Evangeline Lumière. Al céntranos a comer todos se dieron las manos y Aleksander, que lo tenía al lado, me tendió la de él. A mi otro costado estaba su madre. Tome ambas manos y espere que alguno rezara o lo que sea que estuvieran haciendo. —Immortalis Domine, da nobis misericordiam tuam et adiuva nos ut illos qui de manibus tuis fugerunt revertamur. Domine, nox sit et nostra. Amen. —de todo lo que dijo el Sr. Pierce solo entendí el “amen”. Todos comenzaron a comer con calma y en silencio. Si hay algo que me ponga muy nerviosa es que no allá nada de ruido durante la comida, y más con desconocidos. —¿En qué idioma hablo, Sr. Pierce? —me atreví a preguntar después de un rato. —latín, Evangeline. —respondió cortésmente. —Oh, ¿es complicado el latín, señor? —pregunte intentando crear una charla. Aleksander me dio un golpe por debajo de la mesa. Lo mire, pero él solo miraba su plato de comida. —No, Evangeline, es fácil una vez que sabes cómo estudiarlo. —¿A qué se refiere? —Cua
Evangeline Lumière. Frete a mi estaba viendo el acto más horrendo e inhumano que he visto en toda mi vida, un homicidio. La chica no hacía nada, no gritaba, no lloraba. Su rostro es completamente inexpresivo, como si estuviera muerta en vida o en trance. Quise irme, pero mis pies no me respondían y junté todas mis fuerzas para no gritar en ese mismo momento. Lo único que hice fue sacar mi celular y comenzar a grabar todo lo que estaba pasando. La chica estaba apoyada en una gran rosa, igual que las otra, mientras la Sombra estaba abriéndola y dejando que todos sus órganos cayeran al piso. Le saco el corazón y lo metió dentro de una canasta que tenía allí. Se elevo un poco en el aire y se dirigió hacia su cabeza. Con un cuchillo de caza abrió su cráneo y de allí saco su cerebro para luego arrancar sus ojos. Los tomo y los volvió a dejar en la canasta. En un movimiento de su mano la roca junto a la chica desapareció sin dejar rastro. Se arrodillo frente al lago y dejo la canasta
Evangeline Lumière. Cerré los ojos y esperé a sentir el golpe que me matara, pero jamás lo sentí. Moví mis manos y me asusté al sentir una superficie húmeda y un poco rasposa. Abrí los ojos y me sorprendió ver donde estaba. —No. Lo. Puedo. Creer... Mire a mi alrededor y no podía creer lo que estaba viendo. Estaba en un parado, pero no cualquiera, es mi prado. Antes de vivir en Miami vivíamos en Rusia. Recuerdo que era sumamente frio, pero hermoso. Caminábamos por el prado buscando un buen lugar para enterrar a Cleopatra, nuestra gata esfinge. Caminamos y caminamos hasta dar con el claro más hermoso que había visto en mis 8 años de vida; Todo está igual que ese día. La nieve era tan poca que dejaba ver las flores rojas mezclándose con las azules. También se podía ver un poco del pasto que brillaba debido a la nieve derretida que había por allí. Los árboles rodean el claro en un círculo casi perfecto y la punta de estos estaba ligeramente corridos hacia el centro, ver hacia el cie
Al despertar está nuevamente en la casa Pierce. Me levanté rápidamente del sofá y empecé a caminar hacia la salida. —¿A dónde crees que vas? —la voz de Aleksander me detuvo. Me gire para verlo. —A casa. —respondí sin ganas. —No. —se acercó con mirada seria y pasos decididos. —¿Como qué no? Me voy. —me giré y puse una mano en la puerta, lista para abrirla. —Dije que no. —apoyó su mano, cerrando de un portazo. —Alek, quiero irme. —volví a intentar abrir la puerta, pero él no saco su mano. —Es peligrosos que salgas ahora. —podía sentir su respiración justo detrás de mí y su pecho casi pegado a mi espalda. —No tengo ganas de explicarle a la policía por qué esta tu cuerpo muerto tan cerca de mi propiedad. —¿A qué te refieres? —cuestione mientras lo volteaba a ver. —A que si te vas ahora esa cosa te va a matar. —apunto hacia el bosque. Me acerqué a una ventana y pude ver como una sombra de ojos rojos miraba fijamente a la casa. —¿Por qué no entra? —cuestione. —Pusimo
Evangeline Lumière.¿Cómo es que pase de ser considerada un pequeño fenómeno a una presa de un viejo brujo? Me he hecho esa misma pregunta durante los 20 minutos que el señor Pierce ah estado hablando.—Evangeline, ¿estas escuchándome? —cuestiono.—No. Me perdí, lo siento. —respondí un poco avergonzada.—Te estaba diciendo que de ahora en mas no podrás salir de la casa sin ninguno de nosotros. Si quieres salir deberás avisarnos y de ahora en mas recibirás accesoria de combate con Artemisa. —la chica dio un paso al frente.—Espero que no tengas dos pies izquierdos, suficiente tuve con Aleksander cuando era joven. —tenia los brazos cruzados y un semblante serio. Había dejado esa ropa formal y se puso una calza deportiva junto a un top para deporte, ambas osas negras.—Aleksander, ¿puedo hablar contigo? —pregunte casi sin abrir la boca.Él miro a su familia y salió de la habitación, lo seguí. Llegamos a la sala y le di un fuerte golpe en el pecho. No dijo nada, solo se quedo quieto, mirán
Evangeline Lumière. Ya había pasado una semana desde que los Pierce me tienen retenida en su casa por mi seguridad. Ya no sabia que hacer, entrené con Artemisa, estudie con el Sr. Pierce, cocine con la Sra. Pierce, e hice manualidades con el joven Pierce. Son muchos Pierce. Respecto a Aleksander no había hablado mucho con él, más que las cortas charlas antes de dormir. Charlas como "Buenas noches", "Me toca en la cama, tu al sofá" o cosas así. —¿A dónde vas? —Aleksander entro por la puerta y detuve mis pasos hacia el baño. —¿A darme una ducha? —lo mire con curiosidad. —Me toca, aléjate de ese baño. —me señalo y se apresuro a llegar a la puerta. —¿Qué? No, es mi turno. —me apresure a entrar. Ambos intentamos paso a la vez y terminamos en el suelo. —Ay, salte de encima, idiota. —lo intente empujar, pero solo se movió un poco.Lo mire y él ya me estaba viendo. —¿Y porque debería hacerlo? —pregunto burlón. —Porque me estas aplastando, idiota. —intente empujarlo, pero ni siquier
Mis sueños siempre han sido algo de lo que jamás pude sentirme orgullosa. En ellos no veía unicornios sobre ríos de chocolates o hadas en casas de jengibres, veía a personas que jamás en mi vida conocí. Todas ellas eran acompañadas con fechas, lugares e incluso, en algunas ocasiones, hasta el lugar. No fue hasta que conocí a tres de esas personas, con tan solo 8 años, que me di cuenta de este “don”. Tarde mucho en contárselo a mi madre, pero cuando lo hice, a mis 15 años, fue una de las mejores decisiones de mi vida. Ella m ayudo mucho con todo y me hizo el mayor favor que una madre le puede hacer a su hija; nos mudamos a tan solo una semana de que unas niñas de mi anterior escuela se enteraran de este secreto, obviamente fue por accidente. Ya era sumamente molesto que me llamen momia por mi piel pálida como para aguantar el apodo de “Brujita, la famosa y fea momia”. Ese apodo no tenía sentido honestamente, pero era fastidioso ver como se burlaban de mi dejando papel de baño en mi ca
Evangeline Lumière. —Hija... Hija... ¡Evangeline!— abrí los ojos asustada. —Al fin despiertas. Te estuve llamando por 15 minutos. —dijo mi madre mirándome por el retrovisor. —Ya llegamos. —anuncio. Mire por la ventana y me recibió un hermoso paisaje de un gran lago y detrás de el un hermoso bosque verde. Mire a mama y nos sonreímos mutuamente. Volví mi vista al paisaje y me asuste cuando un camión paso a rápida velocidad junto al auto. Mama y yo nos reímos cuando se nos pasó el susto. —Mama, —la llame aún medio dormida. —Volví a soñar con él. —le conté. —¿Otra vez? —cuestiono. Asentí. — Aun no entiendo porque sueñas con esa gente y aun no entiendo por qué no me dejas ver los dibujos de ese muchacho. —me reprocho. —Ya te lo dije mamá. —hable cansada. —Si te muestro sus dibujos tú serías capaz de ponerlo en todos lados hasta encontrar a alguien igual. Además, no es la gran cosa. —le reste importancia. —¿No es la gran cosa? —pregunto ofendida. —Sueñas con ese chico desde los