No dije nada ni cuando Enzo empezó a conducir. Iba de morros en el asiento del copiloto y mi madre en los asientos traseros del deportivo descapotado casi alucinando por estar ahí sentada. La dejó en el motel asqueroso y alejarme de ella me dejó tiempo para procesar mejor todo.
Estaba bien, me sentía más liviana por mi parte. Las cosas con mi madre habían fluído, no sería jamás una madre de verdad pero era mi familia y sabía que no podía vivir toda la vida llena de rencor y odio por ella.
Sentí un calor rodearme la rodilla y vi la mano de Enzo sobre mi piel. Tiré de sus dedos y los alejé de mi.
—No me toques —repetí.
—No me jodas. Te he dejado días tranquilos para que disfrutes, pero tenías que h
Me desperté como un reloj a las siete de la mañana para ir a clase. Enzo no estaba en la cama de la habitación de invitados y no había rastro de que estuvo allí salvo por lo hundida que estaba la almohada y que todavía sentía sus brazos rodearme. No tenía nada allí así que arrastré los pies por todo el pasillo con mi ropa del día anterior entre los brazos. Enzo tampoco estaba en la habitación principal y no parecía haber pasado por allí. Solté mi ropa en el cesto del ropero que estaba casi vacío. Se me hizo muy raro que no hubiera nadie por allí, que hubiera tanto silencio y llegué a pensar que seguía dormida y estaba teniendo un sueño, estaba más segura de que era un sueño cuando por la barandilla del entresuelo que daba al piso bajo vi la entrada llena de flores.Me agarré al metal plateado asomándome. Parecía haber un campo de flores coloridas en la entrada de la mansión y hasta me froté los ojos, pero no era un sueño. El corazón se me subió a la boca y estuve a punto de tener un
En todo el día siguiente busqué el momento para tomar la valentía de querer ir a ver a mi madre. Era miércoles ya y me parecía que eso de que todos se fueran a la semana siguiente estaba demasiado cerca. —Kate. Enzo golpeó el cristal de la mampara de la ducha. Estaba todo mojado y lleno de vapor, pero creía que aún así podía verme desnuda bajo el agua. —¿Qué? —Voy a salir, no tardo. Solté un sonido afirmativo y sobre el sonido de la ducha escuché el sonido de las puertas cerrarse. Me aclaré el pelo y salí del baño envuelta en una toalla. Estuve a punto de tocar la tentación de ponerme el bikini y correr a la piscina, pero no lo hice porque era ya por la tarde, estaba sola en la mansión y a pesar de las cosas, de cómo fuera que Enzo y yo estuviéramos, seguía sintiendo que le debía muchas cosas y lo poco que podía hacer ya era cómo mínimo hacer la cena para cuando llegara. Además, Enzo cocinaba de pena por sí mismo, lo intentaba, era agradable ver cómo un hombre cómo él se esfo
Mi madre se fue, no me despedí en persona pero sí que le envié un mensaje y desbloqueé su teléfono regular. Se fue y ya no era una carga. Pasé casi todos los días en la mansión, el verano golpeó con fuerza y todavía no me acostumbraba al calor. El martes fue la primera vez que usé la piscina. Me desperté con un calor terrible, en parte porque Enzo daba calor. Me desperté y caminé al ropero a por un bikini. Me até la tira al cuello y caminé sólo en bikini por toda la casa y los jardines hasta la piscina. Me di un par de chapuzones y estuve a punto de quedarme dormida en la tumbona bajo el sol. Me hubiera dormido si no me hubiera sonado el teléfono. Metí la mano en mi bolsa de playa que llené con cosas y leí el nombre de Enzo. —Buenos días —canturreé. —¿Dónde estás? —gruñó con la voz ronca y adormilada. —En la piscina. —Ahora voy. Llegó casi a los veinte minutos. Me puse la mano frente a los ojos para evitar el sol y sonreí. Enzo se colocó la goma elástica del bañador y sus mú
¿Para qué salir cuando en la mansión había de todo? Tory llegó temprano, la tira de su bikini asomaba atada a su cuello y nos metimos en la sauna para un día de chicas relajado. Le pedí permiso a Enzo y estuvo a punto de mandarme a la m****a por hacerlo. —Vives ahí, por mi cómo si quieres pintar las paredes —me dijo. No lo haría, y era sólo Tory para pasar un día de chicas. Juntas nos sentamos en el banco de la sauna, con nuestros bikinis y una mascarilla de no sé qué cosa que Tory afirmó que era buenísima para los poros. Yo sólo dejé que me la extendiera por la cara y un poco el cuello. —¿Lo llevas bien? ya sabes, el estar con Enzo, parece muy frío y eso que creo que puedo considerarme su amiga. Me reí. Enzo era frío, lo creí por mucho tiempo hasta que todo entre nosotros empezó a cambiar. —¿Frío? Si le vieras cuando estamos sólos creo que no podrías verle igual jamás. Tory levantó las cejas con los ojos cerrados semi tumbada en el banco. —¿Y eso? No me lo puedo imaginar
Enzo llegó el sábado por la noche, cené a solas y cuando estaba tirada en el sofá viendo una película, me deslumbraron las luces de un coche entrando en la propiedad. Pasó la rotonda y cuando vi a Enzo bajar através de las grandes ventanas tintadas, me sentí de lo más inquieta. Habían sido unas vacaciones medianamente sola bastante raras. No podía esperar a ir el lunes al médico porque seguía sin bajarme la regla y no podía estar tranquila. El coche volvió a arrancar y el sonido del motor me despertó de mi comedura de cabeza. No podía hacer nada hasta el lunes y Enzo estaba allí, ¿debía decírselo? Escuché la puerta abrirse y nada más. No apareció y no dijo nada, y algo preocupada caminé descalza a la entrada y luego escaleras arriba. Tal vez pensó que ya estaba en la cama; pero me estaba buscando porque cuando llegué a la segunda planta, lo encontré en los escalones de la esclaera que subía a la tercerca. —¿Enzo? —dudé. Me miró agarrándose al pasamanos y fruncí el ceño. —Te esta
Al final la regla me tardó en llegar una semana más y eso me puso de un humor de perros. Enzo se tuvo que dar cuenta al momento porque aúnque estábamos algo distanciados, eso no quitó que mi temperamento fuera el regular. Hasta esa mañana. Me pasé la noche entera revolviéndome de dolor en la cama y no pude dormir más allá de las cinco de la mañana y me tiré horas y horas dándo vueltas por la mansión, rebusqué pastillas que no encontré y para las diez de la mañana estaba encogida en un taburete de la isla de la cocina intentando desayunar. ¿Cómo es posible que no echara de menos esos dolores tan fuertes? Estaba prácticamente tumbada en la isla, con la frente apoyada en el mármol, cuando escuché cómo la puerta de la cocina se abría y los pasos descalzos de Enzo. —¿Kate? —preguntó. Hice un sonido con la garganta y sentí su mano acariciarme la espalda. No me calmó los dolores pero estuvo bien. —No has dejado de moverte en la cama toda la noche. Hice otro sonido y levanté la cabeza
Las cosas estaban bien. Demasiado bien. Enzo viajaría de nuevo a Noruega aún en vacaciones y esa vez sí que me quedaría sola porque Tory y Markus seguían de vacaciones y ya no tendría a nadie. Sería un coñazo. Hablé con mi madre un par de veces y no me dio el coñazo con nada de su boca (que seguía en pie), pero me mandó una foto con el vestido de novia y la eliminé tras verla. No quería eso en mi teléfono, ¡se casaba con aquel hijo de puta! —Vístete —me ordenó Enzo. Levanté la cabeza de mi teléfono. Me acababa de levantar y él se alistaba para ir al aeropuerto. Se secó el pelo con una toalla pequeña y me lo volvió a decir. —Ummm... ¿es que quieres que te lleve yo? Negó con la cabeza y se pasó la mano por esa mata de pelo oscura medio seca en un intento de peinarse. —No. Te vienes conmigo, así que vístete que nos vamos. Me entró la risa. —Ya, claro. —No estoy bromeando. No te voy a dejar aquí sola y ni lo intentes porque no, Kate, vendrás conmigo y punto. Te he metido cosa
Estuve a punto de tirar el teléfono. ¿Yo embarazada? No, eso no era posible. Tenía sólo veinte años y... Y no. Vi la sombra de aceptación de Enzo, cómo entendió lo que pasaba y aún así me arrancó el teléfono de las manos y le bramó algo al médico. Estuve a punto de desmallarme. No quise creérmelo. No podía ser verdad y empecé a negar con la cabeza. Estaba tan... en otro munco que de repente sentí las manos de Enzo apretarme las mejillas. Sus ojos brillaban tan fuertes... pero no. —¿No qué? —me preguntó con esa voz tan calmada que usaba a vecez. —No —susurré. Él asintió y me acarició las mejillas. Yo negué de nuevo. —Está todo bien, joder, está de la hostia —me animó y tuvo la sonrisa más genuína del mundo—. Joder, Kate. —No —repetí. Negué mucho más rápido y ni sus manos pudieron frenarme. Me soltó pero no tardó ni un segundo en envolverme con sus brazos. No lloré, no tenía ese sentimiento, estaba paralizada. Yo no podía ser madre. Jamás podría serlo. Enzo podría encontrar a