Rose tuvo que admitir que su habitación era todo lo que alguien en su condición hubiese deseado, era grande y espaciosa, tenía una ventana amplia por la que se podía observar el atrio de la entrada y también descubrió que ese hombre también había equipado su habitación con todo lo necesario, al igual que una silla de ruedas nueva de última generación que le ayudaría a ser independiente, por una vez desde que había comenzado su pesadilla se sintió ligeramente libre, fue como respirar después de estar mucho tiempo debajo del agua.
Una vez que Elías coloco su cuerpo sobre su cama, su padre se aproximó a ella y le atendió a como ella estaba acostumbrada. Cuando hizo todo eso Rose, se sintió más aliviada al pensar que tal vez se había equivocado respecto a Elías, aunque tenía un carácter de los mil demonios, al final y al cabo había hecho todo eso con tal de tenerla a salvo y mientras esos pensamientos se maquinaban en su mente, John estaba desolado.
Su mente había comenzado a trabajar mientras subía las escaleras, pensó en una solución para sacar a su hija de ese lugar sin poner en riesgo su vida, sin embargo, nada se le pudo ocurrir durante el trayecto, para vencer a un hombre como Elías necesitaba ayuda y aunque no tenía familiares que le pudiese brindar ese apoyo, pensó en lo que comúnmente haría un ciudadano estadounidense, pedir ayuda a su embajada en Rumania.
Existía una gran posibilidad de que no pudiesen ayudarlo, estaban en un país extranjero con leyes diferentes y exigir que se hicieran valer sus derechos sería difícil, sobre todo por lo que sus ojos habían visto, un castillo no era una propiedad que tuviese cualquier persona, requería mucho personal y tener eso significaba tener bastante dinero.
Elías era rico, aunque no sabia exactamente como es que había acumulado su fortuna, temía que sus millones fueran producto de actividades ilícitas, eso pondría a su hija en una muy grave situación y había una gran probabilidad de que su embajada no pudiese hacer mucho. Las leyes en Rumania no eran las mismas que en América, así que debia avanzar poco a poco sin llamar la atención de Elías y también ser precavido en cuanto a política porque podían suscitarse problemas políticos de aquella embarazosa situación.
—Ahora veo que ya no estamos en New York—expreso Rose soltando un suspiro y mirando por la ventana, afuera la vista daba mucho que desear, todo estaba oscuro, como si la lluvia se hubiese llevado la esperanza del mundo para solo mostrar oscuridad.
—Volveremos, ya lo verás—anuncio su padre acomodándose a su lado en la cama mientras Elías los observaba, pensó en separarlos y en correr de una buena vez a ese mal nacido, pero no quería ver las lágrimas de la chica, más porque no le gustaban los remilgos femeninos que porque ella fuese idéntica a Emily, debia echarlo en silencio.
—Ojalá sea pronto—respondió Rose acomodándose sobre el hombro de su padre, como cuando era niña, pero en ese instante entro una mujer regordeta, de mejillas abultadas e incluso grandes músculos.
—Ella es Anca, la enfermera que atenderá a Rose—explico Elías, esta vez no pudo evitar que el acento propio de su país luciera al pronunciar esas palabras. John miro a la mujer de arriba abajo y frunció el ceño, intuyo que esa mujer era demasiado tosca para poder tener tratos sutiles con su hija. Rumania y Elías lo sorprendía con cada minuto con una nueva y horrenda sorpresa.
—¿Alguna otra sorpresa?—cuestiono John mirando a Elías con evidente desdén, cosa que su hija no pudo contemplar, estaba más ocupada analizando a la mujer, sus manos amplias que posiblemente cubrían todo su rostro, lo grande de sus músculos y lo enorme que era de estatura, ella al igual que su padre se sorprendió e impacto que fuese a estar al cuidado de una mujer como ella, pero no quiso mostrarse grosera, después de todo, esas atenciones las estaba pagando el amigo de su padre, así que no podía quejarse por mucho que le desagradara la mujer.
—¿Qué te parece si te muestro tu habitación?—sugirió Elías—dejemos que Rose y Anca se conozcan mejor.
John intuyo que Elías aún tenía cosas por decirle, por suerte para él se había portado cortes con Rose, teniendo cuidado de que ella no notara sus discusiones.
—Por supuesto—respondió John forzando una sonrisa.
Rose lo miro un poco asustada, no quería quedarse sola con esa mujer, al menos no tan pronto, apenas estaba procesando en su cabeza el hecho de no ver la ciudad de New York por las mañanas como para enfrentarse a esa mujer.
—Enseguida regreso, cariño—le dijo a su hija para tranquilizarla, él tampoco quería dejarla sola, pero debia mantener las apariencias mientras Elías estuviera dispuesto a llevar el asunto discretamente.
Se levantó de su lugar y siguió a Elías hasta salir de la habitación, camino detrás de él hasta llegar a una puerta no muy lejana y entonces se detuvo de súbito cuando Elías se quedó inmóvil, giro hacia John e inesperadamente lo tomo por el cuello, lo acorralo contra la pared como si se tratara de un pedazo de tela con una mano y su ira elevo su cuerpo en el aire.
—Mañana por la mañana saldrás de este sitio y cuidado con volver o la fecha de muerte que había agendado para ti tendrá que adelantarse—le ordeno Elías al pobre hombre que comenzaba a golpear la mano de su atacante para conseguir liberarse, pero sus esfuerzos habían sido infructuosos—no escuche el, si señor.
El rostro de John comenzó a tornarse rojo, por la falta de aire y también por la poca irrigación de sangre que subía a su cabeza, el agarre de Elías era demasiado sofocante y para buena suerte de John él no estaba usando toda su fuerza, se estaba conteniendo para no asesinarlo, tenía muchos planes para él, castigos, torturas, todo lo que no le deseaba ni a su peor enemigo se lo haría a John por el simple hecho de arrebatarle la felicidad, pero para ello debia ser paciente.
Quitarle su felicidad consistía en quitarle lo que él más amaba, lo cual era su hija, con ella viviendo bajo su techo, John no era más que un muñeco que haría cualquier cosa con tal de mantener a salvo a su hija. Desgraciadamente, eso cambiaria muy pronto.
—S-si...se...ñor—logro decir John un segundo antes de que Elías lo soltara, cayó irremediablemente al suelo, tosió y gimió de dolor, la mano de Elías era demasiado grande y demasiado destructiva, sabia que de haber tenido intenciones de asesinarlo solo hubiese bastado un movimiento de su mano para conseguirlo.
Comprendió que Elías tenía el corazón de una piedra y una mente cruel y perversa, se preguntó que es lo que planeaba apara él como para que su muerte tuviese que esperar. Tuvo miedo de él, pero su cuerpo aún se sentía inestable como para poder maldecirlo.
—Si te veo aquí mañana, morirás. ¿Entendido?
John no respondió, estaba ocupado tosiendo e intentando recomponerse, Rose no debia verlo de esa forma, ella sabría la verdad y la verdad era demasiado dolorosa para ella. Únicamente asintió y esa respuesta fue suficiente para que Elías quedara satisfecho. Dio media vuelta y se fue.
Después de aquel ataque, John entendió que no había una habitación para él, solo había sido una excusa para amenazarlo y darle un último aviso, por lo que tal vez Elías esperaba que se fuera esa misma noche. Al darse cuenta de que estaba completamente solo en el pasillo y que las gotas de lluvia eran tan densas para ocasionar tanto ruido, comenzó a llorar y en su desesperación invoco la memoria de su esposa.
—Perdóname—musito entre sollozos—crei que estaba haciendo lo correcto al traerla aqui, pero me equivoque y ahora la vida de nuestra hija está en riesgo por mi culpa.
Nadie le respondió, solo el escándalo del torrencial que corría por los ventanales, quizás un aviso de la misma tierra que había intentado advertirle o al menos eso creyó, intento consolarse a sí mismo para poder soportar todo lo que estaba sintiendo en ese momento.
Espero un buen rato antes de volver a pensar en su hija, no sabia como explicarle la tonalidad rojiza de su cuello y tampoco sus ojos inflamados, así que volvió al recibidor donde aún permanecía su equipaje, de ahí saco un abrigo y posteriormente salió para volver a depositar en el auto las maletas para irse una vez tuviera la oportunidad. Luego volvió, pero no se auto el abrigo, subió hasta la habitación de Rose y la miro un instante desde el marco de la puerta, era verdad que se parecía a su madre, sus ojos eran idénticos a los de ellas, pero había muchas diferencias que Elías no notaba, como la forma de sus labios, la forma de su nariz y mucho menos su forma de sonreír, Rose era mucho más risueña y su sonrisa era aún más encantadora.
—Papá—dijo ella al verlo con un abrigo medio mojado—¿Por qué estás empapado? Cámbiate te hará daño.
—No te preocupes querida, estoy bien, de hecho, voy a volver a salir por lo que hace falta.
—¿Pero por qué no mejor esperas a que la lluvia se detenga?
—Tal vez tengas razón—dijo su padre un tanto deprimido y con ganas de llorar, esa sería la última vez que vería a su hija, al menos por el momento, no quería dejarse vencer tan fácilmente, debia hacer algo para recuperar a su hija.
Camino hasta la cama y se acostó a su lado, a la enfermera Anca no pareció importarle en lo absoluto que hiciera algo como eso, pero es que la habitación contaba con un sistema que desinfectaba el ambiente, así que mientras la pequeña pantalla que estaba encendida por encima de la cabeza de Rose sobre la pared, siguiera encendida todo estaría bien.
—Papá, me estás mojando—dijo Rose quejándose de que su padre insistiera en quedarse con el abrigo, pero a John no le importo en lo más mínimo. Los últimos dos años había luchado contra esa enfermedad para que la muerte no se la llevara, pero al final de cuentas algo amenazaba con separarlos, quizás para siempre.
—Vamos, acaso no le darás un abrazo a tu padre solo por un poco de agua—se quejó él envolviendo a su hija entre sus brazos, ella se rio un poco, hacía mucho tiempo que no compartían un abrazo como ese, entre risas y bromas.
—No, por favor, no—se reia Rose sin saber que detras de ese simple acto, se encontraba una despedida amarga.
—De acuerdo, me quitare el abrigo, pero solo si te acuestas un rato sobre mi pecho, como cuando eras una niña—le solicito su padre. A Rose le parecio algo extraño, pero no reclamo nada pensando que tal vez se debia a que su padre estaba travesando por un momento muy dificil para él.
John se quito el abrigo teniendo suma precaucion de que su hija no observara la mancha rojiza de su cuello, se acomo y luego Rose puso su cabeza contra el pecho de su padre, hacer eso fue extraño, pero al mismo tiempo acogedor, pero mientras escuchaba el sonido del respirar de su padre se quedo dormida.
John se levanto cuando la lluvia habia parado, quiso despetarla para que comiera, pero al hacerlo sabia que seria muy dificil el irse sin tener que mencionarle porque lo haria de esa forma tan repentina, no podia darle explicaciones asi que decidio que debia irse en ese instante antes de que ella despertara.
Tomo su abrigo y en silencio como si se tratase de un fantasma, salio de la habitacion y anduvo por los pasillos hasta la escalera donde aquel sirviente de Elias observaba con atencion sus movimientos para despues ir a informarle a su amo si este ya se habria ido.
—Dile a tu amo que volvere por mi hija muy pronto, lo quiera o no—hablo firme, pero sin esperanzas de que el hombre le entendiera.
—Mi amo lo estara esperando—hablo el anciano confirmando que, todo lo que rodeaba a Elias era una farsa bien montada solo para hacerlo caer, pero John no se quedaria con los brazos cruzados, él aprenderia a jugar su juego y una vez tuviera sus piezas en el tablero, lo retaria.
Posterior a eso, John salio del castillo, se fue con la esperanza de volver a tener a su hija de vuelta.
Había pasado una semana desde la última vez que había visto a su padre, le habían dicho que había salido muy de madrugada para poder presentarse a su nuevo empleo y que al final había decidido no despedirse.Aquello la tomo por sorpresa, su padre no era así, pero después de todo él era un hombre dedicado, valiente y decidido, por lo que salir antes de lo previsto para llegar a su lugar de trabajo, adaptarse y tratar de comunicarse con los lugareños le iba a complicar las cosas, por lo que seguramente ese era el motivo por el que había decidido marcharse.Para Rose era un poco complicado adaptarse a su enfermera, Anca. La había observado trabajar, era buena en lo que hacía, pero no había dedicación en lo que hacía, Rose no podía sentir el amor que su padre le ofrecía cuando la atendía y eso le dolía bastante porque su enfermera le h
Todo aquel que noto su presencia solo pudo ver una chica débil que apenas podía sostenerse de pie, que llevaba en su mano una máquina a la que estaba conectada y que parecía necesitar para que el oxígeno no le faltara. Llevaba unas pantuflas y llevaba puesta una pijama azul, parecía una paciente que recién había salido de un hospital, pero a pesar de todo eso que indicaba que estaba enferma y que necesitaba ayuda, nadie la ayudo y tampoco se atrevieron a preguntarle la razón del porqué estaba ahí en medio de una fiesta llena de hombres y mujeres elegantes.Las gotas de sudor en su rostro comenzaban a ser evidentes y es que ella no había experimentado tanto dolor desde que le había diagnosticado la septicemia, su padre se había encargado de que ella no volviera a sufrir los estragos de su enfermedad, hasta ese momento en que había desaparecido de su vida.Se de
Entre lo que observaban a Elias con curiosidad, se encontraba Andrei Cornel, un hombre alto, de piel bronceada y de formidable musculatura, por su puesto, lo último era porque su trabajo requería fuerza, no por nada le llamaban "Macelar"Él, al igual que muchos hombres entre los presentes trabajaba para "Los corbii" un grupo que era controlado por la mafia del este, agrupamiento delictivo controlado por la familia Vasile, por lo tanto, Elias Mihai Vasile, quien era el último de aquella familia, no solo era el dueño de aquellas tierras, sino tambien de todos sus tratos sucios de Rumania del este-Andrei siguió a su jefe por la escalera, era su trabajo vigilarlo en todo momento, pero no exactamente para protegerlo, Elias era lo suficientemente capaz de desgarrar el cuello de un animal del bosque por su cuenta así que no lo necesitaba para proteger su espalda, sino más bien para evitar manchar su traje de sangre y otros fluidos corporales de ciertas víctimas. Elías ya había
—¿Conseguiste lo que se te pidió?—cuestiono Andrei en un tono severo. Anca, la enfermera que había estado cuidando a Rose, se movió entre el lugar que había sido su habitación la última semana, se dirigió hasta el pequeño refrigerador, de ahí saco una caja que contenía varias muestras de sangre, todas por supuesto de la paciente que había atendido.Dio media vuelta y entrego la caja, con evidente temor en su cuerpo, las manos le temblaban y también le sudaban. Andrei tomo la caja y la observo por un instante, alzo la ceja no muy complacido.—Tus servicios ya no serán requeridos—le informo con cierto resentimiento, nadie que realmente conociera a su jefe se atrevería hacer una estupidez semejante, sabiendo que cualquier error podía costarle la vida.—Por favor, usted sabe como es esto, un paciente como ella es difíci
Elías volvió a la celebración, no era su estilo irse de ese modo, al menos no con una chica en sus brazos en medio de una fiesta, no si esa chica no iba a follar con él, pero en este caso debia mantenerse al margen. Aunque Rose lograba evocar viejas memorias y extraños sentimientos en su interior, su moral era mucho mas poderosa que su entrepierna. Al volver al salón, algunas miradas se posaron en él, en especial miradas femeninas que lo deseaban no solo por su atractivo, sino por su cuantiosa fortuna. Elías poseía mucho más dinero del que podía gastar, no tenía esposa y tenía fama de libidinoso, así que toda mujer bella, con buenas curvas era una potencial amante, pero de entre todas esas miradas estaba una en especial, Nicoleta. Aquella mujer que lucia un espectacular vestido negro, noto a Elias del otro lado del salon, pero cuando sus miradas se cruzaron, ella lo ignoro. Elías había tenido cierto romance con ella, lo habia tenido los ultimos cinco años, pero
Elías se sintió un tanto decepcionado de no tener con quien pasarla esa noche, Nicoleta se había encargado de arruinarle su ánimo, así que únicamente se dedicó a beber y a entablar unas cuantas conversaciones referentes al trabajo, los cargamentos de armas ilegales que llegarían al país esa semana y también sobre el negocio del club clandestino del cual disponía en la capital y al que asistían muchas personalidades de la política. Para cuando termino la velada, Elías se sentía un tanto mareado, pero no indispuesto para tratar de conseguir una dama antes de que todo el mundo se fuera. Entre ellas se encontraba una joven notable a la cual ya le había puesto ojo semanas antes. Dorotea, ese era su nombre, era una joven esbelta, pero con buenos pechos, redondos y grandes, además con un buen trasero, por lo demás no le importaba. El único inconveniente era que su padre era su socio y por alguna razón él le tenía prohibido hablar con Elías. Por supuesto, él respetaba
M*****a lluvia. Es un mal presagio que la primera vez que las familias mafiosas más influyentes del mundo se encuentren cara a cara sea bajo unas condiciones meteorológicas tan nefastas. ¿Quién carajo tuvo la brillante idea de reunirse a media noche durante una tormenta tropical? El viento aullante sigue golpeando furiosamente contra las persianas verdes, amenazando con derribar todo el hotel de lujo con cada feroz golpe a sus paredes, mientras los temblorosos cristales de las ventanas hacen todo lo posible para no romperse por completo y exponernos a la violenta tormenta del exterior. Qué ironía que, a pesar de toda la furia de la madre naturaleza, no se pueda comparar con la destrucción que han hecho todos los hombres sentados en esta misma habitación. ¿Qué se puede comparar con la devastación que podemos conjurar cuando nos lo proponemos? Llevamos tanto tiempo matándonos unos a otros que no recuerdo una época en la que no estuviéramos en guerra con una u otra familia. Algo así
—Hemos venido aquí para garantizar la paz y el poder seguir con nuestro sustento. Eso solo puede ocurrir si dejan de lado el ego y el orgullo —continuo Callum con menos vehemencia en su tono. —Eso es mucho pedir, viejo —dijo Oliver —Es una orden que te asegura llegar a ser tan viejo como yo. ¿O la vida es tan prescindible de donde tú vienes? —Depende de la vida. —Oliver se encogió de hombros. —¿Vamos a sentarnos aquí y a hacer toda esta canción y baile de quién tiene la polla más grande en la habitación, o vamos a llegar a un acuerdo en el que dejemos de matarnos unos a otros? —exclamo Iván, frustrado— Todos sabemos por qué estamos aquí y lo que hay que hacer. Ahora bien, ¿De verdad queremos garantizar que nuestra forma de vida continúe, el negocio como siempre, o debemos matarnos entre nosotros y ahorrarnos estas rabietas infantiles? —Por mucho que me divierta la idea de abrir la barriga como los peces, Callum tiene razón. El negocio debe estar por encima del placer —añadió Jose