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—Papá, el bebé de Beth ya nació —dijo Humberto, acercándose a su padre con el celular en la mano. Usaba un perfil falso para seguirla en redes sociales.El hombre observó la pantalla y sonrió con malicia, una expresión oscura que helaba la sangre.—Se ha llegado el momento, Humberto —susurró, con voz venenosa—. Ahora pasamos al siguiente plan.Humberto tragó saliva. A pesar de todo, había aprendido a temer a su padre.—¿Qué haremos?El hombre cruzó las manos con calma inquietante.—Primero, el plan A. Si tu hermana es lista, obedecerá. Si no… —Sus ojos brillaron con un destello cruel—, entonces el plan B la destruirá.Humberto sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no dijo nada.***Al día siguiente, Beth fue dada de alta junto a su bebé. Mateo la llevó de vuelta a casa, su rostro iluminado por una felicidad genuina cada vez que miraba al pequeño Benjamín.Al entrar a la habitación, Mateo acomodó la cuna cerca de la cama de Beth, asegurándose de que ella pudiera vigilar al be
Fernanda llegó a casa después de un largo día, sintiendo el peso del embarazo en cada paso. El aroma de especias y caldo caliente llenó el ambiente, envolviéndola en una sensación de calidez y hogar. Caminó hasta la cocina y se encontró con Matías de espaldas, moviendo una cuchara dentro de una olla humeante. Sonrió sin poder evitarlo.Se acercó a él y, sin decir una palabra, rodeó su cintura con sus brazos, apoyando la mejilla contra su espalda. Matías dejó escapar una leve risa y se giró levemente para mirarla.—Te hice sopa —dijo con ternura, acariciando su mejilla con los nudillos—. Te va a gustar mucho.Fernanda asintió con una sonrisa y fue a sentarse en la mesa. Observó cómo Matías servía el caldo con esmero, asegurándose de que todo estuviera perfecto.Él colocó el tazón frente a ella y se inclinó para besar su frente.—¿Cómo te sientes hoy, amor?Fernanda jugueteó con la cuchara unos segundos antes de levantar la mirada.—Matías… hoy ocurrió algo y necesito decírtelo.Su espos
Matías sintió que se volvía loco. La rabia le nubló la razón, sus puños se cerraron con fuerza y, sin pensarlo, descargó un golpe brutal contra el rostro de aquel hombre. El sonido seco de su puño chocando contra la carne resonó en el pasillo del hospital. Walter cayó al suelo como una simple ficha de dominó, aturdido, con la nariz sangrando y la mirada vidriosa.—¡Imbécil! ¡Largo de aquí! —rugió Matías, con el pecho agitado y los ojos encendidos de furia.Giancarlo apenas alzó la mano y, de inmediato, los guardias corrieron a intervenir. Walter forcejeó, pero no tuvo oportunidad.—¡Soy el padre de los hijos de Fernanda! —vociferó con desesperación, su voz cargada de veneno.Lo sacaron del hospital casi al instante, mientras Matías, tembloroso, negaba con la cabeza, sintiendo cómo su mundo se tambaleaba.—¡No es cierto! ¡Papá, mamá, no le crean, está loco! —exclamó, su voz quebrándose por la angustia.Sin decir más, se giró con brusquedad y se apresuró a vestirse, su mente aun dando v
Giancarlo se mantuvo en silencio, su expresión era grave. Sabía que aquel momento de felicidad para su hijo y su nuera estaba a punto de verse empañado. No podía callarlo más. Al día siguiente, cuando Matías y Fernanda estaban a punto de salir del hospital con sus hijas en brazos, decidió hablar con ellos.—Hay periodistas afuera.Ambos se miraron con desconcierto. No eran figuras públicas, ¿por qué habría periodistas esperándolos? ¿Solo por el hecho de ser millonarios?—Un hombre... llamado Walter, ha difundido mentiras sobre ti, Fernanda.Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su rostro palideció de inmediato y su respiración se volvió errática.—¡Él dijo lo mismo de antes! ¿Verdad? —su voz tembló—. ¡Es mentira, Matías! Nunca te he engañado, ¡tienen que creerme!Matías no dudó ni un instante. La tomó de los hombros con firmeza y la miró con determinación.—¡Por supuesto que te creo, mi amor! Ese hombre solo es un maldito loco —gruñó con furia contenida.—Claro que creemos
Fernanda se sentía atrapada en un torbellino de emociones.La desesperación, la furia y la tristeza se entrelazaban en su pecho, impidiéndole disfrutar plenamente del nacimiento de sus hijas. Debería estar viviendo uno de los momentos más felices de su vida, pero la sombra de un hombre perturbado ensuciaba su dicha.Roma, con su calidez inquebrantable, la envolvió en un abrazo protector.—Llora, hija. Te prometo que esto va a arreglarse.Las palabras de Roma calaron hondo en Fernanda. Sentir su apoyo era como recibir el consuelo de una madre, una sensación que había olvidado hacía tiempo.Su propia madre, en lugar de brindarle refugio, la había condenado sin siquiera darle la oportunidad de defenderse.Pero no estaba sola. Matías había sido su roca, defendiéndola con fiereza, sin dudar de su inocencia ni un segundo.—Gracias, Roma —susurró Fernanda, con los ojos vidriosos—. Incluso Matías cree en mí. Antes, todo esto me habría aterrorizado, pero me siento protegida.Roma acarició su m
Dos meses después.El día del bautizo de los bebés había llegado. Roma apenas podía contener la emoción. La iglesia estaba decorada con flores blancas, y la luz de las velas añadía un aire solemne a la ceremonia.Cuando el sacerdote derramó el agua bendita sobre las cabezas de los pequeños, Roma sintió que su corazón se llenaba de amor y gratitud.—Adriana, Ariadna y Benjamín —susurró Giancarlo, observando a los bebés dormidos en sus cunas después de la ceremonia.Roma miró sus diminutos rostros, tan inocentes y frágiles, y sintió que el mundo era un lugar mejor solo porque ellos existían.La familia estaba radiante. El sonido de las copas chocando marcó el brindis.—Brindemos por la felicidad y la unión de nuestra familia —dijo Giancarlo con emoción en la voz.Las risas y el murmullo de felicitaciones llenaron el salón mientras todos alzaban sus copas.***En el jardín, bajo la luz tenue de la luna, Tory y Joel caminaban en silencio, sintiendo la cercanía del otro.—¿Estás emocionada
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás
Roma cruzó el umbral de la habitación de Benjamín con una mezcla de ansiedad y alivio.Ahí estaba su pequeño, con una sonrisa iluminando su rostro mientras la niñera jugaba con él usando un pequeño dinosaurio de plástico. Ese dinosaurio había sido su favorito desde que lo encontraron en una tienda al salir de una consulta médica. Benjamín lo había sostenido con fuerza desde entonces, como si fuera un amuleto contra los miedos que su corta vida ya conocía.—¡Hijo! —exclamó Roma, conteniendo las lágrimas al ver su semblante algo más animado.—¡Mami! —Benjamín giró hacia ella con ojos brillantes, aunque el cansancio se reflejaba en la palidez de su rostro—. ¿Lo conseguiste? ¿Papito va a venir a verme? Por favorcito, yo quiero ver a mi papito.El puchero en sus labios, tan dulce y sincero, partió el corazón de Roma.Su hijo siempre había tenido esa habilidad de arrancarle una sonrisa, incluso en los momentos más oscuros. Pero esta vez, no pudo sonreír. No tenía el valor para destruir esa