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Lorna gritaba. Su voz, quebrada y temblorosa, desgarraba el silencio espeso del sótano como un cuchillo.Estaba sentada sobre el suelo frío, con el cuerpo cubierto de polvo, lágrimas y miedo.Las muñecas enrojecidas por las cuerdas que apenas le permitían moverse parecían sangrar con cada movimiento.Cada segundo se estiraba, cruel, como si el tiempo mismo se burlara de su dolor.Y entonces…Un chirrido seco, lento, rompió la quietud. La puerta del sótano se abrió.Ella se quedó inmóvil. El corazón le dio un vuelco.Allí estaba él.Sergio Torrealba.Erguido en el umbral como una sombra que se había desprendido de sus peores pesadillas. Sus ojos, antes tibios, ahora eran fríos como acero oxidado. Ya no era el hombre que la había amado, que la había tomado de la mano o le había jurado un futuro. Era otro. Era un extraño. Un monstruo.—Quiero que te vayas —murmuró, con una voz tan baja que el aire mismo pareció estremecerse—. Vete. Para siempre. Sal de mi vida.Lorna parpadeó. No entendí
Dos años despuésEl museo de Cirna Gora estaba vestido de gala.La luz cálida de los candelabros antiguos flotaba como un eco dorado sobre las paredes, y el aire vibraba con murmullos bajos, risas suaves y copas que tintineaban con elegancia.Y en medio de todo, Marfil Corcuera.Los cuadros, colgados con meticulosa atención, eran más que arte: eran trozos de su alma. Cicatrices convertidas en color. Silencios que habían aprendido a hablar.Sus manos, que alguna vez temblaron por miedo, habían dado vida a lienzos que gritaban amor, pérdida, belleza… y una redención que aún no terminaba de creerse.Llevaba un vestido largo de seda azul oscuro, que acariciaba su figura como si la protegiera. Su cabello recogido dejaba al descubierto la suavidad de su cuello, adornado apenas por unos pendientes antiguos.Estaba hermosa. Serena. Pero por dentro, una emoción espesa le oprimía el pecho.La mano cálida de Miranda, su mejor amiga, la sostuvo con firmeza.—Estoy tan feliz por ti, amiga —dijo, c
Marfil rompió el beso, jadeante, con la respiración temblorosa.La cercanía de Imanol la quemaba como un fuego dulce y desconocido. Lo miró a los ojos, y por un instante se vio reflejada en ellos. En esa imagen reconoció su vulnerabilidad. Dio un paso atrás.—Esto… no, Imanol —dijo en voz baja, como si cada palabra le doliera.Él bajó la mirada. No necesitaba decir nada más; su expresión lo decía todo. Estaba herido, profundamente.—¿Por qué? —susurró él con voz quebrada—. Pude sentirlo, Marfil. Ese beso no fue solo de amistad. Tú también lo sentiste. Yo no soy solo tu amigo, y lo sabes. Sé que has sufrido, que te han hecho daño, pero… estoy aquí. Déjame amarte. Déjame demostrarte que no todos somos monstruos. Solo… déjate amar.Ella apretó los labios. Su alma temblaba por dentro. Su corazón gritaba por él, pero el miedo seguía siendo más fuerte.—Imanol… lo siento. Yo… ya he sufrido tanto. Te lo conté, ¿recuerdas? Mi ex me rompió en mil pedazos. Me quitó la fe, la alegría, las ganas
Cuando Marfil cruzó la puerta, los primeros rayos del amanecer apenas comenzaban a pintar de oro las paredes. Entró en puntillas, con el corazón latiendo todavía a prisa. Miranda, que no había podido dormir, la esperaba en el sofá, envuelta en una manta y con los ojos llenos de ansiedad.—¡Marfil! —susurró aliviada al verla—. ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.Marfil no respondió de inmediato. Sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y nerviosismo. Caminó hacia su amiga, y al fin, sonrió.—Tenía que contártelo… —dijo, sentándose a su lado—. He tomado una decisión: le voy a dar una oportunidad a Imanol. Somos novios.Los ojos de Miranda se agrandaron. Tapó su boca, conteniendo un grito que igual escapó en forma de risa.Marfil le hizo un gesto para que bajara la voz, pero no pudo evitar sonreír también cuando Miranda la abrazó con fuerza.—¡Amiga, hiciste bien! —susurró emocionada—. Imanol te adora, lo veo en su mirada. Sé que él no va a fallarte.Marfil suspiró largo, como si s
Entonces, ella apartó sus manos. No porque dudara, sino porque su entrega era pura. Se dio a él por amor.Imanol la besó con ternura, con una pasión cálida que no ardía, sino que envolvía. Era una mezcla divina, un fuego lento que crecía entre caricias. El calor subía por sus cuerpos como una ola invisible, y Marfil sintió un miedo extraño, nacido desde lo más profundo de sus entrañas. Como un instinto, su mano empujó el pecho del hombre.Él lo notó al instante y se apartó apenas un poco, aun con la respiración agitada.—¿Qué pasa? —preguntó con voz entrecortada, la mirada fija en la de ella.—Tengo miedo... —confesó Marfil, sus labios temblaban.—¿Tienes miedo de mí? —inquirió, desconcertado, con el ceño ligeramente fruncido.Ella negó con la cabeza, con los ojos empañados.—¿No te importa que no seas el primer hombre en mi vida? —preguntó, y su voz se quebró con frustración.Imanol se quedó mirándola en silencio. Luego, sonrió. Fue la sonrisa más dulce que Marfil había visto jamás.
Cuando Marfil le contó a Miranda sobre lo que pasó en su paseo con Imanol, sus ojos brillaban de una forma distinta. Había algo nuevo en su mirada: esperanza.—Estoy loca… —susurró Marfil, entre risas nerviosas—. ¿Cómo volví a creer en el amor? No sé si hago bien, Miranda. No sé si esto es real… o una fantasía que me va a romper el corazón otra vez.Miranda no respondió enseguida. Solo se acercó y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo el pecho de su amiga temblaba con esa mezcla de emoción y miedo.—¡Claro que haces bien, Marfil! —le dijo al oído—. Tú mereces amor. Lo mereces desde hace mucho. Y creo que Imanol es bueno para ti. ¿Te hace feliz?Marfil se separó un poco del abrazo, y sonrió. Era una sonrisa tímida, sorprendida, casi infantil.—Nunca me había sentido tan bien —murmuró—. Es raro. Tal vez suene mal, pero… nunca disfruté tanto estar con un hombre como con Imanol. No solo físicamente. Es algo… diferente. Como si, por fin, alguien me viera.Miranda asintió despacio. Había esc
Cuando Miranda llegó con Charlie al nuevo salón, lo primero que hizo fue soltarse de su brazo y alejarse de él.Su mirada estaba perdida, su respiración agitada, y su mente en otro lugar. Charlie lo notó de inmediato.—¿Qué pasa? —preguntó con tono sarcástico—. ¿Ya no me vas a usar como tu novio postizo?Intentó abrazarla, buscando cercanía, pero ella lo empujó con fuerza. Su mirada era dura, dolida.—¡Basta, Charlie! Déjame en paz, no estoy para tus juegos.Charlie frunció el ceño, herido.—No soy yo quien juega, Miranda. Yo siempre te he querido, desde el primer día… y tú solo me usas, como si fuera algo desechable. No eres justa conmigo.Ella bajó la vista, sin poder negarlo. No era justo lo que había hecho. No con él.—Lo siento —susurró, casi sin voz—. De verdad, lo siento…Charlie la miró una última vez, decepcionado, antes de darse media vuelta y alejarse sin decir nada más.Miranda no lo detuvo. No podía. En ese momento, lo único que ocupaba su mente era Arturo. Lo había vuelt
Miranda lo empujó con fuerza y le cruzó la cara con una bofetada llena de rabia.—¿Qué crees que haces?Arturo se llevó una mano a la mejilla adolorida.—¡Te amo! —exclamó, con la voz rota—. Nunca te olvidé. Sé que me odias, que me culpas por la muerte de Ariana… pero te amo, Miranda. Nunca dejé de hacerlo.—Vete —le dijo ella, con los ojos brillantes de dolor—. No puedo perdonarte. ¡Vete ya!Arturo bajó la mirada, derrotado. Sin decir una palabra más, se dio media vuelta y se alejó.Miranda cerró la puerta de golpe. Sus piernas temblaban.Rompió en llanto, un llanto tan profundo que parecía desgarrarla por dentro. Esto dolía más de lo que quería admitir.Ivy, su madre, se acercó de inmediato y la envolvió en un fuerte abrazo.—Hija… lo siento tanto…—¿Por qué tenía que encontrarme? —sollozó Miranda—. No quiero verlo, mamá. No quiero...***Arturo subió a su auto y condujo de regreso al hotel, pero su mente solo pensaba en ella.—Miranda, mi amor… nunca te olvidé, ni te olvidaré. Te a