¿Para qué salir cuando en la mansión había de todo? Tory llegó temprano, la tira de su bikini asomaba atada a su cuello y nos metimos en la sauna para un día de chicas relajado. Le pedí permiso a Enzo y estuvo a punto de mandarme a la m****a por hacerlo. —Vives ahí, por mi cómo si quieres pintar las paredes —me dijo. No lo haría, y era sólo Tory para pasar un día de chicas. Juntas nos sentamos en el banco de la sauna, con nuestros bikinis y una mascarilla de no sé qué cosa que Tory afirmó que era buenísima para los poros. Yo sólo dejé que me la extendiera por la cara y un poco el cuello. —¿Lo llevas bien? ya sabes, el estar con Enzo, parece muy frío y eso que creo que puedo considerarme su amiga. Me reí. Enzo era frío, lo creí por mucho tiempo hasta que todo entre nosotros empezó a cambiar. —¿Frío? Si le vieras cuando estamos sólos creo que no podrías verle igual jamás. Tory levantó las cejas con los ojos cerrados semi tumbada en el banco. —¿Y eso? No me lo puedo imaginar
Enzo llegó el sábado por la noche, cené a solas y cuando estaba tirada en el sofá viendo una película, me deslumbraron las luces de un coche entrando en la propiedad. Pasó la rotonda y cuando vi a Enzo bajar através de las grandes ventanas tintadas, me sentí de lo más inquieta. Habían sido unas vacaciones medianamente sola bastante raras. No podía esperar a ir el lunes al médico porque seguía sin bajarme la regla y no podía estar tranquila. El coche volvió a arrancar y el sonido del motor me despertó de mi comedura de cabeza. No podía hacer nada hasta el lunes y Enzo estaba allí, ¿debía decírselo? Escuché la puerta abrirse y nada más. No apareció y no dijo nada, y algo preocupada caminé descalza a la entrada y luego escaleras arriba. Tal vez pensó que ya estaba en la cama; pero me estaba buscando porque cuando llegué a la segunda planta, lo encontré en los escalones de la esclaera que subía a la tercerca. —¿Enzo? —dudé. Me miró agarrándose al pasamanos y fruncí el ceño. —Te esta
Al final la regla me tardó en llegar una semana más y eso me puso de un humor de perros. Enzo se tuvo que dar cuenta al momento porque aúnque estábamos algo distanciados, eso no quitó que mi temperamento fuera el regular. Hasta esa mañana. Me pasé la noche entera revolviéndome de dolor en la cama y no pude dormir más allá de las cinco de la mañana y me tiré horas y horas dándo vueltas por la mansión, rebusqué pastillas que no encontré y para las diez de la mañana estaba encogida en un taburete de la isla de la cocina intentando desayunar. ¿Cómo es posible que no echara de menos esos dolores tan fuertes? Estaba prácticamente tumbada en la isla, con la frente apoyada en el mármol, cuando escuché cómo la puerta de la cocina se abría y los pasos descalzos de Enzo. —¿Kate? —preguntó. Hice un sonido con la garganta y sentí su mano acariciarme la espalda. No me calmó los dolores pero estuvo bien. —No has dejado de moverte en la cama toda la noche. Hice otro sonido y levanté la cabeza
Las cosas estaban bien. Demasiado bien. Enzo viajaría de nuevo a Noruega aún en vacaciones y esa vez sí que me quedaría sola porque Tory y Markus seguían de vacaciones y ya no tendría a nadie. Sería un coñazo. Hablé con mi madre un par de veces y no me dio el coñazo con nada de su boca (que seguía en pie), pero me mandó una foto con el vestido de novia y la eliminé tras verla. No quería eso en mi teléfono, ¡se casaba con aquel hijo de puta! —Vístete —me ordenó Enzo. Levanté la cabeza de mi teléfono. Me acababa de levantar y él se alistaba para ir al aeropuerto. Se secó el pelo con una toalla pequeña y me lo volvió a decir. —Ummm... ¿es que quieres que te lleve yo? Negó con la cabeza y se pasó la mano por esa mata de pelo oscura medio seca en un intento de peinarse. —No. Te vienes conmigo, así que vístete que nos vamos. Me entró la risa. —Ya, claro. —No estoy bromeando. No te voy a dejar aquí sola y ni lo intentes porque no, Kate, vendrás conmigo y punto. Te he metido cosa
Estuve a punto de tirar el teléfono. ¿Yo embarazada? No, eso no era posible. Tenía sólo veinte años y... Y no. Vi la sombra de aceptación de Enzo, cómo entendió lo que pasaba y aún así me arrancó el teléfono de las manos y le bramó algo al médico. Estuve a punto de desmallarme. No quise creérmelo. No podía ser verdad y empecé a negar con la cabeza. Estaba tan... en otro munco que de repente sentí las manos de Enzo apretarme las mejillas. Sus ojos brillaban tan fuertes... pero no. —¿No qué? —me preguntó con esa voz tan calmada que usaba a vecez. —No —susurré. Él asintió y me acarició las mejillas. Yo negué de nuevo. —Está todo bien, joder, está de la hostia —me animó y tuvo la sonrisa más genuína del mundo—. Joder, Kate. —No —repetí. Negué mucho más rápido y ni sus manos pudieron frenarme. Me soltó pero no tardó ni un segundo en envolverme con sus brazos. No lloré, no tenía ese sentimiento, estaba paralizada. Yo no podía ser madre. Jamás podría serlo. Enzo podría encontrar a
Llegó un punto imposible de ocultar aún con ropa de otoño. Todavía se suponía que nadie lo sabía pero quedé un par de veces con Tory y era más que obvio que hablamos de eso. Decía estar feliz por los dos y nos guardó el secreto. Y sé que Enzo se lo contó al final a Markus porque con alguien más que conmigo debía compartir su entusiasmo. Pero queríamos privacidad y sobrellevar un embarazo aguantando la diferencia de edad y mis problemas con el tema (que terminaron desapareciendo por completo para final del segundo mes). Ya estaba mentalizada. Tendría un bebé con Enzo y cómo él decía: Seríamos la familia que nos merecíamos. —¿Te gusta esto? —me preguntó. Miré a dónde apuntaba. Había ido a mi mostrador sólo para buscar cosas en internet. Ojeé la idea de habitación de bebé que había encontrado. Estaba obsesionado. —No quiero que sea todo tan oscuro —señalé—. Vamos a tener un bebé, no un vampiro. Y me gusta el verde claro. Me besó en la cabeza. —Lo que quieras. Tenía ya tres meses
Enzo tuvo que llevarme a la cama cuando me dormí, y al despertar toda la habitación estaba llena de flores. Flores preciosas por todas partes que sólo dejaban hueco para ir al baño y a la puerta de salida. Me emocioné como una niña y tuve un momento muy ridículo bailando de alegría. Fui al baño, era lo primero que ya hacía siempre y me levanté la camiseta mirándome de perfil. Ese día se notaba, se notaba bastante y cuando me dejé caer la camiseta de manga larga (que era una de Enzo) se me marcó levemente. Estaba emocionada, por sentir aquello, por la navidad, por hacer un viaje a Rusia y por celebrar mi cumpleaños el dos de enero en Moscú. En realidad nunca dejé de echar de menos mi país, el poder entender tan fácilmente a las personas y el clima. Salí volando del baño y me agarré al pasamanos de la escalera para ir con cuidado. Olí el chocolate caliente y las tortitas, y ese olor se hizo más fuerte cuando abrí las puertas de la cocina. —Ummm —murmuré—. Podía olerlo desde arriba.
Volamos a Moscú y en lugar de estar en un hotel, nos quedamos en un apartamento por comodidad. Estaríamos casi dos semanas allí y desde el primer día tuve a Enzo dándo vueltas por la capital y por un montón de lugares que desde pequeña había querido visitar. En navidad, la capital era preciosa y había un montón de lugares navideños a los que ir. —No vas a patinar —me dijo cuando me pegué a la vaya de la pista de hielo. —De todas formas no sé hacerlo. Enzo me colocó mejor el gorro. Estábamos a menos seis gracos y me ajustó también la bufanda. Le cogí de la mano y le llevé a vuelta al mercado navideño que había en la plaza. Vendían figuritas y me sentí genial cuando pude hablar en mi idioma natal de nuevo, sabiendo comunicarme con facilidad y entender a todo el mundo. Pasamos por un puesto que regalaba chocolate caliente para las bajas temperaturas y la mujer robusta que parecía reacia al frío no sofreció dos vasos humeantes. Enzo me miró. —Son de regalo, se hace mucho para sob