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El sol de la mañana caía con fuerza sobre la ciudad, pero para Ariana, el día no tenía luz.Estaba lista.Llevaba un vestido azul claro que apenas le rozaba las rodillas, un estilo sencillo, pero funcional.Su cabello estaba recogido en una coleta alta, sin ningún intento de suavizar su apariencia.No tenía maquillaje, no se interesaba en verse bien.Hoy, su único objetivo era mostrarse fuerte, más allá de lo que su cuerpo y su alma pudieran estar temblando por dentro.A su lado, Sergio parecía satisfecho, incluso ilusionado. Su traje gris impecable y el perfume que usaba –el mismo de siempre, el que rociaba cuando intentaba conquistarla– flotaban en el aire, pero ahora solo le revolvían el estómago.Era una sensación amarga, como una serpiente que se retorcía en su pecho.Sergio abrió la puerta del auto para ella, con una sonrisa que no lograba ocultar la arrogancia.—Hoy será un gran día, mi amor —susurró, como si sus palabras tuvieran algún poder mágico.Ariana apretó los puños con
Ariana bajó del taxi, el corazón latiendo desbocado en su pecho, como si quisiera escapar de su cuerpo.Pagó al taxista con una joya, algo más que un simple accesorio brillante.Su respiración estaba errática, el aire frío de la noche golpeaba su rostro, pero no podía detenerse.No podía pensar en nada más que huir, aunque el miedo le atenazaba las piernas, haciéndola tropezar con cada paso.El sonido de sus pasos resonaba en las calles vacías, un eco aterrador que se mezclaba con el ritmo frenético de su corazón.Cada paso, cada sombra, parecía ocultar un peligro inminente, y aunque corría con todas sus fuerzas, sabía que no iba a ser suficiente.La sensación de estar siendo perseguida por algo más grande que ella misma, algo que siempre la había alcanzado, la paralizaba.De repente, una voz cortó el aire, desgarrante y llena de rabia. Era su voz. El eco de un pasado que no podía dejar atrás.—¡Ariana!La orden contenía tanta autoridad, tanta furia, que hizo que su cuerpo se tensara d
Los ojos de Sergio parecían incendiarse, como si en lugar de pupilas tuviera brasas ardiendo. Si su mirada hubiese sido fuego real, Ariana habría quedado reducida a cenizas.Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y su instinto primitivo le gritó que corriera, que huyera, pero no lo hizo.Se mantuvo de pie, erguida, con la mandíbula apretada. El miedo estaba ahí, latiéndole en el pecho como un tambor, pero lo sostuvo con una fuerza nueva que nunca había sentido. Era una fuerza extraña, nacida de la rabia contenida y el deseo de no ceder, de no permitirle a él que la viera quebrarse.Dio media vuelta sin decir nada y siguió caminando junto a Miranda, que iba unos pasos adelante.—No le creas nada —susurró su amiga con rabia, sin mirar atrás—. Solo quiere intimidarte, amiga. No le creas.Ariana asintió, tragando saliva.Un nudo en el estómago le pesaba, pero se obligó a concentrarse en los pasos que daba, a no mirar atrás.Subieron al auto en silencio, sin voltear una sola vez. El a
Sergio se acercó lentamente, su mirada fija en Ariana con una intensidad inquietante.Con un movimiento rápido, abrió la puerta del coche y, sin dudarlo, quitó el cinturón, la liberó, la levantó en sus brazos con una fuerza arrolladora, como si fuera tan ligera como una pluma.Ariana, débil y agotada, apenas podía comprender lo que sucedía. Sus ojos, grandes y aterrados, reflejaban incredulidad y miedo. ¿Cómo había llegado hasta aquí?—¡Suéltame! —gritó, forcejeando en vano con todas sus fuerzas, pero él la sostenía con una fuerza implacable, como si fuera una muñeca de trapo.—Mira a tu amiga —dijo él, su voz baja, pero cargada de amenaza—. ¿Quieres que muera?El aire pareció volverse espeso a su alrededor. Ariana sintió un nudo en el estómago, el miedo la envolvía, y sus pensamientos se nublaban.Miró a Sergio, buscando en sus ojos alguna señal de humanidad, algo que le dijera que esto solo era una pesadilla. Pero no la había. Sus ojos, fríos e inquebrantables, no mostraban ni un ati
Ariana no podía creer lo que acababa de suceder. Tocó su labio con temblor, notando la sangre que manchaba su rostro.El dolor punzante la hizo estremecerse, pero lo que más le dolía no era el golpe físico, sino el golpe al alma.La mirada de Sergio había sido un reflejo de la brutalidad que él mismo no se atrevía a reconocer, como si todo lo que había sido hasta ese momento se hubiera desmoronado en una fracción de segundo.Ariana, con manos temblorosas, levantó la vista.Sus ojos estaban inundados de lágrimas que no lograban detenerse, lágrimas de rabia, de impotencia y de una profunda decepción.Ese hombre, el que alguna vez había jurado amar ante un altar, ante la ley de la justicia, ya no era el mismo.El Sergio que ella conocía había muerto, y en su lugar había renacido una bestia, un monstruo que jamás habría imaginado.El hombre que había creído conocer, la persona por la que había luchado ya no existía. El amor que sentía por él se desvanecía en cada instante, y lo único que q
—Miranda… escúchame, por favor —dijo Arturo, con la voz quebrada, pero al ver la expresión de su esposa, sintió el peso de sus palabras como una losa sobre su pecho.—¿Qué? ¿Qué debo escuchar? —respondió ella, la rabia ardiente en sus ojos, casi como si pudiera quemarlo con la mirada—. ¿Recuerdas cuando estábamos en el peor momento económico de nuestras vidas? ¿Quién nos ayudó? ¡Fue Ariana! Ella fue quien me dijo que tú eras el mejor para mí, ¡y ahora te descubro como el peor de todos! No entiendo, Arturo, ¿por qué hiciste algo tan cruel?Arturo tragó saliva, incapaz de sostener la mirada de Miranda. Era como si sus ojos pudieran despojarlo de toda dignidad, rasgarle el alma, dejarlo completamente expuesto.—Yo… lo hice porque estaba atrapado, Miranda —su voz tembló, mientras un sudor frío comenzaba a perlar su frente—. Sergio me tenía entre la espada y la pared. Si no lo ayudaba, me destruiría, a mí y a todo lo que hemos construido.Miranda lo miró, los ojos llenos de incredulidad.—¿
Miranda abandonó el hospital al día siguiente, aun sintiendo el cuerpo débil, como si su alma estuviera suspendida en un mar de incertidumbre.Cada paso le costaba más que el anterior, su mente estaba hecha trizas, desbordada por el caos de pensamientos que la atormentaban.Sin embargo, su determinación no vacilaba.Al cruzar las puertas del hospital, el sol le pareció demasiado distante, una luz fría y ajena que no podía alcanzarla. El mundo seguía girando, pero ella se sentía como una sombra, un espectro dejado atrás.Y ahí, en la acera, como si el tiempo no hubiera pasado, estaba él. Arturo. Su rostro marcado por la espera, la preocupación, el cansancio.—Miranda, por favor… tienes que venir a casa —dijo con la voz quebrada, sus ojos reflejaban el desgaste de tantas horas de angustia y soledad.Ella se detuvo en seco. La emoción la atravesó con la fuerza de una ola, pero las palabras que le salieron fueron firmes, como si hubiera construido un muro entre su dolor y la realidad.—No.
Ariana se sintió vacía, como si todo lo que había sido se hubiera desvanecido, arrastrado por el peso de las palabras y las acciones que Sergio había impuesto sobre ella.Miró al hombre que alguna vez amó, con los ojos llenos de un rencor contenido, el alma rota, como quien ha perdido todas las batallas y ya no sabe si queda alguna razón para seguir luchando.—¿Por qué haces esto? —preguntó, su voz quebrada, apenas un susurro cargado de desesperación—. ¿Qué ganas con aislarme? ¿Crees que así voy a volver a amarte?Su voz no era un grito, pero el dolor de cada palabra rasgaba el aire, más profundo que cualquier alarido.Sergio desvió la mirada, como si aquellas palabras lo atravesaran, pero su furia estaba contenida, controlada.Apretó los puños, luchando contra la rabia que hervía en su interior, maldiciendo por dentro, por fuera, por cada rincón de su existencia que ella ya no quería habitar.—Harás lo que yo diga —gruñó entre dientes—. Puedes hacer el drama que quieras. Ve, grita, ll