Capítulo 2

Narra Romeo

Ser un hombre libre no es fácil, eso parece ante los ojos de los demás, pero día a día vives con los murmullos de todos en tu espalda. Soy de los que dice, no me importa lo que piensen otros, pues nadie me da para comer; pero muy en el fondo se siembra en mi mente la preocupación de cómo me miran los demás.

Desde que tenía catorce años sabía lo que quería para mi vida, quería vivir del arte, quería vivir en todos lados, quería conocer, viajar, disfrutar. Lo único que necesitaba era un lápiz, una hoja y colores para iniciar mi recorrido. Mis padres no me ataron, sabían desde hace mucho el tipo de persona que habían formado, así que desde que quise salir de mi casa perdí contacto con ellos; conocí personas que influyeron de manera positiva en mi vida y también negativa. En la calle aprendí más de lo que pude aprender en una escuela, pues me junté con todo tipo de gente, vi muchas cosas y también escuché más de lo que debía.

En la actualidad tengo veinticinco años, sigo viviendo de mi arte —estoy en mi mejor momento— me han llamado de escuelas, academias y de muchos lugares para darle clases a chicos que también quieren aprender, tengo clientes que han recomendado mi trabajo y con el paso de los años me he ganado un lugar en la ciudad. Florencia, sin duda me ha abierto las puertas de una manera que me siento en mi casa, desde que llegué a Italia me he sentido tan bien que decidí radicarme, no creí que ese día iba a llegar; el día en el que por fin podía hacer crecer mis raíces en un lugar, ahora podía tener una casa y quizás hasta una familia.

—Sus pinturas son excelentes, he seguido su trabajo por mucho tiempo pero no había tenido la oportunidad de apreciarlos de cerca y menos de escuchar sus mágicos discursos —menciona un hombre mayor, el cual tiene a su cargo a un grupo bastante grande de estudiantes.

—Oh, no sabe lo feliz que me hace, me alegra que le guste mi trabajo —respondo buscando entre el grupo de chicos a Ainoa, una joven algo peculiar.

—Aprovecho para pedirle disculpas, es que mi estudiante hace un momento fue algo inoportuna con su comentario, ella es algo difícil, por decirlo de cierta manera.

—No tiene que excusarla, pues a final de cuentas de eso se trata el arte, muchas veces lo que es a nuestros ojos algo perfecto, puede ser imperfecto en la perspectiva de alguien más.

—Quizás tenga razón, pero de igual forma sigo apenado.

Al paso de unos minutos, los chicos deben marcharse. Las jóvenes dan un último vistazo a mis pinturas,  y entre ellas, el rostro más hermoso que he visto.

—No creo que olvide tu opinión sobre mi trabajo, tal vez lo tenga muy en cuenta. Para la próxima tendré más estética a la hora de trabajar mis esculturas.

—Estoy muy avergonzada por eso, algunas veces suelo ser un poco impertinente. Es como si mi lengua se desconectara de mi cerebro, de verdad lo siento.

—No tienes que avergonzarte Ainoa, antes me han dado opiniones tan horribles como comparar una de mis esculturas con excremento o cosas así, así que no te preocupes.

Ella ataja una carcajada y pone su mano en la boca para ayudar a retenerla.

—¡Ainoa! —grita el profesor desde lejos mientras niega con su cabeza—. Es hora de irnos, solo espero que no sigas insultando el trabajo del artista.

Observo a la chica y la luz de sus ojos me agrada ¿Dónde estabas Ainoa?

—Bien, creo que ya debo irme.

—Claro, fue un gusto.

La chica pasa por mi lado y cuando avanza unos pasos más por un impulso la detengo.

—¡Espera!

—¿Si?

—Es que… bueno, voy a estar unos días más aquí en el museo, no sé si tu…

—Mañana volveré por la tarde —responde ella haciendo que todo sea más fácil.

—¡Ainoa Welch, deja en paz al artista! —grita su maestro esta vez un poco más enojado.

—¡No lo molesto! —responde también con un fuerte grito que acompaña con una mala cara, la cual cambia a una tierna sonrisa cuando se despide de mí.

Eres toda una chispa, digo en mi mente.

Al regresar a casa, debo ir por mis herramientas, llevo en mi cabeza muchas ideas que necesito dejar salir de miente; en todas esas ideas o más bien inspiraciones, tengo los ojos brillantes de la chica. Así que no dudo un solo segundo en tomar mi lápiz carboncillo y cartón blanco para dejar que mi mano fluya al ritmo de los latidos de mi corazón, sonrío cada vez que veo que puedo detallar su rostro de una manera increíble. No me hizo falta mirarla por más tiempo para grabar cada parte de ella en mi memoria.

La mañana siguiente, me levanto más temprano de lo normal para ultimar los detalle que me hacían falta, quería que mi dibujo realista estuviera listo antes de irme; pues quiero sorprenderla cuando vaya al museo.

Durante estos días me ha ido muy bien, hay personas que se enamoran de mi trabajo y ofrecen altas sumas de dinero por las pinturas, claramente no dudo en aceptar las ofertas pues las deudas no se pagan solas.

Por la tarde me encuentro con un grupo de jóvenes que han venido al museo, todos han quedado fascinados con el dibujo que hice la noche anterior.

—¿Esa soy yo? —escucho que alguien pregunta de la nada.

Miro entre las personas y es ella, aquí esta.

—Creí que no vendrías —menciono al verla aun con su uniforme de preparatoria acercarse hasta el dibujo.

—Vaya, eres increíble —responde detallando su rostro en el papel.

—Tu reacción fue mucho mejor de lo que esperaba, ya estaba preparado para una de tus percepciones dolorosas.

Ella me mira con algo de pena y rasca su cabeza.

—Lamento eso, de verdad.

—No, tus palabras me alentaron para crear esto, fuiste mi inspiración Ainoa.

La chica se sonroja y pasa su cabello detrás de sus orejas, que tierna se ve mi musa, ella mi musa de inspiración.

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