta llegar a la oficina, en el octavo piso. En vez de meterse en la primera puerta a la derecha, siguió hacia delante, cruzando por entre las dos largas hileras de mesas de tele operadores que se encargaban de atender las llamadas de los usuarios que, utilizando su antivirus de escritorio, encontraban dudas de su funcionamiento.
Karen, la chica que el día anterior se encontró en el ascensor, había faltado ese día a trabajar pues su silla se encontraba vacía. Le pareció extraño pues nunca faltaba sin avisar al menos unos días antes.
Se sorprendió a sí mismo al verse preocupado por alguien, pero se quitó la idea de la cabeza mientras llegaba a la puerta que le interesaba, aquella puerta de roble y letrero dorado donde se leía; «James G. Norris. Director»
Llamó tres veces exactamente, como siempre que toca alguna puerta, y sin esperar respuesta, abrió lo justo para asomar la cabeza y pedir permiso para entrar.
El hombre sentado tras la gigantesca mesa, que parecía más una reliquia de algún museo, le dio paso con un gesto de cabeza. Estaba hablando por teléfono, y aunque al principio pensó que sería algún cliente, segundos después comprendió que era su mujer quien al otro lado, gritaba histérica.
«Ya lo sé amor, aquella casa a los pies de la playa te gustó mucho, era enorme y cara… Pero ese es el problema».
Por los gritos, Lucas sintió que la señora Norris no estaría satisfecha con la negativa de su marido, el que intentaba calmarla diciendo que encontrarían otra mejor.
—Mujeres —suspiraba una vez colgó—.Empiezan pidiéndote un pequeño anillo de diamantes y acaban sacándote casas, barcos privados, y si les dejas, hasta una isla.
—Con los debidos respetos señor, dudo que así sean todas.
—Si, tienes razón. Sólo me desahogo. Bueno ya pensé que no vendrías, te esperaba para ayer.
—Mucho trabajo y no tuve el tiempo. Hoy también tengo mucho que hacer, así que espero que entienda si le digo que sea breve.
El señor Norris miró a aquel joven de tan solo veinte años sentado ante él. En lo más profundo de su alma sentía envidia. El jamás había sido capaz de destacar en nada, siquiera tiene una idea real de qué hace cada uno de sus empleados. Sólo sabe que ese negocio da dinero, y gracias a una herencia recibida veinte años atrás, fue capaz de montar aquella empresa para beneficiarse de un negocio que estaba en pleno auge. En cambio, Lucas, podría llegar no solo a su puesto, sino a tener una empresa aún mayor, más poderosa y con más ingresos. Eso no le gustaba. Le había acogido en su empresa con tan solo quince años y se sentiría engañado si algún día fundase la competencia. Aunque esas ideas de poco iban a servir en aquel momento, pues el motivo de que le citara no era precisamente para felicitar sus labores.
—Siempre estás así Lucas. Eres un adolescente, o un joven tal vez, que no bebe, no fuma, no tienes amigos. Dime, ¿Qué esperas de la vida?. Deberías estar disfrutando de ella y no todo el día metido en una habitación sin ventana, sin nada más que un ordenador y millones de dólares invertidos en las herramientas que creas y pruebas.
—Señor, mi vida personal no creo que tenga relevancia en esta conversación. Me dedico cien por ciento a lo que fui contratado; asegurar la seguridad y la protección de los datos personales de los clientes. Evitar que cualquier pirata sea capaz de atravesar todas las defensas que tanto yo como los demás miembros de este equipo van implantando y creando.
—Pero tienes veinte años… Tú eres la cabeza de ese equipo. Todo lo que crean los demás acaba llegando a tus manos y siempre lo acabas mejorando o desechando si descubres cómo romper esas defensas. Tienes un sueldo el doble de alto que ellos, y sin embargo vives como si subsistieras con un sueldo mínimo. ¿Has visto tu coche? Vamos chico, un poco más antiguo y es en blanco y negro.
Su tono de voz cada vez se elevaba más. Cómo si no comprendiera que por no derrochar dinero ya sería alguien extraño, y aunque pudiera serlo, era cosa de él.
—Señor, ¿Sería tan amable de decirme cuál es el motivo de esta conversación?. Tengo un día de trabajo por delante que no quiero perder.
Lucas comenzaba a sentirse incómodo, no le agradaban las conversaciones tan largas, y aún le frustraba más que no fueran directos al motivo.
—Mira, aunque trabajas muy bien y eres parte importante de esta empresa, por diversos motivos me tengo que ver obligado a no depender de tus servicios.
—¿Qué está queriendo decir?. —Se incorporó de la silla y miraba a su jefe con semblante serio. Estaba prestando atención a aquella conversación como nunca antes. —.¿Me estás despidiendo?
—Últimamente nuestros activos han bajado mucho… La salida a bolsa tampoco nos está dando muchos resultados. El resto de la cúpula dirigente está de acuerdo en que podríamos cambiarte por otra persona más experimentada y que cobraría menos…
—Si es por dinero, bajarme el sueldo. —Comenzaba a perder la compostura, y en ese momento no le importaba—. Llevo aquí cinco años y desde mi llegada la empresa no sólo ha doblado la cantidad de clientes, sino que además los ataques e intentos de hackeos han bajado casi a cero. Nadie hasta mi llegada a sido capaz de romper las defensas que con tanto esfuerzo y tiempo he creado.
Aquel hombre, de cincuenta años, pelo canoso y de mirada fría, se sentía incómodo. Sabía que prescindir de Lucas podría significar una enorme vuelta atrás, pero la decisión había sido tomada.
—Lo siento mucho, sabes que no puedo hacer nada. Esta empresa no sólo la dirijo yo. Tenemos asociados, un comité directivo… Esto es lo mejor. Al menos un tiempo. Te prometo que se darán cuenta de su error y recapacitarán, pero hasta el momento agradecería que simplemente acates la decisión y esperes a que te llamemos de nuevo. Por supuesto podrás optar a las pagas del gobierno. Y si no quieres esperar yo personalmente te escribiré una carta de recomendación y hablaré con mis amigos. Son todos dueños de empresas, algunas hasta son mejores que estas que, en mi humilde opinión creció gracias a ti.
—Sus palabras de falso halago no significan nada. Esto no es por dinero o por decisiones. Es por envidia ¿verdad?. Siente envidia de que tenga más capacidad que toda su maldita empresa junta —dijo elevando la voz levemente—.Quiere seguir comprando casas, barcos, y más objetos materiales con el dinero que se ahorre por mi ausencia, que el día que se vaya al otro mundo, no le servirán de nada
La ira que sentía en ese momento le sacaban de sus casillas, pero tuvo la suficiente fuerza de voluntad para no gritar ni perder los estribos.
Salió del despacho de la forma más orgullosa que podía, intentaba tragarse todas las palabras hirientes y mal sonantes que quería gritar sobre todos, que allí plantados, le miraban, algunos sin saber que pasaba, otros con la palabra envidia pegada en la frente.
Lo sabía desde hacía tiempo. Su capacidad natural para destripar cada engranaje de la red global, su enorme habilidad de aprendizaje era algo que no pasaba inadvertido.
En las demás habitaciones, donde trabajaban sus “compañeros” hasta minutos antes, habían abierto las puertas, y todos le veían cruzar el pasillo hacia el ascensor. Ellos eran los primeros que no podían verle. Muchos superaban los treinta años, acercándose a los cuarenta, y no eran capaces de hacer la mitad de lo que él hacía sin cometer errores. Es humano la envidia, pues envidiamos aquello que queremos y no podemos obtener. Pero es una escusa muy fácil para ponerle algo de azúcar a una vida llena de sal. Sin esfuerzo nunca se conseguirá nada, y aquél al que le muestras tu envidia, consiguió lo que tiene gracias a sus esfuerzos.
Luego de recoger rápidamente sus pertenencias en su habitación de trabajo y llegar al coche, se sintió inútil, completamente vacío y sin nada que pudiera devolverle la cordura que sentía que iba perdiendo.
Su vida siempre había girado en una rutina casi automática, y ahora no sabía qué hacer, pues todas esas horas que le quedaban por delante, se suponía que las gastaría trabajando.
Allí se quedó sentado, sin arrancar el vehículo, durante lo que le parecieron horas, y resultaron ser tan solo quince minutos.
«cómo es el tiempo, siempre se mueve a la misma velocidad, pero lo sentimos diferente dependiendo de nuestro ánimo» pensó mientras se decidía a volver a casa. Allí ya pensaría que hacer, si buscar un nuevo trabajo, o esperar a que la empresa que le acababa de despedir colapsara por la ineptitud de los empleados que quedaban actualmente.
Tras pensar eso, una macabra idea le cruzó la mente. No iba a esperar a que otro hiciera lo que por derecho, debía hacer él; Atravesar las defensas que el mismo había creado, y demostrar cuanto le faltaban por mejorar. Se darían cuenta que sin él, no podrían seguir protegiendo los datos ni la seguridad de nadie, y volverían suplicando su regreso.
Aunque no era vengativo, necesitaba hacer una excepción en su vida, y con suerte, pues ni el despido había firmado aún, volvería como si nada hubiera pasado.
Y con esos pensamientos, y replanteando bien su estrategia, puso rumbo a casa, donde tendría largas horas de trabajo y planificación, lo que más le gustaba hacer.
Las horas siguientes se centró únicamente en preparar todo lo necesario para perpetuar su ataque; su ordenador portátil, y un pendrive que guardaba en su interior el programa que usaría.Había trabajado en el durante años, pues era el responsable de asumir si era tan poderoso para romper las defensas y, de hacerlo, sabía que debía mejorar aún más el cortafuegos.Sabía que en la versión actual, su virus no podría hacer nada pues días antes había creado una nueva barrera para impedir su acceso, por lo que estaba añadiendo nuevas funciones y códigos que le ayudasen en su cometido.Sabía que no sería fácil, no solo iba a atacar lo que con tanto cariño había creado, sino que el riesgo era enorme; cualquier fallo significaría acabar posiblemente en la cárcel, y perder para siempre la oportunidad de que volvieran de rodillas suplicando su ayuda.El reloj de muñeca, que como cada día, dejaba en la misma repisa de su dormitorio, marcaban las ocho de la noche. El c
El tráfico a aquella hora de la mañana no daba tregua a los impacientes; decenas de coches pasaban a duras penas entre el cruce que dividía las dos direcciones de la carretera en cuatro salidas más.La rotonda en el centro, un enorme círculo de flores, cuyo destino más seguro sería acabar aplastadas por las ruedas del primer despistado que pasara por allí, ofrecía un esquema de color rojizo y amarillo. Salir del frío gris de la ciudad, y mirar aquellas flores, solía ser un placer para Lucas, aunque en ese momento apenas les prestaba atención.Comprobaba mentalmente todos los sitios donde Karen pudiera estar; paradas de autobús, el metro, buscando un taxi, incluso el aeropuerto era una opción.Al desconocer por completo dónde vivían los padres de Karen, no podía adivinar en qué lugar la encontraría. Sabía que no vivían en la ciudad, pero tal vez siquiera vivan en el país. El riesgo a buscarla y perderla era demasiado grande, por lo que tenía que delimitar su búsq
El agua llevaba más de cuarenta minutos recorriendo su cuerpo bajo la ducha. Se sentía sucio y tras media botella de gel de baño seguía igual. Ser un maniático no lo consideraba un problema; él era así y poco le importaba cambiar su forma de ser, aunque muchas veces lo deseara, sin embargo sabía que de aceptar la propuesta del FBI debería comportarse como otra persona totalmente distinta. No podía haber nada de Lucas en aquella persona a la que debía emular, y sabía que sería algo casi imposible.El agente Jake, le había dejado bien claro que sí aceptaba la misión, podría morir. Pero si lo hacía bien, disfrutaría de una vida libre, al menos que intentara de nuevo cometer algún delito.La lluvia que caía sobre la ciudad traía una sensación de desasosiego y nerviosismo que no era capaz de digerir, tenía tres días para decidir su futuro y era incapaz de encontrar una calma en su mente. Sobre la mesa del salón, había una carpeta marrón, y dentro toda la información
La oficina federal se encontraba a poco más de media hora a pie desde la casa de Lucas. El edificio, situado en la calle Kew Gardens, era el típico rascacielos norteamericano. Infinidad de pisos llenos de personas trabajando sin descanso.Las oficinas centrales del FBI están ubicadas en el distrito de Columbia. Hay más de cincuenta oficinas locales ubicadas en las principales ciudades de los Estados Unidos, así como más de cuatrocientos organismos residentes en pequeñas ciudades y pueblos en toda la nación, aparte, las más de cincuenta oficinas internacionales, llamadas diplomancias legales, en embajadas de Estados Unidos en varios países.Por tanto, Lucas se encontraba en una de las oficinas locales, donde entrenaba, y se preparaba para su trabajo que comenzaría en dos días. Por lo poco que tenía permitido ver, le resultaba un trabajo agotador; los agentes que allí trabajaban iban y venían, investigaban asesinatos y robos… Pero sobre todo, el factor que en eso
Un Audi negro esperaba en la puerta de la enorme mansión cuando Jake y tres de los hombres de Enzo salieron por la entrada. Sin mediar palabra, lo metieron dentro y una vez todos habían subido, el coche arrancó hacia algún lugar desconocido.Jake intentaba mantenerse sereno, pero comenzaba a pensar que su forma de actuar había sido precipitada. Si le obligan a disparar a gente inocente no se sentiría capaz de hacerlo, pero si atacaba a los tres criminales que iban en el vehículo con él, la misión no tendría futuro.—¿A dónde vamos? —preguntó para tantear el terreno, y comprobar si podía sacar algo de información.—Eso no te importa. Tú solo haz lo que te mandemos y saldrás con vida de esta.Era evidente que no conseguiría nada, así que calló y esperó, con el corazón en un puño, hasta llegar a su destino.El coche había salido de las carreteras principales y pasaba a gran velocidad por un camino de tierra. Las casas y edificios que minutos antes pod
La conversación con Jake el día anterior no le había dejado dormir. Por algún motivo, recordaba a Karen, que había sido asesinada meses atrás. Los hombres de Baltazar la habían , según le confirmo días atrás Jake y aún no sabía el por qué. Tampoco recuperó su pendrive, aunque no lo recordaba hasta ese momento.Seguramente el caso haya avanzado lo suficiente para tener respuestas.Miró por la ventana de su habitación, intentando imaginar la cara de su amiga aquella última noche. Estaba molesta y enojada ante el rechazo de tener relaciones con ella. Para una persona normal, Karen sería la típica chica con la que tendrías cientos de fantasías, en ella se interesó por Lucas, un chico que no tiene ningún interés en dicho acto. Y eso, empezó a rondar su cabeza. «¿Que estaría buscando en realidad?, ella sabría perfectamente que no tendría ningún interés». Esas preguntas no tenían una respuesta clara, pero quería resolverlas de alguna manera. «Sería más fácil si los m
La mansión de Baltazar tenía todo lo necesario para ser un castillo de película, donde la dulce e inocente doncella bajaría las enormes escaleras de mármol en forma de media luna, y a sus pies, el príncipe la vería hermosa, posado sobre una enorme alfombra roja que cubría todo aquél recibidor. Pero, era claro que arriba de las escaleras no habría ninguna princesa esperando, más bien, información secreta, delictiva, y peligrosa. Justo lo que él necesitaba buscar.A la derecha, desde el centro del recibidor, una puerta en forma de arco se abría, dejando salir a Baltazar y dos hombres fornidos, que Lucas reconoció de verles en la reunión de la pasada noche custodiando las escaleras.—Hijo mío, has llegado al fin. Pensé que al final cambiarías de idea, y desaparecerías de nuevo —dijo con media sonrisa.Le dio un rápido abrazo a Lucas, y con una mano indicó a Edyl que llevase las maletas a su habitación. Ambos, padre e hijo, comenzaron a andar por la puerta por donde
Baltazar Ivanov paseaba por los jardines de su enorme mansión a las afueras de la ciudad. Estaba preocupado por la llamada que había recibido minutos atrás; Los federales estaban metiendo las narices en sus negocios. No sería la primera vez, ya que durante treinta años los había burlado y se reía en sus caras. Ya sea por falta de indicios y pruebas, o por que sabía que el dinero les compraba con la misma facilidad que comprarías una botella de agua para escapar del bochorno del verano, siempre se libraba de todo. El dinero era su mayor arma, con él, estaría a salvo, pero no podía sentirse mejor con esa idea. No todos pierden su dignidad por unos miles de dólares, y que la misión sea tan secreta significaría que las personas implicadas no iban a ceder a sus ofrecimientos económicos. Se detuvo ante una de sus estatuas favoritas, situada en el ala norte, a la derecha de la casa. El enorme caballo de mármol, con sus dos patas delanteras alzadas al cielo, le hacía sentir tranqu