El hombre recibió el café negro que la asistente de Bustamante le ofreció, agradeció con la mirada y acomodó la caliente taza frente a él, detallando de reojo el puesto vacío de Lexy.
¿Dónde estaba? Pensó en silencio, evidenciándose afanoso y adusto.
Miró el reloj de muñequera que llevaba con disimulo y suspiró al entender que la muchacha llevaba casi quince minutos de retraso. Se echó a reír con fingimiento cuando uno de sus compañeros de la zona sur narró un fastidioso chiste y se llevó al café a los labios para alargar el pequeño break que el gerente había otorgado mientras todos los trabajadores se reunían en la sala de conferencias.
Lexy llegó justo a tiempo
Tenían exactamente una hora para contestar cada pregunta de la evaluación y mientras el resto de los empleados y practicantes trabajó en ello, los grandes puestos de la empresa charlaron sobre lo bien que respondían los clientes antiguos de la empresa a los nuevos cambios que la misma estaba ejerciendo en cuanto a ofertas y descuentos.Joseph estuvo ausente la mayor parte de la reunión y le costó mucho trabajo despegar los ojos de Lexy, a quien podía ver a través del cristal que los dividía y a quien anhelaba escuchar y besar sin aprensiones.—¿Dudas de ella? —preguntó Juan Rosales, el gerente de la zona sur, con el que compartía una larga lista de experiencias positivas.Joseph negó con la cabeza y se vio obligado a dejar de mirar a Lexy para
—Lexy estudió dos años Relaciones Públicas en la Universidad Católica, prestigiosa por crear excelentes profesionales —acotó Juan Rosales, el gerente de la zona sur.—¿Por qué lo dejó? —preguntó otro de sus colegas y Joseph tuvo que intervenir cuando nadie tuvo la respuesta correcta.—No tenía dinero para seguir pagando la mensualidad, sabemos lo costosa que puede resultar la Universidad Católica —mintió, pero se arriesgó, puesto que siempre había sentido que había algo más detrás de los abandonos de carrera que Lexy mostraba en su hoja de vida.—Pero después siguió con otra carrera… —intervino Juan Rosales, observando la carta de presentación de la much
Caminó con discreción hasta el dormitorio de la muchacha y cuidó de que nadie estuviera cerca cuando llamó a su puerta. Tenían que seguir manteniendo su relación con un bajo perfil, al menos hasta que pudieran regresar a casa y establecer un nuevo estilo de vida.La verdad era que a Joseph le había encantado dormir cada noche junto a Lexy y entre sus brazos y mejor todavía, le hechizaba desayunar a su lado, sus conversaciones juveniles después del sexo y estaba enamorándose de ella, de sus monerías, de su fragancia, de cada parte de su esencia como un loco que no puede encontrar escapatoria a tanta conmoción que lo anubla.Había decidido que quería vivir junto a ella, que anhelaba tenerla en cada alborada y en cada oscurecer, que era la persona que quería ver sonreír por
La mujer le había declarado la guerra y Lexy ni siquiera sabía cómo responder al atropello, seguía impactada y atemoriza por sus advertencias y no sabía qué hacer, por lo que —cobardemente—, había elegido el camino más fácil: dejarlo ir.Dejar ir a Joseph a pesar del amor que sentía, de la fuerza de sus sentimientos y el dolor que aquello encendía en ella.—Me equivoqué —siseó timorata y lo miró a la cara. El mentón le tembló cuando sus ojos oscuros, pero realmente bonitos, la observaron desde la distancia—. Me equivoqué cuando dejé a Esteban y cometí un error acostándome contigo durante todo este tiempo —repitió aquella mentira que había practicado por largas horas y aunque quiso sonar y verse
La joven no alcanzó a reaccionar ante sus ejercitados movimientos del hombre y solo pudo dejar que sus manos tocaran su trasero, intentando mantener una cómoda posición mientras el hombre caminó con ella de regreso a la habitación, donde la cama esperaba a por ellos.La recostó con cuidado encima del colchón y la muchacha estiró los brazos por encima de su cabeza y encogió las piernas, adoptando una sensual pose ante los ojos de Joseph; antes de alejarse para desnudarse, le chupó el abdomen y deslizó la punta de su lengua por la línea media de su cuerpo, llegando hasta su monte de venus, donde depositó un lento beso sin dejar de mirarla a la cara.La joven no pudo respirar en ese entonces y apreció como su rostro se ruborizaba en cuestión de segundos.Lexy sintió que Joseph era increíble, no existía otra definición para él, era todo lo que podía haber deseado y mucho más. Y menos mal que lo había encontrado, y justo a tiempo.Se quitó el saco negro entallado con lentitud, se jaló la c
Pasó la lengua cargada de saliva dejando que la misma escurriera por su piel. Se calentó más cuando la escuchó gemir y no pudo detenerse cuando la joven suplicó porque lo hiciera.Usó sus dedos para separar los labios del sexo, para pasar su lengua de arriba abajo, recogiendo con la misma la humedad de Lexy, esa que demostraba lo mucho que le excitaba aquella ineludible posición. La encontró deliciosa, una mezcla dulce de la que ya era adicto.Sus manos recorrieron su empinado trasero y se deslizaron por sus torneadas piernas. La joven no escapó ni se movió y se rindió por completo cuando uno de sus gruesos dedos llegó hasta su trasero, incendiando otros puntos a los que Lexy jamás había buceado.Fue entonces cuando quiso tocarlo también, quiso retribuirle todo ese placer que encendía en su cuerpo y se engulló su miembro con la misma hambre que había sentido antes.Todo estuvo bien en ese momento y Joseph entendió que Lexy era su chica.Le mordisqueó el monte de venus, para después a
Unas cuantas horas bastaron para que el cuerpo cansado de Joseph se recuperara. Abrió los ojos lentamente y se movió junto a Lexy, cuidando de no despertarla en tan placentero descansar en que la muchacha se hallaba sumergida.Tenía las mejillas sonrosadas por el calor que juntos habían ocasionado y el cabello castaño le caía revuelto por las mejillas, concediéndole ese femíneo aspecto y de niña buena que tanto lo enloquecía.Se acomodó a su lado con cuidado y estiró su cuerpo por todo el espacio libre que el colchón le brindaba. Le dolía la espalda, de seguro por pasar tantas horas en una silla y las piernas las tenía temblorosas. Necesitaba salir a correr y a estirar su cuerpo al aire libre, respirar aire fresco y disfrutar de las maravillas de la ciudad que una vez lo hab&iac
Era verdad, les había mentido a todos como una mitómana profesional, pero lo peor de todo, lo que más le punzaba y le rompía el alma, era que se había mentido a ella misma y todo para complacer a alguien más, alguien quién ni siquiera valía la pena.—Me quedé con los ojos cerrados, ciega, sorda, estúpida —rabió y se golpeó las piernas con rabia.—¿Y por qué volviste a la universidad un año después? —insistió Joseph, anhelando conocer toda la verdad detrás de sus cambios de carrera y fallas académicas.—Me sentía destruida, Joseph, estaba frustrada, incompleta. No era lo que yo quería. Yo quería estudiar, triunfar, quería tener… —sollozó a