El rostro de Carlotta palideció, parte de su borrachera se esfumó como por arte de magia, porque las palabras del hombre tuvieron el mismo efecto de un balde de agua fría, intentó serenarse y hasta pararse firme para dar una imagen de seguridad que estaba muy lejos de sentir en ese momento, no solo por el hecho de tener más de doce horas ejercitando el codo, sino como consecuencia del miedo que sentía porque el hombre cumpliera sus amenazas y la enviara a la cárcel, por qué fue ella quien provocó el alboroto.
A pesar de ello, no estaba dispuesta a declarar su culpabilidad, primero muerta que confesando un crimen, de solo imaginarse la mirada de decepción de su padre y caérsele del pedestal a su familia, hacía que valiera la pena cada esfuerzo por quitar de sobre ella cualquier sospecha.
—Creo que hay una terrible equivocación —pronunció tratando de no sonar borracha, aunque una cosa era tratar y otra lograrlo.
—¿Le parece que hay una equivocación? —dijo el hombre con un tono de frialdad, que sería capaz de envidiar al mismo polo norte.
Ella abrió los ojos un poco más para evitar que se le cerraran, se dio cuenta de que el caballero frente a ella, se mantenía serio, se veía un hombre de más de treinta años y con un tono de autoridad, que para ella no era nuevo. La había visto en sus abuelos, en sus tíos y hasta en su padre cuando no trataba con su madre o con ella.
—Sin lugar a dudas. Los hechos fueron de esta manera, yo estaba sentada, con mi trago de Margarita en la mano —vio la expresión de incredulidad en el rostro del hombre y supo que él sabía que eso no era cierto—. Bueno, está bien, no era de Margarita, era una chela, birra… fría, catira —como el hombre la miraba como si estuviera hablando en chino, le preguntó—. ¿Sabe a lo que me refiero?
—No tengo idea, ¿Es usted mexicana, italiana, venezolana, argentina? —interrogó el hombre ya irritado.
—Todas las anteriores.
—¿Se está burlando de mí? —interrogó.
Como estaba a punto de explotar contra el elegante hombre, su amiga le metió un fuerte codazo por la cintura para que no dijera nada indebido, mas eso no surtió el efecto deseado porque el dolor la hizo protestar.
—¡¿Qué carajos haces?! ¿Por qué me estás dando esos codazos? Me vas a amoratar el cuerpo y van a creer… —miró al rostro a su amiga, y esta la reprendió con la mirada, por eso terminó cerrando la boca.
Si, definitivamente, ese era un problema de Carlotta, no podía tomar bebidas alcohólicas, porque perdía cualquier filtro para hablar y hasta para comportarse, a decir verdad tenía mala bebida y siempre terminaba metiendo no una, sino hasta las dos patas.
—Está bien, voy a intentarlo. Volviendo a nuestra conversación, no me estoy burlando, tengo sangre de los cuatro… mejor no le cuento, es una historia muy larga y usted está jodiendo mucho para el tiempo que nos conocemos… lo cierto es, volviendo a lo del disturbio, yo soy inocente, un par de hombres quisieron propasarse conmigo, yo los empujé y uno de ellos agarró una botella, la rompió para golpearme y… —antes de agregar una palabra más fue interrumpida por el hombre de nuevo.
—Vamos a ver si es cierto, lo comprobaremos con las cámaras de seguridad, si ustedes tienen la razón, las dejaré ir, si no llamamos a la policía ¡Síganme! —ordenó el hombre caminando por el pasillo.
Las chicas dudaron por breves segundo, aunque al final decidieron a acompañarlo.
—¿Estás loca? ¿Por qué le mentiste? Iremos a parar a la cárcel, perderemos nuestra carrera, ¿Con qué voy a pagar la fianza? —mencionó Katy mortificada a punto de llorar.
—No le mentí —susurró—. Técnicamente fue así… solo que el hombre lo hizo luego de que yo quebrara la mía y lo amenazara con cortarlo… eso es una pequeña e insignificante omisión —se rascó la cabeza no muy segura, esperaba tener la razón.
—¡Ay Carlotta! Tu rostro es de inseguridad, ¡Estoy jodida! Definitivamente y así lo niegues, no podrás evitarlo, estoy condenada a encabezar las estadísticas de desempleados de este país en las próximas horas.
—No perderás el trabajo, si no tienes para pagar la fianza, antes de un soplido yo te la pago… tengo el dinero que era para pagar la maldit4 boda con el pelele de Massimo y nuestro nidito de amor ¡Tremenda estúpida es lo que soy! —hizo una mueca de disgusto al recordar—, para algo bueno va a servir esa plata. Ya te voy a mostrar.
Ingresó su usuario y la clave del banco, más al ingresar su cuenta solo tenía tres dólares con cincuenta y cinco centavos y aparecían los últimos retiros, si todavía le quedaba un atisbo de borrachera esta se terminó de esfumar en ese instante.
—¡Esto es imposible! Debe haber un error —marcó al banco de inmediato.
Lo bueno es que el servicio de atención al cliente de su entidad bancaria, estaba disponible las veinticuatro horas al día, por eso mientras seguía al hombre marcó.
—Buenas noches, usted se ha comunicado con el servicio de atención al cliente ¿En qué podemos ayudarla? — pronunció amablemente una voz al otro lado de la línea.
—Soy Carlotta Ferrari… necesito información sobre el saldo de la cuenta bancaria identificada con los números —dio uno a uno los dígitos.
—Su saldo es de tres dólares con cincuenta y cinco centavos, tenía tres dólares con cincuenta y cinco centavos —respondió la operadora.
—Está equivocada, mi saldo esta mañana con un depósito que hice ayer llegaban a 95.158, 55 dólares —recriminó Carlotta, porque no podía creer que su dinero se esfumara.
—¿Es usted la única firma autorizada? —interrogó la operadora y antes de escuchar sus palabras ya sabía lo que había sucedido—. Porque hay una transferencia por un monto de noventa y cinco 95.155 a la cuenta personal de Massimo Longo ¿Está autorizado para firmar en su cuenta? —interrogó de nuevo la operadora.
—Si está autorizado —dejó caer el celular y se tiró al suelo, llorando como una niña.
—¿Qué pasó? —interrogó Katy preocupada.
—¡Él me robó! Me quitó todo mi dinero ¡Me dejó sin nada! Solo tengo en mi cuenta, tres dólares, ni siquiera podré pagar el arriendo del apartamento en San Diego ¡Estoy arruinada! —exclamó dejando escapar de sus ojos lágrimas de rabia e impotencia.
«La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso». Stephen King.