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«Somos tus hijos»Matías levantó las manos, gesticulando en su lenguaje de señas.—Maty dice que somos tus hijos, mami, ¿no nos quieres? —traducía Mateo con una voz dulce, pero sus ojos reflejaban un abismo de tristeza que Roma no pudo ignorar.El aire en la habitación se volvió denso.Roma sintió que algo en su pecho se quebraba, sus ojos se abrieron enormemente al mirar a los gemelos, y por un instante creyó ver a Benjamín en ellos: la misma expresión inocente, la misma forma de inclinar la cabeza. Su mente comenzó a desmoronarse.—Yo… yo… —las palabras se ahogaron en su garganta.—¡Lo sabía! ¡Ninguna mamita nos quiere! —gritó Aria, su voz entrecortada por un sollozo que no terminaba de salir.—¡No! —exclamó Roma, dando un paso hacia ellos. Una culpa sofocante se apoderó de ella—. Claro que mamita los quiere.Antes de que pudiera reaccionar, los niños se arrojaron a sus brazos, abrazándola con fuerza.Roma sintió el peso de sus pequeños cuerpos contra el suyo, como un ancla que la ma
La pequeña Aria vaciló, su manita aún suspendida en el aire, demasiado cerca del fuego.Su mirada se clavó en Roma, buscando algo, quizás una súplica desesperada, o tal vez la confirmación de que era importante para ella,Roma dio un paso hacia ella, los nervios traicionándola.—¡Aria, no lo hagas! —suplicó, su voz cargada de angustia—. Por favor.Pero la pequeña negó con un cabeceo obstinado, lágrimas acumulándose en sus ojos grandes y oscuros.—¡No! Mamita solo debe querernos a nosotros. ¡Solo a nosotros! —gritó con una furia que parecía mayor a la que un niño de su edad podía contener.Cuanto más acercaba la foto al fuego, más se rompía algo dentro de Roma.En un impulso inconsciente, levantó una mano, como si fuera a detenerla... o peor.Aria retrocedió, encogiéndose de miedo al ver el gesto.Comenzó a llorar, cubriéndose la cara con sus pequeños brazos.—¡No me pegues, mamita! ¡No me pegues!La escena golpeó a Roma como un balde de agua helada.Sintió el peso de sus propias emocio
—Yo… no, mi amor, Kristal, solo te amo a ti —dijo AlonzoSu voz temblaba con una mezcla de desesperación, pero Kristal lo empujó bruscamente, apartándose de él.El aire, tenso y cargado, se llenó de un silencio que apenas se podía soportar.Kristal, con las lágrimas rodando por su rostro, lo miró fijamente.La rabia, la traición y la inseguridad se reflejaban en sus ojos mientras su respiración se entrecortaba.—¿Por qué dijiste su nombre?Alonzo intentó acercarse a ella, pero no pudo evitar el nerviosismo que lo dominaba.Su mente, atrapada en la confusión de sus propios deseos y las cadenas del pasado, solo acertó a dar explicaciones que carecían de peso.—Roma vino a verme ayer. Ella está desequilibrada, juró vengarse. Me acusa de matar a su hijo bastardo.Kristal, al escuchar aquellas palabras, sintió que una furia fría y calculadora comenzaba a despertar en su interior.Sin pensarlo, sus brazos rodearon a Alonzo con una fuerza inesperada, casi como si quisiera apoderarse de él, ar
—¿Roma?El rostro de Roma estaba marcado por el dolor, sus ojos rojos e hinchados por las lágrimas que se negaban a cesar.Cada parpadeo era una lucha por contener el torrente que amenazaba con desbordarse de nuevo.Giancarlo se acercó, su expresión era sombría, pero había una suavidad en su gesto cuando colocó sus manos sobre los hombros de Roma.Sus dedos, ásperos y fríos por el roce de los años, rozaron su piel, limpiando con cuidado las lágrimas que caían.—No me gusta verte llorar, Roma. Me dan ganas de destrozar a quien te cause tanto sufrimiento.El tono de su voz, grave y lleno de una amenaza contenida, hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Roma.Sin embargo, ella intentó esbozar una pequeña sonrisa, una que parecía tan frágil como el vidrio que amenaza con quebrarse al mínimo roce.—Entonces, ¿vas a matar por mí? —preguntó, su voz quebrada, casi como si el solo pensar en esa opción fuera un consuelo en su desdicha.Giancarlo la miró fijamente, la intensidad de su mir
—¡Oh, Alonzo! Mi amante es enorme, sexy y tan caliente como el sol del verano —murmuró ella, sus palabras susurradas en su oído, con una mezcla de desdén y burla, disfrutando de cada palabra.Alonzo, al escuchar esas palabras, se tensó.Su rostro se llenó de ira, y levantó la mano, a punto estuvo de golpearla, pero los guardias rápidamente lo detuvieron.—¡Suéltenme! —gritó furioso, su cuerpo vibrando con rabia—. ¿Qué no saben quién soy? ¡Soy Alonzo Wang!—¡suéltenlo! —ordenó Kristal, su voz temblorosa, pero llena de furia.Los guardias lo soltaron bruscamente, y él cayó al suelo, golpeando la tierra con su cuerpo, como si la tierra misma lo rechazara.Roma se inclinó hacia él, su rostro firme y lleno de desprecio.—Estás donde mereces, Alonzo —dijo con una calma fría, casi cruel—. Si fueras más amable, quizás obtendrías mejores cosas. Pero, ahora, lárgate de aquí.Alonzo, con furia en sus ojos, se levantó lentamente, su cuerpo tenso, casi imparable en su rabia.—¡¿Quién te crees que e
Carla y Carmen entraron rápidamente a la casa, el aire pesado de la tensión que envolvía cada palabra.—¡Sube ahora mismo, Carla! —ordenó Carmen, su voz fría y dura, como una condena inapelable.—Pero, mamá, tengo miedo… ¿Y si Giancarlo me rechaza? Sabes que él es muy peligroso —las palabras salieron de sus labios, pero el temor que las acompañaba era evidente, el nudo en su garganta casi lo ahogaba.Carmen la miró con ojos penetrantes, con la expresión endurecida por años de lucha, de sacrificios.—¡No pienses en eso! Tienes que meterte en su cama, es lo único que te queda. Los hombres, Carla, solo piensan con lo que tienen entre las piernas. Si no te acuestas con él y te conviertes en la madrastra de tus sobrinos, entonces, ¿cómo vas a impedir que esa m*****a de Roma nos deje sin dinero? —la furia en su voz hacía que cada palabra fuera más venenosa.Carla intentó apartar el miedo que le invadía el pecho, pero la sombra de la duda la estaba ahogando.—No. No la dejaré. —su voz temblab
Los ojos de Roma se abrieron lentamente, como si el mundo entero hubiera dejado de girar en ese instante. Su mirada, cargada de incredulidad y dolor, se clavó en Giancarlo. El aire en la habitación parecía espeso, pesado, como si cada respiración fuera un esfuerzo. Con una voz quebrada, casi un susurro, pero llena de desesperación, suplicó:—Por favor, Giancarlo, no te cases con esa... esa mujer. Mírame, ¿acaso no ves lo que siento por ti? ¿Acaso no me deseas?Giancarlo, con el rostro tenso y los músculos de su mandíbula marcados por la furia, tomó una toalla con un movimiento brusco. Su respiración era agitada, y sus ojos, oscuros como la noche, reflejaban una ira contenida que amenazaba con estallar en cualquier momento.—¡No! —rugió, su voz retumbando como un trueno en la habitación—. No deseo a una mujer que se rebaja de esta manera, que se ofrece como si no valiera nada. ¡Eres repugnante, Carla! Y no solo eso, eres la hermana de mi exesposa. ¿Qué clase de juego estás jugando? ¡Est
Cuando Alonzo recibió la información sobre el cementerio, una furia irracional lo invadió. Golpeó el escritorio de su despacho con tal fuerza que los papeles y una taza de café cayeron al suelo. Su rostro estaba desencajado, y su respiración, pesada.—¿Quién demonios es tu amante, Roma? —murmuró entre dientes, su voz cargada de veneno mientras apretaba los puños—. Debe ser alguien muy poderoso para haber comprado ese cementerio. ¡Eres una mujerzuela! Pero pagarás caro por esto… —sentenció, dejando que el odio llenara cada palabra.Alzó el teléfono y, sin dudar, ordenó: —Quiero que los restos de todos los Wang sean trasladados a otro cementerio. ¡No quiero que nadie de mi familia comparta la tierra con el hijo ilegítimo de esa mujer!Mientras hablaba, la puerta de su despacho se abrió de golpe. Era Eugenia, su madre, quien entró con una expresión de absoluta desesperación.—¡Alonzo! ¿Es cierto lo que escuché? ¿Por qué vas a retirar a nuestra familia del Cementerio Imperial? ¡Tu padre e