Capítulo 02.

SOPHIE

Christopher me echó. Eso no puedo dejar de pensar.

El anillo en mi dedo reluce mientras estoy sentada en la parada del autobús esperando algo, no sé qué realmente porque no tengo dónde ir.

Mi madre no tiene idea de lo que pasó. Creo que nadie de la familia está informado de que fui echada de mi propia casa bajo la tonta suposición de que engañé a mi esposo, cuando la verdad es que nada de eso pasó.

Miro mi vientre y contengo las lágrimas que amenazan con salir. No puedo ponerme a llorar ahora porque sé que en cuanto lo haga, no me detendré, y no es momento de quedarme echa un ovillo en la cama.

Tengo que solucionar mi vida. Es claro que mi esposo, quien se supone que es el hombre que me ama, no va a darme la oportunidad de explicarme, ni siquiera me va a dirigir la palabra, así que no tengo otra alternativa más que buscar dónde demonios ir para pasar la noche e incluso la semana.

No quiero regresar con mi madre como si fuera una fracasada, pero no tengo opción. Cuando me encuentro más tranquila me doy cuenta de que no puedo pararme a llorar porque corro peligro en las calles.

Es de madrugada, no hay nadie aquí y no planeo sumar otra desgracia más a mi noche por lo que comienzo a caminar. La distancia desde nuestro barrio privado a casa de mi madre es de más de cinco kilómetros y aunque me encantaría tomar mi teléfono y marcarle, no puedo hacerlo.

De solo recordar que Christopher me arrebató todo lo que él me obsequió, mi corazón se estruja poco a poco porque jamás pensé que sería así de cruel conmigo, de la noche a la mañana, sin razón aparente.

Es tanto el odio que siente por mí que incluso llegué a preguntarme si alguna vez me quiso porque me resulta imposible creer que con simples falacias él pudiera llegar a cambiar tanto conmigo que he sido su esposa por los últimos cinco años.

Estoy tan decepcionada y tan dolida por dentro que la sensación de tener mis piernas quemando es simplemente algo mínimo en comparación.

La calle está desabitada, todo a mi alrededor está en completo silencio y de no ser por alguno que otro coche que continúa por este lugar, no podría ni siquiera ver la calle bien porque la iluminación no llega para estos lados.

No tengo idea de cuánto tiempo camino, ni siquiera soy consciente de si en verdad el tiempo está pasando porque no traigo ni un reloj conmigo, solo sé que de un momento a otro comienzo a entrar en el barrio de mi madre mientras los pies de zumban y el vientre lo tengo duro como una m*****a roca.

Algo comienza a iluminarme y no es la iluminación de la calle, sino el bendito sol que ha comenzado a salir lo que me grita que he caminado toda la noche en la oscuridad, sola y embarazada, durante cinco kilómetros donde lo único que me dolió fue el corazón.

Toco el timbre de casa de mamá y cuando lo abre, me desplomo en el suelo. No es el cansancio, no es el dolor físico, es el emocional.

Como una niña pequeña caigo rendida en brazos de mi madre que me abraza haciendo preguntas que no llego a escuchar porque mi cabeza me mantiene tan ocupada que hasta los sentidos estoy perdiendo.

Supongo que esto es lo que pasa cuando duele tanto el corazón. Pierdes todo el sentido de la orientación, así como el de la realidad porque de no ser que estoy en brazos de mi madre, seguiría pensando que lo que pasó hace unas horas es solo un mal sueño del que no puedo ser capaz de despertar.

Solo bastó una noche para destruir un matrimonio lleno de esperanzas y sueños. Solo una duda y todo el amor que él juraba tenerme, se fue a la m****a. Así de sencillo. Y eso me destruye.

—Hija, por Dios, ¿qué pasó contigo?—pregunta alarmada, y la verdad es que me siento mal ahora de solo verla porque está con su bata puesta y una expresión en la mirada que me grita que acaba de ponerse de pie y yo vengo con mis problemas—. Quédate aquí, llamaré a Chris...

La tomo fuerte de los brazos para que no me abandone.

—Hija, necesito que tu esposo esté aquí. Estás en shock, parece que fuiste atacada y...

Sacudo la cabeza.

—Nadie me atacó. Solo caminé.

Me mira como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Qué? ¿Cómo que caminaste? ¿Escapaste de tu casa?

Me río por sus ocurrencias porque prefiere pensar que yo huí a que Chris fue capaz de echarme porque supongo que no entra en su cabeza esa posibilidad después de vernos ser felices por tanto tiempo. Pero rompo su burbuja de cristal así como rompieron la mía unas horas atrás.

—No llames a Christopher porque él fue quien me echó.

Se ríe, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué cosas dices? Hasta parece que estás delirando.

Le doy una mirada triste antes de romper en llanto de nuevo. Pensarlo durante toda la noche es una cosa, ahora, el tener que decir en voz alta que mi esposo me echó de la casa con una mano delante y la otra detrás, es una vergüenza tan grande que no puedo ni siquiera poner en palabras.

—Chris me echó de la casa como un perro, mamá—digo, con mi voz quebrándose al final—. Por alguna tonta razón cree que lo engañé y me echó. Hasta el divorcio me pidió.

Con la mandíbula descolgada cae de rodillas frente a mí, observando mis ojos fijamente, supongo que intentando encontrar la mentira en ellos, pero entonces cae en la realidad de mi sinceridad, mirándome con lástima.

—Hija...

—Me quitó todo lo que me obsequió. El carro, el móvil, mis cuentas de banco fueron congeladas, todo el dinero... no tengo nada.

—Pero, ¿lo hiciste? ¿lo engañaste?

—¿Cómo puedes creer una cosa así de mí?—pregunto indignada—. Todo lo que él cree es mentira, lo puedo jurar hasta encima de una Biblia, mamá, pero no me dejó explicar. Ni siquiera fue coherente, él solo... me echó sin importarle un carajo. Eso pasó.

Durante algunos minutos se queda en shock cosa que entiendo. Cualquier persona que nos vea de afuera jamás podría siquiera imaginar que terminaríamos así, y es confuso incluso para mí. Lo que no vi venir jamás fue su reacción posterior.

—¡¿Cómo se atreve a tirarte a la calle como si nada en medio de la noche?! —grita alterada—. Ha perdido la cordura, la razón. Es un idiota.

—Ya, mamá, no importa. Estoy aquí y estoy bien. Estoy cansada.

Se pone de pie toda ofuscada.

—¡Claro que importa! Eres su esposa. Por cinco años dormiste a su lado y no va a dejarte sin nada. Te corresponde la mitad de todo y si no quiere escucharte, pues que no lo haga, pero ahora mismo vamos a la estación de policía a denunciarlo por abandono de persona.

Sacudo la cabeza.

—No, mamá. No voy a hacer eso.

—¡Fue inhumano lo que te hizo! Seguramente te escoltará la policía hasta la casa para que busques lo que necesites y después podremos decidir qué haremos, pero eso es lo primordial.

Seco las lágrimas que caen por mis mejillas. Dentro de mí sabía que iba a perder la razón cuando lo supiera. Mi madre ejerció como abogada de divorcio durante toda su vida e incluso llevó el suyo adelante cuando se divorció de su segundo esposo.

—Sé qué es lo que me corresponde—digo con la voz calmada—. Sé qué es lo que podría quitarle, pero no quiero, mamá.

Me mira sorprendida.

—¡Sophie!

—No quiero nada que venga de él—sentencio—. Puede quedarse con todo lo que me regaló porque si hay algo en lo que no mintió es que todo lo que tengo es por él, así que puede quedarse con todo. Yo solo quiero paz y tranquilidad, ¿de acuerdo?

—¿Vas a dejar que se quede con todo?

Asiento, agotada físicamente ahora que el tiempo de anoche comienza a pasarme factura.

—Sí. Dejaré que se quede con todo, que comience con los papales del divorcio y todo lo que quiera, pero no pienso poner nada de esfuerzo en perseguir a ese hombre, mucho menos por dos malditos dólares.

Mi madre se siente frente a mí, observándome con lástima.

—Sé que estás herida, cariño, pero son tus derechos como esposa. Te echó, te quitó todo y no puede quedar esto en la nada.

—Pues quedará, porque le dije que si me dejaba salir de su vida, no pensaba regresar por nada y cumpliré esa promesa, mamá. No quiero verlo, ni saber nada de él, ¿está claro?

Ella suelta un suspiro.

—Podemos pelear esto y ganar, Sophie.

—Estoy embarazada—le suelto—. Y antes de que digas que puedo quedarme con todo, solo te diré que no lo sabe porque me acusó de ser infiel y no pienso decirle para que continúe humillándome gritando a los cuatro vientos que me embaracé de otro hombre.

—Hija...

—Me quedaré sola, criaré al bebé y haremos de cuenta que Christopher Marshall jamás existió en nuestras vidas.

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