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Cuando Eugenia llegó a la comisaría, su corazón latía con furia e impaciencia.Exigió ver a Kristal de inmediato.No aceptaría negativas, no después de todo el daño que esa mujer había causado.Los policías intercambiaron miradas incómodas antes de acceder a su petición.Sin embargo, cuando uno de ellos fue a buscar a la prisionera, un grito desgarrador sacudió la tranquilidad del recinto.El eco del horror se expandió como una ola helada.Eugenia vio a los oficiales correr, y su instinto le gritó que algo terrible había sucedido.No tuvo que esperar mucho para obtener una respuesta.Uno de los policías regresó con el rostro pálido, la mirada perdida en el vacío.—Lo siento, señora… —su voz tembló— Kristal… se ha quitado la vida.El mundo pareció tambalearse.Eugenia sintió que las piernas le fallaban por un instante, pero se sostuvo con fuerza.Sus labios temblaron… y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió. «Kristal… ¡Lo merecías!», pensó.«Destruiste la vida de mi hijo, y ahora es
Roma y Giancarlo llegaron al cementerio bajo un cielo gris y opresivo.El viento helado agitaba las hojas secas a su alrededor, como susurros de un pasado que ya no volvería.Frente a la tumba abierta, el ataúd de Kristal esperaba descender a la tierra, un símbolo de un destino trágico que nadie había intentado evitar.El lugar estaba vacío.No había familiares, ni amigos, ni siquiera algún conocido.Roma había intentado contactar a los padres de Kristal, pero ellos, desde su lejano pueblo, se negaron a asistir.—Era una mujer completamente sola… —murmuró Roma, observando cómo el féretro desaparecía poco a poco bajo la tierra. Sus ojos se humedecieron, no por tristeza, sino por el peso de lo que significaba—. Creo que solo buscaba un lugar en el mundo. Estaba desesperada. Quiero pensar que, como yo, simplemente se equivocó eligiendo al hombre incorrecto.El sacerdote recitaba oraciones, pidiendo por el alma de la difunta. Su voz resonaba en el vacío del camposanto, haciendo aún más evi
Roma y Giancarlo regresaron al hospital, todavía con la tensión de los eventos recientes pesando sobre ellos como un manto oscuro.Apenas pusieron un pie dentro, un médico se acercó con una expresión grave y ellos pidieron las noticias.—Lamentablemente, la bala causó un daño irreversible en la médula espinal del señor Wang —anunció con voz solemne—. No volverá a tener movilidad en sus extremidades inferiores.El mundo de Roma pareció detenerse.Sintió un nudo en el estómago, como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones.Su cuerpo titubeó y sus ojos se llenaron de lágrimas involuntarias.Por mucho que hubiera asegurado que odiaba a Alonzo Wang, la noticia la golpeó con fuerza. No solo había sido su primer amor, sino que, a pesar de todo, seguía siendo el padre de Benjamín.Y aunque el destino le había cobrado cada una de sus acciones, verlo en ese estado no le traía satisfacción, sino un profundo pesar.Giancarlo sintió su angustia y, sin soltarla, la tomó de la mano con fuerz
—Viniste a verme…La voz de Alonzo era débil, apenas un susurro que flotaba entre ellos.Roma asintió despacio, pero su mirada estaba cargada de algo más que simple cortesía. Había compasión, pero también un dolor profundo, un luto silencioso por lo que fueron y lo que nunca serían.—Lo siento, Alonzo… —susurró, tragándose el nudo en su garganta—. Lamento que todo haya terminado así. Pero dime… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué tomaste esa bala?Los ojos de Alonzo brillaron con una mezcla de tristeza y añoranza infinita.—Te vi ahí… —murmuró—. Eras feliz, Roma. Sonreíste como nunca lo hiciste conmigo. Parecías… completa. Como si finalmente tuvieras todo lo que yo nunca pude darte. Y en ese momento, supe que no importaba nada más. Si mi vida significaba que tú siguieras sonriendo así, no lo pensé dos veces.Roma sintió su pecho encogerse, un dolor sordo que le oprimía las costillas.Lágrimas calientes rodaron por sus mejillas, pero no intentó detenerlas.—Yo… —su voz tembló—. No quería que
El aire nocturno estaba impregnado del aroma a desinfectante cuando Roma cruzó las puertas del hospital.Su corazón latía con fuerza, no por prisa, sino por el peso invisible que cargaba en el pecho. Se detuvo por un momento, sintiendo el eco de sus propios pasos sobre el frío suelo de la entrada.Había cerrado una puerta en su vida, pero otra, una mucho más grande, acababa de abrirse.Levantó la mirada y ahí estaba él. Giancarlo. Esperándola con la paciencia de un hombre que entendía sus silencios mejor que nadie.Apoyado contra su auto, con el rostro serio, pero los ojos llenos de una calidez que parecía envolverla sin necesidad de palabras.—Giancarlo, yo… —su voz se quebró.Él no esperó a que terminara.La abrazó con fuerza, sosteniéndola como si pudiera absorber parte de su dolor.Roma sollozó contra su pecho, sintiendo cómo sus lágrimas se mezclaban con el aroma familiar de su piel.—¿Vamos a casa? —preguntó él, su voz suave, ofreciéndole refugio en tres simples palabras.Roma se
Cinco años después…Alonzo Wang yacía en esa cama blanca, la luz tenue iluminaba su rostro demacrado.El hombre, agotado, luchaba contra una enfermedad autoinmune que le había sido diagnosticada después de la parálisis que había sufrido.A pesar de haber tenido acceso a los mejores médicos y enfermeras, su cuerpo ya no respondía, y en medio de un dolor físico que parecía consumirlo, sabía que no había nada más que hacer.Miró a la enfermera que lo había cuidado durante los últimos tres años. Ella estaba ahí, tan serena y profesional, pero sus ojos reflejaban una tristeza contenida.—¿Enviaste él… correo? —preguntó Alonzo con voz débil, casi quebrada.—Sí, señor Wang —respondió ella con suavidad—. El correo fue enviado a Roma Savelli, tal como usted me lo dictó.Alonzo sonrió levemente, aunque su expresión reflejaba una tristeza profunda, casi como si hubiera hecho todo lo posible, pero ahora, lo único que quedaba era la calma de saber que ya nada podía cambiar.—¿Es feliz? —preguntó él
Roma Savelli ha dedicado su vida a buscar la felicidad de sus hijos, deseando que encuentren el amor verdadero.Sin embargo, para sus hijos, el amor siempre ha sido una batalla difícil de librar.Mateo Savelli ha dejado atrás su corazón después de la trágica muerte de su prometida, Annia, en un accidente inexplicable. Cerrado a la idea de amar nuevamente, su vida da un giro cuando se cruza con Beth, una mujer misteriosa que decide convertir en su amante secreta.Pero cuando una mujer idéntica a su difunta novia aparece, la obsesión de Mateo lo consume y lo sumerge en una tormenta emocional.La pérdida de Beth lo obliga a enfrentar una verdad inquietante: ¿realmente su corazón sigue anclado al pasado o está listo para seguir adelante?Mientras tanto, Matías vive atrapado en un matrimonio por contrato con Fernanda Serra, pero el regreso de su antigua amante, Laura, amenaza con destruir la frágil estabilidad que ha construido.Lo que Matías no esperaba es que, cuando por fin comienza a se
Matías salió de la casa con el corazón palpitante y las manos aferradas al volante con una fuerza desmedida.El motor rugía en la calle, mientras conducía hasta el punto de encuentro.El aire frío se colaba por la ventanilla entreabierta, pero no lograba enfriar la rabia que hervía dentro de él.Al llegar, la vio.Laura estaba de pie, con los hombros caídos y los ojos vidriosos, al borde de las lágrimas.Cuando lo vio, su rostro se iluminó con un destello de esperanza.—¡Matías! —exclamó con voz temblorosa, estirando la mano para tocarlo.Pero él la detuvo en seco. Su mirada, antes llena de amor por ella, ahora era dura, gélida.—Quiero la verdad —su voz sonó como un filo cortante—. Dame una prueba de que no estás mintiendo... como de costumbre.Laura parpadeó, sorprendida.Pensó que, como siempre, sería fácil de manipular, pero algo en él había cambiado. Ya no era el hombre que caía rendido a sus pies con una simple caricia o una lágrima. No, ahora parecía impenetrable.Todo tenía un