CAPÍTULO 18. Una cuestión de prioridadesEra un desastre total, como cada maldit@ cosa que pasaba entre ellos. Samuel la miraba como si estuviera a punto de besarla o nalguearla, la verdad era que en aquel punto no estaba muy seguro, pero la verdad era que desde que aquella mocosa conflictiva había llegado él no entendía nada de lo que le estaba pasando y andaba sin sombra.—¡Pues claro que puedo hacer con mi vida lo que me dé la gana, Naiara! ¿¡De qué demonios estás hablando?! —espetó con rabia acercándose más a ella y eso era peligroso, muy peligroso, porque tenía todos los músculos tensos en los lugares correctos y Naiara ya estaba sintiendo que el aire le faltaba en serio—. ¿¡Y qué es eso de estarme llamando “bragueta suelta”?! ¡Lo de bruto no te lo voy a discutir! ¿¡Pero te parece que vaya yo por ahí restregándomele a todo el mundo!?—¡Entonces admites que te me restregaste! —exclamó ella intentando levantar aquel dedito acusador, pero todo lo que se ganó fue un gruñido hosco ent
CAPÍTULO 19. Una solución para un problema Una bomba cayendo en medio de aquella mesa hubiera impactado menos, hubiera espantado menos, hubiera herido menos. Y como fuera un detonador, aquello llevó las lágrimas de Naiara al borde de sus ojos en un microsegundo. Bajó la mirada en ese mismo instante, mientras el silencio se extendía en aquella mesa.Casi nadie sabía si lo que Samuel acababa de decir era verdad o no, pero Naiara sentía que el corazón le retumbaba en los oídos. Había creído que todo aquello había quedado atrás, que el desastre de su boda fallida había quedado al otro lado del océano, había creído que en España estaría a salvo, pero el recuerdo acababa de estallarle en la cara frente a todo el mundo.—Con… con permiso… —murmuró con esa voz ahogada con que trataba de contener las lágrimas y le dio la espalda a todos para dirigirse al baño.Y fue solo ver aquella expresión para que Samuel se mordiera la lengua con un gesto de impotencia porque no había pasado ni un solo ma
CAPÍTULO 20. Solo conmigoNo entendía. O mejor dicho, quizás no quería entender, porque aquellas palabras de su renacuajo no podían significar que…—¡¿Qué estupidez estás diciendo, Naiara?! ¡¿Qué es eso de solucionar qué problema?! ¿Qué…?—¡Que me voy a tirar a alguien esta noche! ¡Eso es lo que significa! ¡Así que quítate del camino que tengo de todo menos tiempo para perderlo contigo! —siseó ella tratando de pasar a su lado, pero entre la impresión y la tos incrédula, Samuel no la dejó ni acercarse a la camioneta.—¡¿Pero te volviste loca?! —la increpó.—¡No, me volví cínica! ¡Gracias por la puñetera contribución! —exclamó ella sin saber qué era aquella mezcla de rabia con dolor que le estaba deshaciendo el corazón—. ¡Quítate, Samuel!—¡No, claro que no! ¡No te vas a subir a ese auto y no voy a dejar que hagas una estupidez de la que mañana te vas a arrepentir! —intentó convencerla.—¡¿Y por qué me voy a arrepentir?! ¡¿La gente se arrepiente de follar?! ¡No lo creo!—¡Pues de follar
CAPÍTULO 21. Un fuego perfectoQuizás su cerebro pudo haber hecho un clic en ese momento, pero si Naiara era honesta, el que dominaba en aquel momento era su cuerpo. El problema era que ni razonamiento tenía para ser honesta porque aquel instinto que se adueñaba de todo era absolutamente desconocido para ella.No era que las cosas jamás se hubieran puesto un poco calientes con Justin cuando eran novios, pero Naiara jamás había sentido la “necesidad” de estar con él. Y eso era exactamente lo que le pasaba con Samuel: urgencia, necesidad, desesperación, ansiedad, como si el hecho de que no la tocara le doliera en la piel, como si el hecho de que la tocara jamás fuera bastante, como si fuera enfermedad que no se le pasaba, o como una condenada maldición de la que no podía librarse.Sintió su boca devorando la suya y desconectó los últimos rastros de cordura que le quedaban. La ropa sobraba, y Naiara ni siquiera se resistió cuando sintió las mangas de su vestido bajando sobre sus hombros,
CAPÍTULO 22. Un detonadorHabía algo en él que no la dejaba respirar. Naiara no sabía si eran aquellos ojos, o el sudor que le perlaba el pecho, o los músculos en terrible tensión, o gruñidos de cazador hambriento que le salían entre los dientes apretados, o si solo era aquella sensación de calor intenso que él provocaba masajeando sobre su clítoris con fuerza.Lo único que sabía era que estaba perdida con él, que no le alcanzaba, que podía sentir aquella invasión abriéndola, sometiéndola, haciéndola estallar en pedazos y aun así no quería parar, no podía parar…—Eso, nena, despacio… shshshs… despacio…. Así… ¡ah!... así está bien… —Samuel se mordía el labio mientras sentía cómo entraba centímetro a centímetro.Un pequeño hilo de sangre corría hasta la hierba suave debajo de ellos, pero de la garganta de Naiara solo salían gemidos de placer, y él sintió que pecho se le hinchaba con el maldito orgullo de que lo peor había pasado y ella ni siquiera se había enterado.—¿Quieres un poquito
CAPÍTULO 23. SiempreSamuel juraba que jamás en su vida había sentido tanto miedo como ese momento en que vio apagarse la mirada de la muchacha. Simba ladraba emocionado a su alrededor, pero ella se había quedado muda en un solo instante, y él había tendido solo unos segundos para envolverla en un abrazo antes de que cayera al suelo, lastimándose.—¡Naiara! —La sacudió con vehemencia entre sus brazos, golpeando suavemente su cara para que reaccionara—. ¡Naiara, nena…! ¿¡Qué pasa, renacuajo, qué te pasa, qué tienes…?!Por un segundo fue como si el miedo hiciera que todo el conocimiento que tenía de primeros auxilios se le borrara de la mente, pero luego solo la levantó contra su pecho y se la llevó a la cama.—Está respirando bien, muchacho, está respirando —murmuró dirigiéndose a Simba después de revisarla, porque el animal caminaba gimiendo a su alrededor, como si su dueño le hubiera transmitido toda su angustia. Samuel pagó el oído a su pecho y respiró cuando notó el latido fuerte y
CAPÍTULO 24. Un hombre cruelEl rostro de Samuel se ensombreció en un segundo, y arrugó el ceño como si las palabras que estaban saliendo de la boca de Naiara fueran del todo incomprensibles para él.—¿Disculpa? ¿De qué estás hablando… cómo que Amanda…?Era evidente que sabía de quién hablaba, no había muchas Amandas en el pueblo como para confundirse, pero aquello no tenía ni pies ni cabeza.—¿De dónde sacaste eso, renacuajo? —la increpó, presintiendo el que origen de todo aquel maldito problema había sido eso.—Ella me lo dijo —respondió la muchacha con sinceridad.—¡¿Quééééé?! —exclamó Samuel abriendo mucho los ojos—. ¡¿Cómo que Amanda te dijo eso?! ¡¿Cuándo?!Naiara respiró hondo y se rascó la cabeza porque no quería ser el centro de ningún escándalo más.—Vine a devolverte tu ropa. Ya sabes, tu playera y tu calzón, el que me diste el día de la tormenta…—Ajá.—Y bueno… fui al taller a preguntarle a Sergio tu dirección y en la entrada me encontré con ella. Reconoció tu playera así
CAPÍTULO 25. Un tiempo para dosProbablemente estuviera esperando gritos, reclamos y hasta que Samuel se sintiera herido de todas las maneras posibles, después de todo, el hombre casi le estaba diciendo que se iba a poner un cinturón de castidad por ella, mientras Naiara le decía que no quería que hicieran público aquello. Sin embargo lo único que obtuvo fue él tomando su mano y regresado a casa sin decir una palabra.Tenía el ceño fruncido y nervioso, hasta que atravesó la puerta, pero cuando la cerró tras él toda su expresión pareció relajarse y solo se apoyó en el respaldo del sofá mientras la atraía hacia su cuerpo para abrazarla.—¿Quiero preguntar por qué? —murmuró en su oído y la escuchó respirar despacio, estrechándolo tan fuerte como podía.—Fue hace unos días —respondió Naiara con la cara oculta contra su pecho—. No hace meses ni años… todo lo de mi boda fue hace solo unos días, y no… no es tan simple como que se hubiera negado a casarse y se hubiera largado. Las cosas que p