Los paramédicos llegaron rápidamente, atendiendo a Giovanni y asegurándose de que Elena estuviera estable. Mientras lo subían a la camilla, sus ojos se encontraron una vez más. En ese instante, todo quedó dicho: había amor en esas miradas, ambos estaban enamorados del uno del otro.El rugido de las sirenas era un eco distante mientras la ambulancia avanzaba a toda velocidad hacia el hospital. Dentro, el aire estaba cargado de tensión y miedo. Giovanni yacía acostado e inmóvil, su rostro pálido y sudoroso. Elena se mantuvo sentada junto a él, no soltaba su mano, aunque el calor de su piel comenzaba a desvanecerse.—Giovanni, por favor, mírame —le suplicó con la voz quebrada, inclinándose hacia él—. No te duermas, ¿me oyes? No puedes dejarme ahora.Él abrió los ojos apenas, sus pupilas tratando de enfocarla. Un débil susurro escapó de sus labios, inaudible, pero suficiente para romperle el corazón. Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Elena mientras apretaba su mano con fuerza,
Habían pasado dos días desde la cirugía, y él aún no despertaba. La incertidumbre la consumía, pero se negaba a apartarse de su lado. Cada hora que transcurría sin que abriera los ojos parecía un castigo para su alma.Por la mañana, decidió preguntar nuevamente a los médicos. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba en el pasillo a que uno de ellos le diera noticias. Finalmente, el médico a cargo de la atención de Giovanni se acercó a ella con una expresión tranquila, pero profesional.—Señora, entiendo su preocupación —le dijo el médico mientras revisaba los informes de Giovanni en su carpeta—. Es normal que un paciente tarde en despertar después de una cirugía tan delicada, especialmente considerando la gravedad de las heridas. No hay señales de alarma, pero tampoco podemos predecir con exactitud cuándo abrirá los ojos. Solo puedo pedirle paciencia. Lo importante es que su recuperación hasta ahora ha sido estable.Elena asintió, intentando mantenerse firme, pero las palabras del
Elena continuaba hablándole a Giovanni mientras acariciaba su mano, intentando llenar el vacío de las horas con palabras cargadas de amor y esperanza. Su voz, aunque temblorosa, buscaba mantener una conexión con él, creyendo que quizás sus palabras lo harían volver.—Nuestros hijos serán hermosos, Giovanni. —Su voz se quebró, pero una leve sonrisa iluminó su rostro—. Estoy segura de que tendrán tus ojos. Esos ojos oscuros e intensos que siempre me hicieron perderme. Y ese rostro atractivo... —susurró mientras acariciaba la línea de su mandíbula —, se parecerán mucho a ti, es lo que más deseo.Apoyó su frente sobre su pecho, dejando que las lágrimas cayeran libres. Su corazón estaba desgarrado.—Ya puedo imaginarme cuánto nos harán correr por toda la casa. Dos traviesos italianos con tu temperamento y, si la suerte me sonríe, esta vez tendré mucha paciencia. —Se rió suavemente entre sollozos, la idea la reconfortaba—. Te prometo que haré todo para cuidarlos, Giovanni. Pero, por favor,
Giovanni no delegó toda la responsabilidad en el personal. A pesar de las recomendaciones médicas de que descansara más, él también se mantuvo siempre pendiente de ella. Pasaba horas a su lado, asegurándose de que comiera lo necesario, de que descansara, y no permitía que nada la alterara. Sus heridas seguían sanando, pero Giovanni parecía más preocupado por el bienestar de Elena y los gemelos.Una noche, mientras Elena descansaba en la cama, Giovanni entró en la habitación con una bandeja en las manos, cosa muy inusual en él y que no dejaba de sorprenderla, pues esos días le había llevado la cena todas las noches. —¿Otra vez? —dijo ella, alzando una ceja, pero no pudo evitar sonreír.—Te dije que ibas a comer por tres y te dije que yo mismo me encargaría —respondió él, dejando la bandeja sobre la mesita de noche. Se inclinó y depositó un beso en su frente—. Además, quiero asegurarme de que nuestros hijos sean tan fuertes como su padre.Elena se rió suavemente, negando con la cabeza
Elena se encontraba sentada en el amplio sofá de la sala principal de la mansión, las manos entrelazadas sobre su regazo mientras un torbellino de pensamientos la consumía. Giovanni había insistido en tener aquella conversación, y aunque ella sabía que sería algo importante, no estaba preparada para la magnitud de lo que estaba a punto de escuchar.Giovanni y tomó asiento en el otro sofá frente a ella. Su rostro traicionaba esa seriedad que a Elena no le gustaba ver. Se inclinó hacia delante con sus brazos apoyados en sus piernas y fijó su mirada en su esposa.—Necesito que escuches todo lo que voy a decir sin interrupciones. Es algo que he guardado durante mucho tiempo, pero creo que llegó el momento de que lo sepas.Elena sintió un nudo formarse en su garganta. Había algo en el tono de Giovanni, algo en la intensidad de su mirada, que le dejó claro que esa conversación cambiaría muchas cosas entre ellos.—Está bien, dime —respondió en voz baja, intentó mantenerse firme.Giovanni res
Durante días, le había dado muchas vueltas al asunto. Algo dentro de ella le decía que tenía que hacer algo, no podía dejar que su padre y Verónica siguieran ganando. Tomó la decisión de visitar la mansión Montalvo. Aunque la idea de regresar a ese lugar le revolvía el estómago, sabía que debía hacerlo si quería encontrar el testamento. Estaba segura de que ese documento estaba en esa casa, algo que nadie sabía ni mucho menos se imaginaba.Se presentó con una sonrisa que parecía sincera, pero que escondía falsedad. Verónica la recibió con sorpresa y una pizca de incomodidad, más cuando miró su vientre muy enorme.Aunque Elena estaba cerca de cumplir los nueve meses de embarazo, no la detuvo su estado para realizar esa misión. —Elena, querida, no te esperábamos tan... —Sus ojos se quedaron fijos en su abultado vientre. —Qué gusto verte.Eso no era cierto y Elena lo sabía, pero siguió actuando con inocencia.—Solo quería agradecerles por preocuparse tanto por mí mientras estuve desap
No se reconocía frente al espejo esa mañana. Había algo en la mirada de Elena, algo que nunca había visto antes en ella: una mezcla de determinación, rabia contenida y valentía. Se ajustó la chaqueta negra con firmeza antes de salir del cuarto. Sabía que ese día marcaría un antes y un después.Giovanni la esperaba en la entrada de la mansión. Vestía un impecable traje oscuro que reflejaba su autoridad natural. Sus ojos, siempre tan penetrantes, la observaron con una mezcla de orgullo y preocupación.—¿Estás segura de esto? —Había perdido la cuenta de cuántas veces le había hecho esa pregunta. Le extendió una carpeta con los documentos preparados por sus abogados.—Más que nunca. —Elena tomó la carpeta con fuerza, como si de ella dependiera su vida.Giovanni le acarició el rostro, un gesto inusual en su semblante normalmente frío, pero que ahora era único para ella.—Recuerda, no estás sola. Estoy contigo en cada decisión que tomes.Elena asintió, dejando que ese breve contacto le dier
El silencio en la sala era sofocante, apenas roto por el débil zumbido de los murmullos que llegaban desde el pasillo que pertenecían a los empleados que oían del otro lado todo. Marcelo y Verónica permanecían inmóviles, como dos estatuas atrapadas en un mal sueño para ellos. Los abogados de Giovanni habían expuesto con meticulosidad los documentos que demostraban las irregularidades y los delitos cometidos por ambos.Había un peso en el aire, un preludio a la tormenta que estaba por desatarse. Elena se enderezó, su mirada fija en su padre, quien lucía pálido, su expresión un cóctel de incredulidad y pánico.—¿Cómo es que...? —balbuceó Marcelo, rompiendo el silencio. Sus manos temblaban mientras intentaba mantener su compostura—. ¿De dónde sacaste ese testamento?Elena dio un paso hacia adelante. Finalmente, se mostraba segura y valiente ante los ojos de esas personas que le hicieron tanto daño. Ya no había rastro de la joven insegura y tímida que había sido meses atrás.—Eso no impo