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—¡Ariana! —El grito de Sergio desgarró la noche. Su corazón latía con violencia mientras corría hacia ella.Quiso levantarla, sostenerla entre sus brazos, pero el miedo lo paralizó. ¿Y si la lastimaba más?—¡Llamen a una maldita ambulancia! —rugió con desesperación, sus ojos oscuros reflejaban puro pánico.Se arrodilló junto a ella, tembloroso, acariciando su rostro con una ternura que nunca supo demostrar antes.Ariana estaba pálida, frágil, su pecho subía y bajaba con esfuerzo.—Por favor, Ariana, no me hagas esto… No te vayas. Te amo, ¿me oyes? Te amo. No puedo perderte así, no así. Perdóname. —Su voz se quebró, las palabras suplicantes escapaban de sus labios, pero en su interior, algo rugía con furia. No podía dejar que lo abandonara.Los paramédicos llegaron poco después, y Sergio se aferró a ellos.—¡Voy con ustedes! Soy su esposo. ¡Llévenla al hospital Glenn!No pidió permiso. Exigió. Ordenó.***El hospital olía a desinfectante y muerte contenida. Sergio caminaba de un lado a
Sergio salió del cuarto del hospital con pasos firmes, pero su mente no dejaba de girar en espiral.Necesitaba aire, pero más que eso, necesitaba recuperar el control.No podía permitir que Ariana lo mirara con desprecio. Se detuvo frente al edificio, mirando el cielo despejado de una noche fría, pero lo que sentía por dentro no podía ser más opuesto a la calma de la noche.Un vendaval lo arrasaba, pero se obligó a permanecer firme, como siempre lo hacía.«¿Por qué? ¿Por qué tenías que descubrirlo, Ariana? Siempre me miraste con amor, con devoción... y ahora... ahora me miras como si fuera un extraño. ¿Qué hice para merecer este desprecio?» Los pensamientos lo atormentaban, y su pecho se tensaba, pero no podía dejarse derrumbar.La situación era más grave que nunca, y no podía perderla. No a ella.Se dejó caer en una banca, sus manos cubriendo su rostro. En ese momento, nadie sabía quién era. Nadie sabía que él, el joven magnate de la industria, el hombre al que todos admiraban y temí
Al día siguienteAriana despertó lentamente, un despertar que no estuvo marcado por la calma, sino por una tensión palpable que la envolvía.La luz del sol, tímida y suave, tocó su rostro pálido, pero ya no se sentía tan frágil como la noche anterior.Algo en su mirada había cambiado, un reflejo de las decisiones que, aunque temerosa, ya había comenzado a tomar.La noche le había dado el espacio para pensar, para liberarse de las cadenas invisibles que Sergio había dejado atadas en su corazón.Cuando el doctor entró en la habitación, su presencia no fue reconfortante.A pesar de su tono profesional, se percibía la ligera preocupación en su mirada. Ariana se quedó observando al hombre.—Bien, señora, su estado ha mejorado. Firmaré su alta, pronto podrá irse a casa —dijo el doctor, mirando su ficha médica, pero no podía esconder el leve titubeo en su voz.Ariana contuvo el aliento, sus manos apretando las sábanas con fuerza, como si intentara controlar el temblor en su interior.—¿Puedo
Ariana luchaba por respirar, cada inhalación se sentía como un esfuerzo inútil. Las manos de Sergio, firmes y desesperadas, la mantenían atrapada.El aire entre ellos estaba cargado de tensión, de un dolor que ninguno de los dos quería admitir, pero que ambos conocían demasiado bien.—Me arrepentí, Ariana. No debí haberte dado el derecho a negarte a mí —dijo Sergio, su voz suave, pero cargada de una intensidad que la hizo estremecer.Como si aquellas palabras pudieran borrar lo irremediable, como si el poder que alguna vez tuvo sobre ella pudiera recuperarse con un simple lamento.Ariana sintió su rostro acercarse al de ella, un intento desesperado por restaurar algo que ya no existía.Los labios de Sergio tocaron su mejilla, primero con ternura, luego con una pasión desbordada, como si esperara que sus caricias pudieran devolverle el control.Ariana intentó apartarse, pero él no la dejaba.La abrazó con más fuerza, como si su cuerpo fuera un ancla que lo atara al pasado, arrastrándola
Al día siguiente, Ariana despertó con un dolor punzante en la cabeza, como si el mundo entero se hubiera desmoronado sobre ella mientras dormía.Sus ojos se abrieron lentamente, y por un momento, no supo dónde estaba.El techo blanco y los suaves rayos de sol que se filtraban por las cortinas blancas le parecían familiares, pero al mismo tiempo, completamente extraños.El aroma que llenaba el aire la hizo detenerse. Era el perfume a lirios, el mismo que había sido su favorito durante años, hasta que decidió dejarlo atrás al comenzar su nueva vida.Esa vida en la que pensó que todo quedaría atrás, incluso su dolor.Pero entonces, los recuerdos llegaron de golpe, como olas furiosas que estrellaban contra las rocas, borrando cualquier intento de paz.El lugar… ¡Era su habitación matrimonial! Todo lo que había intentado olvidar, lo que pensó que había dejado atrás, estaba frente a ella.Su mente comenzó a girar sin control, como un torbellino de emociones, incapaz de comprender lo que suce
Sergio estaba en su despacho.La luz tenue de la tarde se filtraba a través de las enormes ventanas cubiertas por cortinas pesadas, pero ni la calidez del sol lograba apaciguar la tensión que se reflejaba en su rostro.Sentado detrás de su escritorio, sus dedos golpeaban la madera con una impaciencia que parecía crecer con cada segundo.Frente a él, uno de sus guardias aguardaba, en silencio, una expresión solemne en su rostro.—¿Cómo está el bebé? —preguntó, finalmente, su mirada fija en el expediente médico de Lorna, como si pudiera encontrar alguna respuesta en los números y diagnósticos que le eran ajenos.—La ginecóloga dice que está bien, señor. La señorita Lorna tiene casi cuatro meses. Está estable, alimentándose, descansando… Todo va como debería.Sergio asintió lentamente, sin cambiar su expresión.Su mandíbula se tensó y una ola de irritación le recorrió el cuerpo.—Bien. Que no le falte nada. Quiero que ese niño nazca sano y salvo.El guardia inclinó la cabeza y se retiró.
El sol de la mañana caía con fuerza sobre la ciudad, pero para Ariana, el día no tenía luz.Estaba lista.Llevaba un vestido azul claro que apenas le rozaba las rodillas, un estilo sencillo, pero funcional.Su cabello estaba recogido en una coleta alta, sin ningún intento de suavizar su apariencia.No tenía maquillaje, no se interesaba en verse bien.Hoy, su único objetivo era mostrarse fuerte, más allá de lo que su cuerpo y su alma pudieran estar temblando por dentro.A su lado, Sergio parecía satisfecho, incluso ilusionado. Su traje gris impecable y el perfume que usaba –el mismo de siempre, el que rociaba cuando intentaba conquistarla– flotaban en el aire, pero ahora solo le revolvían el estómago.Era una sensación amarga, como una serpiente que se retorcía en su pecho.Sergio abrió la puerta del auto para ella, con una sonrisa que no lograba ocultar la arrogancia.—Hoy será un gran día, mi amor —susurró, como si sus palabras tuvieran algún poder mágico.Ariana apretó los puños con
Ariana bajó del taxi, el corazón latiendo desbocado en su pecho, como si quisiera escapar de su cuerpo.Pagó al taxista con una joya, algo más que un simple accesorio brillante.Su respiración estaba errática, el aire frío de la noche golpeaba su rostro, pero no podía detenerse.No podía pensar en nada más que huir, aunque el miedo le atenazaba las piernas, haciéndola tropezar con cada paso.El sonido de sus pasos resonaba en las calles vacías, un eco aterrador que se mezclaba con el ritmo frenético de su corazón.Cada paso, cada sombra, parecía ocultar un peligro inminente, y aunque corría con todas sus fuerzas, sabía que no iba a ser suficiente.La sensación de estar siendo perseguida por algo más grande que ella misma, algo que siempre la había alcanzado, la paralizaba.De repente, una voz cortó el aire, desgarrante y llena de rabia. Era su voz. El eco de un pasado que no podía dejar atrás.—¡Ariana!La orden contenía tanta autoridad, tanta furia, que hizo que su cuerpo se tensara d