Se hallaba en una de las cafeterías del instituto, mirando desde ahí a unos chicos jugar algo de fútbol en la cancha más cercana. Su mente estaba en calma, se sentía tranquila, nada parecía perturbarla, ni siquiera el bullicio de la gente o la música que sonaba alto en los parlantes de la cafetería, quizás se debía al hecho de que se hallaba vagando en el vacío cósmico de su imaginación.
Hasta que, de pronto, alguien golpeó la mesa detrás de ella. Lo pudo sentir, porque su espalda recibió la onda de choque, se quitó uno de los audífonos y se giró, dándose cuenta de que era Raúl.
—Hola —dijo el chico sentándose del otro lado de la mesa, mientras ella siguió mirando a los chicos jugar fútbol.
—¿Qué tal? —respondió ella.
—Pues, aquí descansando un poco, el entrenador nos dio media hora libre, esto me va a terminar matando —contestó el chico tratando de acomodarse en la banca para relajarse mejor. Llevaba puesto el uniforme del equipo, un traje que recordaba mucho al del Chelsea de Inglaterra.
—Entiendo, por cierto —dijo mirándolo sobre el hombro—. ¿Cómo te está yendo con las clases?
—El entrenador habló con los demás profesores y les pidió que a todos los jugadores les dieran más tiempo para presentar sus trabajos, por lo del juego, pero yo no creo que pueda terminarlos, ya me pasaron algunos y… ¿En serio los profesores dejan tantas tareas?
—Es su trabajo —contestó Francis alzando los hombros, volviendo su vista a la cancha.
—Qué trabajo más cruel.
—Para ellos no.
—Lo sé, ¿Y tú qué tal vas?
Francis suspiró.
—Aquí, tomando un descanso entre clases, viendo a esos tipos jugar, veo que son buenos, ¿Por qué no los aceptan en el equipo?
—No lo sé, tienen que hacer las audiciones para que los acepten, las cosas no son tan simples, y tienen que cumplir un requisito mínimo con el entrenador.
—¿Cuál?
—Tener buenas calificaciones, o no juegan.
—Entonces tienes que poner todo tu empeño en las clases.
—Y cansado, eso es lo peor.
—Te entiendo.
—Sí…
El chico se quedó callado mirándola, mientras ella mantenía su mirada en el partido.
Pasaron varios minutos.
—¿Qué te pasa? —preguntó Raúl.
Francis lo miró.
—¿De qué? —frunció el ceño ante la pregunta.
—Te veo distraída, es raro.
—¿Por qué?
—No lo sé, de todos, eres la persona más enfocada, estás en tus pensamientos, sí, pero enfocada, no distraída.
—¿Y cómo sabes que estoy distraída?
—Porque cuando estás distraída, tu rostro se relaja, cuando estás enfocada, frunces el ceño.
—¿Qué? —preguntó sorprendida.
—Creo que me lo acabo de inventar, el punto es que, siento… yo siento que estás distraída.
—¿Tú sientes que estoy distraída?
—Sí.
—¿Acaso emito un aura que te dice que estoy distraída?
—Sí.
—¿Y de pronto vas a tomar mi mano y a decirme que también voy a conocer un chico especial?
—También.
—¿Y qué nos vamos a casar y a tener muchos niños?
—¡Sí! Y se mudarán a Escocia y serán pelirrojos y jugarán para el Celtic.
Francis meneó la cabeza en señal de desaprobación.
—¿Ves? Estás distraída, habrías dicho otra cosa de estar bien, pero no estás aquí, ¿Dónde estás?
—¿Cómo que dónde estoy?
—O sea, es como que estás aquí, sí, tu cuerpo está aquí, pero en esa cabecita tuya, ¿Dónde estás? ¿Dónde te ves, pues?
—Me salió psicólogo el muchacho ahora.
—Te recuerdo que, Sir Brian May, además de músico e integrante de una de las mejores bandas de todos los tiempos, también es astrofísico, no me menosprecies —soltó Raúl alzando las cejas y bajándolas en señal de coqueteo.
—Ja, ja, ja, vale, vale, esa no me la esperaba —dijo Francis luego de varias risas.
—Pues sí, en fin, ¿Qué tienes?
Francis suspiró.
—Solo estoy algo aturdida de tanto. Nos han dejado muchas tareas esta semana y me he estado acostando tarde, ayer me acosté como a las dos, mejor dicho, hoy me acosté a las dos de la madrugada, y tenía que estar a las siete de regreso aquí, ¡Es demasiado!
—Bueno… sí, pero como dicen ellos: Es una preparación para la vida.
—¡La vida mis polainas! —reaccionó Francis de pronto.
—¡Eso! Se nos enojó la chica lista.
—Ja, ja, ja, es que… —suspiró—. Solo estoy cansada, no he dormido bien y hay algo que no puedo sacarme de la cabeza —dijo agachando la mirada y luego mirando al partido.
—¿Qué cosa? —preguntó Raúl interesado.
—Pues, es sobre… —y recordó las preguntas de Melisa y cómo le había dado vueltas a todo y lo que había pasado en su habitación, esa voz, esas palabras—. No, nada, olvídalo —dijo la chica meneando la cabeza, tratando de apartar esos pensamientos de su mente.
Raúl pasó sobre la mesa, para sentarse junto a ella.
—A ver, cuéntame, ¿Qué te pasa? —preguntó el chico tomándola de la mano.
Francis sonrió y frunció el ceño ante eso, meneando la cabeza y luego sonriendo un poco más.
—¿Qué?
—Se nota que te pasa algo, estúpida, no me quites la voluntad de ser un buen amigo —dijo Raúl riéndose.
—Es que se vio raro, tonto —contestó Francis riéndose también.
—Bueno, te suelto de la mano, pues —contestó el chico acomodándose mejor en la banca—. Ahora sí, cuéntame, ¿Qué te pasa?
—No es nada malo —dijo la chica un poco más tranquila—. Es solo que… ¿No te ha pasado que sientes que tu realidad es un poco inestable?
Raúl frunció el ceño ante eso.
—¿Inestable?
—Sí.
—¿Cómo de cambios en las fluctuaciones del espacio y el tiempo?
—¿Qué?
—Es lo que dirías si yo dijera algo como lo que acabas de preguntar.
—Ah, bueno, ¿Podría ser?
—¿Inestable mentalmente o a nivel general?
—¿Cómo así?
—O sea, inestable porque tu mente está algo enferma, o a nivel general, tus padres se van a divorciar o tu papá o tu mamá te abandonó, o ambos, no tienes dinero, cosas de ese tipo, Latinoamérica en carne propia, pues —dijo el chico alzando los hombros.
—No sé si eso sea bueno decirlo.
—Cosas de latinos, nos reímos de nuestra desgracia, es mi secreto, capitán.
—Oukey…
—Lo siento, fui un imbécil, lo siento.
—No, no te preocupes, no me pasa nada —dijo la chica poniéndose de pie—. Seguramente solo estoy cansada, todo estará bien —sonrió casi a fuerza—. Ya tengo clases, nos vemos al rato, ¿Sí?
—Bien… nos vemos al rato —dijo Raúl con cierto tono de voz apagado, dándole la mano.
—Bien, cuídate.
—Igualmente.
Y la chica salió de ahí, caminando por el pasillo.
—¿Inestable mentalmente? Puf, semejante estupidez, ¿De verdad cree que puedo estar mentalmente inestable? —se preguntó haciendo muecas de desaprobación en su rostro.
Tal vez —recordó las palabras que había escuchado ayer.
—¿Tal vez? Sí, claro, solo porque quiera que un personaje salga de su historia y esté conmigo, no significa que esté mentalmente inestable, muchas chicas alrededor del mundo quieren lo mismo y no están locas por eso, no es nada fuera de lo común, raro sería que yo viniera e hiciera un ritual para sacar a Dante del bendito póster —se dijo a sí misma mientras caminaba por el pasillo—. Pero no haré tal cosa, solo desearé de corazón que salga, y si no funciona, es porque la magia es una tontería y solo queda relegada a los libros, donde puedo disfrutarla con placer —cerró sus pensamientos con enojó mientras doblaba en un pasillo.
Luego de que su hija se fuera a su habitación esa noche, se quedó mirando la televisión, tratando de aparentar estar tranquila para no llamar su atención. La vio partir, la escuchó subir y cerrar la puerta y luego sonar su música. Esperó algunos minutos y se fue.Caminó por el pasillo hasta su recámara y se encerró, fue a sus ventanas y corrió las cortinas, trató de que todo se quedara en esa habitación, como si ocultara algo importante.Fue hasta su cómoda, abrió la última gaveta y miró un montón de carpetas, removió algunas y encontró una roja con las palabras “Mente Abierta”. La sacó, sopló en ella para quitar el polvo de encima y fue a sentarse en la orilla de su cama.Suspiró mientras escuchaba desde la habitación de su hija Message In The Bottle, de The Police. Sonri&oac
—¿Y ahora qué haremos? —les preguntó Marcos mientras caminaban para salir del instituto, eran casi las cuatro de la tarde.—No lo sé, tengo tareas.—Yo también —respondió Raúl, siguiendo a Melisa.—¿Y tú, Francis? —preguntó Marcos a la chica.—También, pero no sé si quieren hacer algo antes de irnos a casa —les preguntó mirándolos a todos. Los chicos se miraron entre sí y luego miraron a Francis.—Por mí, no hay problema —dijo Raúl—. De todos modos, más no creo que suceda.—Pues, opino lo mismo —dijo Marcos—. Solo quedas tú, Melisa.—¿Y a dónde iremos? —preguntó Melisa mientras seguían caminando.—Pues… ¿Podemos ir al muelle? Hace un tiempo que no vo
Hacía un atardecer hermoso desde donde se hallaba, en lo alto de un acantilado. En la radio sonaba una canción extraña que parecía encajar con lo que estaba sintiendo.Echo de menos el sabor de una vida más dulce, echo de menos las conversaciones. Esta noche estoy buscando una canción, voy cambiando todas las emisoras, soltaba el cantante.Meneó la cabeza luego de sentir una pequeña brisa tranquilizadora, subió al auto y cerró la puerta, arrancó e hizo derrapar las llantas, montando de nuevo la marcha en la carretera.Me gustaba pensar que lo teníamos todo, dibujamos un mapa a un lugar mejor, pero en aquella carretera, pagué los platos rotos…El motor rugía al acelerar y cambiar de velocidad, al girar en una curva, al dejarse caer por la gravedad en aquella carretera cuesta abajo. Su mente era un hervidero de pensamientos, to
Despertó.Estaba sudando muchísimo, el corazón le palpitaba como una locomotora y su respiración era desenfrenada.Al encontrarse en su cama, en la calidez de su habitación, soltó un suspiro de alivio, llevándose las manos a la cabeza, soltando exhalaciones que denotaban el agradecimiento de que todo fuera una pesadilla.—¡Joder! —pasó la mano por su frente y luego por el cabello. Miró su computadora encendida, el televisor apagado y se preguntó qué había hecho antes de irse a dormir—. Creo que… ¿Estuve escribiendo?Salió de su cama y caminó hasta la computadora. Se sentó frente a la máquina y vio que había un archivo de Word abierto en la barra de tareas.Frunció el ceño, alzó una ceja y abrió el programa. Pronto, la ventana se desplegó y vio que había
—…como ya hemos mencionado, muchachos… —prosiguió la profesora frente a la clase. En la pizarra estaba la fotografía de un hombre británico con un turbante, la fotografía era vieja, y sobre esta se encontraba el nombre T. E. Lawrence—. En literatura, el cambio o la modificación que sufrió la figura del héroe, se la debemos a la historia de este hombre, “Lawrence de Arabia”, un hombre real, con emociones complejas que se enfrenta a la que, en su momento, fuera la guerra que acabaría con todas las guerras.—Pero, ¿Por qué un hombre real y no un personaje de ficción? —preguntó Melisa, quien se hallaba junto a Francis.—A lo largo de la historia, la figura del héroe siempre ha sido idealizada, muy pocas veces ha tomado referencias de la historia para conformar a un personaje que represente todas las facciones caracter&iacu
El centro comercial estaba lleno de personas, unas vestidas de forma casual y otros haciendo cosplayer. Había música sonando en algunos parlantes y gente regalando afiches de restaurantes.Vio a unos cuantos chicos vestidos de Dante, algunas chicas vestidas de Isabel y a alguien vestido como Adrián, el enemigo de Dante. Adrián se vestía con elegancia, como al estilo de los años cincuenta.—Así que la gente mostró todo —dijo Francis al caminar por ahí y ver el alboroto general—. Supongo que ya habrá llegado, ¿Dónde será la firma de autógrafos? —miró a su alrededor—. ¿Será en el estrado? Casi nunca es así.Había mucha gente, se parecía a esas convenciones de anime y comics que solían hacerse en Japón o en San Diego. Tropezó con algunas personas, chocó con otras
La gente corrió hacia las salidas, mientras Francis se agachaba para mantenerse a cubierto, viendo como aquel chico que decía ser Dante Parker, se quedaba de pie mirando al hombre del sombrero. Ambos estaban quietos a pesar del caos, como esperando una reacción el uno del otro.Francis vio el rostro del hombre. Era de ojos grises, llevaba gafas estilo aviador, claras. Y mientras el mundo corría despavorido, ella los observaba y se preguntaba por qué no reaccionaban, hasta que se fijó que el disparo lo había efectuado un chico vestido como Dante Parker.—¡Quiero ver a Henry Benet! —gritó mientras apuntaba a la gente y hacía más disparos al aire.Francis se mantuvo agachada, avanzando despacio hacia la salida, el chico seguía gritando. Se alejaba poco a poco del “falso” Dante Parker, tratando de cubrirse de todo.—¡Traigan a Henry Benet! &m
—Bien, ahí está mi casa, pero supongo que eso ya lo sabías —dijo Francis luego señalando una casa de dos pisos—. Y ese es el auto de mi madre.—¿Entonces?—Tendrás que subir por la ventana de mi cuarto para que no te vea, y espera ahí, no quiero preguntas sobre por qué he llevado un chico a mí casa.—¿Por qué? Sería lo normal, ¿No?—¿Normal? Sería lo anormal para mi madre, estoy casi segura de que piensa que me gustan las mujeres o algo.Dante abrió los ojos ante eso.—De acuerdo, entonces te espero en tu cuarto.Francis frunció el ceño ante eso, sintiendo que su corazón se aceleraba.—De acuerdo, punto número dos, evitemos decir cosas que tengan un posible doble sentido, ¿Bien?—¿Qué?—Qu&e