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—¡¿Qué demonios dices?! —estalló Enrique—. Nunca te casarás con ella.Diego mirò a Enrique con profunda rabia.Jorge supo que debían calmarse, tal como lo dijo Diego, estaban en sus manos.—Vamos a calmarnos, esto no es para tanto, podemos llegar a un arreglo. Diego, esto se trata de negocios, nunca involucramos el corazón con el dinero, ¿Verdad? Sé que eres más hombre que esto —dijoDiego tuvo que soltar su enojo.—Al menos quiero hablar con Amaranta, quiero saber de su propia voz, él por qué con tan poco tacto se atrevió a dejarme abandonado en el altar.—¡Ella no te ama! ¿No puedes aceptarlo? —exclamó Enrique—¡Cállate ya, Enrique! Señor Estévez, no sabemos en donde está Amaranta, ella simplemente nos abandonó —dijo Jerónimo.Jorge miraba a Enrique de reojo, sabía que su hermana podría cometer un error que los hiciera caer al abismo.—Búsquenla, y mañana les llamaré para reunirnos, podremos llegar a un acuerdo —dijo y dio la vuelta, se fue.La puerta se cerró. Jerónimo fue contra En
Enrique estaba desesperado, buscó en cada hospital, pero nadie le daba razón sobre ella.—¡¿Dónde estás, Amaranta?! —golpeó el cofre de su coche, y condujo de nuevo a casa, se preguntaba si su madre había revelado la verdad, solo así, entendería que ella ya no lo quisiera cerca, y eso le dolía.Cuando llegó a la casa, buscó a su madre, se acercò a ella, parecía como una fiera herida.Silvia tuvo miedo, retrocedió, preguntándose, si sabía que ella entregó a la joven a Diego Estévez.—¡¿Dónde está Amaranta?! —exclamó rabioso.Silvia retrocedió.—¿Qué? En el hospital, ¿no?—¡No! Ella salió, y no está por ningún lado, ¿Dónde está? ¿Qué le dijiste?Silvia estaba asustada.—No le dije nada, ¡juro que no lo hice!—¡Más te vale que Amaranta aparezca y vuelva conmigo, porque si no, incluso a ti, no te volverá a ver!Enrique subió la escalera, Silvia tuvo miedo de sus palabras.***Jorge abrazó a Mariza con fuerzas.—Claro que no, este bebé es mío y lo sé, no desconfío de ti, esas son palabras d
Amaranta retrocedió un paso. Enrique intentó acercarse, pero Mónica, que presintió algo, tomó su mano y lo alejó.—Al fin apareciste, y mira quién te trajo, ¿se escaparon juntos? ¿O la sacaste de un burdel?Amaranta ni siquiera se defendió, solo miraba a ese hombre con profundo dolor.—¿Qué pasa…? —Silvia se quedó perpleja al ver a esa mujer ahí.—Felicidades por su boda, lamento haber escapado y no poder estar en mi boda, me arrepiento —dijo Amaranta con la voz casi rota por el llanto.Fue el turno de que todos se quedaran perplejos, incluso el mismo Diego Estévez.Enrique negó, su mirada era vulnerable ante tal situación.Jerónimo bajó la escalera, los observó a todos, se acercò a Amaranta.—Amaranta.La joven caminó hacia su tío, hundió la mirada, esperaba golpes, insultos, esperaba reclamos y odio.«¿Qué hice? Escapé con Enrique, ¿para qué? Él se casó, ¡Èl se casó! ¡Qué estúpida he sido, él solo quería una cosa de mí! ¡Que fuera su amante!», reflexionó con dolor.Levantó la mirad
Enrique hundió la mirada, tocó su mejilla, las lágrimas rodaron por su rostro.Amaranta estuvo a punto de irse, pero Enrique se abrazó a ella.—¡No te vayas, mi amor! Yo te amo, juro que te amo.—¿Sì? Me amas tanto que me engañaste, me miraste a los ojos y mentiste, ¿Qué querías de mí? ¿Sexo? ¿Soy tu obsesión? Qué asco me das. Miraste mis ojos, hablaste de amor, ¡de boda! ¿Harías una boda falsa?Él no respondió, las lágrimas rodaban por su rostro.—¡Lo hice por los dos!Amaranta le mirò con horror.—¿Qué has hecho por los dos, Enrique?—Es por la herencia, iba a tenerla, y luego, Mónica saldría de nuestras vidas, solo seríamos tú y yo, mi bebé, que sería tuyo también, tú serías su madre.—¡Escúchate! Ese niño tiene ya una madre, tu esposa, ante Dios, ante la ley; yo soy nada en tu vida, tú así lo decidiste. Todo por dinero, ojalá que el dinero te compre todo en la vida, pero a mí no me vas a tener, ni todo tu dinero te alcanzará para comprarme.Amaranta lo empujó, èl la detuvo.—¡Tú m
Catorce días después.Mariza y Amaranta comían en el jardín.—¿Estás segura de lo que harás, Amaranta?Ella sonriò.—Muy segura. Eres la única que lo sabe todo, Mariza. Es cierto, amo a Enrique, pero ¿de qué me sirve amarlo así? Èl me ha destruido. ¡Se casó con esa mujer! Lo odio, me humilló tanto. De una forma que aún no puedo entender.Mariza tomó su mano.—Amaranta, sé fuerte, pero piensa en lo que vas a hacer, no quiero que te equivoques.La empleada entró y trajo un ramo de rosas.Amaranta sonriò.—¡Qué puntual! —dijo Mariza—. Diego no ha dejado de enviarte rosas rojas, desde que supo que eran sus favoritas.Amaranta sonriò, se acercò a las rosas, las olió, fue a plantarlas al jardín de Mariza.***Mariza se encontró con Jorge màs tarde, cenaron juntos.—Mañana al fin es la boda.—Mi amor, mañana debo ir de viaje a Ciudad del mar, debo encontrarme con un inversionista de la empresa Santalla. No había querido volver, pero este hombre se ha negado a negociar incluso con papá. Adem
Cuando los novios entraron al salón, bailaron su primer vals.Silvia estaba desesperada, Enrique no estaba por ningún lado, y después de lo que pasó con Amaranta, la mujer temió que planeara alguna locura, le dejó varios mensajes, pero ninguno respondió.Más tarde.Mariza se alejó para supervisar a Luca, que estaba en el área de niños junto con la cuidadora.Luego de ver que estaba bien, volvió al gran salón; sin embargo, alcanzó a escuchar una conversación.—Mira, no somos amantes aún, pero es obvio que lo seremos. ¿Por qué razón me lleva al viaje, y me suplica que no cuente nada? Espero que no te moleste, Mónica, èl es tu examante.—No me importa, lo único es que, si vas a ser su amante, no permitas que Mariza se entere, no aún, cuando ya lo tengas muy de tu lado, entonces, haz que esa mujer entienda que ese hombre es tuyo.Mariza se quedó congelada, con el temor en su latiendo en su corazón.—Sé que Jorge me pedirá ser su amante, es obvio, no me necesita en el viaje, entonces, ¿por
Amaranta se alejó de sus labios, y Diego hundió la mirada con decepción.—¿Me obligarás a ser tu mujer? —exclamó con voz temblorosa.Diego abrió ojos enormes y negó.—Nunca harías algo así, no sé qué hombre piensan que soy.Diego se sentó al lado de la cama, hubo un silencio aplastante entre los dos.—¿Por qué te casaste? Esta vez nadie te obligó, Amaranta, ¿no crees que merezco una explicación? ¿Quién crees que soy? Tan poca cosa soy en tu mirada que no te importa humillarme así.Los ojos de Amaranta se volvieron llorosos al escucharlo; era lo que menos quería, cuando ella también fue humillada así.—¡No! No quería hacerlo, lo siento.—Pero, lo hiciste, ibas a escapar con él.—¡No lo hice! Créeme, no iba a escapar de ti, èl me obligó.Los ojos de Diego se volvieron severos.—¡No me mientas! Dime, ¿Quién es èl? Merezco saberlo.Ella tuvo miedo, no quiso decir nada.—Por favor, no me obligues a decirlo.Diego sintió rabia de su silencio.—Lo defiendes porque lo amas, ¿te abandonó?Ella
Mariza llegó hasta ese departamento que Jorge tenìa en esa ciudad.Al entrar, la empleada, que cuidaba ese lugar, le indicó que el señor Jorge se había marchado a la empresa del señor Ovalle.Mariza lamentó no encontrarlo, pero pidió que dijera que ella estaba ahí.***Cuando Amaranta abrió los ojos, observó a Diego, recostado justo en un sofá.Ella se cobijó, no supo a qué hora durmió, ni cuando èl volvió, pero le dolió verlo así, estaba vestido, incluso aún tenìa los zapatos puestos. Amaranta sintió pena por el hombre.«Él es bueno, no merece un mal amor como el mío», pensó.Amaranta llevó una manta, y le quitó los zapatos, observó su rostro, sus dedos rozaron su piel, cuando, de pronto, él abrió los ojos y tomó su mano.Sus miradas se encontraron en un segundo.—¿Por qué no te has ido?Ella hundió la mirada, negó.—No me iré, al menos que me eches de tu lado.Diego la soltó, caminó dando tumbos, y cayó en la cama, rendido, y un segundo después se quedó dormido.Amaranta supo que es