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—¿Roma?El rostro de Roma estaba marcado por el dolor, sus ojos rojos e hinchados por las lágrimas que se negaban a cesar.Cada parpadeo era una lucha por contener el torrente que amenazaba con desbordarse de nuevo.Giancarlo se acercó, su expresión era sombría, pero había una suavidad en su gesto cuando colocó sus manos sobre los hombros de Roma.Sus dedos, ásperos y fríos por el roce de los años, rozaron su piel, limpiando con cuidado las lágrimas que caían.—No me gusta verte llorar, Roma. Me dan ganas de destrozar a quien te cause tanto sufrimiento.El tono de su voz, grave y lleno de una amenaza contenida, hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Roma.Sin embargo, ella intentó esbozar una pequeña sonrisa, una que parecía tan frágil como el vidrio que amenaza con quebrarse al mínimo roce.—Entonces, ¿vas a matar por mí? —preguntó, su voz quebrada, casi como si el solo pensar en esa opción fuera un consuelo en su desdicha.Giancarlo la miró fijamente, la intensidad de su mir
—¡Oh, Alonzo! Mi amante es enorme, sexy y tan caliente como el sol del verano —murmuró ella, sus palabras susurradas en su oído, con una mezcla de desdén y burla, disfrutando de cada palabra.Alonzo, al escuchar esas palabras, se tensó.Su rostro se llenó de ira, y levantó la mano, a punto estuvo de golpearla, pero los guardias rápidamente lo detuvieron.—¡Suéltenme! —gritó furioso, su cuerpo vibrando con rabia—. ¿Qué no saben quién soy? ¡Soy Alonzo Wang!—¡suéltenlo! —ordenó Kristal, su voz temblorosa, pero llena de furia.Los guardias lo soltaron bruscamente, y él cayó al suelo, golpeando la tierra con su cuerpo, como si la tierra misma lo rechazara.Roma se inclinó hacia él, su rostro firme y lleno de desprecio.—Estás donde mereces, Alonzo —dijo con una calma fría, casi cruel—. Si fueras más amable, quizás obtendrías mejores cosas. Pero, ahora, lárgate de aquí.Alonzo, con furia en sus ojos, se levantó lentamente, su cuerpo tenso, casi imparable en su rabia.—¡¿Quién te crees que e
Carla y Carmen entraron rápidamente a la casa, el aire pesado de la tensión que envolvía cada palabra.—¡Sube ahora mismo, Carla! —ordenó Carmen, su voz fría y dura, como una condena inapelable.—Pero, mamá, tengo miedo… ¿Y si Giancarlo me rechaza? Sabes que él es muy peligroso —las palabras salieron de sus labios, pero el temor que las acompañaba era evidente, el nudo en su garganta casi lo ahogaba.Carmen la miró con ojos penetrantes, con la expresión endurecida por años de lucha, de sacrificios.—¡No pienses en eso! Tienes que meterte en su cama, es lo único que te queda. Los hombres, Carla, solo piensan con lo que tienen entre las piernas. Si no te acuestas con él y te conviertes en la madrastra de tus sobrinos, entonces, ¿cómo vas a impedir que esa m*****a de Roma nos deje sin dinero? —la furia en su voz hacía que cada palabra fuera más venenosa.Carla intentó apartar el miedo que le invadía el pecho, pero la sombra de la duda la estaba ahogando.—No. No la dejaré. —su voz temblab
Los ojos de Roma se abrieron lentamente, como si el mundo entero hubiera dejado de girar en ese instante. Su mirada, cargada de incredulidad y dolor, se clavó en Giancarlo. El aire en la habitación parecía espeso, pesado, como si cada respiración fuera un esfuerzo. Con una voz quebrada, casi un susurro, pero llena de desesperación, suplicó:—Por favor, Giancarlo, no te cases con esa... esa mujer. Mírame, ¿acaso no ves lo que siento por ti? ¿Acaso no me deseas?Giancarlo, con el rostro tenso y los músculos de su mandíbula marcados por la furia, tomó una toalla con un movimiento brusco. Su respiración era agitada, y sus ojos, oscuros como la noche, reflejaban una ira contenida que amenazaba con estallar en cualquier momento.—¡No! —rugió, su voz retumbando como un trueno en la habitación—. No deseo a una mujer que se rebaja de esta manera, que se ofrece como si no valiera nada. ¡Eres repugnante, Carla! Y no solo eso, eres la hermana de mi exesposa. ¿Qué clase de juego estás jugando? ¡Est
Cuando Alonzo recibió la información sobre el cementerio, una furia irracional lo invadió. Golpeó el escritorio de su despacho con tal fuerza que los papeles y una taza de café cayeron al suelo. Su rostro estaba desencajado, y su respiración, pesada.—¿Quién demonios es tu amante, Roma? —murmuró entre dientes, su voz cargada de veneno mientras apretaba los puños—. Debe ser alguien muy poderoso para haber comprado ese cementerio. ¡Eres una mujerzuela! Pero pagarás caro por esto… —sentenció, dejando que el odio llenara cada palabra.Alzó el teléfono y, sin dudar, ordenó: —Quiero que los restos de todos los Wang sean trasladados a otro cementerio. ¡No quiero que nadie de mi familia comparta la tierra con el hijo ilegítimo de esa mujer!Mientras hablaba, la puerta de su despacho se abrió de golpe. Era Eugenia, su madre, quien entró con una expresión de absoluta desesperación.—¡Alonzo! ¿Es cierto lo que escuché? ¿Por qué vas a retirar a nuestra familia del Cementerio Imperial? ¡Tu padre e
Días despuésGiancarlo ajustó los puños de su camisa mientras caminaba por los pasillos de la empresa Wang.Sus pasos eran firmes, resonando como un martillo en el mármol.Cuando Alonzo Wang entró en la sala de juntas, lo hizo con una sonrisa en la cara, pero había tensión detrás de sus ojos.—Señor Savelli, un placer tenerlo aquí —dijo Alonzo, con un tono que trataba de ocultar el recelo.Giancarlo no respondió de inmediato.Lo observó con un desprecio que no se molestó en disimular.«Qué mediocridad, Alonzo», pensó Giancarlo mientras tomaba asiento en la cabecera de la mesa, usurpando sin esfuerzo el lugar del anfitrión.«Dejaste escapar un diamante. Y ahora, Roma será la encargada de hundirte. El universo, al fin, te pone en tu sitio».—Comencemos, caballeros —dijo, rompiendo el incómodo silencio.Mientras hablaba, todos los ojos estaban sobre él. Giancarlo, con su imponente presencia y voz controlada, emanaba poder.—Como saben, Wang Enterprise enfrenta una época de crisis. Hasta a
Días después.Roma despertó jadeando, sus pulmones buscando aire como si acabara de escapar de una pesadilla viviente.Su corazón latía desbocado, sus manos temblaban mientras las llevaba a su rostro húmedo.Había soñado con él otra vez: Benjamín.En su sueño, todo era perfecto. Su risa la envolvía, su mirada cálida la llenaba de esperanza… pero, como siempre, él se desvanecía, deslizándose fuera de su alcance, como arena que se escapa entre los dedos. No importaba cuánto lo intentara, no podía retenerlo.Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas mientras el sol apenas comenzaba a teñir de naranja el horizonte.Las lágrimas corrían por sus mejillas, silenciosas, como un eco de todo lo que había perdido.El frío de la habitación la envolvió, haciendo que se estremeciera.Agradecía que Giancarlo no compartiera aún su habitación, pero ese pensamiento también la inquietaba.¿Cuánto tiempo más tendría esa libertad? ¿Cambiarían las cosas después de que se casaran? La idea la alteraba un po
Kristal descendió del escalón con una rabia apenas contenida, sus ojos llameaban mientras avanzaba hacia Roma, quien permanecía erguida, serena, y con una sonrisa casi burlona en los labios.Alonzo, incapaz de controlar su ira, apretó los puños y cruzó la distancia entre ellos en dos pasos, agarrándola del brazo con brusquedad.—¡¿Cómo te atreves a aparecer aquí?! —su voz era una mezcla de furia y desprecio—. ¡Eres una descarada! Lárgate ahora mismo antes de que haga que te echen a la fuerza. Si te queda algo de vergüenza, sal por tu propio pie.Roma se zafó con firmeza, sacudiéndose el brazo como si su tacto la hubiera manchado.Su sonrisa no se apagó, al contrario, se ensanchó con una peligrosa calma.—Tranquilo, señor Wang. No he venido a causar problemas. Estoy aquí para felicitar a los novios y, por supuesto, a hacerles un regalo —su voz tenía una dulzura cargada de veneno.Con un gesto, dos hombres ingresaron al salón llevando consigo un estuche negro de terciopelo.La gente en l