Despertó.
Estaba sudando muchísimo, el corazón le palpitaba como una locomotora y su respiración era desenfrenada.
Al encontrarse en su cama, en la calidez de su habitación, soltó un suspiro de alivio, llevándose las manos a la cabeza, soltando exhalaciones que denotaban el agradecimiento de que todo fuera una pesadilla.
—¡Joder! —pasó la mano por su frente y luego por el cabello. Miró su computadora encendida, el televisor apagado y se preguntó qué había hecho antes de irse a dormir—. Creo que… ¿Estuve escribiendo?
Salió de su cama y caminó hasta la computadora. Se sentó frente a la máquina y vio que había un archivo de Word abierto en la barra de tareas.
Frunció el ceño, alzó una ceja y abrió el programa. Pronto, la ventana se desplegó y vio que había
—…como ya hemos mencionado, muchachos… —prosiguió la profesora frente a la clase. En la pizarra estaba la fotografía de un hombre británico con un turbante, la fotografía era vieja, y sobre esta se encontraba el nombre T. E. Lawrence—. En literatura, el cambio o la modificación que sufrió la figura del héroe, se la debemos a la historia de este hombre, “Lawrence de Arabia”, un hombre real, con emociones complejas que se enfrenta a la que, en su momento, fuera la guerra que acabaría con todas las guerras.—Pero, ¿Por qué un hombre real y no un personaje de ficción? —preguntó Melisa, quien se hallaba junto a Francis.—A lo largo de la historia, la figura del héroe siempre ha sido idealizada, muy pocas veces ha tomado referencias de la historia para conformar a un personaje que represente todas las facciones caracter&iacu
El centro comercial estaba lleno de personas, unas vestidas de forma casual y otros haciendo cosplayer. Había música sonando en algunos parlantes y gente regalando afiches de restaurantes.Vio a unos cuantos chicos vestidos de Dante, algunas chicas vestidas de Isabel y a alguien vestido como Adrián, el enemigo de Dante. Adrián se vestía con elegancia, como al estilo de los años cincuenta.—Así que la gente mostró todo —dijo Francis al caminar por ahí y ver el alboroto general—. Supongo que ya habrá llegado, ¿Dónde será la firma de autógrafos? —miró a su alrededor—. ¿Será en el estrado? Casi nunca es así.Había mucha gente, se parecía a esas convenciones de anime y comics que solían hacerse en Japón o en San Diego. Tropezó con algunas personas, chocó con otras
La gente corrió hacia las salidas, mientras Francis se agachaba para mantenerse a cubierto, viendo como aquel chico que decía ser Dante Parker, se quedaba de pie mirando al hombre del sombrero. Ambos estaban quietos a pesar del caos, como esperando una reacción el uno del otro.Francis vio el rostro del hombre. Era de ojos grises, llevaba gafas estilo aviador, claras. Y mientras el mundo corría despavorido, ella los observaba y se preguntaba por qué no reaccionaban, hasta que se fijó que el disparo lo había efectuado un chico vestido como Dante Parker.—¡Quiero ver a Henry Benet! —gritó mientras apuntaba a la gente y hacía más disparos al aire.Francis se mantuvo agachada, avanzando despacio hacia la salida, el chico seguía gritando. Se alejaba poco a poco del “falso” Dante Parker, tratando de cubrirse de todo.—¡Traigan a Henry Benet! &m
—Bien, ahí está mi casa, pero supongo que eso ya lo sabías —dijo Francis luego señalando una casa de dos pisos—. Y ese es el auto de mi madre.—¿Entonces?—Tendrás que subir por la ventana de mi cuarto para que no te vea, y espera ahí, no quiero preguntas sobre por qué he llevado un chico a mí casa.—¿Por qué? Sería lo normal, ¿No?—¿Normal? Sería lo anormal para mi madre, estoy casi segura de que piensa que me gustan las mujeres o algo.Dante abrió los ojos ante eso.—De acuerdo, entonces te espero en tu cuarto.Francis frunció el ceño ante eso, sintiendo que su corazón se aceleraba.—De acuerdo, punto número dos, evitemos decir cosas que tengan un posible doble sentido, ¿Bien?—¿Qué?—Qu&e
Dante sonrió. —¿Y bien? —bajó el revólver y lo guardó en la funda de su pierna. —¿Por qué tan seguro de que vi lo que decías? —contestó la chica sin dejar de apuntarle. —Porque es obvio que lo que viste fue un póster vacío. Francis levantó el rifle con ambas manos, respiró y trató de mantenerse en pie a pesar de lo que estaba pasando, comenzaba a dolerle la cabeza. —¿Cómo? Dime, ¿Cómo es que saliste a este mundo? —preguntó la chica indicándole que se sentara en su cama. El chico frunció el ceño al no entender sus señales. —¿Qué? —¡Qué te sientes, carajo! —De acuerdo —Dante asintió, pronto estaba en la orilla de la cama. Ella caminó hasta quedar a unos metros frente a él. —¿Desde cuándo eres consciente de tu existencia? —¿Qué? —Qué… —suspiró tratando de mantener la calma— ¿Desde cuándo eres consciente de tu existencia? —¿Desde que nací? —Deja de hacerte el gracioso o te disparo —di
Esa noche, Francis subió con un plato de comida un poco más cargado de lo debido, llevando oculto un plato debajo del que estaba servido. —¿Por qué tanta comida? —preguntó su mamá. —Dicen que, luego de un evento traumático, las víctimas suelen responder de diferentes maneras, desde dejar de comer y volverse algo locas, hasta volverse algo glotonas, supongo que es eso —contestó Francis desde arriba. Su madre frunció el ceño y luego asintió. —Ajá, ¿Tengo que preocuparme más de lo debido? —No lo creo, estoy bien y estoy sana, supongo que no, ¿O sí? —Bien, llamaré mañana al Dr. John Fulton. —¿En serio? Pero sí estoy bien. —Eso lo dirá el Dr. Fulton, ¿De acuerdo? —Ay, Dios, pero es que… ¿Para qué? No hace falta, desde hace cuatro años que no tengo ningún problema, ¿O sí? —Solo será para evaluación, ¿Bien? Lo llamaría ahora, pero es tarde, mejor mañana, así vamos si lo requiere, de todas formas, no tienes clas
Toc, toc, toc. —Francis, hija, ¿Ya estás dormida? —¡Mi madre! —soltó Francis en un grito ahogado. —Atiéndela, ya veré qué hago —dijo Dante, empujándola hacia la puerta. —P-p-pero… ¿Qué vas a hacer? —¡Solo hazlo! —gritó el chico en susurros. —¡Voy! —contestó ella molesta. Caminó hacia la puerta mientras su mamá tocaba una vez más. Francis escuchó un pequeño sonido y al girarse, Dante ya no estaba. Confundida y extrañada, abrió y miró a su madre ya con ropa de dormir. —¿Qué pasa? —Quería saber cómo estabas, mañana iremos con el psicólogo. —Estoy bien… —Francis se mostró desilusionada. —¿Segura? —Sí. —Has estado encerrada desde que viniste. —Tenía tareas. —Te dije que… —Lo sé, solo quería… estar sola un rato —contestó la chica alzando los hombros, dejando pasar a su madre mientras ella se iba a sentar en la orilla de su cama. Su madre miró su
Lo primero que vio fue el cielo. Estaba a punto de atardecer. Lo segundo que pasó, fue el sonido de algo quemándose, lo tercero fue el olor de algo en llamas y lo cuarto fue el dolor agudo en su estómago y parte de su cuerpo. Soltó un quejido y se sentó poco a poco, sorprendiéndose al ver el auto y el camión en llamas. Miró a su alrededor para saber qué más había pasado y no vio nada, no vio a nadie, o así creyó hasta que vio a un hombre tirado a orillas de la carretera y a la chica asiática, parada junto a él. —¡Oh, despertaste! —dijo la chica con alegría. —¿Q-qué…? —Qué despertaste —la asiática caminó tranquilamente hacia ella—. Veo que te golpeaste, pero no es mucho, no para ti —agregó, tendiéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie. Le dio la mano y pronto estaba arriba. —¿Qué pasó? —preguntó a la chica. —Ah, un accidente, el conductor casi queda atrapado entre las llamas y le ayudé a salir y lo puse a salvo, está incon