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Sergio estaba sentado en el suelo, desnudo, con el rostro cubierto por ambas manos. La ropa, esparcida por toda la habitación, parecía el eco de un huracán recién pasado.Su cuerpo temblaba, pero no por frío, sino por el peso brutal de la culpa.Jamás, en toda su vida, había sentido algo tan oscuro dentro de sí. Había hecho muchas cosas imperdonables, pero esto… esto lo destruía por dentro.El llanto que rompió el silencio fue como una puñalada. Un gemido ahogado, desgarrador, que lo sacó de su trance.Se puso de pie con movimientos torpes, recogió sus ropas del suelo sin atreverse a mirarla. Descalzo, avergonzado, salió de la habitación como un criminal huyendo de su propia condena.Sobre la cama, Ariana yacía envuelta en una sábana blanca, con el cuerpo encogido, rota. Sus sollozos eran una mezcla de rabia, dolor y vergüenza. No entendía cómo había llegado hasta ese punto.Cuando logró incorporarse, lo primero que vio fue la cama revuelta. Esa imagen, ese desorden brutal, era un espe
Sergio caminó por el pasillo como una sombra con peso propio, oscura, cargada de rabia.Al verla allí, parada como una presencia inesperada, sus ojos se posaron en Lorna con una furia apenas contenida.—¿Qué hiciste, Sergio? —preguntó ella, con un tono que oscilaba entre el reproche y el miedo.—No te metas —espetó él con los dientes apretados.—Sergio… déjala ir. Ella no va a perdonarte —insistió Lorna, con un temblor que traicionaba su voz.Él se detuvo en seco. Dio media vuelta. Se acercó con pasos pesados, y sin previo aviso, la tomó del cuello. La presión de sus dedos era brutal, pero no era nada comparada con la furia que ardía en sus ojos.—¡Es por tu culpa! —bramó, como si hubiera encontrado en ella, la excusa perfecta para justificar su infierno.Lorna tragó saliva con dificultad.El miedo le recorrió la columna como un relámpago helado. Pero incluso temblando, encontró algo que decir.—¿Sabes…? Tal vez ella te perdone después... cuando mi bebé nazca. Piénsalo. El amor materna
Sergio se encerró en el despacho con pasos erráticos, tambaleantes como si el peso del mundo lo aplastara.Cerró la puerta con fuerza y se dejó caer en el sillón de cuero. Su respiración era un torbellino y las manos le temblaban al abrir la botella de licor.Bebió directo del cuello, como un náufrago sediento, aferrándose a la última esperanza.Las lágrimas comenzaron a caer, sin permiso, sin pausa.—¡Ariana! —rugió, como si el eco del nombre pudiese traerla de vuelta—. No quería hacerlo así… tú me empujaste… Me obligaste a esto…Bebió otro trago, más largo. El ardor del alcohol no podía competir con el que sentía en el pecho.—No soporto que me mires como si fuera un monstruo… —susurró con voz quebrada—. ¿No te das cuenta de que eras todo para mí? Antes… antes me amabas, lo veía en tus ojos, vivías para mí. ¡¿Qué hice para que dejaras de amarme así?!Golpeó la mesa con el vaso vacío, rompiéndolo en pedazos. La sangre goteó de su mano herida, pero no le importó. El dolor físico era ap
Lorna sentía el corazón retumbarle como un tambor de guerra.Cada latido era un grito, un recuerdo, un veneno corriéndole por las venas.Recordó lo que había hecho:«Todo había comenzado apenas una hora atrás.Descendió por las escaleras como un fantasma arrastrando cadenas. El alma hecha jirones, el rostro pálido como la cera, y la mirada hueca, decidida.Cuando llegó a la puerta principal, sus manos temblaban tanto que apenas logró girar el picaporte.Por un segundo temió delatarse. Que los guardias la vieran, que alguien hiciera preguntas.Pero el silencio era absoluto.Los hombres que custodiaban la mansión estaban distraídos, y en el aire había un extraño sopor…Como si la casa supiera lo que estaba por suceder.Afuera, un hombre de mediana edad la esperaba. Tenía la gorra azul caída sobre la frente, el overol manchado de grasa y los dedos ennegrecidos por el trabajo. Un mecánico cualquiera… Excepto por la forma en que la miró: directo a los ojos, como si presintiera que lo
Ariana abrió la puerta del auto.Todo dentro de ella gritaba que era una locura. Una locura suicida, desesperada, definitiva.Tal vez, la peor decisión de su vida.Pero quedarse quieta, allí, era peor.Era aceptar su condena, como una oveja esperando el cuchillo. Era entregar su cadáver a Sergio. Quedar a su merced otra vez, incluso muerta. No.Saltando ahora, al menos, podía elegir.Aunque muriera destrozada contra el asfalto, sería su decisión.Suya.El corazón le golpeaba el pecho con violencia. Un tambor agitado dentro de una jaula de huesos.El aire le quemaba los pulmones.Todo ocurrió en un minuto, pero se sintió como una eternidad suspendida entre el miedo y la esperanza.Las lágrimas resbalaban por su rostro sin que lo notara siquiera. Pero no eran de tristeza. No. Eran de furia contenida.Pensó en Sergio.En su mirada que la atrapaba como una serpiente. En sus palabras dulces envueltas en veneno.En la forma en que la había manipulado, poseído, hecho suya sin permiso.Record
—¡No, no! ¡Ariana, no!El grito de Sergio rompió el aire como un disparo.Fue un lamento primitivo, desgarrado, que heló la sangre de todos los presentes.Los oficiales, rígidos y tensos, intercambiaron miradas rápidas. Uno de ellos dio un paso al frente, incómodo.—¿Su esposa…?—¡Mi esposa iba en el auto de Lorna! —rugió Sergio con los ojos desorbitados. La desesperación le temblaba en cada músculo, la respiración desbocada, animal—. ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde está Ariana?!El agente bajó la mirada, evitando su furia.—El auto fue arrastrado por la corriente, señor. Todavía no localizamos los cuerpos. El acceso al río es peligroso...Sergio ya no escuchaba. El silencio interno que lo envolvió era más ensordecedor que cualquier explicación.Una punzada de negación le atravesó el pecho.«No.Ariana no. No puede haberse ido»—¡Iré yo mismo! ¡Déjenme verla, déjenme…! —gritó, empujando al policía más cercano.Sus ojos estaban inyectados de rabia y miedo, como si su voz pudiera desafiar al mism
Ariana abrió los ojos de golpe.Todo era un torbellino de sensaciones.El techo blanco del hospital oscilaba sobre ella como si flotara en un mar embravecido.La luz la cegaba, y un zumbido vibraba en su cabeza como si alguien golpeara una campana dentro de su cráneo.El dolor era absoluto. Su cuerpo entero dolía como si hubiese sido arrojado a través del parabrisas de un coche en llamas. Intentó mover una mano, pero solo logró emitir un gemido gutural que le arrancó lágrimas involuntarias.Una figura se acercó.Una enfermera. Su rostro era sereno, aunque sus ojos revelaban un leve asombro. En sus manos, una jeringa lista.—Tranquila —murmuró con voz suave—. Le pondré algo para el dolor.Ariana sintió la punzada en la piel mientras el líquido entraba por la vía. Al poco tiempo, una calidez pesada se derramó por su cuerpo.No era alivio completo, pero al menos podía respirar sin que cada inhalación fuera un cuchillo.—¿Cómo se siente? —preguntó la enfermera, inclinándose un poco.Ariana
Miranda llegó al hospital jadeando, sus pulmones apenas podían llenarse de aire.Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior, como si el pánico que la consumía la hubiera anclado al suelo.Su corazón latía con furia, golpeando su pecho como si intentara escapar.No solo por la carrera frenética desde el auto hasta la entrada del hospital, sino por el terror helado que la invadía al pensar en lo que podría encontrar al otro lado de esas puertas.—¡Necesito ver a una paciente! —exclamó, la voz quebrada, mientras agitaba una hoja arrugada en sus manos—. Tengo el número de habitación.Las enfermeras levantaron la vista, desconfiadas. Una de ellas, con el rostro severo y una mirada que no dejaba lugar a dudas, negó con la cabeza.—Debe proporcionar primero los datos completos de la paciente, señora.—¡Por favor! —rogó Miranda, con los ojos brillando de desesperación—. Solo déjenme verla un momento… después les doy todo lo que quieran. ¡Es urgente!La enfermera la miró fijamente, e