Una cosa era decidirlo y otra hacerlo. Adhara se sentía mareada ante la idea de acercarse voluntariamente a Oliver. La verdad era que no tenía ni idea de cómo llegar a él. ¿Qué le diría para empezar? “Oye, Oliver, ¿qué te parece si firmas los benditos papeles y nos ahorramos todo esto?”Adhara negó con la cabeza, consciente de que eso era una estupidez total. Si llegaba de esa forma tan descarada. Entonces Oliver realmente nunca firmaría esos documentos y su plan se vería completamente frustrado. Necesitaba hacer todo esto de una manera mucho más sutil. «¿Pero cuál?», se preguntó por enésima vez.El señor Suárez le había pedido que imprimiera unos documentos y sin darse cuenta se había quedado casi media hora en la sala de impresión, imprimiendo la misma página sin parar. —Oh, no. Maldición —rugió al ver el reguero de hojas que había empezado a caer en el suelo. Adhara se agachó a recoger todo aquello con manos ansiosas. No podía negar que últimamente no estaba nada concentrada.
Cuando Adhara entró a su habitación luego de un largo día de trabajo, se encontró con una caja larga y rectangular encima de la cama. Sus cejas se fruncieron, mientras se acercaba lentamente, como si el objeto en cuestión ocultara una bomba que estaba a punto de ser activada. La verdad era que esperaba cualquier cosa de los miembros de dicha casa.Inhaló profundamente antes de tomar el valor de quitar la tapa y descubrir un bonito vestido de seda. Adicional a esto, había una nota que decía: “Antes de que te comportaras como una loca, mi intención era decirte sobre la gala de beneficencia de esta noche. Recuerda que se festeja cada año y como dicta la tradición debo ir acompañado de mi esposa. Espero puedas estar lista a tiempo. No quiero más problemas contigo, Adriana.Firma: Oliver Volkov.”Adhara sintió reavivar la rabia que sintió luego del incidente, un deseo atroz de destruirlo se apoderó de sus manos, las cuales terminaron arrugando el pequeño cuadro de papel como si fuera el
Adhara dio inmediatamente un paso atrás para alejarse de ese toque blasfemo.—No me pongas tus sucias manos encima —lo miró con rabia.—Veo que sigues molesta.—Por supuesto que lo estoy.«¿Qué diablos le pasaba a este tipo?», se preguntó, mirándolo como si fuera un extraterrestre. Primero la agredía y luego creía que las cosas se resolverían tan fácilmente, sin duda estaba mal de la cabeza.—Ya te he dicho que lo siento —repitió como si aquello resolviera cualquier problema.—Deja tus disculpas para alguien a quien les interese —lo cortó fríamente—. Vayamos a esa reunión y terminemos con esto—lo esquivo con la intención de llegar al auto.Adhara por un momento pensó que la tomaría del brazo y la detendría, afortunadamente no fue el caso.—Sabes eres muy molesta —dijo Oliver cuando subió a su lado en el asiento trasero.El chófer emprendió la marcha y el vehículo se llenó de un tenso silencio. Adhara lo ignoró el resto del viaje, regañándose mentalmente. Se suponía que debería estar a
Ya no quedaban rastros de la confianza y el triunfo que había sentido al salir de esa casa horas antes. Ahora estaba convertida en un manojo de nervios y arrepentimiento. El beso de Oliver no dejaba de repetirse en su mente como un recordatorio de que había dejado que el asesino de su hermana la tocara. Era asqueroso. Y se sentía terrible, no podía parar de llorar por eso. Anastasia la vio llegar sola y en mal estado, así que no perdió oportunidad de acercarse a curiosear. —¿Dónde se supone que está Oliver? —le preguntó, mirándola intensamente, parecía querer decir muchas cosas más, pero tenía la suficiente prudencia como para no hacerlo. —¿Por qué debería yo saber sobre el paradero de tu hombre? —recompuso su expresión y trato de evitar que se notara lo afectada que estaba—. Quizás se encontró a alguien más y se fue con ella a pasar la noche. —¿Y por eso estás llorando, Adriana? ¿Te sigue gustando Oliver?—levantó una ceja con suspicacia—. Por un momento pensé que realmente lo h
A la mañana siguiente, Adhara estaba dispuesta a enterrar el incidente con Oliver; sin embargo, nada era tan sencillo como quería. La primera información que llegó a sus oídos fue la repentina partida de Anastasia Sidorov de la mansión Volkov.—Se marchó en la madrugada —contaba una ansiosa Greta, mientras colocaba la bandeja con su desayuno sobre la mesita junto a su cama.—Dudo mucho eso —habló entonces convencida de que esa maleta podría contener ropa para un viaje o algo similar, no precisamente tenía que tratarse de ropa para abandonar la propiedad.—Es cierto, señora —siguió contando la sirvienta con mayor vehemencia en sus palabras—. Los ánimos están muy tensos justo ahora. La señora Irina está que se trepa por las paredes, se muestra muy molesta. Y el señor Oliver parece hastiado cada vez que su madre pretende reprenderlo. —Bueno, lo que sea —le hizo un gesto para que se retirara. Greta entendió la indirecta y se despidió con pasos presurosos, no sin antes agregar: —Espero
A pesar de toda su determinación para hacer justicia, se sentía atrapada. No era tan fuerte como creía, al menos no en una situación así. «¿Cómo simular que el hombre que tenía delante no le provocaba repulsión?», se preguntó en silencio tratando de darse valor.Quizás si sonreía coquetamente, si le guiñaba un ojo o tomaba un mechón de cabello entre sus dedos mientras lo enroscaba, los resultados que tanto quería se mostrarían en menor tiempo. ¿Pero estaba dispuesta a permitir que Oliver la tocara?—¿Q-qué haces aquí? —respondió. Odio que su voz temblara, pero le resultó inevitable no hacerlo al encontrarse atrapada en una difícil decisión.—Eres mi esposa. ¿Cuál es el problema en venir a verte? —preguntó enojado. Evidentemente, no le gusta que le pusieran peros. —El problema es que nos estamos divorciando, Oliver —trato de hablar suave y no insultarlo. —Respecto a eso. Lo he estado pensando…—No, no hay nada que pensar —lo interrumpió sin deseos de escucharlo—. Este matrimonio nu
—Adriana, perdóname, no sé qué estoy haciendo —un sollozo desgarrador emanó de lo más profundo de su garganta. Había sido un día increíblemente largo, uno de esos días que parecía no tener un final. Luego de que llegara a casa con Oliver, no pudo hacer otra cosa que poner distancia entre ellos. —Necesito descansar —fue su excusa, cuando el hombre intentó invitarla al comedor a cenar. La verdad era que recién comenzaba con esto y ya sentía que no podía más. ¿Cómo simular ser una tonta enamorada con el hombre que mató a su hermana? Le resultaba imposible. Pero a la vez estaba convencida de que en cuestión de un par de semanas la segunda fase de su plan iniciaría. —Resiste un poco más —se decía. Sin embargo, la sola idea de saber que tendría que besarlo y acariciarlo en un determinado momento, le daba asco y la hacía sentir terriblemente culpable. Seguramente su ilusa hermana se hubiese sentido en la gloria al escuchar a aquel hombre insensible profesar las palabras que le había dich
Luego de esa noche las cosas comenzaron a cambiar. Adhara se encontró atrapada en una situación que hubiera preferido evitar. Oliver Volkov había decidido conseguir su perdón o, mejor dicho, el de Adriana. Todas las mañanas la esperaba para llevarla al trabajo, el silencio en el auto era ensordecedor. Adhara se limitaba a ver por la ventana como si el recorrido de las conocidas calles fuera lo suficientemente cautivante o como si hubiera variado siquiera un poco en cuestión de un día. —¿Cómo amaneciste hoy? — era la típica pregunta de Oliver. Se estaba empezando a volver una costumbre. —Dormí bien —se limitaba a decir, para cortar la conversación o ese era su intento. Luego él la miraba como si esperara la misma pregunta. Adhara se limita a repetir sus palabras sin prestar realmente atención a sus respuestas. Solía decir que dormía bien o que la extrañaba en el lecho, pero realmente sus noches no le interesan. Lo que sí le interesa era lo mucho que estaba afectando todo