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Sergio dejó escapar una sonrisa, pero esta no alcanzó a llegar a sus ojos.Su mirada, perdida y fija en el vacío, tembló ligeramente.Un sollozo ahogado se escapó de sus labios, mezclándose con una risa amarga que brotó sin control.Las lágrimas comenzaron a descender por su rostro, pero no las detuvo. Su pecho se agitaba con respiraciones entrecortadas, como si cada inhalación fuera una lucha interna.En sus manos, la fotografía de Ariana permanecía intacta, como si al sostenerla pudiera traerla de vuelta.Había sido su amuleto, su única conexión con el pasado, con el amor que ahora sentía lejano.—Falta muy poco, mi amor... —susurró, la voz quebrada por la esperanza desesperada.La palabra “pronto” flotaba en el aire como un espejismo, inalcanzable.El dolor de la separación lo ahogaba, pero él no podía dejar de aferrarse a la idea de que todo cambiaría.—Te extraño tanto, más de lo que las palabras pueden decir. No puedo creer que te haya perdido, que este vacío en mi pecho sea real
Ariana llegó al edificio en un taxi. Pagó rápidamente al conductor, agradecida por la rapidez del viaje.Sin embargo, antes de entrar, un escalofrío recorrió su espalda.Un mal presentimiento la invadió, como si algo estuviera a punto de suceder. Se detuvo en seco, mirando a su alrededor. No vio nada fuera de lo común, pero la incomodidad seguía apoderándose de ella.Las luces de la calle parpadeaban suavemente y la gente caminaba tranquila.Todo parecía en orden, pero ese sentimiento persistente de inquietud no desaparecía.«¡Estoy siendo una mujer paranoica!», pensó, reprochándose a sí misma por dejarse llevar por el miedo.Aun así, la sensación no desapareció. Con un suspiro, se obligó a seguir adelante, a ignorar la presión en su pecho.El miedo no la iba a paralizar. Se acercó a la entrada del edificio, pero la sombra de su ansiedad no la dejó.Lo que no sabía era que, desde un automóvil estacionado a lo lejos, dos hombres la observaban, sus rostros imperturbables mientras tomaban
El beso fue como una tormenta desatada, una furia insaciable que reclamaba cada rincón de su ser.Fue ambicioso, exigente, feroz, como si quisiera arrancarle el aliento, como si el tiempo y el espacio ya no existieran.No importaba que el cuerpo de Ariana temblara por la rabia, ni que su corazón se estuviera rompiendo en pedazos. Sergio no sabía, no sentía el dolor que causaba.Solo deseaba que ella cediera, que volviera a ser suya.Ariana no cerró los ojos.En lugar de rendirse, la imagen de su amor roto la invadió como una ola gigante que arrastraba todo a su paso.«Estos labios besaron a otra mujer, estas manos abrazaron a otro cuerpo, este cuerpo fue de otra, mientras yo lo amaba, prefería a otra, lastimándome sin piedad... Esto es... ¡Asqueroso!», pensó con una furia que casi la consume.Sintió que su piel ardía, pero no de deseo, no de amor... ¡Era furia! Un fuego que la devoraba desde dentro.La rabia creció en ella como un volcán a punto de estallar.Con un grito ahogado, empuj
—¡Ariana! —El grito de Sergio desgarró la noche. Su corazón latía con violencia mientras corría hacia ella.Quiso levantarla, sostenerla entre sus brazos, pero el miedo lo paralizó. ¿Y si la lastimaba más?—¡Llamen a una maldita ambulancia! —rugió con desesperación, sus ojos oscuros reflejaban puro pánico.Se arrodilló junto a ella, tembloroso, acariciando su rostro con una ternura que nunca supo demostrar antes.Ariana estaba pálida, frágil, su pecho subía y bajaba con esfuerzo.—Por favor, Ariana, no me hagas esto… No te vayas. Te amo, ¿me oyes? Te amo. No puedo perderte así, no así. Perdóname. —Su voz se quebró, las palabras suplicantes escapaban de sus labios, pero en su interior, algo rugía con furia. No podía dejar que lo abandonara.Los paramédicos llegaron poco después, y Sergio se aferró a ellos.—¡Voy con ustedes! Soy su esposo. ¡Llévenla al hospital Glenn!No pidió permiso. Exigió. Ordenó.***El hospital olía a desinfectante y muerte contenida. Sergio caminaba de un lado a
Sergio salió del cuarto del hospital con pasos firmes, pero su mente no dejaba de girar en espiral.Necesitaba aire, pero más que eso, necesitaba recuperar el control.No podía permitir que Ariana lo mirara con desprecio. Se detuvo frente al edificio, mirando el cielo despejado de una noche fría, pero lo que sentía por dentro no podía ser más opuesto a la calma de la noche.Un vendaval lo arrasaba, pero se obligó a permanecer firme, como siempre lo hacía.«¿Por qué? ¿Por qué tenías que descubrirlo, Ariana? Siempre me miraste con amor, con devoción... y ahora... ahora me miras como si fuera un extraño. ¿Qué hice para merecer este desprecio?» Los pensamientos lo atormentaban, y su pecho se tensaba, pero no podía dejarse derrumbar.La situación era más grave que nunca, y no podía perderla. No a ella.Se dejó caer en una banca, sus manos cubriendo su rostro. En ese momento, nadie sabía quién era. Nadie sabía que él, el joven magnate de la industria, el hombre al que todos admiraban y temí
Al día siguienteAriana despertó lentamente, un despertar que no estuvo marcado por la calma, sino por una tensión palpable que la envolvía.La luz del sol, tímida y suave, tocó su rostro pálido, pero ya no se sentía tan frágil como la noche anterior.Algo en su mirada había cambiado, un reflejo de las decisiones que, aunque temerosa, ya había comenzado a tomar.La noche le había dado el espacio para pensar, para liberarse de las cadenas invisibles que Sergio había dejado atadas en su corazón.Cuando el doctor entró en la habitación, su presencia no fue reconfortante.A pesar de su tono profesional, se percibía la ligera preocupación en su mirada. Ariana se quedó observando al hombre.—Bien, señora, su estado ha mejorado. Firmaré su alta, pronto podrá irse a casa —dijo el doctor, mirando su ficha médica, pero no podía esconder el leve titubeo en su voz.Ariana contuvo el aliento, sus manos apretando las sábanas con fuerza, como si intentara controlar el temblor en su interior.—¿Puedo
Ariana luchaba por respirar, cada inhalación se sentía como un esfuerzo inútil. Las manos de Sergio, firmes y desesperadas, la mantenían atrapada.El aire entre ellos estaba cargado de tensión, de un dolor que ninguno de los dos quería admitir, pero que ambos conocían demasiado bien.—Me arrepentí, Ariana. No debí haberte dado el derecho a negarte a mí —dijo Sergio, su voz suave, pero cargada de una intensidad que la hizo estremecer.Como si aquellas palabras pudieran borrar lo irremediable, como si el poder que alguna vez tuvo sobre ella pudiera recuperarse con un simple lamento.Ariana sintió su rostro acercarse al de ella, un intento desesperado por restaurar algo que ya no existía.Los labios de Sergio tocaron su mejilla, primero con ternura, luego con una pasión desbordada, como si esperara que sus caricias pudieran devolverle el control.Ariana intentó apartarse, pero él no la dejaba.La abrazó con más fuerza, como si su cuerpo fuera un ancla que lo atara al pasado, arrastrándola
Al día siguiente, Ariana despertó con un dolor punzante en la cabeza, como si el mundo entero se hubiera desmoronado sobre ella mientras dormía.Sus ojos se abrieron lentamente, y por un momento, no supo dónde estaba.El techo blanco y los suaves rayos de sol que se filtraban por las cortinas blancas le parecían familiares, pero al mismo tiempo, completamente extraños.El aroma que llenaba el aire la hizo detenerse. Era el perfume a lirios, el mismo que había sido su favorito durante años, hasta que decidió dejarlo atrás al comenzar su nueva vida.Esa vida en la que pensó que todo quedaría atrás, incluso su dolor.Pero entonces, los recuerdos llegaron de golpe, como olas furiosas que estrellaban contra las rocas, borrando cualquier intento de paz.El lugar… ¡Era su habitación matrimonial! Todo lo que había intentado olvidar, lo que pensó que había dejado atrás, estaba frente a ella.Su mente comenzó a girar sin control, como un torbellino de emociones, incapaz de comprender lo que suce