CAPÍTULO 16. Una vuelta a la vida social—A ver fiera, cálmate que esa mujer no tiene nada que ver contigo… —intentó disuadirlo Sergio, pero la mirada feroz de su mejor amigo lo hizo callarse del tirón y solo mover en su dirección aquella jarra de cerveza.Samuel parecía un león enjaulado en un frigorífico, rodeado de carne congelada y teniendo que aguantarse las ganas de matar.—¡Voy a alejarme de todos! ¡Eso dijo, con esas palabras! ¡No sabía que “todos” en el diccionario aparecía debajo de mi nombre! —gruñó él con furia.Honestamente no sabía qué lo estaba molestando más, si aquella distancia le sabía a rechazo en toda regla, o el hecho de que ella se estuviera riendo y aceptando ayuda de alguien que no era él.—A ver, Samuel, solo es una chiquilla, es lógico que se impresione con un tipo que va por la vida de cuello y corbata. Si viene de una gran ciudad seguro que está acostumbrada a tipos como esos, no a bomberos forestales como tú —suspiró Sergio tratando de restarle importanci
CAPÍTULO 17. Unas miradas asesinasLa feria regional de los bomberos forestales, organizada por supuesto por el ayuntamiento del pueblo, para recaudar fondos, donaciones y todo tipo de ayuda posible.El señor Almeida, capitán de la estación, le ponía mucho empeño a aquellas ferias porque era un acumulador compulsivo para casos de desastre, y solo se sentía tranquilo cuando tenía los almacenes llenos de todo lo que se pudiera necesitar. Así que todo el pueblo y los de los alrededores se organizaban para pasarse a ayudar o a dejar sus donaciones.Naiara se detuvo delante de aquel cartel y a quien primero vio fue a Sergio, entregando tarjetas de agradecimiento a quienes estaban dejando alimentos o aseo, y estaba segura de que no tardaría en ver a Samuel, que para su sorpresa se detuvo detrás de ella, sobresaltándola con aquella voz ronca.—Parece que el concepto de “todos” se va deteriorando, porque es evidente que aquí vas a estar cerca de mucha gente —lo escuchó sisear y se dio la vuel
CAPÍTULO 18. Una cuestión de prioridadesEra un desastre total, como cada maldit@ cosa que pasaba entre ellos. Samuel la miraba como si estuviera a punto de besarla o nalguearla, la verdad era que en aquel punto no estaba muy seguro, pero la verdad era que desde que aquella mocosa conflictiva había llegado él no entendía nada de lo que le estaba pasando y andaba sin sombra.—¡Pues claro que puedo hacer con mi vida lo que me dé la gana, Naiara! ¿¡De qué demonios estás hablando?! —espetó con rabia acercándose más a ella y eso era peligroso, muy peligroso, porque tenía todos los músculos tensos en los lugares correctos y Naiara ya estaba sintiendo que el aire le faltaba en serio—. ¿¡Y qué es eso de estarme llamando “bragueta suelta”?! ¡Lo de bruto no te lo voy a discutir! ¿¡Pero te parece que vaya yo por ahí restregándomele a todo el mundo!?—¡Entonces admites que te me restregaste! —exclamó ella intentando levantar aquel dedito acusador, pero todo lo que se ganó fue un gruñido hosco ent
CAPÍTULO 19. Una solución para un problema Una bomba cayendo en medio de aquella mesa hubiera impactado menos, hubiera espantado menos, hubiera herido menos. Y como fuera un detonador, aquello llevó las lágrimas de Naiara al borde de sus ojos en un microsegundo. Bajó la mirada en ese mismo instante, mientras el silencio se extendía en aquella mesa.Casi nadie sabía si lo que Samuel acababa de decir era verdad o no, pero Naiara sentía que el corazón le retumbaba en los oídos. Había creído que todo aquello había quedado atrás, que el desastre de su boda fallida había quedado al otro lado del océano, había creído que en España estaría a salvo, pero el recuerdo acababa de estallarle en la cara frente a todo el mundo.—Con… con permiso… —murmuró con esa voz ahogada con que trataba de contener las lágrimas y le dio la espalda a todos para dirigirse al baño.Y fue solo ver aquella expresión para que Samuel se mordiera la lengua con un gesto de impotencia porque no había pasado ni un solo ma
CAPÍTULO 20. Solo conmigoNo entendía. O mejor dicho, quizás no quería entender, porque aquellas palabras de su renacuajo no podían significar que…—¡¿Qué estupidez estás diciendo, Naiara?! ¡¿Qué es eso de solucionar qué problema?! ¿Qué…?—¡Que me voy a tirar a alguien esta noche! ¡Eso es lo que significa! ¡Así que quítate del camino que tengo de todo menos tiempo para perderlo contigo! —siseó ella tratando de pasar a su lado, pero entre la impresión y la tos incrédula, Samuel no la dejó ni acercarse a la camioneta.—¡¿Pero te volviste loca?! —la increpó.—¡No, me volví cínica! ¡Gracias por la puñetera contribución! —exclamó ella sin saber qué era aquella mezcla de rabia con dolor que le estaba deshaciendo el corazón—. ¡Quítate, Samuel!—¡No, claro que no! ¡No te vas a subir a ese auto y no voy a dejar que hagas una estupidez de la que mañana te vas a arrepentir! —intentó convencerla.—¡¿Y por qué me voy a arrepentir?! ¡¿La gente se arrepiente de follar?! ¡No lo creo!—¡Pues de follar
CAPÍTULO 21. Un fuego perfectoQuizás su cerebro pudo haber hecho un clic en ese momento, pero si Naiara era honesta, el que dominaba en aquel momento era su cuerpo. El problema era que ni razonamiento tenía para ser honesta porque aquel instinto que se adueñaba de todo era absolutamente desconocido para ella.No era que las cosas jamás se hubieran puesto un poco calientes con Justin cuando eran novios, pero Naiara jamás había sentido la “necesidad” de estar con él. Y eso era exactamente lo que le pasaba con Samuel: urgencia, necesidad, desesperación, ansiedad, como si el hecho de que no la tocara le doliera en la piel, como si el hecho de que la tocara jamás fuera bastante, como si fuera enfermedad que no se le pasaba, o como una condenada maldición de la que no podía librarse.Sintió su boca devorando la suya y desconectó los últimos rastros de cordura que le quedaban. La ropa sobraba, y Naiara ni siquiera se resistió cuando sintió las mangas de su vestido bajando sobre sus hombros,
CAPÍTULO 22. Un detonadorHabía algo en él que no la dejaba respirar. Naiara no sabía si eran aquellos ojos, o el sudor que le perlaba el pecho, o los músculos en terrible tensión, o gruñidos de cazador hambriento que le salían entre los dientes apretados, o si solo era aquella sensación de calor intenso que él provocaba masajeando sobre su clítoris con fuerza.Lo único que sabía era que estaba perdida con él, que no le alcanzaba, que podía sentir aquella invasión abriéndola, sometiéndola, haciéndola estallar en pedazos y aun así no quería parar, no podía parar…—Eso, nena, despacio… shshshs… despacio…. Así… ¡ah!... así está bien… —Samuel se mordía el labio mientras sentía cómo entraba centímetro a centímetro.Un pequeño hilo de sangre corría hasta la hierba suave debajo de ellos, pero de la garganta de Naiara solo salían gemidos de placer, y él sintió que pecho se le hinchaba con el maldito orgullo de que lo peor había pasado y ella ni siquiera se había enterado.—¿Quieres un poquito
CAPÍTULO 23. SiempreSamuel juraba que jamás en su vida había sentido tanto miedo como ese momento en que vio apagarse la mirada de la muchacha. Simba ladraba emocionado a su alrededor, pero ella se había quedado muda en un solo instante, y él había tendido solo unos segundos para envolverla en un abrazo antes de que cayera al suelo, lastimándose.—¡Naiara! —La sacudió con vehemencia entre sus brazos, golpeando suavemente su cara para que reaccionara—. ¡Naiara, nena…! ¿¡Qué pasa, renacuajo, qué te pasa, qué tienes…?!Por un segundo fue como si el miedo hiciera que todo el conocimiento que tenía de primeros auxilios se le borrara de la mente, pero luego solo la levantó contra su pecho y se la llevó a la cama.—Está respirando bien, muchacho, está respirando —murmuró dirigiéndose a Simba después de revisarla, porque el animal caminaba gimiendo a su alrededor, como si su dueño le hubiera transmitido toda su angustia. Samuel pagó el oído a su pecho y respiró cuando notó el latido fuerte y