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Miranda estaba destrozada.Todo el trayecto de regreso a casa fue un mar de lágrimas incontenibles.Las calles pasaban borrosas a través del cristal del auto, pero nada podía borrar de su mente las palabras de Ariana, su frialdad, su rechazo... su odio.La crueldad de lo que había vivido la alcanzó con fuerza, como un golpe brutal. El dolor se acumulaba en su pecho, cada palabra de Ariana perforando su alma, haciéndola sentir como si algo irreparable se hubiera quebrado en su vida.Cuando entraron por fin a la casa, el silencio fue lo último que Miranda pudo soportar. El nudo en su garganta explotó en un grito que salió de lo más profundo de su ser, como un animal herido.—¡Es tu culpa, Arturo! ¡Es tu culpa! —gritó, girándose hacia él, golpeando su pecho con los puños, su rostro bañado en lágrimas—. ¡Ariana me odia por ti! ¡Por tu maldita traición!Arturo, atónito, intentó sujetarla con fuerza, pero sin herirla, abrazándola contra su pecho mientras ella sollozaba desconsolada.El peso
El ambiente en la mansión Torrealba estaba cargado de tensión.Cada rincón parecía resonar con una sensación de angustia que se colaba por cada grieta de las paredes.La opulencia de la casa no lograba ocultar la oscuridad que la envolvía.El viejo amigo de Sergio, aquel que solo aparecía en las fiestas y que nunca aportaba más que una sonrisa vacía y un brindis superficial, sacó la chequera con una expresión burlona.—Señora Ariana —dijo, con una diversión apenas disimulada en su voz, como si fuera una broma macabra—. Aquí tiene… cien mil dólares por un beso suyo.Ariana sintió cómo sus manos temblaban al recibir el cheque.Su corazón latía desbocado, y el dolor se clavó como una daga en su pecho, pero algo en su interior empezó a arder.Esa rabia contenida que llevaba tanto tiempo guardada comenzó a tomar forma. Si Sergio quería humillarla, él se equivocaba. Esta vez, sería él quien saldría derrotado.Una sonrisa fría, cargada de desprecio, se dibujó en su rostro. Con calma, le entre
Ariana cerró los ojos con desesperación, recostada en la cama, con la ropa de dormir pegada a su piel.El cansancio la había invadido, y aunque deseaba descansar, no pudo evitar sentir una opresión en el pecho, como si el peso del mundo la aplastara.Sin saber en qué momento su mente cedió, se entregó finalmente al sueño, pero algo en el aire parecía distinto esa noche, algo que la mantenía alerta, a pesar de su agotamiento.De pronto, un estremecimiento recorrió su cuerpo. Abrió los ojos en un sobresalto, y el miedo la paralizó al darse cuenta de que no estaba sola.Sentía una presión sobre su pecho, un calor extraño que no podía identificar. Allí, encima de ella, estaba Sergio. El mismo hombre que había amado, el que la había destrozado.El pánico la invadió de inmediato.Un grito ahogado se formó en su garganta, pero antes de que pudiera articular palabra, las manos de él sujetaron las suyas con fuerza.—¡Aléjate de mí! —susurró, su voz temblando, pero llena de furia.Sergio, con un
El corazón de Ariana latía como olas furiosas golpeando una roca, desbocadas, incontrolables. La angustia se apoderaba de su pecho, pero su voz se mantuvo firme, aunque sus manos temblaban.—Yo ya no te amo, Sergio. No me importa si estás con otra, no me importa nada de ti. Nunca volveré a amarte.El rostro de Sergio se endureció, sus labios se curvaron en una sonrisa burlona, como si no le importara lo más mínimo lo que ella acababa de decir.—Bien por ti —respondió, su tono frío y calculador—. ¿Y tú, Lorna? ¿Estás dispuesta a amarme?Lorna, de pie junto a él, sonrió, una sonrisa que no alcanzaba a reflejar sinceridad alguna.—Yo te amo, mi amor —dijo, acercándose a él con una dulzura falsa, acariciando su rostro—. Soy toda tuya, Sergio.Ariana observó la escena con los ojos llenos de ira. En su corazón, el odio hervía, y por un momento pensó que podría estallar. Pero Sergio no la dejaba escapar de su juego. Le echó una mirada cargada de desafío, como si esperara ver dolor en el rostr
Lorna intentó detenerlo, pero Sergio la empujó con tal fuerza que casi la derriba.—¡No me toques! —rugió, los ojos llenos de odio y un dolor que ya no sabía cómo contener—. ¡Esto es tu culpa, Lorna! ¡Tú me condenaste!Ella se tambaleó hacia atrás, sin atreverse a replicar. Bajó la mirada con el alma hecha trizas.—Nos condenamos, Sergio... —murmuró apenas, pero él ya no la escuchaba.Sergio se encerró en su despacho y, cuando la puerta se cerró con estruendo, el silencio que quedó fue aún más atronador.Lorna sintió una punzada en el pecho, pero no tenía tiempo de flaquear. Subió corriendo por las escaleras hasta llegar a la habitación de Ariana.Al entrar, los ojos de ambas se encontraron. Había electricidad en el aire, tensión acumulada, un odio mutuo que ardía en silencio.—¿Por qué no dejas a mi hombre en paz? —espetó Lorna, cruzando los brazos—. No te ama. Ahora me ama a mí. Me desea.Ariana la miró con un desprecio tan puro que parecía capaz de incendiarla.—Entonces, quédatelo.
—¡¿A dónde crees que vas, Ariana?! —bramó Sergio, su voz rompiendo el aire como un trueno en medio de una tormenta.La alcanzó en un segundo. La tomó con fuerza, alzándola como si fuese su posesión más preciada... o su prisionera más odiada.Ariana forcejeó, pataleó, gritó. Pero no pudo escapar. Él era más fuerte, más grande, y estaba cegado por una furia irracional que lo volvía imparable.Lorna observó la escena desde el umbral, paralizada. Maldijo por dentro, sintiendo cómo su plan se desmoronaba en pedazos.Sergio llevó a Ariana de regreso a la habitación, y cuando vio la ventana abierta, su rostro se deformó de rabia.—¡Maldita sea! —gruñó, cerrándola de golpe y asegurándola con llave.Se giró hacia ella como una fiera herida.—¿Quién te dejó salir? ¡¿Fue la empleada?! —rugió, como si el solo hecho de pensar en una traición dentro de su casa lo volviera más salvaje.Ariana no respondió. Lo miró con los ojos llenos de rabia y desprecio. Ya no tenía miedo de hablar, solo desprecio p
Sergio estaba sentado en el suelo, desnudo, con el rostro cubierto por ambas manos. La ropa, esparcida por toda la habitación, parecía el eco de un huracán recién pasado.Su cuerpo temblaba, pero no por frío, sino por el peso brutal de la culpa.Jamás, en toda su vida, había sentido algo tan oscuro dentro de sí. Había hecho muchas cosas imperdonables, pero esto… esto lo destruía por dentro.El llanto que rompió el silencio fue como una puñalada. Un gemido ahogado, desgarrador, que lo sacó de su trance.Se puso de pie con movimientos torpes, recogió sus ropas del suelo sin atreverse a mirarla. Descalzo, avergonzado, salió de la habitación como un criminal huyendo de su propia condena.Sobre la cama, Ariana yacía envuelta en una sábana blanca, con el cuerpo encogido, rota. Sus sollozos eran una mezcla de rabia, dolor y vergüenza. No entendía cómo había llegado hasta ese punto.Cuando logró incorporarse, lo primero que vio fue la cama revuelta. Esa imagen, ese desorden brutal, era un espe
Sergio caminó por el pasillo como una sombra con peso propio, oscura, cargada de rabia.Al verla allí, parada como una presencia inesperada, sus ojos se posaron en Lorna con una furia apenas contenida.—¿Qué hiciste, Sergio? —preguntó ella, con un tono que oscilaba entre el reproche y el miedo.—No te metas —espetó él con los dientes apretados.—Sergio… déjala ir. Ella no va a perdonarte —insistió Lorna, con un temblor que traicionaba su voz.Él se detuvo en seco. Dio media vuelta. Se acercó con pasos pesados, y sin previo aviso, la tomó del cuello. La presión de sus dedos era brutal, pero no era nada comparada con la furia que ardía en sus ojos.—¡Es por tu culpa! —bramó, como si hubiera encontrado en ella, la excusa perfecta para justificar su infierno.Lorna tragó saliva con dificultad.El miedo le recorrió la columna como un relámpago helado. Pero incluso temblando, encontró algo que decir.—¿Sabes…? Tal vez ella te perdone después... cuando mi bebé nazca. Piénsalo. El amor materna