Capítulo 2
—Profe, me duele la cabeza —susurró Clara.

Entonces me di cuenta. No hablaba conmigo, sino con Clara.

Por supuesto.

Él jamás me había mirado así.

—¡Profesor!

Serafina, una de mis estudiantes, irrumpió en la habitación del hospital, con la voz temblorosa.

—Debe volver a la universidad… todo se está saliendo de control.

Ovidio no respondió de inmediato.

Serafina, siempre asustada en su presencia, bajó la cabeza, esperando en silencio.

Finalmente, Ovidio habló con calma:

—La Universidad A es la institución más prestigiosa del país. Está llena de personas capaces. ¿Por qué habría de perder el control solo porque no estoy allí?

Serafina apretó las manos con nerviosismo, sin atreverse a replicar.

La comprendí al instante.

Serafina venía de una comunidad rural, y su vida en la universidad era un privilegio que no podía darse el lujo de perder. Su miedo no era irracional; sabía que si Ovidio dirigía su frustración hacia ella, no tendría cómo defenderse.

Volteé a mirar a Ovidio. Él seguía tan frío e imperturbable como siempre.

Quizás no queriendo ser cruel, agregó:

—El malestar de Clara fue culpa de un error de Constanza. Debo quedarme aquí hasta que Clara se recupere por completo.

Serafina lanzó una rápida mirada hacia Clara, quien le devolvió una sonrisa radiante. La reacción de Serafina fue inmediata: fulminó a Clara con la mirada antes de girarse y marcharse sin decir palabra.

Clara, con tono herido, murmuró:

—¿Viste cómo me miró? Seguro está de parte de la profesora Constanza, pero yo no he hecho nada malo…

Ovidio, en voz suave, la tranquilizó:

—No pienses en eso. Solo enfócate en recuperarte. No culpes a Constanza, su carácter despreocupado la llevó a cometer un error, pero no fue intencional.

Mi ira creció al escuchar esas palabras. ¡Quería lanzarle una silla a la cara!

A lo largo de los años, había soportado su frialdad hacia mí.

Pero no podía tolerar que menospreciara mi trabajo.

¡Lo odiaba tanto en ese momento!

Clara esbozó una sonrisa tímida y dijo:

—No conozco bien a la profesora Constanza, pero es verdad que es bastante… extrovertida. La he visto varias veces siendo muy cercana a los otros profesores varones.

La furia me consumía por dentro.

—¡Maldita sea, Clara! ¿De verdad crees que todos son como tú, que te vendes por migajas de atención?

Ovidio frunció el ceño.

—Clara, no deberías hablar sin pruebas.

Ella, fingiendo inocencia, se encogió de hombros y sacó la lengua juguetonamente.

—Lo sé, lo sé. Solo bromeaba.

Pero esa sonrisa traviesa logró arrancarle una leve sonrisa a Ovidio.

A pesar de estar muerta, sentí un frío que me recorrió el cuerpo.

El rostro de Ovidio reflejaba claramente su desconfianza hacia mí.

Después de tantos años, nunca se había molestado en conocerme de verdad: ni a mí ni a mi trabajo.

—Me duele la cabeza… Profe, ¿podrías abrazarme? —susurró Clara, en un tono suplicante.

Ovidio no se movió.

Ella insistió, con un tono más mimado:

—Solo una vez… por favor. Piensa que lo haces para disculparte en nombre de la profesora Constanza, ¿sí? ¡Anda, por favor!

Él dudó unos segundos antes de sentarse junto a ella.

Clara, satisfecha, se acurrucó en su pecho.

Me reí con amargura.

—Ovidio, disfruta de este momento de intimidad. Pero recuerden que su destino ahora está en manos de la universidad… y de la policía.

Clara, satisfecha, se acomodó en los brazos de Ovidio. Con esa crueldad inocente que la caracterizaba, lo tentó:

—Profe, ¿por qué no llamas a la profesora Constanza para saber cómo está?

El rostro de Ovidio se endureció de inmediato.

—Clara, eres demasiado ingenua. No entiendes cómo es ella… Siempre finge estar mal para que me preocupe por ella.

Y yo no podía contradecirlo.

Lo cierto es que en el pasado, solía hacerme la enferma para recibir su atención.

Pero desde que Clara apareció, mis trucos ya no funcionaban.

Cada vez que fingía estar enferma, Clara encontraba la forma de hacerse daño o de enfermarse de verdad.

Ovidio siempre tenía que elegir entre las dos… y ella siempre ganaba.

Si me quejaba, él me miraba con decepción y me decía:

—Constanza, ya deja de comportarte como una niña. Clara y yo somos del mismo pueblo, y llegar a esta universidad no fue nada fácil para ella. No entiendes lo difícil que es estar sola en un lugar como este. Tú, que eres de aquí, nunca lo comprenderías.

Yo siempre tenía una respuesta preparada:

—¡Yo también me esforcé por entrar a esta universidad!

¡También me esforcé por conquistarte! Pero esas últimas palabras se quedaban atoradas en mi garganta. Nunca las decía.

Clara sonrió con malicia:

—Ya veo cómo lograste que te prestara atención.

El gesto de Ovidio se tensó. Sosteniéndola por los hombros, la recostó suavemente en la cama antes de levantarse.

—Profe… —llamó Clara.

Él se dio la vuelta y le sonrió con una leve disculpa.

—Voy al baño —le dijo antes de salir de la habitación
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