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Roma y Giancarlo habían planeado la sorpresa con todo el amor y cuidado que podían, conscientes de lo importante que sería para los niños.La idea de esa cena estaba llena de ternura, un pequeño acto que dejaría una huella profunda en ellos.Roma sentía una mezcla de nervios y felicidad mientras su esposo conducía hacia la mansión, el ambiente lleno de expectativas.El pastel para los niños era lo primero en la lista, pero lo que realmente la emocionaba era la caja con los globos rosados, y un vestido con el nombre de Victoria bordado.Al llegar a la casa, la puerta se abrió casi de inmediato.Los niños, que habían estado esperando impacientemente, saltaron hacia ellos con una energía desbordante, los ojos brillando de emoción.No hubo palabras que pudieran describir la ansiedad en sus rostros, ni la impaciencia en cada uno de sus movimientos.—¡Mamita! ¡Queremos saberlo ya! —exclamó Mateo, con un brillo de expectación en la mirada.—¿Será un hermanito o una hermanita? —preguntó Matías
—¡Es imposible! ¿Por qué?—Su exesposa… Kristal, ayer, subió un video en las plataformas sociales, y lo que ella dijo, arruinó por completo su reputación. Esto provocó la caída estrepitosa de la empresa en el mercado. Los inversores dijeron que no quieren tener nada que ver con una empresa cuyo presidente está metido en líos tan vergonzosos. ¡Lo siento mucho, señor Wang!Alonzo colgó la llamada, su rostro pálido y sus ojos vacíos de vida.Su mente estaba en un torbellino, pero solo podía pensar en una cosa: el fin.—¿Es este mi castigo, Dios? —murmuró con voz quebrada, mirando al vacío, sin esperanza.El peso de la realidad lo aplastó de golpe.Cuando observó la ruina de su empresa, supo que no había vuelta atrás. El destino lo había alcanzado con una fuerza devastadora.El hombre que había sido el rey de su propio imperio, ahora se veía reducido a nada.En su corazón, la derrota era tan absoluta que no le quedaban fuerzas para luchar.Decidió que era el momento de rendirse. Iba a vend
La gente gritó aterrada, el caos era absoluto.Alonzo Wang yacía inmóvil en el suelo, rodeado de un charco de sangre que se expandía como un cruel testimonio de lo que acababa de suceder.Los ojos de los presentes no podían creer lo que veían; horror, incredulidad, una mezcla de angustia se reflejaba en cada rostro.Kristal, aun con la pistola en las manos, observaba la escena con una expresión vacía, como si no entendiera lo que acababa de ocurrir.Su rostro palidecía, y una lágrima solitaria caía por su mejilla mientras la pistola resbalaba de sus dedos y caía al suelo con un golpe seco.La tensión era tan palpable que todos los presentes contenían la respiración.—¡Alonzo! —gritó Kristal, con los ojos desorbitados, llenos de desesperación.Fue arrastrada con fuerza por los guardias, pero su risa maníaca rompió el aire, retumbando con la locura de sus palabras.—¡Iba a matarla! ¡Iba a destruirla, pero ahora esto es mejor! ¡Alonzo, muérete, como mi hijo murió! ¡Muéranse todos! ¡Ve al
Cuando Eugenia llegó a la comisaría, su corazón latía con furia e impaciencia.Exigió ver a Kristal de inmediato.No aceptaría negativas, no después de todo el daño que esa mujer había causado.Los policías intercambiaron miradas incómodas antes de acceder a su petición.Sin embargo, cuando uno de ellos fue a buscar a la prisionera, un grito desgarrador sacudió la tranquilidad del recinto.El eco del horror se expandió como una ola helada.Eugenia vio a los oficiales correr, y su instinto le gritó que algo terrible había sucedido.No tuvo que esperar mucho para obtener una respuesta.Uno de los policías regresó con el rostro pálido, la mirada perdida en el vacío.—Lo siento, señora… —su voz tembló— Kristal… se ha quitado la vida.El mundo pareció tambalearse.Eugenia sintió que las piernas le fallaban por un instante, pero se sostuvo con fuerza.Sus labios temblaron… y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió. «Kristal… ¡Lo merecías!», pensó.«Destruiste la vida de mi hijo, y ahora es
Roma y Giancarlo llegaron al cementerio bajo un cielo gris y opresivo.El viento helado agitaba las hojas secas a su alrededor, como susurros de un pasado que ya no volvería.Frente a la tumba abierta, el ataúd de Kristal esperaba descender a la tierra, un símbolo de un destino trágico que nadie había intentado evitar.El lugar estaba vacío.No había familiares, ni amigos, ni siquiera algún conocido.Roma había intentado contactar a los padres de Kristal, pero ellos, desde su lejano pueblo, se negaron a asistir.—Era una mujer completamente sola… —murmuró Roma, observando cómo el féretro desaparecía poco a poco bajo la tierra. Sus ojos se humedecieron, no por tristeza, sino por el peso de lo que significaba—. Creo que solo buscaba un lugar en el mundo. Estaba desesperada. Quiero pensar que, como yo, simplemente se equivocó eligiendo al hombre incorrecto.El sacerdote recitaba oraciones, pidiendo por el alma de la difunta. Su voz resonaba en el vacío del camposanto, haciendo aún más evi
Roma y Giancarlo regresaron al hospital, todavía con la tensión de los eventos recientes pesando sobre ellos como un manto oscuro.Apenas pusieron un pie dentro, un médico se acercó con una expresión grave y ellos pidieron las noticias.—Lamentablemente, la bala causó un daño irreversible en la médula espinal del señor Wang —anunció con voz solemne—. No volverá a tener movilidad en sus extremidades inferiores.El mundo de Roma pareció detenerse.Sintió un nudo en el estómago, como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones.Su cuerpo titubeó y sus ojos se llenaron de lágrimas involuntarias.Por mucho que hubiera asegurado que odiaba a Alonzo Wang, la noticia la golpeó con fuerza. No solo había sido su primer amor, sino que, a pesar de todo, seguía siendo el padre de Benjamín.Y aunque el destino le había cobrado cada una de sus acciones, verlo en ese estado no le traía satisfacción, sino un profundo pesar.Giancarlo sintió su angustia y, sin soltarla, la tomó de la mano con fuerz
—Viniste a verme…La voz de Alonzo era débil, apenas un susurro que flotaba entre ellos.Roma asintió despacio, pero su mirada estaba cargada de algo más que simple cortesía. Había compasión, pero también un dolor profundo, un luto silencioso por lo que fueron y lo que nunca serían.—Lo siento, Alonzo… —susurró, tragándose el nudo en su garganta—. Lamento que todo haya terminado así. Pero dime… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tomaste esa bala?Los ojos de Alonzo brillaron con una mezcla de tristeza y añoranza infinita.—Te vi ahí… —murmuró—. Eras feliz, Roma. Sonreíste como nunca lo hiciste conmigo. Parecías… completa. Como si finalmente tuvieras todo lo que yo nunca pude darte. Y en ese momento, supe que no importaba nada más. Si mi vida significaba que tú siguieras sonriendo así, no lo pensé dos veces.Roma sintió su pecho encogerse, un dolor sordo que le oprimía las costillas.Lágrimas calientes rodaron por sus mejillas, pero no intentó detenerlas.—Yo… —su voz tembló—. No quería que
El aire nocturno estaba impregnado del aroma a desinfectante cuando Roma cruzó las puertas del hospital.Su corazón latía con fuerza, no por prisa, sino por el peso invisible que cargaba en el pecho. Se detuvo por un momento, sintiendo el eco de sus propios pasos sobre el frío suelo de la entrada.Había cerrado una puerta en su vida, pero otra, una mucho más grande, acababa de abrirse.Levantó la mirada y ahí estaba él. Giancarlo. Esperándola con la paciencia de un hombre que entendía sus silencios mejor que nadie.Apoyado contra su auto, con el rostro serio, pero los ojos llenos de una calidez que parecía envolverla sin necesidad de palabras.—Giancarlo, yo… —su voz se quebró.Él no esperó a que terminara.La abrazó con fuerza, sosteniéndola como si pudiera absorber parte de su dolor.Roma sollozó contra su pecho, sintiendo cómo sus lágrimas se mezclaban con el aroma familiar de su piel.—¿Vamos a casa? —preguntó él, su voz suave, ofreciéndole refugio en tres simples palabras.Roma se