Perdida.

Narra Adriana:

Un cosquilleo en la sien me despierta, e intento rascarme, todavía con los ojos cerrados, sin embargo, fallo en el intento, porque mi mano no responde a la orden que le ha dado mi cerebro. Trato de abrir los ojos, pero tampoco obedecen al primera, y cuando intento moverme, un malestar me sacude todo el cuerpo.

—Hmm —un gemido de dolor sale de mi garganta y finalmente abro los ojos.

Me doy cuenta de que mis manos están atadas y que un trozo de cinta adhesiva me tiene amordazada, lo que hace que no pueda moverme ni gritar. ¿Dónde estoy? Parpadeo un par de veces para aclarar mi turbia vista. A mi alrededor todo está a oscuras, pero si no me equivoca mi suposición, estoy en lo que parece ser un sótano o almacén, a juzgar por el espacio pequeño y la ventilación nula.

Trato de recordar lo que pasó y cómo llegué aquí. A mi mente le cuesta rehacer las últimas escenas de mi vida. Recuerdo a mi esposo llorar ante el ataúd de su abuelo, recuerdo la misa, la recepción en la casa,
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