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Días despuésMarfil temblaba.No sabía si era por el frío de la mañana, por los nervios que tenía en el pecho o por la mezcla de emoción y miedo que le hervía bajo la piel. Estaba sentada frente al espejo mientras Miranda, concentrada, deslizaba con precisión un pincel de maquillaje sobre su rostro.—Estoy tan ansiosa… —murmuró, sin poder ocultar la inquietud en su voz—. ¿De verdad crees que pueda ser finalista?Miranda soltó una carcajada suave, tan segura de sí misma que, por un instante, Marfil deseó poder robarle un poco de esa seguridad.—¡Marfil, por favor! No es que puedas. Es que ya lo eres. Vas a ganar, y punto. No hay nadie que pinte como tú. Nadie.Marfil sonrió, pero su reflejo en el espejo no le devolvía una sonrisa completa. Era más bien una mueca rota por la duda. Aun así, cuando Miranda terminó, se miró de nuevo y su corazón dio un vuelco.El vestido celeste se ceñía a su figura como si hubiese sido creado solo para ella.El tono delicado resaltaba la calidez de su piel
Petra se volvió pequeña, insignificante, atrapada en un cuerpo que temblaba como si el mundo estuviera a punto de devorarla.Marfil la miraba, confundida, con el corazón palpitando a un ritmo feroz. No entendía del todo lo que estaba pasando, pero podía sentirlo… La verdad se aproximaba como una ola, lista para derribar mentiras.Entonces, Imanol Darson alzó una mano, y de entre la multitud surgió un hombre. Tenía una expresión firme, casi dolorosa, como si también estuviera rompiendo algo dentro de sí.—Ella no realizó el dibujo Capullos de mar —dijo con voz clara—. Fui yo quien lo hizo.Un murmullo estremeció el aire como un trueno lejano. El hombre alzó una carpeta gruesa con varios bocetos.—Aquí están los diseños previos. Son míos. También tengo recibos de transferencia… Petra Ronavi me pagó. Quería un cuadro que se pareciera al de Marfil Corcuera, pero que tuviera una pequeña variación. Dijo que así nadie notaría la diferencia.Petra estaba helada. Sus ojos, abiertos como platos,
Sergio Torrealba bebía vino en la penumbra de su casa, hundido en un silencio apenas roto por los gritos desesperados de Lorna, que retumbaban desde el sótano. Gritaba su nombre, suplicaba, lloraba… pero a él no le importaba. No más. La rabia aún le hervía en las venas.Lorna había roto lo último sagrado que le quedaba: las fotos de Ariana. Incluso la de su boda.Aquella imagen, la más preciada, donde ella sonreía como si aún creyera que él era un hombre digno… había sido desgarrada por la mitad con odio.Sergio no pudo soportarlo.La había golpeado. Con furia, con rabia, con el alma desbordada de frustración.No fue solo un castigo físico: fue la expresión brutal de un hombre derrotado, que ya no sabía cómo controlar el dolor que lo devoraba.Luego, sin decir una palabra, la arrastró hasta el sótano y la encerró ahí. Que gritara, que llorara, que maldijera. No le importaba. Ella había cruzado la última línea.Rodeado de los restos que pudo salvar de la basura, Sergio se arrodilló en
Lorna gritaba. Su voz, quebrada y temblorosa, desgarraba el silencio espeso del sótano como un cuchillo.Estaba sentada sobre el suelo frío, con el cuerpo cubierto de polvo, lágrimas y miedo.Las muñecas enrojecidas por las cuerdas que apenas le permitían moverse parecían sangrar con cada movimiento.Cada segundo se estiraba, cruel, como si el tiempo mismo se burlara de su dolor.Y entonces…Un chirrido seco, lento, rompió la quietud. La puerta del sótano se abrió.Ella se quedó inmóvil. El corazón le dio un vuelco.Allí estaba él.Sergio Torrealba.Erguido en el umbral como una sombra que se había desprendido de sus peores pesadillas. Sus ojos, antes tibios, ahora eran fríos como acero oxidado. Ya no era el hombre que la había amado, que la había tomado de la mano o le había jurado un futuro. Era otro. Era un extraño. Un monstruo.—Quiero que te vayas —murmuró, con una voz tan baja que el aire mismo pareció estremecerse—. Vete. Para siempre. Sal de mi vida.Lorna parpadeó. No entendí
Dos años despuésEl museo de Cirna Gora estaba vestido de gala.La luz cálida de los candelabros antiguos flotaba como un eco dorado sobre las paredes, y el aire vibraba con murmullos bajos, risas suaves y copas que tintineaban con elegancia.Y en medio de todo, Marfil Corcuera.Los cuadros, colgados con meticulosa atención, eran más que arte: eran trozos de su alma. Cicatrices convertidas en color. Silencios que habían aprendido a hablar.Sus manos, que alguna vez temblaron por miedo, habían dado vida a lienzos que gritaban amor, pérdida, belleza… y una redención que aún no terminaba de creerse.Llevaba un vestido largo de seda azul oscuro, que acariciaba su figura como si la protegiera. Su cabello recogido dejaba al descubierto la suavidad de su cuello, adornado apenas por unos pendientes antiguos.Estaba hermosa. Serena. Pero por dentro, una emoción espesa le oprimía el pecho.La mano cálida de Miranda, su mejor amiga, la sostuvo con firmeza.—Estoy tan feliz por ti, amiga —dijo, c
Marfil rompió el beso, jadeante, con la respiración temblorosa.La cercanía de Imanol la quemaba como un fuego dulce y desconocido. Lo miró a los ojos, y por un instante se vio reflejada en ellos. En esa imagen reconoció su vulnerabilidad. Dio un paso atrás.—Esto… no, Imanol —dijo en voz baja, como si cada palabra le doliera.Él bajó la mirada. No necesitaba decir nada más; su expresión lo decía todo. Estaba herido, profundamente.—¿Por qué? —susurró él con voz quebrada—. Pude sentirlo, Marfil. Ese beso no fue solo de amistad. Tú también lo sentiste. Yo no soy solo tu amigo, y lo sabes. Sé que has sufrido, que te han hecho daño, pero… estoy aquí. Déjame amarte. Déjame demostrarte que no todos somos monstruos. Solo… déjate amar.Ella apretó los labios. Su alma temblaba por dentro. Su corazón gritaba por él, pero el miedo seguía siendo más fuerte.—Imanol… lo siento. Yo… ya he sufrido tanto. Te lo conté, ¿recuerdas? Mi ex me rompió en mil pedazos. Me quitó la fe, la alegría, las ganas
Cuando Marfil cruzó la puerta, los primeros rayos del amanecer apenas comenzaban a pintar de oro las paredes. Entró en puntillas, con el corazón latiendo todavía a prisa. Miranda, que no había podido dormir, la esperaba en el sofá, envuelta en una manta y con los ojos llenos de ansiedad.—¡Marfil! —susurró aliviada al verla—. ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.Marfil no respondió de inmediato. Sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y nerviosismo. Caminó hacia su amiga, y al fin, sonrió.—Tenía que contártelo… —dijo, sentándose a su lado—. He tomado una decisión: le voy a dar una oportunidad a Imanol. Somos novios.Los ojos de Miranda se agrandaron. Tapó su boca, conteniendo un grito que igual escapó en forma de risa.Marfil le hizo un gesto para que bajara la voz, pero no pudo evitar sonreír también cuando Miranda la abrazó con fuerza.—¡Amiga, hiciste bien! —susurró emocionada—. Imanol te adora, lo veo en su mirada. Sé que él no va a fallarte.Marfil suspiró largo, como si s
Entonces, ella apartó sus manos. No porque dudara, sino porque su entrega era pura. Se dio a él por amor.Imanol la besó con ternura, con una pasión cálida que no ardía, sino que envolvía. Era una mezcla divina, un fuego lento que crecía entre caricias. El calor subía por sus cuerpos como una ola invisible, y Marfil sintió un miedo extraño, nacido desde lo más profundo de sus entrañas. Como un instinto, su mano empujó el pecho del hombre.Él lo notó al instante y se apartó apenas un poco, aun con la respiración agitada.—¿Qué pasa? —preguntó con voz entrecortada, la mirada fija en la de ella.—Tengo miedo... —confesó Marfil, sus labios temblaban.—¿Tienes miedo de mí? —inquirió, desconcertado, con el ceño ligeramente fruncido.Ella negó con la cabeza, con los ojos empañados.—¿No te importa que no seas el primer hombre en mi vida? —preguntó, y su voz se quebró con frustración.Imanol se quedó mirándola en silencio. Luego, sonrió. Fue la sonrisa más dulce que Marfil había visto jamás.