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El asistente bajó la mirada, incómodo, y negó con la cabeza lentamente.—Lo siento, señor, no la hemos encontrado.Las palabras golpearon a Sergio como un mazazo en el estómago.Un nudo de frustración y rabia creció en su pecho, su respiración se aceleró y, por un momento, la furia estuvo a punto de desbordarse.Maldijo entre dientes, apretando los puños con tal fuerza que sus uñas casi perforaron la piel.—¿Entonces qué es tan importante que has venido a decirme? —dijo, su voz sonando más ácida de lo que deseaba. Intentó calmarse, pero sus palabras eran como cuchillos afilados.El asistente, visiblemente más incómodo, se aclaró la garganta.—Hemos comprado las acciones de la empresa del señor Juárez. Ahora lo tiene en sus manos.Los ojos de Sergio se iluminaron, pero no con esperanza. Era una chispa oscura, teñida de venganza, una malicia que apenas podía contener.Asintió lentamente, su rostro impasible.—Bien. —La palabra salió de su boca de manera firme y helada—. Subiré a mi habit
—¡No sé en dónde está Ariana! Lo juro —dijo Arturo, con la voz quebrada por la desesperación.Sergio lo miró con los ojos entrecerrados, examinándolo, buscando en sus gestos alguna grieta que delatara una mentira. Su incredulidad era palpable.No confiaba en Arturo, no creía en nadie. La frustración lo consumía; sus puños temblaban por la rabia contenida.—Será mejor que lo averigües. Si quieres seguir con tu empresa, entonces ¡hazlo! —Su voz se elevó, ronca, amenazante—. Te doy un día. Si para mañana no sé dónde está mi esposa, entonces despídete de tu imperio, Arturo. Míralo caer en pedazos frente a tus ojos.Dio un portazo al salir.La habitación quedó en silencio, pero en la mente de Arturo, el eco de esas palabras se repetía una y otra vez, como una sentencia.Con un golpe seco sobre el escritorio, se llevó las manos al rostro.Su respiración era irregular. ¿Cómo había terminado en ese infierno?Todo por culpa de Miranda. Si tan solo ella no se hubiera involucrado en este desastre
Sergio dejó escapar una sonrisa, pero esta no alcanzó a llegar a sus ojos.Su mirada, perdida y fija en el vacío, tembló ligeramente.Un sollozo ahogado se escapó de sus labios, mezclándose con una risa amarga que brotó sin control.Las lágrimas comenzaron a descender por su rostro, pero no las detuvo. Su pecho se agitaba con respiraciones entrecortadas, como si cada inhalación fuera una lucha interna.En sus manos, la fotografía de Ariana permanecía intacta, como si al sostenerla pudiera traerla de vuelta.Había sido su amuleto, su única conexión con el pasado, con el amor que ahora sentía lejano.—Falta muy poco, mi amor... —susurró, la voz quebrada por la esperanza desesperada.La palabra “pronto” flotaba en el aire como un espejismo, inalcanzable.El dolor de la separación lo ahogaba, pero él no podía dejar de aferrarse a la idea de que todo cambiaría.—Te extraño tanto, más de lo que las palabras pueden decir. No puedo creer que te haya perdido, que este vacío en mi pecho sea real
Ariana llegó al edificio en un taxi. Pagó rápidamente al conductor, agradecida por la rapidez del viaje.Sin embargo, antes de entrar, un escalofrío recorrió su espalda.Un mal presentimiento la invadió, como si algo estuviera a punto de suceder. Se detuvo en seco, mirando a su alrededor. No vio nada fuera de lo común, pero la incomodidad seguía apoderándose de ella.Las luces de la calle parpadeaban suavemente y la gente caminaba tranquila.Todo parecía en orden, pero ese sentimiento persistente de inquietud no desaparecía.«¡Estoy siendo una mujer paranoica!», pensó, reprochándose a sí misma por dejarse llevar por el miedo.Aun así, la sensación no desapareció. Con un suspiro, se obligó a seguir adelante, a ignorar la presión en su pecho.El miedo no la iba a paralizar. Se acercó a la entrada del edificio, pero la sombra de su ansiedad no la dejó.Lo que no sabía era que, desde un automóvil estacionado a lo lejos, dos hombres la observaban, sus rostros imperturbables mientras tomaban
El beso fue como una tormenta desatada, una furia insaciable que reclamaba cada rincón de su ser.Fue ambicioso, exigente, feroz, como si quisiera arrancarle el aliento, como si el tiempo y el espacio ya no existieran.No importaba que el cuerpo de Ariana temblara por la rabia, ni que su corazón se estuviera rompiendo en pedazos. Sergio no sabía, no sentía el dolor que causaba.Solo deseaba que ella cediera, que volviera a ser suya.Ariana no cerró los ojos.En lugar de rendirse, la imagen de su amor roto la invadió como una ola gigante que arrastraba todo a su paso.«Estos labios besaron a otra mujer, estas manos abrazaron a otro cuerpo, este cuerpo fue de otra, mientras yo lo amaba, prefería a otra, lastimándome sin piedad... Esto es... ¡Asqueroso!», pensó con una furia que casi la consume.Sintió que su piel ardía, pero no de deseo, no de amor... ¡Era furia! Un fuego que la devoraba desde dentro.La rabia creció en ella como un volcán a punto de estallar.Con un grito ahogado, empuj
—¡Ariana! —El grito de Sergio desgarró la noche. Su corazón latía con violencia mientras corría hacia ella.Quiso levantarla, sostenerla entre sus brazos, pero el miedo lo paralizó. ¿Y si la lastimaba más?—¡Llamen a una maldita ambulancia! —rugió con desesperación, sus ojos oscuros reflejaban puro pánico.Se arrodilló junto a ella, tembloroso, acariciando su rostro con una ternura que nunca supo demostrar antes.Ariana estaba pálida, frágil, su pecho subía y bajaba con esfuerzo.—Por favor, Ariana, no me hagas esto… No te vayas. Te amo, ¿me oyes? Te amo. No puedo perderte así, no así. Perdóname. —Su voz se quebró, las palabras suplicantes escapaban de sus labios, pero en su interior, algo rugía con furia. No podía dejar que lo abandonara.Los paramédicos llegaron poco después, y Sergio se aferró a ellos.—¡Voy con ustedes! Soy su esposo. ¡Llévenla al hospital Glenn!No pidió permiso. Exigió. Ordenó.***El hospital olía a desinfectante y muerte contenida. Sergio caminaba de un lado a
Sergio salió del cuarto del hospital con pasos firmes, pero su mente no dejaba de girar en espiral.Necesitaba aire, pero más que eso, necesitaba recuperar el control.No podía permitir que Ariana lo mirara con desprecio. Se detuvo frente al edificio, mirando el cielo despejado de una noche fría, pero lo que sentía por dentro no podía ser más opuesto a la calma de la noche.Un vendaval lo arrasaba, pero se obligó a permanecer firme, como siempre lo hacía.«¿Por qué? ¿Por qué tenías que descubrirlo, Ariana? Siempre me miraste con amor, con devoción... y ahora... ahora me miras como si fuera un extraño. ¿Qué hice para merecer este desprecio?» Los pensamientos lo atormentaban, y su pecho se tensaba, pero no podía dejarse derrumbar.La situación era más grave que nunca, y no podía perderla. No a ella.Se dejó caer en una banca, sus manos cubriendo su rostro. En ese momento, nadie sabía quién era. Nadie sabía que él, el joven magnate de la industria, el hombre al que todos admiraban y temí
Al día siguienteAriana despertó lentamente, un despertar que no estuvo marcado por la calma, sino por una tensión palpable que la envolvía.La luz del sol, tímida y suave, tocó su rostro pálido, pero ya no se sentía tan frágil como la noche anterior.Algo en su mirada había cambiado, un reflejo de las decisiones que, aunque temerosa, ya había comenzado a tomar.La noche le había dado el espacio para pensar, para liberarse de las cadenas invisibles que Sergio había dejado atadas en su corazón.Cuando el doctor entró en la habitación, su presencia no fue reconfortante.A pesar de su tono profesional, se percibía la ligera preocupación en su mirada. Ariana se quedó observando al hombre.—Bien, señora, su estado ha mejorado. Firmaré su alta, pronto podrá irse a casa —dijo el doctor, mirando su ficha médica, pero no podía esconder el leve titubeo en su voz.Ariana contuvo el aliento, sus manos apretando las sábanas con fuerza, como si intentara controlar el temblor en su interior.—¿Puedo