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Cuando el auto se detuvo frente a la entrada del lujoso hotel, Beth sintió que su cuerpo entero temblaba. Sus piernas estaban tan débiles que apenas pudo sostenerse al bajar.Su instinto le gritaba que corriera, que huyera antes de cruzar esas puertas, pero una voz helada resonó en su cabeza, atrapándola en una jaula invisible."Consigue el dinero para la operación de tu hermano. Si vuelves sin él... ¡Voy a matarte!"La amenaza de su padre le perforó el pecho como un cuchillo.No había ternura, no había amor, solo una sentencia fría y despiadada. Su hermanito era lo único que realmente le importaba en este mundo.Apenas veinte años y ya estaba atrapada en un abismo, intentando estudiar en una escuela nocturna mientras su vida se desmoronaba bajo el peso de una familia que la había arrastrado al infierno.El sonido de la puerta de la habitación, cerrándose a sus espaldas, la devolvió a la realidad.—Bien —la voz de ese hombre la envolvió como una sombra oscura—. A menos que tengas algo
Cuando Matías abrió los ojos, la luz de la mañana lo envolvió suavemente, pero el dolor que sentía en su cabeza era insoportable.Se levantó lentamente del sofá de su sala, con la mente nublada, el cuerpo pesado como si el peso de la culpa lo aplastara.Caminó arrastrando los pies hacia la habitación principal, cada paso un reflejo de la agitación interna que no podía controlar.Al llegar, vio a Fernanda, su esposa, en la cama, inmóvil, envuelta en la paz del sueño. La imagen de ella, tan serena y dulce, contrastaba violentamente con el caos que sentía por dentro.Se acercó, pero se detuvo en seco.La vio tan tranquila, tan pura, inocente... como un ángel. Un ángel al que había traicionado, un ángel que no merecía el tormento que él había causado.Lanzó un suspiro cargado de pesar, sus dedos temblaron al alzar la mano, como si quisiera tocarla, abrazarla, pedirle perdón.Pero la imagen de su rostro, la tristeza en sus ojos cuando ella lo miró la última vez, después de su encuentro, lo
Fernanda, con el rostro enrojecido por la rabia, levantó la mano y abofeteó el rostro de Matías.El sonido resonó en la habitación, y él se quedó parado allí, completamente perplejo, como si el golpe le hubiera dejado sin aire.—¡Eres un hipócrita! —gritó Fernanda, su voz temblando entre el dolor y la furia—. Te fuiste detrás de tu amante, ¿y simplemente dirás que no hiciste nada malo?Matías, aun con el ardor en la mejilla, intentó procesar sus palabras, pero no pudo.El peso de la situación lo ahogaba. Intentó hablar, pero las palabras se le atragantaban.Finalmente, sus ojos se encontraron con los de Fernanda, esos ojos que siempre fueron dulces con él, pero ya no ahora vio solo rabia.—¡No hice nada malo! ¡No he sido infiel al matrimonio, lo juro! —respondió, casi a modo de defensa, como si las palabras pudieran calmar el caos.—¿Negarás que estabas con Laura? —replicó Fernanda, su voz quebrada, pero firme.Matías sintió un nudo en el estómago.Aquella verdad que había estado ocult
En el centro comercial.La atmósfera estaba impregnada de la vibrante energía de un lugar lleno de compradores apurados, pero para Matías, todo parecía nublarse a su alrededor.Fernanda descendió del auto con una elegancia casi irónica, un aire de desprecio en su porte que él ya conocía demasiado bien.No le gustaba, pero no podía evitar mirarla.Era como si estuviera decidida a demostrarle que lo podía destruir de la manera más sutil: con su indiferencia y su ostentación.Sin decir palabra, ella entró en la primera tienda, una boutique de lujo, y comenzó a llenar su carrito con zapatos y ropa de precio exorbitante.Los miraba como si fueran simples objetos que podía adquirir con la misma facilidad con la que respiraba.Matías, sentado en una esquina, observaba cómo los cargos se sumaban, cómo el número en la pantalla de la caja se incrementaba a medida que Fernanda elegía y elegía.Cada pieza era más cara que la anterior, cada elección más provocadora.Cuando ella regresó con las bols
Matías y Giancarlo Savelli iban en el auto, el silencio que llenaba el vehículo era pesado, opresivo, casi palpable.Giancarlo no decía una sola palabra, pero su rostro estaba teñido de una rabia feroz. Su mandíbula tensa, sus manos apretadas en los puños, casi podían escucharse los golpes de su corazón acelerado, como si pudiera estallar en cualquier momento.El chofer conducía sin prisa, pero Matías no podía dejar de mirar por la ventana, como si el paisaje pudiera calmar la tormenta que se desataba dentro de él.El aire se volvía más denso con cada kilómetro que se acercaban a la mansión Savelli.Cuando finalmente llegaron, Matías saltó del auto sin esperar a que el chofer abriera la puerta.La mansión se erguía frente a él como una prisión dorada, y su padre lo llevó al despacho.—¡¿Qué demonios hacías persiguiendo a Laura Sotelo?! ¡Esa… zorra! —gritó Giancarlo, sin poder contenerse más.Matías lo miró fijamente.Sabía que las palabras de su padre iban a lastimarlo, pero no estaba
Beth detuvo el beso, separando ligeramente su rostro del de Mateo.Sus ojos brillaban con una mezcla de confusión y asombro, como si lo que acababa de pasar estuviera más allá de su comprensión.—¿Amante? ¿Yo…?La sonrisa de Mateo se tornó suave, casi burlona, como si se divirtiera al ver el desconcierto de Beth.—¿Qué? ¿Me tienes miedo?La mano de Mateo se deslizó lentamente por el rostro de Beth, acariciando con ternura su mejilla magullada, una sensación que la desconcertaba profundamente.Beth cerró los ojos por un momento, como buscando refugio en su mente, y luego lo miró fijamente, su corazón latiendo desbocado.—¿Eres... casado? —preguntó, una pregunta susurrada, casi con miedo a la respuesta.Mateo comenzó a reír, un sonido cálido que llenó la habitación, y negó con la cabeza.—No, por ahora. Entonces... ¿Aceptas?Beth no pudo evitar mirar aquellos ojos oscuros, llenos de una intensidad inquietante.Su mente luchaba por comprender, pero el dolor por su hermano aún la consumía
—¡Déjame! —gritó Fernanda, la voz quebrada, mientras su cuerpo se tambaleaba, luchando por encontrar estabilidad.La habitación giraba a su alrededor, una danza borrosa de luces y sombras que la hacía sentir perdida en un laberinto sin salida.El alcohol en su sistema la dejaba vulnerable, una sensación de estar flotando, de no tener control.Y él, Matías, ahí a su lado, tan cercano, tan imponente, solo intensificaba esa fragilidad que sentía. El peso de su cercanía, la oprimía, la ahogaba.De repente, cayeron sobre la cama, su respiración entrecortada como si su pecho intentara escapar de algo que la ahogaba más allá de lo físico.Los brazos de Matías, firmes y decididos, la sujetaron con una fuerza inquebrantable.Intentó empujarlo, pero la torpeza de sus movimientos solo la hacía sentir más indefensa.Él no cedió, como si supiera que sus luchas no tenían ninguna fuerza real contra él.Sus miradas se encontraron en medio de aquella batalla de voluntades, dos fuerzas opuestas que choc
Las manos de Fernanda temblaban, sus dedos apenas podían sujetar el teléfono.Se sentó en la banca del hospital.El aire frío le calaba los huesos, pero no era el frío lo que la paralizaba. Una nube de ansiedad le nublaba la mente. Las preguntas se amontonaban como una tormenta imposible de calmar.«¿Qué haré? Estoy embarazada. No quiero atar a Matías con un bebé. Él no me ama, nunca lo ha hecho, pero... ¿Podrá amar a su hijo?»El pánico la envolvía. Las palabras se le atoraban en la garganta, y su vientre, tan frágil, parecía una prisión.Su mano se movió instintivamente hacia su abdomen, tocando la vida que aún no entendía por completo.«Dios mío... Tendré un hijo...»Era la primera vez que la idea de la maternidad la golpeaba con tal intensidad, y no estaba preparada para lo que sentía.Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las tragó rápidamente.Se levantó de la banca con pesadez, el corazón agitado, y comenzó a caminar sin rumbo.No tenía fuerzas para regresar a su casa, pero