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Capítulo III: Propuesta de odio

Sebastián tomó el alcohol y tomó un algodón, humedeciéndolo, luego lo acercó a su nariz, esperó por un breve momento, hasta que ella abrió los ojos, estaba confusa, aturdida, pero pronto cuando vio sus ojos marrones, se asustó mucho, ella se enderezó y se alejó moviéndose por la cama, Sebastián se acercó de rodillas sobre la cama, y cuando la sintió alejándose, de pronto la tomó de los tobillos, acercándola a él, quedándose encima de ella, pudo ver sus ojos de ese color entre verde y miel, sintió que su cuerpo latía, que el calor elevaba su temperatura

—¿Es una pesadilla? —exclamó ella, con ojos llorosos, eso lo volvió a la realidad, abandonado cualquier sensación y se levantó, alejándose, Violeta se levantó y lo miró—. ¿Es verdad? ¿Usted está…? ¿Vivo?

—Así es, estoy vivo, más vivo que nunca.

—Pero… no entiendo, lo dieron por muerto, Hugh hizo un funeral simbólico…

—Hugh sería capaz de enterrar a un perro en mi lugar, si con eso todo el mundo me diera por muerto, pero, no es así, estoy aquí, vivo y lo que no te mata te hace más fuerte.

—¿Cómo sobrevivió? Dijeron que su avión se había estrellado.

—Bueno, sobreviví, y esa es una larga historia. Tal vez, después te la contaré, pero, no ahora.

Ella le miró con gran confusión, él la miró con un aire divertido

—¿Y qué? ¿Me seguirás viendo como si fuera el fantasma de Canterville?

—¡No, lo siento! —exclamó—. ¿Quiere beber un café?

—Sí —dijo y ambos salieron de la habitación, hasta llegar a la sala, ella puso agua para el café, lo miraba de esa forma extraña, lo incomodaba, pero no importaba, sabía que era evidente, luego de este tiempo desaparecido

Ella trajo una taza de café, sus manos temblaban, él la sostuvo antes de que se le cayera y bebió

—No entiendo, ¿Por qué motivo está aquí? —dijo dudosa

Sebastián dejó la taza sobre la mesa y la miró con firmeza

—Supe de tu fallida boda, ¿Así que Hugh te ha dejado plantada ante el juez?

Ella bajó la vista sus ojos se volvieron llorosos

—¿A eso ha venido? ¿A burlarse? —exclamó con dolor

Sebastián negó, y sintió algo de pena de verla tan derruida

—Te equivocas, estoy aquí porque te comprendo, más de lo que nadie en este mundo te comprenderá —dijo, ella le miró con extrañeza

—¿Cómo dice?

—Yo mejor que nadie sé lo que duele ser traicionado, haber confiado en las personas que más juraron amarte, y a las que diste lo mejor de ti, y ser recompensado con su odio y su miseria.

—¿Por qué me está diciendo todo esto?

—Mi hijo, Hugh, fue el culpable de lo que me ocurrió, fue mi propio hijo quien intentó matarme para quedarse con mi fortuna —dijo con voz fuerte

Violeta se levantó de su asiento, le miró con terror, las lágrimas cayeron por su rostro, su cuerpo se volvió trémulo

—¡¿Qué ha dicho?! ¡No! Eso es imposible, ¡Hugh no haría eso!

—Lo mismo pensé yo, hasta que lo vi por mis propios ojos.

«Flashback:

—¡Míralo por ti mismo! —exclamó su mejor amigo Elías, Sebastián se negaba a reproducir el video a través del monitor, pero lo hizo, y entonces observó

Hugh estaba junto a Milena en la sala de juntas presidencial, uno frente al otro, de pronto se besaban con pasión

—¿Cuándo dejarás a la perra esa? ¡No soporto que esa sumisa de Violeta esté a tu lado!

—Tranquila, pronto me desharé de ella.

—¿Está todo listo? Dime que al fin te habrás encargado de todo.

—Claro —dijo—. Sebastián Hesant no va a regresar vivo de Islas del Sur, ese maldito va a su muerte segura, y yo heredaré todo el dinero.

—Corrección, tú y tu tonta hermana.

—Serafyna no verá ni un centavo, apenas pueda tomar el dinero, la dejaré en la miseria, que le haga como quiera, por mí se puede volver una prostituta, pero el dinero es mío, no he soportado a ese viejo cretino toda la vida para compartir mi dinero.

—Pero, conmigo, si lo compartirás.

—¡Claro, preciosa! Solo contigo, fuiste tú quien me ayudó a verificar que estaba en el testamento —dijo mientras la besaba—. Mandé a dañar el avión, mi padre morirá, y nadie logrará ni siquiera reconocer su asqueroso cadáver»

Violeta tenía el rostro pálido, tanto que Sebastián creyó que de nuevo se desmayaría

—Dime algo, Violeta, tú y Hugh parecían tener urgencia por casarse, ¿Estás embarazada? —exclamó

Ella le miró con ojos muy abiertos

—¿Qué dice? ¡No! ¿A que ha venido? Solo ha contarme esa historia inverosímil y trágica, no quiero escucharlo, no quiero saberlo, su hijo, Hugh me lastimó, en quince días se casará con su ex prometida.

—Así es, ¿No tienes rencor contra él?

—¡Lo odio con toda mi alma! —exclamó al borde del llanto

—Yo también, entonces, por eso estoy aquí

—¿Cómo? —exclamó con duda

—Vengo a hacerte una propuesta —ella le miró aturdida—. Volví de la muerte por una sola razón

—¿Cuál?

—La venganza.

—¿Qué?

—Crie a Hugh como un hijo durante once años, le di mi cariño, mi dinero, lujos, apoyo, educación, ¿Y es así como me pagó? Haciéndome padecer un infierno, ¿Y todo por qué? Por el maldito dinero, si creyó que lo iba a perdonar, él nunca conoció a Sebastián Hesant, yo no perdono, y ahora, me vengaré de él, y de Milena, y de todos los que hayan deseado mi muerte —sentenció con rabia

Ella le miró con terror

—¡Yo no he tenido nada que ver! —dijo indefensa

Él sonrió de esa forma extraña que ella tanto odiaba

—Lo sé, eres demasiado tonta para hacer algo así.

—¿Tonta?

—Me gusta llamar tontería a las cosas que son puras, porque no existen, y son frágiles, tú, eres así.

—¿Qué quiere?

—Quiero que te unas a mí, quiero que te vengues por el daño que te hicieron, que juntos les cobremos a ese par de miserables el dolor que nos causaron.

Ella le miró con ojos llenos de lágrimas

—Pero, ¿Qué dice? ¡No lo haré! No haré algo así —ella lo miró de arriba abajo—. Usted está perdido con su conciencia, ahora váyase de mi casa, no quiero verlo, no quiero saber de odio, ni venganza.

—¿Tanto lo amas? Permites que te derrumbe, que te humille, y cuando tienes el poder de devolver el daño causado, te rindes, ¿Quién eres mujer? ¿Una santa? ¿Dónde está tu orgullo y tu dignidad? ¿Eres humana? —él se acercó a ella, y la tomó de los brazos, pegándola a su cuerpo, ella se asustó al sentir el toque de ese hombre en su piel—. ¿Acaso no sientes la rabia, el odio del desprecio? ¿No sientes el despecho, el rencor?

Estaban tan cerca, ella pudo aspirar su perfume al olor del mar, del viento, pero, esos ojos marrones eran tan severos que la hicieron temer lo peor

—¡Suélteme! Está vivo, pero parece más muerto que nunca —dijo y logró desafanarse, se acercó a la puerta, la abrió—. Fuera de mi casa.

Sebastián respiró profundo, sus ojos la veían con intensidad, como si su mirada fuera un reto, luego sacó una tarjeta con una dirección

—Toma, búscame si cambias de parecer.

Ella tomó la tarjeta, y cerró de prisa, respiró profundo y se dejó caer en el suelo, mientras lloraba.

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