Capitulo 003

Capítulo 003

—¡Señora! No se ve nada bien, debería ir al hospital —dijo la criada, un poco alarmada.

—No es necesario, señora Nani. Tomaré las pastillas para el resfriado y me sentiré mejor —susurró Yudith, con la voz ronca—. ¿El señor Max está en casa?

—No —respondió la mujer.

—Está bien, puedes retirarte —dijo Yudith, mientras la criada salió cerrando la puerta detrás de ella.

Yudith tomó el vaso de leche junto con la pastilla. Tosió un par de veces, sintiendo el picor en su garganta. Se acostó nuevamente y volvió a dormir.

Así pasaron varios días sin que pudiera comer nada, solo tomando las pastillas para el resfriado y un vaso de leche tibia. Su fiebre aumentó, y su cuerpo se fue debilitando cada vez más.

Aparentemente, Max no había regresado a la casa desde la última discusión. A Yudith no le pareció extraño; seguramente estaba en los brazos de su amada Cecilia, como tantas otras veces. Ya no era raro que él no volviera a casa.

Al día siguiente, la señora Nani tocó la puerta suavemente y entró trayendo consigo una bandeja.

—Señora, le traje su plato favorito. Por favor, coma aunque sea un poco. Está muy débil; necesita alimentarse.

La voz de Nani sonaba genuinamente preocupada, pero Yudith no respondió.

Nani pensó que quizás estaba dormida, pero al mirarla vio que estaba tan pálida como una hoja de papel. Como no había comido durante días, se veía mucho más delgada.

Preocupada, tomó la bandeja nuevamente y bajó para dejarla en la cocina. Luego fue hasta el comedor, donde Max estaba sentado desayunando.

La señora Nani le tenía un poco de temor, pero le daba pena la condición de Yudith.

—Señor Hamilton...

—¿Qué sucede? —preguntó Max, alzando la mirada.

La empleada agachó un poco la cabeza, nerviosa.

—Señor, la señora no está bien de salud. Hace varios días que no come nada ni se levanta de la cama. Tampoco quiere ir al hospital. Estoy un poco preocupada por ella.

Max quedó en silencio durante unos minutos mientras Nani esperaba parada frente a él, temblando de los nervios.

—Está bien, iré a ver —respondió, frunciendo el ceño.

Se limpió las manos y subió las escaleras a grandes zancadas. Nunca había entrado en la habitación de Yudith; esta era la primera vez.

Giró la manija de la puerta, que no tenía seguro, y caminó hacia la cama. Se paró frente a ella. Yudith estaba inconsciente por la fiebre.

Él la observó por unos momentos. Estaba muy pálida y era evidente que había perdido mucho peso desde la última vez que la vio. Pero pensó que quizás era un truco de ella para que él la dejara ir. Después de todo, nunca la había visto en ese estado.

—¡Yudith, sabes que no tengo mucha paciencia! ¡Levántate y come algo ahora mismo! ¿O es que piensas morir de hambre? —gritó Max, con la voz llena de furia.

No obtuvo respuesta. Entonces, se acercó un poco y le dio una palmada suave en la mejilla. Cuando la tocó, se dio cuenta de que estaba hirviendo en fiebre.

La llamó varias veces, pero Yudith no se movía. Max entró en pánico. La cargó en sus brazos, bajó rápidamente hasta su auto y la llevó al hospital.

Cuando llegaron a emergencias, los doctores la intervinieron de inmediato. Le colocaron una vía intravenosa y medicamentos para bajar la fiebre, luego la trasladaron a una sala privada.

Una enfermera entró para sacarle sangre para los análisis. Max la observaba desde el sofá, sentado al lado de la sala. Miró la hora en su teléfono: eran casi las 9 de la mañana.

Un poco más tarde, el doctor Víctor Meyer entró a revisar a Yudith. Al verla, la reconoció de inmediato. Era la paciente que había estado en su consultorio hace apenas una semana, a quien le había diagnosticado cáncer.

—¿Pero qué le ha pasado? —se preguntó.

Revisó los resultados de los análisis. Indicaban que tenía pulmonía severa.

Max había salido a hacer una llamada. Cuando regresó a la habitación, el doctor le preguntó:

—Señor, ¿es usted familiar de la paciente?

—Sí —respondió Max sin titubear.

—La señorita tiene pulmonía severa. Parece que estuvo expuesta mucho tiempo al frío. Además, los glóbulos sanguíneos están muy bajos, sin contar que estuvo varios días sin una alimentación adecuada.

El médico hizo una pausa antes de continuar:

—Le sugiero que le hagan una pequeña transfusión de sangre. Así se recuperará más rápido y habrá menos riesgos. Como usted es familiar de ella, si está dispuesto, podría hacerlo hoy mismo. Si no, tendríamos que buscar un donante, pero eso tomaría un poco más de tiempo.

Max se quedó pensando por unos segundos, pero finalmente respondió:

—Está bien, yo lo haré. Aunque no sé si mi sangre y la suya son compatibles.

—No se preocupe. Pronto lo averiguaremos —respondió el doctor Víctor.

El médico le indicó lo que debía hacer y lo condujo al laboratorio en el tercer piso. Allí dio órdenes para que el análisis de sangre se realizara de forma prioritaria y de paso max después de pensarlo silenciosamente le hizo otro pedido a Victor.

Mientras regresaba al cuarto, Max intentaba entender qué lo había impulsado a aceptar donar su sangre a una mujer que claramente odiaba. Pero no encontraba explicación alguna en su mente.

Cuando volvió a la habitación, Yudith seguía profundamente dormida. Max tomó su chaqueta, salió del hospital y condujo hacia la casa en un abrir y cerrar de ojos ya era hora de la tarde. Necesitaba darse una ducha y buscar a la señora Nani para que se encargara de cuidar a Yudith.

Al llegar, Nani lo estaba esperando en la puerta. Se veía preocupada.

—¿Cómo está la señora? —preguntó la criada.

—Si quieres saberlo, busca ropa cómoda y cosas que pueda necesitar. Ven conmigo al hospital —respondió Max.

Nani obedeció. Subió corriendo a empacar pijamas, pantuflas, mantas calientes y artículos de cuidado personal. Mientras tanto, Max se duchó y se vistió con ropa casual.

Llegaron al hospital cerca de las 3 de la tarde. Yudith aún no había despertado. La señora Nani acomodó todo en un gavetero.

El teléfono de Max sonó. Era una llamada de la empresa. Salió de la habitación para contestar.

En ese momento, el doctor Víctor entró a la sala.

—Buenas tardes, señora —saludó el médico.

—Buenas, doctor.

—¿El señor que trajo a la paciente es el señor Hamilton?

—Sí, pero ahora está respondiendo una llamada.

—Muy bien, necesito hablar con él. Dígale que lo estaré esperando en mi consultorio, al final del pasillo, a la derecha.

—Está bien, doctor, se lo diré.

—Perfecto, entonces me retiro.

—¡Espere, doctor!

—¿Sí, dígame?

—¿Por qué la señora aún no ha despertado?

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