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Cuatro meses después.Roma despertó lentamente, sintiendo el suave roce de las sábanas sobre su piel.Una cálida sensación la invadió al notar que el bebé dentro de su vientre se movía.No había nada como esa conexión, ese recordatorio constante de que, a pesar de las tormentas de la vida, ella era madre de nuevo. Benjamín había sido tan tranquilo en su barriga, pero este bebé… este bebé no paraba de moverse, de recordarle que la vida seguía, que la esperanza podía renacer.Era un día especial.Hoy se cumplían veinte semanas de embarazo, y la doctora había acordado hacer un ultrasonido meticuloso para confirmar lo que todos esperaban saber: el sexo del bebé.Roma estaba ansiosa, casi nerviosa. Este ultrasonido no solo sería una oportunidad para ver al bebé, sino para asegurarse de que todo estuviera bien.Después de todo, faltaban quince días para la fiesta del bebé que había estado planeando con tanto amor, y aunque deseaba celebrar, no podía evitar la sombra de su dolor. ¿Qué pasarí
Roma y Giancarlo habían planeado la sorpresa con todo el amor y cuidado que podían, conscientes de lo importante que sería para los niños.La idea de esa cena estaba llena de ternura, un pequeño acto que dejaría una huella profunda en ellos.Roma sentía una mezcla de nervios y felicidad mientras su esposo conducía hacia la mansión, el ambiente lleno de expectativas.El pastel para los niños era lo primero en la lista, pero lo que realmente la emocionaba era la caja con los globos rosados, y un vestido con el nombre de Victoria bordado.Al llegar a la casa, la puerta se abrió casi de inmediato.Los niños, que habían estado esperando impacientemente, saltaron hacia ellos con una energía desbordante, los ojos brillando de emoción.No hubo palabras que pudieran describir la ansiedad en sus rostros, ni la impaciencia en cada uno de sus movimientos.—¡Mamita! ¡Queremos saberlo ya! —exclamó Mateo, con un brillo de expectación en la mirada.—¿Será un hermanito o una hermanita? —preguntó Matía
—¡Es imposible! ¿Por qué?—Su exesposa… Kristal, ayer, subió un video en las plataformas sociales, y lo que ella dijo, arruinó por completo su reputación. Esto provocó la caída estrepitosa de la empresa en el mercado. Los inversores dijeron que no quieren tener nada que ver con una empresa cuyo presidente está metido en líos tan vergonzosos. ¡Lo siento mucho, señor Wang!Alonzo colgó la llamada, su rostro pálido y sus ojos vacíos de vida.Su mente estaba en un torbellino, pero solo podía pensar en una cosa: el fin.—¿Es este mi castigo, Dios? —murmuró con voz quebrada, mirando al vacío, sin esperanza.El peso de la realidad lo aplastó de golpe.Cuando observó la ruina de su empresa, supo que no había vuelta atrás. El destino lo había alcanzado con una fuerza devastadora.El hombre que había sido el rey de su propio imperio, ahora se veía reducido a nada.En su corazón, la derrota era tan absoluta que no le quedaban fuerzas para luchar.Decidió que era el momento de rendirse. Iba a ven
La gente gritó aterrada, el caos era absoluto.Alonzo Wang yacía inmóvil en el suelo, rodeado de un charco de sangre que se expandía como un cruel testimonio de lo que acababa de suceder.Los ojos de los presentes no podían creer lo que veían; horror, incredulidad, una mezcla de angustia se reflejaba en cada rostro.Kristal, aun con la pistola en las manos, observaba la escena con una expresión vacía, como si no entendiera lo que acababa de ocurrir.Su rostro palidecía, y una lágrima solitaria caía por su mejilla mientras la pistola resbalaba de sus dedos y caía al suelo con un golpe seco.La tensión era tan palpable que todos los presentes contenían la respiración.—¡Alonzo! —gritó Kristal, con los ojos desorbitados, llenos de desesperación.Fue arrastrada con fuerza por los guardias, pero su risa maníaca rompió el aire, retumbando con la locura de sus palabras.—¡Iba a matarla! ¡Iba a destruirla, pero ahora esto es mejor! ¡Alonzo, muérete, como mi hijo murió! ¡Muéranse todos! ¡Ve al
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás
Roma cruzó el umbral de la habitación de Benjamín con una mezcla de ansiedad y alivio.Ahí estaba su pequeño, con una sonrisa iluminando su rostro mientras la niñera jugaba con él usando un pequeño dinosaurio de plástico. Ese dinosaurio había sido su favorito desde que lo encontraron en una tienda al salir de una consulta médica. Benjamín lo había sostenido con fuerza desde entonces, como si fuera un amuleto contra los miedos que su corta vida ya conocía.—¡Hijo! —exclamó Roma, conteniendo las lágrimas al ver su semblante algo más animado.—¡Mami! —Benjamín giró hacia ella con ojos brillantes, aunque el cansancio se reflejaba en la palidez de su rostro—. ¿Lo conseguiste? ¿Papito va a venir a verme? Por favorcito, yo quiero ver a mi papito.El puchero en sus labios, tan dulce y sincero, partió el corazón de Roma.Su hijo siempre había tenido esa habilidad de arrancarle una sonrisa, incluso en los momentos más oscuros. Pero esta vez, no pudo sonreír. No tenía el valor para destruir esa
—¡Señor Savelli…! —la voz de Kristal temblaba, atrapada entre el miedo y la impotencia, mientras observaba al hombre frente a ella. Su garganta parecía cerrarse con cada palabra que intentaba pronunciar.—Señor Savelli, por favor, no se preocupe por esta situación, esto es entre nosotros tres —dijo Alonzo con una calma que no correspondía a la tensión en sus ojos, intentando mantener el control en una situación que ya se estaba desbordando.Giancarlo Savelli levantó la copa con una sonrisa fría, su mirada fija en Alonzo.—¿Y por qué no? Todos sabemos que esto fue causado por su futura esposa —dijo con voz grave, mientras un brillo cruel aparecía en su mirada—. ¿Dejarás que tu futura mujer sea una inútil que no puede ni limpiar sus propios zapatos?Las palabras de Giancarlo parecieron golpear a Alonzo.Sus puños se apretaron con fuerza, la mandíbula tensa, y un sabor amargo se instaló en su boca.A pesar de su compostura exterior, en su interior algo se retorcía.Giancarlo era un hombr
En el hospitalEl aire era denso en el hospital, impregnado del olor frío y metálico de los desinfectantes.Roma irrumpió en el pasillo, sus pasos rápidos y descompasados resonaban.Sus ojos, enrojecidos y llenos de lágrimas, parecían pedir un milagro a cualquiera que se cruzara en su camino.Entonces lo vio.El oncólogo de Benjamín. Al cruzar sus miradas, el médico se acercó, y sin decir nada, tomó las manos de Roma con una suavidad que ella interpretó como una advertencia.—¿Cómo está? —preguntó Roma con voz rota, apenas un susurro—. Mi hijo estaba bien cuando lo dejé esta mañana...El médico titubeó, buscando las palabras adecuadas. Pero no había manera de suavizar la verdad.—Roma... sabes que hemos hecho todo lo posible. Él... está muriendo. No creo que pase de esta noche.Las palabras cayeron sobre Roma como un mazazo. Su mundo se detuvo. Era como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.—¡No! ¡No puede ser! ¡Por favor, no! —gimió, tambaleándose hacia adelante. Sus pie