Platea

Contemplé a Luna, que seguía colgada y luchando por el dolor de las cadenas. Yo me hallaba en el suelo, aunque no con más dignidad. Pero mis suplicas por que la bajaran no sirvieron de nada en lo absoluto.

Antes de retirarse, el le quitó de los pies el calzado a Luna y se los llevó, saliendo del establecimiento con un buen humor notable.

—Veo que le gustaste, se ve que tienes algo que enloquece a los hombres. —dijo ella, con un hilo de voz a causa del sufrimiento de estar encadenada. —Te felicito por ello.

Intenté inútilmente acercarme a ella, para ver si lograba jalar las cadenas para minimizar su dolor.

—Lo siento, si hubiera podido… —empecé a decir.

—¿Qué? No iba a bajarme como a ti, no le gusté. A si es él, lo conozco bien.

—¿En serio? —pregunté desconcertada, no sabía que lo conociera de antes.

—Sí, es un jefe menor, son tres primos los que dirigen su negocio. Nunca tuvieron demasiado dinero. —explicó Luna, tenía el rostro hinchado por tanto llorar. —Pero te escogió a ti.

—¿Para
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