Capítulo 03.

SOPHIE.

No recuerdo bien cuánto tiempo es que dormí, solo recuerdo despertar con un dolor físico demasiado agotador, sin embargo me levanté igual esta mañana.

Mi madre se esfumó, en casa no está y por consiguiente tuve que tomar un autobús para llegar al centro de la ciudad. Bueno, no tan al centro porque no quiero ver a Chris por error en una esquina ni mucho menos, y tampoco pretendo frecuentar los lugares a los que solíamos ir juntos. No soy una maniática ni acosadora. De ser por mí ni siquiera habría salido de casa, pero el futuro me está golpeando la puerta con ganas recordándome que en poco tiempo tendré un bebé en mis brazos y debo conseguir un empleo para los meses finales donde ya no pueda trabajar.

Sé que mi madre se negará a que trabaje, pero no pretendo ni voy a dejar que ella nos mantenga. Me fui de casa a los dieciocho años, no pretendo regresar siendo una carga para ella cuando sé que ya ha hecho planes para irse de vacaciones en solo un mes más.

Tengo que tener mi propio dinero, hacerme de mis cosas para que nadie vuelva a decirme que todo lo que tengo es gracias a otro así que me mantengo firme y sonriendo a pesar de todo lo que pasa en mi vida en lo que camino por las calles buscando un lugar donde estén buscando personal.

A los tres primeros lugares que entro buscaban personal de cocina y yo no tengo idea de cómo cocinar más allá de hacer una comida para dos. No es una novedad que no me tomaran en absoluto, mucho menos cuando les dije que estaba embarazada y que pronto comenzaría a notarse.

Los entiendo. Yo tampoco me contrataría. Se nota a leguas que soy, o era al menos, una chica con dinero. Las pocas prendas que tenía en casa de mi madre, que llevo puestas, son ropa de diseñador que compré en el último viaje a Amsterdám con Christopher. Es obvio que no van a tomarme, pero tampoco saben que es lo último que tengo.

No quiero regresar a la casa por mi ropa porque sé que posiblemente esté ahí. No quiero verlo. Como dije, no necesito nada de lo que me dio, aunque también admito que es bastante duro enfrentarse a la vida de esta forma y tan abruptamente.

Pasé de ser la niña consentida de mi madre, que me daba con todos los gustos, a ser la esposa de un hombre que jamás se midió con el dinero que era para mí. Fui mimada siempre. Desde el primer momento fui una mujer bastante consentida e incluso el hombre que se convirtió en mi esposo, lo sabía, justo por eso jamás me preocupé por el dinero.

Creí que había escogido bien el hombre que sería para mí. Obviamente no fue así, por eso ahora camino buscando un empleo, casi rogando porque alguien me contrate cuando es claro que no sé hacer nada de lo que ellos necesitan.

Y entonces me siento fatal. Las náuseas hacen meca en mí hasta el punto en que comienzo a marearme. Tengo que tomar asiento en una vereda rogando porque me pase, pero cuando siento que no va a ser así, me entra la preocupación.

Nadie sabe dónde estoy, nadie me conoce. Mi madre no tiene idea de que salí de casa, ni siquiera está enterada que vine a buscar empleo y si caigo a mitad de la calle quizás ni siquiera les importe a las personas que pasan junto a mí sin siquiera acercarse a preguntar si me encuentro bien.

Todo lo que pasó, lo que viví en las últimas horas me está pasando factura puesto que sé que estoy a punto de desmayarme. Entonces sucede. Mi cuerpo se vence, mi mente se apaga y poco a poco, la oscuridad me llena.

Christopher

El nudo en mi garganta se hace cada vez más y más grande. Ver la casa vacía, una casa enorme que compré para los dos es algo que jamás pensé que iba a ver.

Tontamente creí que iba a tener una esposa fiel que se encargaría del hogar mientras yo hacía el dinero, pero no. Cuanto más dinero hice, más se alejó de mí y no ha salido de mi cabeza la idea de que si me fue infiel, fue por mi culpa.

La soledad hizo que me hiciera miles de preguntas después de que se fue de la casa. La vi tan molesta que incluso llegué a creer que todo estaba en mi cabeza, pero no es así. Las pruebas son fuertes, claras, y las intenciones también. Ella me engañó con mi mejor amigo, eso es algo difícil de olvidar.

Sophie me engañó y aunque me lastima haberla lastimado, sé que se lo merecía por ser una persona infiel. Faltó a los votos que alguna vez dijimos frente a un juez de paz y un sacerdote. Faltó al amor que me juró y a los sueños que teníamos como una pareja.

Ella me falló primero. O quizás me digo esto para no sentirme como un idiota al ver a Carrie en el sofá, desnuda y completamente dormida.

El anillo en mi dedo me causa náuseas, por eso me pongo de pie. De un momento a otro estoy pensando demasiado por lo que me acerco a beber un vaso con agua cuando el teléfono de casa resuena por todo lo alto.

—Hola—digo ofuscado.

—Estamos llamando desde el hospital Bellevue. Buscamos al señor Marshall, ¿es usted?

Dejo el vaso con agua sobre la encimera, viendo a Carrie girar sobre su cuerpo sin despertarse.

—Sí, él habla.

—Señor, tenemos a su esposa.

El corazón se me acelera.

—¿De qué está hablando?

—Fue socorrida en la calle. Sufrió un desmayo y la ambulancia la trajo—menciona con tranquilidad—. Necesitamos que alguien venga a buscarla y a llenar sus papeles.

Todo lo que pasó queda atrás en este momento porque Sophie jamás se ha enfermado hasta el punto de desmayarse, mucho menos de llegar a un hospital por lo que rápidamente me acerco a recoger mis prendas del suelo.

Poco me importa que Carrie se quede en la casa sola, sé que en algún punto se irá, pero ahora lo importante es ver a Sophie y saber qué le pasó.

Tomo el carro, pongo el PGS y finalmente acelero para salir a toda velocidad hasta el hospital que tiene una distancia de quince minutos con el tráfico actual.

En el camino me debato sobre si llamar o no a su madre. Seguramente está viviendo con ella después de la separación, y sé que puede ir a recogerla, pero entonces recuerdo que solo yo sé su número de seguridad social y los planes cambian siendo esta la última vez que salgo a socorrerla. Eso me lo juro a mí mismo.

Para cuando llego al hospital, me acerco a la recepción donde me indican el número de habitación, aunque antes me piden que espere al doctor para recibir el parte médico. Mismo que llega solo unos minutos después, estrechando mi mano después de presentarnos.

—¿Cómo se encuentra?—pregunto, siendo incapaz de no preocuparme por ella.

—Tendrá un hematoma en su lado izquierdo de la cara que es donde se golpeó al caer, pero más allá de eso, estará bien.

Frunzo el ceño sacudiendo la cabeza levemente.

—Si está bien no entiendo porqué me hicieron venir. No se lo tome a mal, pero estamos por divorciarnos y si esto no es una emergencia entonces...

—Oh, si es una emergencia y lamento oír lo de su divorcio. Siempre es feo ver a una pareja joven pasar por este tipo de situaciones teniendo un bebé en camino.

Las palabras me golpean con fuerzas al tiempo en que me dejan sin aire por completo.

—No hay ningún bebé.

El hombre mira el historial en sus manos.

—Sí. Su esposa está embarazada de ocho semanas, señor Marshall.

Sacudo la cabeza.

—No puede ser.

—Pues lo es. Aquí lo dice e hicimos un ultrasonido para comprobar latidos fetales los cuales están presentes, pero ese no es el problema, sino el bienestar de la madre.

—Espere, si acaba de decirme qué está bien, no entiendo nada. ¿Qué está pasando?

—Del golpe está bien. Hicimos análisis de laboratorio y muestran una clara deficiencia de hierro en su sistema, además de bajo glóbulos blancos lo que sí supone un riesgo para el embarazo sumado al hematoma que tiene en su útero a solo unos centímetros del saco gestacional.

Esto es demasiada información. Vine a recogerla porque sé que nadie más lo hará, pero no esperé jamás tener este tipo de información porque no estoy entendiendo si esto es real o forma parte de todas las cosas que hasta ahora quiero creer que son mentiras.

—¿Eso qué significa?

—Que corre riesgo de perder el embarazo—anuncia—. Le daremos progesterona para reforzar, también hierro y vitaminas, pero aquí lo más importante es que haga reposo absoluto. No puede hacer esfuerzo, ni siquiera el más mínimo, y por supuesto cuidar el lado emocional también que en estos casos puede ser algo negativo. Por eso necesitábamos que viniera a recogerla. Tome.

La frialdad del doctor me indica que lleva años haciendo esto porque no me parece justo lanzar todo este tipo de información esperando que la otra persona comprenda todo lo que eso abarca porque yo no puedo. No sé si podré comprender que mi esposa está embarazada, quizás de otro, y que además corre riesgo de perderlo por la mínima estupidez.

Esto es... demasiado para nosotros. Demasiado para mí.

—Ahora si puede entrar a verla. Está en el cuarto 415. Con permiso.

Me abandona a mi suerte y con los papeles en mano me acerco a la puerta que contiene detrás a la mujer que creí, era el amor de mi vida, ahora embarazada, posiblemente de alguien más. Y eso es doloroso, además de insoportable.

Apenas ingreso sus ojos chocan con los míos. Soy testigo de la forma en que parece querer salir corriendo, del miedo que tiene en su mirada y más que nada, de lo decepcionada que está mientras yo intento demostrar todo lo contrario pues se viene una larga conversación.

—Christopher.

—Hola, Sophie.

No sé si estoy listo para esto.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP