Regalo
Al final la regla me tardó en llegar una semana más y eso me puso de un humor de perros. Enzo se tuvo que dar cuenta al momento porque aúnque estábamos algo distanciados, eso no quitó que mi temperamento fuera el regular. Hasta esa mañana.

Me pasé la noche entera revolviéndome de dolor en la cama y no pude dormir más allá de las cinco de la mañana y me tiré horas y horas dándo vueltas por la mansión, rebusqué pastillas que no encontré y para las diez de la mañana estaba encogida en un taburete de la isla de la cocina intentando desayunar. ¿Cómo es posible que no echara de menos esos dolores tan fuertes? Estaba prácticamente tumbada en la isla, con la frente apoyada en el mármol, cuando escuché cómo la puerta de la cocina se abría y los pasos descalzos de Enzo.

—¿Kate? —preguntó.

Hice un sonido con la garganta y sentí su mano acariciarme la espalda. No me calmó los dolores pero estuvo bien.

—No has dejado de moverte en la cama toda la noche.

Hice otro sonido y levanté la cabeza
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