El escondite estaba en un paraje remoto, alejado de cualquier señal de civilización. Una cabaña antigua, con paredes de madera descolorida y ventanas que dejaban entrar el frío nocturno, servía como prisión improvisada para Elena. Sentada cerca de una ventana que apenas dejaba filtrar la luz del atardecer, Elena permanecía inmóvil, abrazando sus rodillas mientras el cansancio físico y mental la consumía. Su mirada, perdida, reflejaba el torbellino de pensamientos que la atormentaban.Marco entró al pequeño comedor llevando una bandeja con comida. La colocó en la mesa con un ruido seco, como si no pudiera disimular su impaciencia.—Deberías comer algo, Elena —dijo con tono persuasivo, cruzando los brazos mientras la observaba—. Te estás debilitando, y no quiero que enfermes.La verdad es que lo único que a él le importaba era no perder su posición importante que le ayudaba para su venganza, si Elena moría o le pasaba algo, no iba a poder seguir con su cruel plan. Elena apenas alzó la
El silencio en el pequeño escondite era abrumador, solo interrumpido por el tic-tac del reloj colgado en la pared descascarada. Marco caminaba de un lado a otro, con el ceño fruncido y las manos entrelazadas detrás de la espalda. Frente a él, Elena yacía en el sofá, inmóvil. Su rostro pálido y la evidente debilidad en su cuerpo habían sido suficientes para alarmarlo, aunque no por razones de genuina preocupación. Marco no podía permitirse que su plan se desmoronara por la fragilidad de ella.Cuando uno de sus hombres llegó con el médico, Marco lo recibió con una mezcla de urgencia y frustración.—Revísala rápido —ordenó con tono cortante, cruzándose de brazos mientras el médico sacaba su maletín y comenzaba a examinar a Elena con detenimiento.El médico trabajó en silencio, midiendo el pulso de Elena, verificando su respiración y observando con detenimiento las ojeras marcadas bajo sus ojos cerrados. Finalmente, se enderezó y volvió la mirada hacia Marco.—No es nada grave. —El hombr
Giovanni, llevaba dos días más sin poder descansar, pasaba más tiempo en su despacho que en ningún otro sitio, viendo su móvil y esperando a que este vibrara con alguna noticia de Elena.Sin embargo, ni la policía ni sus hombres habían encontrado nada, hasta él había salido a buscarla varias veces, aunque actualmente se la pasaba más metido en su oficina. Cada pista que había conseguido y seguido terminaba en un callejón sin salida, y la ausencia de Elena se sentía como un puñal constante en su pecho. Antes de todo este caos, había sido un hombre acostumbrado a controlar cada aspecto de su vida, pero esta situación lo tenía al borde de la desesperación.El timbre de su teléfono rompió el silencio de la habitación. Miró la pantalla y vio el número privado. Su corazón dio un vuelco. "¿Será ese bastardo? Espero que finalmente se haya atrevido a dejar su cobardía y me esté llamando". Sin pensarlo dos veces, contestó.—¿Quién habla? —preguntó con calma, aunque su tono traicionaba su ansi
El día había llegado. Giovanni había preparado todo para el encuentro. Las palabras de Marco seguían resonando en su mente, amenazantes y calculadas. Había pasado noches sin dormir, ensayando cada posible escenario y cuestionando si su decisión de incluir a la policía había sido la correcta. Marco no era un hombre de fiar, anteriormente le había mentido y él había caído en su engaño por la desesperación. No podía permitirse perder a Elena ni al hijo que esperaba, por eso tomó esa decisión de poner en aviso a la policía.El lugar elegido era un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. La atmósfera era densa, cargada de tensión y peligro. El sonido de sus pasos resonaba en el espacio vacío mientras Giovanni caminaba hacia el punto de encuentro. Apretaba en su mano un maletín que contenía los documentos que Marco tanto ansiaba, aunque su verdadero valor iba mucho más allá del papel: eran su única oportunidad para salvar a Elena.De pronto, un auto se detuvo cerca. Las luces altas
Los paramédicos llegaron rápidamente, atendiendo a Giovanni y asegurándose de que Elena estuviera estable. Mientras lo subían a la camilla, sus ojos se encontraron una vez más. En ese instante, todo quedó dicho: había amor en esas miradas, ambos estaban enamorados del uno del otro.El rugido de las sirenas era un eco distante mientras la ambulancia avanzaba a toda velocidad hacia el hospital. Dentro, el aire estaba cargado de tensión y miedo. Giovanni yacía acostado e inmóvil, su rostro pálido y sudoroso. Elena se mantuvo sentada junto a él, no soltaba su mano, aunque el calor de su piel comenzaba a desvanecerse.—Giovanni, por favor, mírame —le suplicó con la voz quebrada, inclinándose hacia él—. No te duermas, ¿me oyes? No puedes dejarme ahora.Él abrió los ojos apenas, sus pupilas tratando de enfocarla. Un débil susurro escapó de sus labios, inaudible, pero suficiente para romperle el corazón. Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Elena mientras apretaba su mano con fuerza,
Habían pasado dos días desde la cirugía, y él aún no despertaba. La incertidumbre la consumía, pero se negaba a apartarse de su lado. Cada hora que transcurría sin que abriera los ojos parecía un castigo para su alma.Por la mañana, decidió preguntar nuevamente a los médicos. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba en el pasillo a que uno de ellos le diera noticias. Finalmente, el médico a cargo de la atención de Giovanni se acercó a ella con una expresión tranquila, pero profesional.—Señora, entiendo su preocupación —le dijo el médico mientras revisaba los informes de Giovanni en su carpeta—. Es normal que un paciente tarde en despertar después de una cirugía tan delicada, especialmente considerando la gravedad de las heridas. No hay señales de alarma, pero tampoco podemos predecir con exactitud cuándo abrirá los ojos. Solo puedo pedirle paciencia. Lo importante es que su recuperación hasta ahora ha sido estable.Elena asintió, intentando mantenerse firme, pero las palabras del
Elena continuaba hablándole a Giovanni mientras acariciaba su mano, intentando llenar el vacío de las horas con palabras cargadas de amor y esperanza. Su voz, aunque temblorosa, buscaba mantener una conexión con él, creyendo que quizás sus palabras lo harían volver.—Nuestros hijos serán hermosos, Giovanni. —Su voz se quebró, pero una leve sonrisa iluminó su rostro—. Estoy segura de que tendrán tus ojos. Esos ojos oscuros e intensos que siempre me hicieron perderme. Y ese rostro atractivo... —susurró mientras acariciaba la línea de su mandíbula —, se parecerán mucho a ti, es lo que más deseo.Apoyó su frente sobre su pecho, dejando que las lágrimas cayeran libres. Su corazón estaba desgarrado.—Ya puedo imaginarme cuánto nos harán correr por toda la casa. Dos traviesos italianos con tu temperamento y, si la suerte me sonríe, esta vez tendré mucha paciencia. —Se rió suavemente entre sollozos, la idea la reconfortaba—. Te prometo que haré todo para cuidarlos, Giovanni. Pero, por favor,
Giovanni no delegó toda la responsabilidad en el personal. A pesar de las recomendaciones médicas de que descansara más, él también se mantuvo siempre pendiente de ella. Pasaba horas a su lado, asegurándose de que comiera lo necesario, de que descansara, y no permitía que nada la alterara. Sus heridas seguían sanando, pero Giovanni parecía más preocupado por el bienestar de Elena y los gemelos.Una noche, mientras Elena descansaba en la cama, Giovanni entró en la habitación con una bandeja en las manos, cosa muy inusual en él y que no dejaba de sorprenderla, pues esos días le había llevado la cena todas las noches. —¿Otra vez? —dijo ella, alzando una ceja, pero no pudo evitar sonreír.—Te dije que ibas a comer por tres y te dije que yo mismo me encargaría —respondió él, dejando la bandeja sobre la mesita de noche. Se inclinó y depositó un beso en su frente—. Además, quiero asegurarme de que nuestros hijos sean tan fuertes como su padre.Elena se rió suavemente, negando con la cabeza