Las cosas estaban bien. Demasiado bien. Enzo viajaría de nuevo a Noruega aún en vacaciones y esa vez sí que me quedaría sola porque Tory y Markus seguían de vacaciones y ya no tendría a nadie. Sería un coñazo. Hablé con mi madre un par de veces y no me dio el coñazo con nada de su boca (que seguía en pie), pero me mandó una foto con el vestido de novia y la eliminé tras verla. No quería eso en mi teléfono, ¡se casaba con aquel hijo de puta! —Vístete —me ordenó Enzo. Levanté la cabeza de mi teléfono. Me acababa de levantar y él se alistaba para ir al aeropuerto. Se secó el pelo con una toalla pequeña y me lo volvió a decir. —Ummm... ¿es que quieres que te lleve yo? Negó con la cabeza y se pasó la mano por esa mata de pelo oscura medio seca en un intento de peinarse. —No. Te vienes conmigo, así que vístete que nos vamos. Me entró la risa. —Ya, claro. —No estoy bromeando. No te voy a dejar aquí sola y ni lo intentes porque no, Kate, vendrás conmigo y punto. Te he metido cosa
Estuve a punto de tirar el teléfono. ¿Yo embarazada? No, eso no era posible. Tenía sólo veinte años y... Y no. Vi la sombra de aceptación de Enzo, cómo entendió lo que pasaba y aún así me arrancó el teléfono de las manos y le bramó algo al médico. Estuve a punto de desmallarme. No quise creérmelo. No podía ser verdad y empecé a negar con la cabeza. Estaba tan... en otro munco que de repente sentí las manos de Enzo apretarme las mejillas. Sus ojos brillaban tan fuertes... pero no. —¿No qué? —me preguntó con esa voz tan calmada que usaba a vecez. —No —susurré. Él asintió y me acarició las mejillas. Yo negué de nuevo. —Está todo bien, joder, está de la hostia —me animó y tuvo la sonrisa más genuína del mundo—. Joder, Kate. —No —repetí. Negué mucho más rápido y ni sus manos pudieron frenarme. Me soltó pero no tardó ni un segundo en envolverme con sus brazos. No lloré, no tenía ese sentimiento, estaba paralizada. Yo no podía ser madre. Jamás podría serlo. Enzo podría encontrar a
Llegó un punto imposible de ocultar aún con ropa de otoño. Todavía se suponía que nadie lo sabía pero quedé un par de veces con Tory y era más que obvio que hablamos de eso. Decía estar feliz por los dos y nos guardó el secreto. Y sé que Enzo se lo contó al final a Markus porque con alguien más que conmigo debía compartir su entusiasmo. Pero queríamos privacidad y sobrellevar un embarazo aguantando la diferencia de edad y mis problemas con el tema (que terminaron desapareciendo por completo para final del segundo mes). Ya estaba mentalizada. Tendría un bebé con Enzo y cómo él decía: Seríamos la familia que nos merecíamos. —¿Te gusta esto? —me preguntó. Miré a dónde apuntaba. Había ido a mi mostrador sólo para buscar cosas en internet. Ojeé la idea de habitación de bebé que había encontrado. Estaba obsesionado. —No quiero que sea todo tan oscuro —señalé—. Vamos a tener un bebé, no un vampiro. Y me gusta el verde claro. Me besó en la cabeza. —Lo que quieras. Tenía ya tres meses
Enzo tuvo que llevarme a la cama cuando me dormí, y al despertar toda la habitación estaba llena de flores. Flores preciosas por todas partes que sólo dejaban hueco para ir al baño y a la puerta de salida. Me emocioné como una niña y tuve un momento muy ridículo bailando de alegría. Fui al baño, era lo primero que ya hacía siempre y me levanté la camiseta mirándome de perfil. Ese día se notaba, se notaba bastante y cuando me dejé caer la camiseta de manga larga (que era una de Enzo) se me marcó levemente. Estaba emocionada, por sentir aquello, por la navidad, por hacer un viaje a Rusia y por celebrar mi cumpleaños el dos de enero en Moscú. En realidad nunca dejé de echar de menos mi país, el poder entender tan fácilmente a las personas y el clima. Salí volando del baño y me agarré al pasamanos de la escalera para ir con cuidado. Olí el chocolate caliente y las tortitas, y ese olor se hizo más fuerte cuando abrí las puertas de la cocina. —Ummm —murmuré—. Podía olerlo desde arriba.
Volamos a Moscú y en lugar de estar en un hotel, nos quedamos en un apartamento por comodidad. Estaríamos casi dos semanas allí y desde el primer día tuve a Enzo dándo vueltas por la capital y por un montón de lugares que desde pequeña había querido visitar. En navidad, la capital era preciosa y había un montón de lugares navideños a los que ir. —No vas a patinar —me dijo cuando me pegué a la vaya de la pista de hielo. —De todas formas no sé hacerlo. Enzo me colocó mejor el gorro. Estábamos a menos seis gracos y me ajustó también la bufanda. Le cogí de la mano y le llevé a vuelta al mercado navideño que había en la plaza. Vendían figuritas y me sentí genial cuando pude hablar en mi idioma natal de nuevo, sabiendo comunicarme con facilidad y entender a todo el mundo. Pasamos por un puesto que regalaba chocolate caliente para las bajas temperaturas y la mujer robusta que parecía reacia al frío no sofreció dos vasos humeantes. Enzo me miró. —Son de regalo, se hace mucho para sob
Tory sí que hizo algo mucho más estadounidense y preparó un baby shower para revelar el género de su bebé. Nos invitaron y si de algo me di cuenta era de que no soportaba a ninguna de sus otras amistades; y mucho menos Enzo que se pasó las horas quejándose y bebiendo con Markus hasta que revelaron que tenían otra niña. Después de eso ya sólo hablábamos entre nosotras sobre que serían muy buenas amigas. Posiblemente las mejores. Ella dejó de trabajar por completo, Markus prácticamente le obligó a que fuera así porque estaba teniendo muchos problemas con el embarazo. Yo seguí trabajando hasta finales del séptimo mes cuando Enzo se puso muy pesado en que guardara reposo lo poco que me quedaba. Entré en vacaciones de primavera con la universidad y empezó a gustarme menos la carrera. Ya había terminado mi trabajo final del curso y pensé en entregarlo y mandarlo todo a la m****a porque después de tener a nuestra hija no volvería en mucho tiempo a clases presenciales; quería estar con ella,
Invitamos a Tory y a Markus para que conocieran a Aleshka y trajeron regalos que ya no cabían en su habitación y Enzo tuvo la idea de quitar otra de las habitaciones y poner el cuarto de juegos de la pequeñas. Enseguida se llenó con los regalos del personal de la casa y los de nuestros amigos. Y una mañana cuando ya hacía calor de verano y podía sentarme en la mesa del jardín para trabajar, me llamó mi madre. Enzo seguía durmiendo porque esa noche se despertó dos veces a cuidar de Aleshka y aún así ella estaba despierta cuando yo pasé a verla. Tenía un mes sólo y cada vez su cara era una mezcla más perfecta entre Enzo y yo. Estiré la mano y mecí su sillita apoyada sobre la mesa. Agitaba las manos y manoteaba un sonajero que le colgué del asa. —Hola —saludé cuando me llevé el teléfono a la oreja. —Hija. ¿Qué tal las cosas? —me preguntó. La escuché demasiado rara pero lo dejé correr. Estaba liada con mi siguiente trabajo periodístico por le cual ya me habían pagado y por el embar
No sé cómo le convencí ni cómo me convencí a mí misma de pasar cuatro días en San Petersburgo. Si bien es verdad de que nos quedábamos en una zona que jamás pisé, me lo conocía todo y sí que me hizo algo de ilusión volver allí. —Nos vemos junto al río pero tú sola. Si veo a Nicolai nos daremos la vuelta —le advertí. Pero llegamos primero y Enzo sacó a Aleshka del carrito sentándola en el muro frente al río. —Oye, ¿qué haces? —Tranquila, no le va a pasar nada —me aseguró. Eso ya lo sabía pero se me subió el corazón a la boca y me incliné a su lado apoyándole una mano en el estómago a nuestra pequeña. Unos patos pasaron volando hasta caer en el agua y ella agitó los brazos. —Es un pato —dije y señalé a unos pequeños—. Y sus patitos. Enzo y yo hablamos de darle una educación bilingüe y me vi un monton de tutoriales de cómo se hacía eso. Agitó las manos y se llevó los dedos a la boca con una sonrisa adorable sin dientes. Sonreí como una tonta y le di un beso en la mejilla re